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Voluntariado en pandemia: un “intercambio” para combatir la soledad y descubrir que “hay otra realidad”

Esther Azorit, voluntaria en Solidarios para el Desarrollo, durante una de sus llamadas con Maruchi, de 83 años

Javier Ramajo

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Esther tiene 51 años y quiso poner su “granito de arena” cuando, de un día para otro, nos obligaron a quedarnos en nuestras casas al declararse el estado de alarma por la COVID-19. Maruchi, de 82, la esperaba al otro lado del teléfono todas las tardes. La ilusión de la llamada, del momento de la charla, también lo era para Esther, confiesa. Su primera experiencia como voluntaria, para Solidarios para el Desarrollo, ha superado todas sus expectativas y ha supuesto una actividad “muy enriquecedora” en todos los sentidos. De hecho, la mantiene y sigue permutando compañía con su persona asignada. En una sociedad tan rápida, ella encontró su momento, su “oportunidad” para combatir la soledad de Maruchi que, aunque eligió no casarse durante su vida, agradecía cada día la llamada de Esther. Como ella agradece otras veces la de Maruchi. Un “intercambio”, según reconoce, y una “reflexión como sociedad”. “La importancia de atender a las personas mayores”, no en un sentido paternalista sino como un modo de “admiración” hacia ellas.

Porque Maruchi recibe lo que ha dado durante su vida, el cuidado a personas mayores de su familia, y Esther ha obtenido “un enriquecimiento personal”. “Una experiencia interesantísima” surgida en un momento de crisis y en la que la labor del voluntario se hacía más difícil que nunca, siendo imposible el acercamiento físico, la caricia, la compañía directa. El teléfono ha sido la mejor herramienta para combatir ese sentimiento de soledad que, en nuestros mayores, ha sido algo inherente a la pandemia. “Con todo ya más o menos normalizado, mantengo ese vínculo que se ha creado entre nosotras”, asegura Esther.

Han intimado y se han hecho amigas. “Una relación de igual a igual” desde finales de marzo de 2020, insiste Esther, pese a que no se conocían de nada antes de todo esto. Ahora ya se ven de vez en cuando, aunque con el cuidado lógico de la incertidumbre todavía, pero “desde una igualdad”. La “motivación social” de Esther le ha enseñado la “solidaridad entre generaciones”. “A mí también me vino muy bien hablar con ella en aquellos momentos”, reconoce la voluntaria, que incide en que “tenemos que mirar a nuestros mayores, hay que atenderlos, y nos tenemos que resposabilizar porque ellos lo han hecho con los suyos”. “Tenemos que dar ese salto como sociedad. Las circunstancias que vivimos ahora son mucho más complejas. Tenemos menos tiempo, pero es una reflexión que tenemos que hacer”, apunta Esther, que huye del paternalismo con las personas mayores y aboga por “superar esa tendencia”. “A Maruchi, y a nuestros mayores, tenemos que mirarlos con admiración”.

Para Marisa Vázquez, responsable de Solidarios para el Desarrollo en Sevilla, también cambió todo en marzo de 2020 y tuvo que darle una gran vuelta a los programas de salud mental, prisiones, mayores y personas sin hogar que se desarrollan en Sevilla. En la memoria de actividades de 2020 quedan plasmados los grandes retos a los que Solidarios ha hecho frente para adaptarse a la pandemia. Se ha atendido a 4.747 personas en situación de exclusión en los programas de voluntariado en España, tanto en actividades grupales como en el acompañamiento semanal que han realizado 734 personas voluntarias en Granada, Madrid, Murcia y Sevilla.

Según Marisa Vázquez, ha sido “un año durísimo, como todos sabemos, a todos los niveles”. Han pasado 137 voluntarios durante el año, apunta, con un pico solidario al comienzo de la pandemia. “Con el primer confinamiento, mucha gente nos llamó y se solidarizó con la situación, aunque después ha ido bajando el nivel, también es cierto, quizás por miedo al encuentro más personal”, explica.

Muchas llamadas telefónicas, sobre todo a personas mayores, y grupos de Whatsapp donde “hacíamos actividades artísticas, principalmente con personas sin hogar o con alguna enfermedad mental”. Además de las llamadas rutas de calle, voluntarios y personas sin hogar comparten un espacio de encuentro participativo por las tardes “cuando se han podido ir haciendo más cosas”. “En el programa de prisiones, al no poder acudir a los centros, hemos recuperado las cartas”, comenta la responsable de la organización en Sevilla.

Pero lo complicado era poder ayudar sin salir de casa. “De un día para otro tuvimos que cambiar el chip, borrón y cuenta nueva y empezar a trabajar desde otra perspectiva. No había más remedio. Lo más duro ha sido el sentimiento de soledad que todas las personas han vivido. Escuchábamos constantemente esas palabras: estoy solo. El deterioro de las personas mayores en este tiempo ha sido increíble: no poder salir, no poder hacer las actividades normales”, indica.

Ese “sentimiento de soledad tan profundo, el miedo al contagio”, el “darnos las gracias en todo momento”. Estaban “una hora hablando, porque no hablaban con nadie más en todo el día”. Vázquez señala que han estado acompañando en este tiempo a 39 mayores derivados de los servicios sociales municipales de Sevilla, quienes “ya de por sí estaban en una situación difícil”. Se reforzó el programa y a los voluntarios que fueron llegando se les fue asignando una persona mayor, “para que tuvieran dos y la soledad fuera más llevadera”. Durante el pasado otoño llegó algo de apertura, y “en octubre y noviembre ya fueron saliendo a la calle”, recuerda la responsable, “aunque algunos han terminado yendo a residencias por el deterioro físico o cognitivo que han ido desarrollando. No poder salir también ha sido muy complicado para personas con alguna enfermedad mental”, apunta Vázquez.

Para la coordinadora, el sentimiento común entre los nuevos voluntarios, formados on line, es “darse cuenta de que hay otra realidad y que está muy cerca”. “En el día a día, no tenemos tiempo de pararnos”, coincide con ella. “Al haber parado por obligación, hemos sido conscientes de eso”, dice Vázquez, que se congratula de ver la evolución de la persona acompañada en algunos casos y con la tranquilidad de que, “dentro de lo que hemos podido, lo hemos intentado todo”.

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