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Francisco Pradilla, el pintor que aprovechó la 'locura' de la reina Juana para triunfar

La reina doña Juana la Loca, recluida en Tordesillas

Peio H. Riaño

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La obra cumbre de la pintura de historia, el género más propiamente español de todos, es una metáfora aplastante del techo de cristal de las mujeres. En ella se presenta como cierta una leyenda ocurrida casi tres siglos antes, gracias a la cual se desposeyó a una reina de su gobierno para quedárselo primero su padre y, luego, su hijo. Ella contempló la operación política desde su cárcel de Tordesillas, donde fue encerrada por su familia durante casi 50 años, tras acusarla de locura de amor.

La obra cumbre de la pintura de historia cuelga en el Museo del Prado, se titula Doña Juana la loca y es obra de Francisco Pradilla (1848-1921), que la pintó en 1877. Este lienzo tan monumental como popular, en el que exagera la leyenda de la locura, le convirtió en el artista más admirado, reconocido y premiado en el país que estaba a unos años de hundirse definitivamente como imperio, en las costas de La Habana. Se buscaban responsables. Y los artistas miraban al pasado para ilustrar y dramatizar los acontecimientos históricos de un país a la deriva.

Pradilla enloqueció con la hija de Isabel la Católica. Hizo bocetos y más bocetos de esta escena y de tantos otros episodios de la vida de la reina arrestada. ¿Por qué se interesó tanto Pradilla en Juana de Castilla y no en la de su madre? “Esto está relacionado con un movimiento pictórico que se fija en las figuras de la conciencia desdichada”, responde Javier Barón, responsable de la pintura del XIX en el Museo del Prado, recogiendo un concepto acuñado por Hegel sobre la incapacidad del ser humano para construir libremente su propio mundo. El museo acaba de inaugurar una muestra que rinde un pequeño homenaje al centenario de la muerte del pintor aragonés.

Enternecerse por Juana

El historiador Wifredo Rincón, doctor en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza y comisario de la exposición Francisco Pradilla Ortiz 1848-1921, celebrada a finales del pasado año en la Lonja de Zaragoza, tiene otra respuesta acerca del interés del pintor por la figura de Juana: “Se enterneció por ella”. Explica que Pradilla era un enamorado de la historia medieval y encontró en la figura de la desdichada reina una historia “denostada”. A Rincón tampoco le parece el cuadro una respuesta convenida que se adapta a los intereses que la Academia premia en ese momento para favorecer una imagen de la mujer excluida del plano político.

Hay una explicación más allá de la “ternura”. Como explica claramente la historiadora Erika Bornay en el ensayo Las hijas de Lilith (1998), los hombres de finales del siglo XIX se encontraron temerosos de verse subyugados por la nueva mujer que se oponía a ser concebida como ángel del hogar y a satisfacer el placer del hombre en todas las facetas de su vida. Bornay asegura que fue raro el hombre que dio la bienvenida a la mujer al territorio público y político, que hasta entonces ellos habían considerado de su exclusiva propiedad. La conspiración contra el gobierno de ellas no extrañará a los ciudadanos de un país que en su reciente historia democrática nunca ha tenido una presidenta. Ni siquiera una candidata a serlo.

A finales del siglo XIX el hombre recibe con alarma y desconfianza los movimientos feministas. Y la casta más acomodada de las bellas artes trata de frenarlos haciendo responsable de las desgracias del país a la mujer. Pradilla podría haber presentado a la Exposición Nacional de 1978, por ejemplo, un lienzo en el que apareciese el padre de Juana de Castilla, Fernando el Católico, o su hijo, Carlos I, encarcelando a la reina en Tordesillas.

Darse prisión a una misma

Es curioso cómo el Museo del Prado describe estos hechos en la cartela que acompaña al cuadro La reina doña Juana la Loca, recluida en Tordesillas con su hija, la infanta doña Catalina (1906). Dice: “Interesado por la figura de la reina Juana de Castilla durante décadas, Pradilla eligió para este cuadro de gabinete un capítulo que narra su reclusión en Tordesillas, donde se mantuvo cautiva hasta su muerte”. Según esta fórmula reflexiva ella misma se dio prisión y no su padre e hijo. Una visión que oculta la violencia que sufrió la reina y siguen sufriendo hoy las mujeres, como descubre Cristina Fallarás en su última novela La loca (Ediciones B).

No interesó a la pintura de historia de finales del XIX buscar la decadencia del imperio en un hombre. No interesó retratar a Carlos I como fracaso a pesar de la herencia envenenada que recibe con la introducción de la dinastía Habsburgo austriaca en el trono español. Y que lo convierte en rey de Castilla y de Aragón, señor de los Países Bajos, de los territorios austríacos, con derecho al trono del Sacro Imperio Romano Germánico y soberano de Flandes y Brabante. Esta herencia imperial, gloriosa y endiablada mantuvo en guerras constantes al país. Hoy sabemos el coste económico y humano de un conflicto bélico. Y entonces como ahora todo ingreso económico del país se dedicó a sufragar los gastos de los esfuerzos bélicos, olvidando cualquier inversión en España. Felipe II, hijo de Carlos I, declaró la bancarrota hasta en tres ocasiones durante su reinado. Ni los académicos ni Pradilla vieron en esta herencia una “conciencia desdichada”.

Javier Barón ha añadido en la presentación de la muestra que el cuadro que le dio la fama a Pradilla tiene la virtud de introducir en la pintura de historia el realismo y la verosimilitud. “Cuenta la historia con veracidad”, dice el historiador. Y ya sabemos que la verosimilitud no tiene por qué cumplir con la verdad. Sino con el efecto.

A los hombres esto no les pasa. Lo de perder la razón. Los historiadores coetáneos a los que lee Pradilla dictan que la locura fue la providencia que libró a España de males mucho mayores y peligros mucho peores. Y que gracias a ella las riendas del gobierno fueron empujadas “a las hábiles y fuertes manos de su padre”.

El programa ideológico del cuadro convierte a Juana en una mujer que ha perdido el juicio por amor a uno más putañero que bello. Y que, por tanto, no debe gobernar el país ni un día más. A fuerza de retorcer los afectos, de salsarrosizar la escena, el artista fue aplaudido, admirado y reconocido por el público de entonces y el de ahora. Pradilla pone drama hasta en las velas en su advertencia: una mujer no puede ser reina, porque es demasiado débil. Demasiado mujer.

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