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Defender a Putin y acoger a refugiados ucranianos en casa

Una estatua de Lenin en la entrada de un antiguo centro de menores que ahora acoge a refugiados ucranianos en Gagauzia, una región autónoma de Moldavia, de tendencia mayoritaria prorrusa.

Gabriela Sánchez

Enviada especial a Gagauzia (Moldavia) —

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A la entrada de una vivienda humilde de Congaz, una localidad ubicada en la región autónoma de Gagauzia (Moldavia), Yulia mira con desconfianza a la prensa porque, dice alterada, solo cuentan “mentiras” sobre la guerra en Ucrania. En distintos corrillos de la localidad, las conversaciones se refieren con cierto desprecio a los refugiados ucranianos, sobre quienes ya pesan las habituales críticas arrojadas contra la población migrante en distintas partes del mundo.

“Llegan con cochazos y encima nos exigen. Les dan muchas ayudas y míranos a nosotros, casi no nos da para el agua caliente y nuestras pensiones son ridículas”, sostiene la mujer, mientras su abuela, con el cabello cubierto con un pañuelo rojo, asiente y dice extrañar un mayor nivel de vida antes de la caída de la Unión Soviética. 

Como a casi todos los rincones de la República de Moldavia, a este pueblo de la región autónoma de Gagauzia, también han llegado refugiados ucranianos en su huida de la guerra, a pesar de su mayoritaria tendencia prorrusa. Esta zona, donde reside la minoría étnica gagauza, cuenta con tres lenguas oficiales (el gagaúz, de origen turco; el ruso y el rumano) y disfruta de un estatus especial de autonomía desde 1994, debido a las reivindicaciones de sus habitantes por el derecho a la autodeterminación tras la caída de la Unión Soviética.

Muchos de sus vecinos culpan a Ucrania del conflicto y niegan bombardeos a civiles por parte de las fuerzas rusas, pero su opinión no impide a algunos de ellos, como María*, recibir en sus casas a quienes huyen de la guerra que justifican.

Sentada sobre una cama adornada con estampados florales en la habitación más calurosa de la casa, Iliana* niega rápido con la cabeza y eleva sus brazos para reflejar distancia frente a las palabras de María: “Rusia no dispara a civiles, solo contra bases militares. Inició esta guerra para defender a los rusos discriminados por Ucrania”, opina su anfitriona ante la mirada de la huésped, refugiada del conflicto y acogida en su vivienda desde hace casi un mes.

Iliana no comparte la visión de María, pero tampoco defiende la contraria. La refugiada, también gagauza y criada en Ucrania desde los ocho años, dice no tener “una opinión clara” acerca del país responsable de la guerra. Mientras su anfitriona habla, a menudo su rostro dibuja muecas discretas, pero a su vez cuestiona a las autoridades ucranianas.

No sabe, o no quiere, señalar a un lado responsable del conflicto, pero lo que sí conoce es el sonido de los proyectiles rusos y los gritos de sus niñas tras escucharlos, especialmente de la pequeña, a la que las alarmas antiáreas alteraban con mayor intensidad debido a la discapacidad que padece. Lo único que ahora le importa es sacar adelante a su familia. No siente que ningún bando las haya protegido, pero aquí ha encontrado la calma.

“No queremos volver”

“Las niñas se asustaron y ahora no quieren volver a su casa. La pequeña no podía dormir, lloraba mucho, no paraba, y decidimos salir”, dice Iliana, con la bebé entre sus brazos. “Las ideas políticas pueden ser diferentes, pero pienso que esta guerra es culpa de las autoridades, de un lado y de otro, y quienes se llevan el beneficio son los ricos, mientras afectan a los pobres”.

María, viuda y con todos sus hijos en Rusia, interviene de vez en cuando para defender la invasión rusa, ataviada con un pañuelo negro en su cabeza en señal de luto por la reciente muerte de su madre. Habla con contundencia sobre supuestas “torturas” de las tropas ucranianas a la población rusa del Donbás, uno de los argumentos esgrimidos por la propaganda lanzada por Vladímir Putin para justificar el inicio de la guerra, mientras mantiene sus muestras de cariño a la familia que acoge en una gran vivienda cargada de ausencias. La señora agradece la compañía. La guerra ha reducido su soledad.

“Una cosa son los políticos y otra, las personas. Ucrania está lleno de fascistas, pero lo sufren los más débiles”, zanja la mujer gagauza, quien vivió durante décadas en Rusia, donde trabajó como cocinera en una empresa de producción de gas. La señora recibe en la actualidad una pensión del Gobierno ruso, más alta que las habituales en Moldavia.

Cómo se encontraron

Iliana ha vivido desde los seis años en una zona rural próxima a Odesa, pero nació en la región de Gagauzia. El 4 de marzo, la refugiada llegó con sus tres hijas, acompañadas de otras dos familias ucranianas, después de caminar una docena de kilómetros hasta atravesar la frontera de Palanca.

