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La guerra en Ucrania sin final a la vista amenaza la seguridad alimentaria global

Un misil sin explotar en un campo a las afueras de Kiev.

Mariangela Paone

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La extensión de la guerra en Ucrania y la incertidumbre sobre cuánto durará amenazan con ahondar la crisis alimentaria en países ya vulnerables, sobre todo en Oriente Próximo y África. Desde el comienzo de la invasión rusa este era uno de los temores sobre sus efectos a nivel global y las peores previsiones se están cumpliendo, con una combinación de factores que ha convertido el conflicto en uno de los principales elementos de inestabilidad a nivel mundial.

El bloqueo de las exportaciones de granos desde Ucrania, uno de los principales productores de cereales, y las sanciones a Rusia, que ha limitado sus exportaciones de fertilizantes, están contribuyendo al alza de los precios de los alimentos de primera necesidad en un mercado ya en ebullición por el aumento del coste de la energía. En marzo, los precios de exportación del trigo y el maíz aumentaron un 22 y un 20 por ciento. “Los precios ya estaban en niveles altísimos antes de la guerra, y permanecieron en estos niveles durante todo 2021. El conflicto ha empeorado la situación con aumentos del 20 por ciento en tan solo un mes sobre esos niveles ya récord, nunca vistos desde que la FAO redacta el índice de precios, desde 1990. Los mercados de cereales y semillas oleaginosas son los que están sufriendo el impacto más alto”, dice a elDiario.es Mario Zappacosta, economista de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, en sus siglas en inglés).

Ucrania, antaño apodada el “granero de Europa”, sigue siendo junto a Rusia uno de los principales productores y exportadores de trigo y el principal exportador de aceite de girasol. En un informe publicado un mes después del comienzo de la ofensiva rusa, la FAO alertaba de los riesgos que el conflicto podía acarrear para el mercado global. Juntos, Rusia y Ucrania copan el 19% de la producción mundial de cebada, el 14 de trigo y el cuatro de maíz, según el promedio de la producción entre 2016 y 2021. Pero el peso de los dos países se entiende mejor si se mira al volumen de las exportaciones. Rusia encabeza la lista de los principales exportadores de trigo y morcajo en un contexto en el que los primeros siete proveedores ocupan el 79% del mercado. Ucrania es el sexto, con el 10 por ciento de cuota de mercado, pero es también el tercer exportador mundial de cebada y de maíz, donde la cuota de Rusia es más reducida. Y tiene entre sus principales importadores a países del Norte de África y de Asia.



Mientras que la dependencia de Europa del trigo ucraniano es limitada (España, por ejemplo, importa el 2,3 por ciento desde Ucrania y menos del 2 desde Rusia), en algunos países de estas áreas las importaciones desde Ucrania rondan el 50% del total. En Líbano, representan más del 60% de las provisiones. “El caso de Líbano nos causa mucha preocupación, porque desde la explosión en el puerto en 2020 tiene una capacidad de almacenamiento muy limitada y no puede jugar con los precios internacionales y comprar cuando son más bajos. No digo que tiene que comprar día tras día pero casi, y si el precio es alto, comprará a precios altos. Y esto en un país que vive una fuerte crisis económica con una moneda que ha perdido gran parte de su valor”, explica Zappacosta.

Otro de los países que, por su consumo elevado de trigo, se ven ya afectados son los del Cuerno de África (Somalia importa desde Ucrania casi el 50 por ciento del trigo y más del 40 por ciento desde Rusia) y países como Yemen. “El trigo es allí un importante componente de la dieta local. Es un país destruido por la guerra. La mitad del trigo que entra se importa como ayuda humanitaria. Pero esto no significa que no importa porque no lo paga el país. El Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés) también lo paga y si los precios aumentan tiene que comprar menos toneladas. Hay un problema desde el punto de vista de las agencias humanitarias”, añade el economista.



Precisamente el WFP alertó la semana pasada sobre las consecuencias del bloqueo de los puertos en el área de Odesa. “En este momento, los silos de granos de Ucrania están llenos. Al mismo tiempo, 44 ​​millones de personas en todo el mundo se enfrentan a la hambruna. Tenemos que abrir estos puertos para que los alimentos puedan entrar y salir de Ucrania. Cientos de millones de personas en todo el mundo dependen de estos suministros”, dijo hace unos días el director ejecutivo de la agencia, David Beasley, alertando también sobre el aumento de los costes operativos. El alza del precio de los alimentos, junto al del combustible, los ha elevado hasta los 71 millones de dólares al mes (unos 67 millones de euros), lo que, según la agencia, equivale a una ración diaria durante casi un mes para casi cuatro millones de personas.

