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Pablo Boczkowski, investigador en comunicación: “Hoy en día el gran desafío es desinformarse, no informarse”

Pablo Boczkowski, investigador en comunicación:  “Hoy en día es gran desafío es desfinformarse, no informarse”

Natalí Schejtman

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Entrados los años 90, cuando en Argentina los medios digitales eran incipientes y cada experiencia de cruce entre periodismo e internet era un experimento, Pablo Boczkowski identificó un núcleo de interés que lo acompaña todavía hoy. En su primer libro Digitalizar las noticias (Ediciones Manantial, 2006) analizaba la reconversión de la industria y de las prácticas periodísticas.

Después vinieron Noticias en el trabajo (en inglés News At Work, 2010), en donde hacía foco en la nueva forma de consumo informativo y su impacto en la producción noticiosa y La brecha de las noticias (Ediciones Manantial, 2015), en coautoría con Eugenia Mitchelstein, en donde exploran la divergencia entre lo que los periodistas quieren contar y lo que los lectores quieren leer.

Ahora, Boczkowski, profesor de la Universidad de Northwestern y director de su Maestría en liderazgo en industrias creativas, está por publicar un nuevo libro, que en castellano se traduce como Abundancia (editado por Oxford University Press) y se detiene en la experiencia de las distintas audiencias argentinas frente a los caudales de información ubicua que circulan en nuestra era.

En la investigación, el autor aborda, por un lado, la historia de la abundancia: para algunos será una sorpresa saber que en muchas otras épocas de cambio tecnológico y el posterior impacto en el contenido la discusión pública se inquietaba al preguntarse si no había ya demasiada información. Por otro lado, profundiza en el vínculo que las personas establecen hoy con los celulares, la tele, la radio, las plataformas sociales y con los otros. Además, se detiene en el consumo de noticias y de entretenimiento y, también, en las implicancias que este consumo masivo y constante plantea para las rutinas de la vida cotidiana. Lejos de la demonización que en los últimos meses, justamente, abunda, el resultado es un panorama diverso y muy concentrado en las experiencias de las personas con la tecnología, los medios, la vida doméstica y sus combinaciones. 

En su nuevo libro hace mención a las distintas formas que hay para referirnos a lo que nombra como abundancia: sobrecarga de información, info-obesidad. ¿Por qué le parece que abundancia es un término superador para referirnos a la información en nuestra era?  

Porque los otros términos que se usan tienen una connotación muy del discurso negativo de “déficit”. Las ideas de sobrecarga de información o saturación informativa existen hace mucho. Es como si hubiera un nivel “óptimo” de información, que acumulamos información hasta llegar a ese nivel óptimo, y después de eso está todo mal, cuanto más tenemos es peor. En cambio, la abundancia es una idea de “bueno, a veces está bien y lo que abunda no daña, y a veces no está muy bien, porque nos supera”. Pero es un término mucho más ambiguo y da la posibilidad de lo que yo llamo una evaluación emergente, que surja de las particularidades del contexto, en lugar de que esté establecido de antemano lo que está bien y lo que está mal.

En un momento en el cual lo que predomina es un discurso muy distópico, el libro intenta rescatar el rol de los humanos como sujetos históricos. Y es “cautelosamente optimista”, como señaló Sonia Livingstone. 

¿Hubo un cambio en la relación de las personas con la abundancia informativa en la pandemia?

 En la pandemia, aquellos que han podido privatizarse en cierto sentido, es decir, pasar de lo público a lo privado, de la calle a la pantalla, han de alguna manera revalorizado la abundancia. Yo en Estados Unidos estoy hace once meses y medio en mi casa. Sin la abundancia hubieran sido mucho peores. 

Justamente en agosto de 2020 salió un documental en Netflix llamado El dilema de las redes sociales que planteaba que las redes inoculaban una impulso adictivo en lo usuarios. En su libro, en cambio, se centra en la especificidad de lo que la gente hace con las plataformas y no al revés...

El libro intenta ser una respuesta no sólo a los documentales sino a toda una serie de colegas que han reescrito la aguja hipodérmica para estos tiempos (N. De R.: la aguja hipodérmica es la teoría de la comunicación que plantea cómo los medios penetran y manipulan a las audiencias). Hay un discurso muy distópico desde el 2016. Con las elecciones que ganó Trump, Brexit, Cambridge Analytica, el plebiscito en Colombia. No es que no haya consecuencias negativas, sino que, si algo es negativo o positivo, tiene que surgir de entender la experiencia de los sujetos cruzados por un momento histórico, político y cultural determinado.

