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Twitter ha puesto a los agresores sexuales en el paredón, ¿y ahora qué?

#MeToo, la campaña viral contra la violencia sexual/ Ilustración de Thaakirah Jacobs, vía Women's March

Mónica Zas Marcos

Las víctimas de abusos sexuales han sido relegadas durante siglos al diván de un psicólogo o a la intimidad de una charla con su círculo cercano. Siempre mediante un acuerdo confidencial, como si el poner cara, nombre y apellidos a su agresor en público fuese algo vergonzante. ¿Ha cambiado esto gracias a un reportaje y un par de campañas en las redes sociales? Todo apunta a que no.

El proceso de reacción a un abuso es demasiado personal como para establecer una fecha límite y un modus operandi generalizado, aunque algunos no lo terminen de entender.

Hace dos días, la actriz española Aura Garrido se lo explicaba de manera brillante a Fotogramas en un hilo de Twitter. La revista de cine más prestigiosa del país enlazó un artículo de Esquire en el que tildaban de “sospechoso” el “fenómeno” por el que las víctimas de Harvey Weinstein hablan ahora tras años de silencio.

“Si de verdad queréis una respuesta a por qué tanto tiempo después, leed vuestro artículo. Por esto, por poner en duda y culpar a las víctimas”, tuiteó la protagonista de Stockholm y El ministerio del tiempo. Esto no ocurre solo en Hollywood, ni en el mundo actoral, ni a nivel masivo para llamar la atención de una cabecera como The New York Times.

Las 46 mujeres que denunciaron a uno de los hombres más poderosos de EEUU no están solas, y así se lo ha hecho saber la etiqueta de Twitter #MeToo (#YoTambién) lanzada por la actriz Alyssa Milano. La reacción fue desmesurada y, en menos de 24 horas, 39,000 mujeres habían compartido sus propias experiencias de acoso o abuso sexual. Las primeras fueron anónimas, pero pronto se sumaron otras como las de Monica Lewinsky o Lady Gaga.

Para June Fernández, coordinadora de Píkara y experta en comunicación de género, estas campañas son “un ejercicio de empoderamiento colectivo interesante”. Pero la periodista recuerda que #MeToo no es la primera. Antes llegó #miprimeracoso desde México y espacios como Participa, de la revista Píkara, o el blog Micromachismos de eldiario.es, donde las mujeres relatan periódicamente algún episodio de abuso, acoso sexual en el trabajo o intento de agresión.

Pero en Francia no se quedaron ahí. Inspirada por aquellas mujeres que se quitaron la máscara para relatar los episodios más traumáticos de su vida en la red social, la periodista Sandra Muller lanzó #balancetonporc (delata a tu cerdo). La intención no era ya asumir y revelar al mundo la posición de víctima de una violación, sino poner nombres a los “predadores sexuales”.

Francia “delata a sus cerdos”

Jessica Valenti, columnista especializada en feminismo de The Guardian, se sumó a la iniciativa. “¿Realmente tenemos que purgarnos una vez más? ¿Cuántas veces hay que dejar nuestros traumas al desnudo con la esperanza de que alguien haga algo al respecto?”, se preguntaba en su columna #MeToo nombró a las víctimas. Ahora toca hacer un listado de los perpetradores.

Al final, Valenti reconocía que publicar el nombre y el apellido del agresor puede tener sus riesgos, algo en lo que coincide June Fernández. “Por una parte me atrae la idea. Sería bueno como acción directa para romper ese clima de impunidad entre los hombres. Pero es complejo”, advierte, recordando a esas mujeres que se enfrentaron a procesos judiciales dramáticos por destapar la identidad de su agresor en Internet.

Lo que también comparte la editora de Píkara con la columnista británica son esos sentimientos encontrados hacia las campañas de visibilización del abuso. Fernández escribió un post más extenso en su Facebook al respecto, pero lo resume en que “la toma de conciencia colectiva es un estadio, pero luego tienen que existir más etapas”.

Los hashtags son solo una forma de abrir la caja de Pandora y de enfrentar a la sociedad con la cultura de la violación. “Pero a veces temo que nos quedamos, al menos en las redes sociales, en ese estadio. Una mayoría la abraza virtualmente y una minoría de machistas analfabetos emocionales la cuestiona o le contesta que #Notallmen”, escribió Fernández.

La catársis tuitera no impide que estos episodios vuelvan a ocurrir con la ubicuidad y la frecuencia que lo hacen hoy en día. Entonces, ¿qué hacemos ahora?

Algunos siguientes pasos

June Fernández propone que las mujeres se tomen estas campañas como “una buena oportunidad para conocer sus opciones”. Desde talleres feministas de autodefensa, hasta la redacción de manuales contra las agresiones sexuales, colectivos para que los hombres revisen estas actitudes y rectifiquen, o cualquier actividad que aporte profundidad “al activismo del click y del hashtag”.

“Al final yo creo que necesita dejar poso para avanzar tanto en el discurso como en las prácticas cotidianas”, afirma la activista. De esta forma se puede llegar también a las que no se sienten cómodas aireando sus episodios traumáticos, ni siquiera bajo un seudónimo. “Habría que hablar con distintas mujeres y preguntarles qué les despierta estas campañas en Facebook y Twitter: ¿confianza o revictimización?”, se pregunta.

El imaginario de la víctima es demasiado hostil como para que las mujeres accedan a reconocerse como tales. “Algunas tardan diez años. Ninguna queremos asumirnos de esa forma tan negativa. Por eso yo prefiero hablar de sobrevivientes, no de víctimas”, dice Fernández.

Las etiquetas en las redes sociales no suplirán a los tratamientos psicológicos ni van a aligerar los complicados procesos de reacción a un abuso. Tampoco, a la vista está, son la forma definitiva de que todos los hombres colaboren, hagan autocrítica y no respondan ofendidos. Como dice June Fernández, hay que tomarlas como lo que son: “una vía sanadora de romper el silencio”, y a veces no para todas las mujeres.

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