Sin alternativas logísticas

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, pidió este lunes que la comunidad internacional actúe para parar el bloqueo ruso a los puertos del país. “Probablemente esto no ha pasado nunca en Odesa desde la Segunda Guerra Mundial”, dijo. “Sin nuestras exportaciones agrícolas, decenas de países en distintas partes del mundo ya están al borde de la escasez de alimentos. Y con el tiempo, la situación puede volverse francamente terrible”. A Zelenski se han sumado otros altos cargos. El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, publicó el lunes un tuit tras una visita a los silos llenos de trigo y maíz en Odesa. Y el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, que estuvo en Kiev el pasado domingo, aseguró que Canadá ayudará a Ucrania a encontrar opciones para exportar los granos almacenados. “Sabemos que hay gente en el mundo que se va a morir de hambre por las acciones de Rusia”, dijo Trudeau en una entrevista a Reuters. El primer ministro también hizo referencia a la opción de usar los puertos del río Danubio para encontrar una solución.

Antes de la invasión de Rusia, Ucrania exportaba el 90 por ciento de sus productos agrícolas a través de puertos en el Mar Negro y, de momento, las alternativas de transporte terrestre, por carretera o ferrocarril, presentan una serie de problemas logísticos que no permiten ofrecer una solución satisfactoria en el corto plazo. El ancho de vía de las líneas ferroviarias, como explicaba al Financial Times un portavoz de la compañía ucraniana de ferrocarriles, es distinto en Ucrania con respeto a los vecinos europeos y esto hace que la mercancía se tenga que descargar por completo en la frontera o que los vagones se transfieran a un juego de ruedas distinto, alargando mucho los tiempos de entrega. La Comisión Europea presentó el jueves un conjunto de medidas para tratar de impedir los cuellos de botella, pidió a los agentes del mercado que aporten más vehículos y medios e instó a las autoridades nacionales a aplicar la máxima flexibilidad y el personal adecuado en los pasos fronterizos.

El bloqueo en los puertos afecta también a las capacidades de almacenamiento de Ucrania que puede encontrarse con la paradoja de conseguir mantener gran parte de la producción pero enfrentarse a la escasez de instalaciones para guardar la cosecha. El Ministro de Agricultura, Mykola Solskyi, explicó el lunes que se han sembrado unos siete millones de hectáreas de cultivos de primavera este año, lo que supone un 25-30% menos que el año anterior. “De momento hay preocupación pero es pronto para saber cómo afectará la guerra a la producción. En Ucrania ahora están recogiendo trigo y colza y están sembrando maíz y girasol. Y la siembra del maíz parece que está funcionando. Para el maíz y el girasol se prevé un 20-30 por ciento menos de producción, que para un país que está en esta situación es un resultado casi excelente”, apunta Zappacosta.

El efecto dominó

Las cuotas de mercado que han quedado libres por el bloqueo de Ucrania las están empezando a cubrir otros países. India, el segundo productor a nivel mundial de trigo, exportó en abril 1,4 millones de toneladas, según datos obtenidos por Reuters. Se trata de una cantidad récord: el año pasado en abril sus exportaciones fueron de menos de 250.000 toneladas. Y por primera vez Turquía y Egipto han empezado a importar trigo desde este país. La fuerte subida de los precios del pan, de hasta un 50 por ciento, hizo que el Gobierno egipcio, el primer importador mundial de trigo, interviniera ya al comienzo de la guerra para fijar el precio de venta de este producto a la vez que mantenía el precio del pan subsidiado, al que tiene acceso el 70 por ciento de la población. “Habrá granos que llegarán desde Argentina, desde Brasil, Canadá, Australia u otros vendedores. El problema es que pedirán un precio más alto, a veces mucho más alto. Hay mucha preocupación por los países del Norte de África, que tradicionalmente subsidian el pan. Una cosa es tener subsidios para el pan que viene de una materia prima económica y otra es subsidiar el pan de un trigo muy caro. El Gobierno tiene que echar cuentas, y decidir si seguir con los subsidios y mantener a la población contenta, desangrando las arcas públicas o dejar aumentar los precios y enfrentarse, como en 2007-2008, al descontento social”, subraya el economista de la FAO.

Si las condiciones de inestabilidad del mercado permanecen, los problemas que en el corto plazo están afectando a los países más vulnerables se pueden extender a más productos y convertirse en una crisis global, con una combinación de precios al alza y alta competencia en la demanda. La clave es también el coste de la energía, central en la producción agrícola, tanto por los combustibles como por los fertilizantes utilizados. “Si hasta ahora nos estamos preocupando por el trigo y el aceite vegetal, el problema energético se convertirá en un problema transversal y afectará a todos los productos, a la fruta, al sector ganadero... Y todos los países se verán afectados. Los países más desarrollados usan muchos más fertilizantes que los países pobres. ¿Qué puede pasar? Que haya una reducción de las superficies cultivadas o disminución del rendimiento, es decir una menor producción que se repercute en un aumento de los precios”, explica Zappacosta. “Hablar de carestía global son palabras mayores pero la idea de que el problema pueda extenderse como una mancha de aceite existe”.  

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