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El valor del porvenir

Walter

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(Por Walter Vargas).- Show aparte, guardados en el cofre los frutos de una noche redonda como la mismísima pelota número 5, suministrados los indispensables antídotos contra el triunfalismo, la nota más vigorosa que ha dejado la Selección Argentina en su paso por el Monumental no atañe tanto a lo que ya hay sino más bien a lo que podría haber.

Los componentes emocionales los daremos por honrados y descontados: tampoco se tratará de salir rápido de las gratas descargas festivas de las que disfrutaron los jugadores en general y Lionel Messi en particular, el propio Lionel Scaloni y el soberano.

¿Qué es el fútbol sino un torrente de fuego y juego destinado a donar sentido, sueños y alegría?

Sentido, sueños, alegría, pilares de lo que a cierto sociólogo prusiano lo condujo a deducir que los símbolos son constitutivos de la criatura humana.

Desde esa insoslayable perspectiva cobraron un valor primordial el regreso del fútbol con hinchas en la tribuna, con la Selección que coronó en Brasil, con Messi en un momento de su vida en el que la madurez no riñe con sus devociones del potrero y por si fuera poco por vez primera sin el Diego de Villa Fiorito de este lado de las cosas.

El partido frente a los bolivianos y su contexto, su texto y sus elementos estrictamente futbolísticos.

Porque hubo puntos en pugna y equis porcentaje del ticket de admisión al Qatar y porque la relativa cercanía del Mundial conlleva mensurar el poderío del equipo y aproximarse a la riqueza de la caja de herramientas con la que llegará a ese compromiso mayúsculo.

Por ejemplo: los nuevos formatos del calendario FIFA inhiben los amistosos de prueba con las potencias europeas, pero es imposible imaginarse una Argentina de buenas perspectivas en el Mundial sin estar en posición de competir de igual a igual con los conocidos de siempre: Francia, Alemania, Italia, España, Bélgica, Inglaterra.

Y desde luego que la medida ideal no serán 90 minutos mano a mano a con Bolivia, cuyo plantel completo no cotiza lo que sí cotiza un solo jugador del plantel argentino, el que elijamos.

Esto es: que Argentina le gane 3-0 a Bolivia lejos de los incordios de la altura de La Paz es una presunción que va de suyo.

Pues bien: analizada en un contexto más amplio, desahogada, cómoda en su piel, satisfecha con el pozo acumulado de la Copa América, la Selección refrendó un presente consolidado de la mano de un jugador, Lio Messi, sobre el cual más bien es prudente resistir la tentación de saturar de adjetivaciones.

(El mejor futbolista del planeta, desde hace casi tres lustros, pero ahora liberado de cargas, de tensiones tóxicas y como nunca antes dichoso de portar la camiseta albiceleste).

Una Selección, sea dicho de una vez, juramentada –y ya es decir- y afirmada en una vocación de protagonismo que nace en un medio campo cada vez más cohesionado, de lectura sencilla y confiable, variantes y explosión donde se cuecen las habas de peso: en el área de allá.

Crecido Leandro Paredes, cumplidor Rodrigo De Paul pese a cierta tendencia a pasarse de revoluciones, aceptable Lautaro Martínez en la medida que modera su obsesión goleadora y revitalizado un Ángel Di María que, subrayado sea de paso, por fin fue recompensado con un tributo masivo: al fin de cuentas hablamos de un miembro de la elite de las grandes ligas europeas cuyos goles dieron a Argentina un pase a cuartos de final de un Mundial, una medalla olímpica y una Copa América en el Maracaná.

Ausente Gio Lo Celso, apagado Papu Gómez, el tucumano Javier Correa volvió a destacar en un rato que se corresponde con su espléndido presente en el Inter de Milán y que por extensión amplía un menú que Scaloni sabe inspirar y apreciar.

La Selección Argentina es hoy una formación reconocible, reconocida y susceptible de poner proa a Qatar con señales, porte y poderío insospechados hace un puñado de meses.

Con Messi, por Messi y también más allá de Messi. Es muchísimo.

Y la nave va.

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