Ya en Moldavia, pidió a los voluntarios que la trasladasen al pueblo de su infancia, donde solía pasar algunas semanas de vacaciones. Pensaba que en su localidad ya no quedaba ningún pariente al que acudir, pero decidió desplazarse hasta este punto del mapa para albergarse en un lugar que le resultase familiar. Quería sentir un poco de “hogar” en el exilio.

Al día siguiente de su llegada, Iliana se acercó a una vivienda que le recordaba a su infancia. Allí estaba María. Son primas lejanas. “Sabía que llevaba años trabajando en Rusia y pensaba que seguía allí, pero cuando la vi, le dije que la conocía de cuando era pequeña y nos dijo que nos acogería en su casa. Tenía espacio para todas”. Hacía más de 20 años que no se veían. 

María ha albergado en su vivienda a tres familias refugiadas de la guerra de Ucrania, aunque ahora solo Iliana continúa en su hogar, donde pretende quedarse al menos hasta el final del conflicto. “No las voy a dejar irse”, dice con cariño la anfitriona, de alrededor de 60 años. Iliana, a diferencia de la mayoría de refugiados con los que ha hablado este medio, duda de si volverá algún día a Odesa.

“Estamos muy a gusto. Han sido muy acogedores con nosotros, fue diferente cuando migré a Ucrania cuando era una niña”, cuestiona la refugiada, quien asegura haber sido discriminada de pequeña en el país vecino por pertenecer a la minoría gagauza. Las niñas, aunque reconocen que la situación había mejorado, asienten cuando su madre lo cuenta.

“En Ucrania, un 50% nos trata normal, y otro 50% nos discrimina por ser gagauzos”, añade la hija mayor, de 16 años, que dice preferir no comentar su opinión sobre el conflicto con sus amigos: “En las clases on line no se toca el tema nunca. La gente siempre se entiende. Sabemos que algunos están con Rusia y otros con Ucrania pero, por si acaso, solo hablo de la guerra con mis familiares”. 

María, muy religiosa, demuestra su amabilidad con aquellas personas que recibe en casa y, sin alterarse, incide en su postura cuando este medio muestra las evidencias de los ataques a civiles perpetrados por las tropas rusas en Ucrania: “Todo es mentira, solo bombardean bases militares”, repite una y otra vez. Aministía Internacional ha documentado esta semana las “crueles” tácticas de asedio y los ataques indiscriminados de Rusia. La mujer gesticula con las manos para desacreditarlo, siempre calmada. Solo se altera en una ocasión: cuando ve una cámara y relata, atropellada, las razones por las que pide no ser fotografiada. La mujer asegura temer que “grupos nazis” ucranianos “quemen” su casa. También solicita que ninguno de sus nombres reales sean publicados.

Lenin y un centro de refugiados

En la misma localidad, a escasos kilómetros de distancia, una estatua de Lenin da la bienvenida a los refugiados ucranianos albergados en un antiguo centro de menores. En el interior de una de sus habitaciones, Lili descansa junto a sus dos hijos, de diez y trece años. La familia llegó a esta región hace menos de una semana desde Járkov, ciudad del noreste de Ucrania azotada por intensos combates y bombardeos. Su casa ha sido afectada por los ataques rusos.

“Ya no tenemos un lugar donde volver, pero cuando haya paz, regresaremos para reconstruirlo”, cuenta Lilia en un espacio de acogida cuyo personal niega los ataques rusos a civiles, reconoce compartir las razones de Rusia para iniciar la guerra en Ucrania y defiende argumentos similares a los esgrimidos por el Kremlin.

“El conflicto es horrible y la población no tiene la culpa, pero si Ucrania hubiese solucionado hace tiempo la situación del Dombás y no hubiese discriminado a los rusos, esto nunca hubiese ocurrido”, dice una enfermera, trabajadora del centro, quien trata con cariño a los refugiados del centro.

Lilia es consciente del clima de opinión prorruso imperante en la zona donde ha sido acogida, pero no le importa. “Yo no he notado nada. Cada uno tendrá su opinión, pero los vecinos nos tratan bien. Aquí tenemos todo lo que necesitamos”, cuenta agradecida.

“Nosotros amamos a Rusia, siempre hemos sido vecinos, pero odiamos a Putin”, reflexiona el pequeño de la familia, un niño cariñoso y protector, que corre a abrazar a su madre, superada por las lágrimas, cuando se refiere a uno de los asuntos que más le preocupa: el futuro.

*María e Ilina son nombres ficticios porque ambas mujeres han pedido guardar su anonimato. Ninguna de las imágenes que aparece en este artículo las muestra, sino que se trata de otros vecinos de la zona.

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