 

Hay un discurso muy distópico desde el 2016. Con las elecciones que ganó Trump, Brexit, Cambridge Analytica, el plebiscito en Colombia.

Uno de sus hallazgos es que la clase social no define tanto la experiencia de la abundancia informativa como la define la edad. ¿Es la primera abundancia que no tiene que ver con la clase social?

Bueno, no sabemos si es la primera. No es que no haya sesgo de clase social. Si no que es la edad lo que tiene un poder explicativo: organiza y estructura más la experiencia de la abundancia que la clase social. No es que la clase social no la organice, pero la organiza menos. A mí me parece que el discurso distópico dominante es una reacción frente al vértigo de la sociedad contemporánea. Y el vértigo de la sociedad contemporánea, en parte, tiene que ver con que es la edad lo que organiza, mucho más que la clase social. Porque el tiempo pasa para todos, todos los días. El ascenso y la movilidad social ascendente es bastante menos probable de lo que era antes, hay más movilidad descendente. Pero, aún así, se cambia menos de clase social que lo que se cambia la edad y la generación. A mi me parece que esa es una característica muy fuerte de las sociedades contemporáneas. 

¿Qué matices encontró en términos de clase social?

El matiz clave es la diferencia entre noticias y entretenimiento, entre hechos y ficciones. En lo que hace a la estructuración del consumo de noticias, el estatus socioeconómico es la variable estructural clave. En el caso del entretenimiento, la edad es la variable estructural clave, no la clase social.

¿Existe una desigualdad informativa, una brecha entre sobreinformados y subinformados?

Siempre lo hubo. Evidentemente, a mayor estatus socioeconómico, hay una relación bastante lineal con mayor conocimiento de determinados hechos. También de cuáles son los hechos que importan. Pero aún así, yo evitaría la tentación de decir “la gente tiene que saber más, sabe poco, hay que informarla” o “los estamos mareando de información y entonces no saben lo que tienen que saber”. No digo que no haya un poco de eso. Pero, ¿quién dice que es mejor estar más informado de tal cosa que estar menos informado de tal otra? La abundancia lo que hace es que a vos la información te llegue en seguida a través de las redes. No tenés que mirar noticias. Cuando pasa algo importante entre whatsapp, twitter, facebook, instagram, snapchat, te enterás. Y eso pasa en todas las clases sociales.

Ahora ¿hay diferencias entre los estratos sociales? Claramente, sí. ¿La abundancia nivela para los hechos claves? Posiblemente sí, yo no lo medí, no lo puedo decir. Pero uno lo que ve mucho en las entrevistas es eso: bajan los costos de adquisición de la información. Después, una cosa es saber que algo está sucediendo y otra cosa es saber qué está sucediendo. Hoy, como dice mi amigo Homero Gil de Zúñiga, las noticias te encuentran, no hace falta ir a buscarlas. Entonces es mucho más difícil no estar informado. Hoy en día el gran desafío es desinformarse, no informarse. Ahora ¿qué significa informarse hoy? Quizás es distinto de lo que significaba hace treinta años. Una de las cosas que yo muestro mucho en el libro es que los modos de recepción de la información son derivados y no primarios: informarte es algo que hacés alrededor de otra rutina principal. No es el principal foco de tu atención. Que es distinto que el entretenimiento, que sí es foco principal de la atención.

La abundancia lo que hace es que a vos la información te llegue en seguida a través de las redes. No tenés que mirar noticias. Cuando pasa algo importante entre whatsapp, twitter, facebook, te enterás. Y eso pasa en todas las clases sociales.

Escribe sobre la vinculación de las personas con las noticias, y también con la ficción: ¿Qué es lo que más le llamó la atención de esta creciente fidelidad con las ficción? 

El trabajo de campo fue hecho antes de la pandemia. Lo que a mi me llamó la atención es la primacía del “entretenimiento ambiente”. No solo en las noticias que te encuentran sino los modos ambiente de consumir entretenimiento, esto es, como parte del contexto en el que te estás moviendo. Cuando vas al cine tenés que dejar todo y sólo prestarle atención al cine. Se sabe que se va menos. Pero lo que yo entendí es por qué se va menos: porque la gente prefiere un modo de entretenimiento ambiente, que se adapte a sus rutinas de la vida cotidiana. Yo veo la película cuando quiero, como quiero, la paro quichicientas mil veces.

Si uno piensa, el pasaje de la tele a la computadora de escritorio, a la laptop, al teléfono, es algo que me sigue a mi todo el tiempo. La tele está en el living o donde sea que esté, la computadora de escritorio también. La laptop me la llevo, el teléfono me lo llevo a todos lados y por eso veo ficción en el subte. La tele es un fenómeno porque se reinventa como objeto. Lo que a mí me llamó más la atención es la gran presencia de la televisión como objeto y como género. Porque el telefonito no es el objeto tele pero yo me siento en la bici fija y veo Netflix. La tele a veces es zapping y a veces es ir a buscar. Se adapta a la rutina de la vida cotidiana, te permite ver algunas cosas solo y otras veces con otras personas. La gente posiblemente ve mucha más ficción que antes, pero se pierde la experiencia urbana del entretenimiento. Eso cambia brutalmente la industria cinematográfica. Cuando filmás para Netflix o Amazon Prime, lo que filmás es para una persona a la que tenés que retener en el asiento. En lugar del que ya te compró la entrada.

El año pasado en la maestría que dirijo tuvimos una charla de Ted Hope, un productor de cine de Hollywood muy famoso que hasta hace muy poco era uno de los jefes de Amazon Studio. Y él decía que el gran desafío del pasaje de pensar el cine como una experiencia en la sala a pensar el cine por streaming era pensar el cine como organizado en función de las audiencias y no de los estudios. Ese es un efecto de la abundancia.

 

O sea que en la voracidad con la que hoy consumimos ficción en las plataformas conviven no solo la comodidad de verlo cuando querés sino que son productos pensados en función de la audiencia…

Este es un tema que se trató en muchos libros que es el tema del apego. El apego a la ficción -que es menor, en términos de intensidad y de presencia que el apego a las redes y a los celulares- es notable como fenómeno sociológico. Las estadísticas dicen que cuando largan un thriller de primera línea de Netflix el espectador mediano lo ve de a ciento cincuenta minutos por día. Se baja una temporada en cuatro días. Y este fenómeno histórico muy fuerte que lo cambia todo: desde la experiencia afectiva hasta nuestros temas de conversación y el rol que tiene la ficción en la vida cotidiana.

No hay que olvidarse que Trump fue presidente. No sólo movió la ficción sino que movió la realidad. Trump fue presidente por cuatro años. Y sacó setenta y pico de millones de votos en la última elección después de decirle a la gente que tenía que tomar cloro y a su staff científico que le metan una luz artificial en el cuerpo a la gente para sacarle el Covid. Eso, cuando yo tenía diez años y veía las películas de Viaje al centro de la tierra, me parecía muy loco. Bueno, eso es lo que pide el presidente de la primera economía del mundo, en una conferencia de prensa. La ficción mueve la realidad. Es por eso que para mí, por primera vez en mi carrera la ficción fue un recurso intelectual muy importante. O sea, si Gabriel García Marquez volviera a nacer, no tendría trabajo existiendo Trump.  

Se suele escuchar que los altos caudales informativos que nos rodean degradaron la calidad del contenido. En la era de la abundancia informativa ¿tenemos una dificultad mayor de identificar lo que falta o la “verdadera” información?

A veces hay una mirada muy elitista sobre los procesos actuales en relación con la comunicación. Como si hubiera algunos que tienen la prerrogativa de contar y todo el resto tenemos que escuchar. Hay ciertas ventajas de ese modelo. La experticia tiene sus ventajas. Pero yo no creo que en en los medios tradicionales haya habido mucha equidad de género, tampoco creo que haya habido mucha equidad de clase, ni mucha equidad racial, ni étnica, ni de orientación sexual. Si los que cuentan la historia fueran más representativos de la sociedad en la que vivimos yo tendría un poco más de cariño con la visión elitista de las cosas. Pero, en realidad, quienes cuentan en general tienden a reproducir sus circunstancias, y los recursos para contar están inequitativamente distribuidos.

La abundancia lo que hace es que baja las barreras de acceso de quienes pueden contar. Es así, históricamente. El gran cambio es la nostalgia de los que ven que ya no tienen más la pelota o que no son los únicos que tienen la pelota. Capaz tienen la mejor pelota pero no son los únicos que tienen la pelota. Al público, hoy en día, ese es el gran quiebre histórico con la abundancia en otros períodos, le interesa tanto o más la persona común que las elites. En otros tiempos lo que hizo la abundancia fue democratizar quiénes podían contar y el acceso a esa información. La gente leía lo que contaban ciertas elites. Hoy en día hay muchas más personas que pueden contar sus historias y micro-públicos que se arman a su alrededor. Eso ¿es bueno o es malo? es malo para algunas cosas y es bueno para otras. Depende también de dónde estás parado. Sí vos nunca escuchaste tu voz representada como le pasa a mucha parte de la sociedad, muy mal no está.

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