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Cuando tu madre está bajo los escombros: 24 horas de angustia en el rescate de un edificio atacado por Rusia en Zaporiyia

Los familiares de una persona desaparecida en el edificio bombardeado en Zaporiyia este jueves hablan con los equipos de rescate.

Gabriela Sánchez / Olmo Calvo

Zaporiyia (Ucrania) —

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Una cazadora roja sobresale entre los escombros del número 67 de la calle Nezalezhnoi Ukrainy, en Zaporiyia. De la tercera planta del edificio residencial, golpeado por un ataque ruso con misiles este jueves, solo parecen quedar cascotes, pero un hombre y su familia esperan desde la madrugada frente al piso que tantas veces han visitado. Detrás de esa chaqueta a la que no dejan de mirar, podrían estar su hija, su yerno y su nieta, un bebé de siete meses. No sabe si vivos o muertos. 

“Tenemos esperanza porque, cuando sonaba la alarma, siempre se resguardaban en el pasillo”, dice una de las familiares que tampoco aparta la mirada del mordisco provocado por el bombardeo ruso. Es la madrina de la niña y abraza durante horas una mantita de colores. Está preparada para abrigar al bebé si logran sacarlo de los escombros. El ataque sobre el edificio, próximo a una antena de telecomunicaciones, ha dejado cuatro personas fallecidas y diez desaparecidas (6 mujeres, 3 hombres y 1 bebé), según la Dirección General de la Policía Nacional de la región de Zaporiyia. 

Detrás de cada una de las personas desaparecidas en el bombardeo ruso, una familia se aferra a cualquier posibilidad de encontrar con vida a sus seres queridos. Durante más de doce horas de labores de rescate, varios familiares han permanecido frente al edificio semidestruido. Han aguantado la respiración en cada uno de los momentos en que la grúa se aproximaba a la zona donde vivían sus allegados, en cada grito de un bombero, en cada traslado de cascotes. Leían los gestos de los trabajadores de rescate, por si ese brazo levantado significaba algún hallazgo. Los bomberos decían que descartaban la aparición de más supervivientes, aunque dejaban la puerta abierta a algún “milagro”. Y los allegados de los desaparecidos se agarraban bien fuerte a ese milagro. 

Durante su discurso de este jueves, Volódimir Zelenski ha condenado el “brutal ataque ruso con misiles” contra Zaporiya. “Nuestra respuesta será tanto militar como legal”, ha recalcado el presidente ucraniano. “El ocupante inevitablemente sentirá nuestro poder. El poder de la justicia, en todos los sentidos de la palabra”.

La alerta de Yulia

Yulia no retira la mirada de una quinta planta que ya apenas existe. Ha tomado varios calmantes para ser capaz de seguir en pie frente a lo que fue su vivienda familiar. Allí dormía su madre a la 1:33 horas cuando un misil ruso impactó en el edificio. “No sé ni cómo estoy”, dice la mujer desencajada, con los párpados pesados, tras toda una noche sin dormir. 

Cuando escuchó el estruendo en Zaporiyia, Yulia cogió su móvil para cumplir con el acuerdo que tiene con su madre desde el inicio de la guerra: “Cuando suena una explosión, siempre nos tenemos que escribir”, cuenta con el teléfono en sus manos, moviéndolo como si intentase que algo se activase y apareciese el mensaje que nunca llegó. Nos muestra su pantalla del teléfono: “Mamá?”, le dijo pasadas la una y media de la madrugada. “¿Todo bien?”, repitió poco después. “Mamá??”. Luego vino el silencio. 

Su madre se llama Marina Vaselieva y tiene 60 años. Había huido junto a Yulia a Leópolis, la región del país menos castigada por los bombardeos, después del inicio de la invasión rusa. Unas semanas atrás, regresaron a Zaporiyia por motivos laborales. Ambas son profesoras y suelen impartir sus clases online, pero debían realizar una serie de trámites presenciales, por lo que decidieron pasar un tiempo en su ciudad, cuentan dos amigas de la mujer desaparecida mientras también esperan noticias sobre su paradero. “Tenían billetes para el 23 de febrero, pero algo pasó que los cambiaron”, cuenta Valentina Revalouvola, compañera de trabajo. Pero la madrugada del 2 de marzo, un proyectil lo paralizó todo. 

A las 10 de la mañana, Natalia Ignatieva camina nerviosa por la acera próxima al bloque de edificios. En cuanto su mirada llega a alcanzar el edificio azul donde creció, se dobla y empieza a sollozar. Varios trabajadores de Médicos Sin Fronteras corren a acompañarla. La mujer, ya sentada y algo más tranquila, no deja de enviar notas de voz para informar de la situación. Marina, la mujer desaparecida, era su amiga desde la infancia. “Jugábamos en ese patio, nos criamos juntas”, cuenta horas después, señalando varios columpios, ahora cubiertos de polvo y rodeados de fragmentos de la explosión. “Me quedaré hasta que anochezca”, añade la mujer, cubierta con un gorro granate. 

“Venga, chicos. Venga, chicos. Sacad a Marina…”, murmulla, tapándose la boca con sus manos temblorosas, mientras un par de bomberos se aproximan en una grúa a un área del edificio próxima al balcón de la mujer desaparecida. “Hay vecinos que están diciendo que está muerta, pero yo no me lo creo. Nadie nos lo ha confirmado, quiero confiar”. De pronto, les llega un rumor de que siete personas heridas en el bombardeo han fallecido en el hospital, y rompe a llorar de nuevo. Cada dato nuevo, veraz o falso, la desestabiliza. 

Yulia, la hija de Marina, regresa horas después de que sus familiares le insistiesen en descansar un rato, tras denunciar la desaparición de su madre ante la Policía. Deambula por los alrededores de la vivienda con un té caliente en sus manos, sin ser muy consciente de su alrededor. Poco después, una alumna de su madre se acerca al lugar de los hechos para interesarse por su maestra. Le confirman que aún no saben nada. 

Illa lleva horas plantado delante del mismo edificio. Espera, no sabe muy bien a qué. Entre su abrigo rojo asoma la cabeza de un gato gris. El joven veinteañero estaba en la cama, en la misma habitación que un amigo que estaba de visita, cuando les despertó el estruendo de un primer misil a la una de la madrugada. Corrieron al pasillo poco antes del rugido de un segundo proyectil, relata. Él se salvó, pero su abuela Alina ha fallecido.

La señora, de 59 años, vivía en otro piso del mismo edificio. “Mi tío ha venido a reconocer el cuerpo”, dice el chaval, con los ojos enrojecidos.

24 horas después del bombardeo, las calles de Zaporiyia están desiertas sobrepasada la hora del toque de queda. Todo parece apagado en la ciudad, pero en el número 67 de la calle Nezalezhnoi Ukrainy las labores de búsqueda se mantienen. Dos grandes focos iluminan lo que queda de las habitaciones aún llenas de cascotes aunque más despejada que durante la luz del día. Los trabajadores siguen revisando los escombros y lanzando los restos inservibles al vacío. “Este tipo de actuaciones es muy complicado. Apenas puede utilizarse la maquinaria, porque su utilización podría ser arriesgado en caso de encontrarnos con supervivientes o cuerpos sin vida... Los trabajadores están retirando los escombros a mano”, dicen desde el dispositivo.

Entre los escombros del edificio, se distinguen los restos de toda una vida. Un álbum de fotos antiguo repleto de imágenes de famosas actrices soviéticas, unas fotos de carnet, un fragmento de una receta escrita a mano, una cazuela calcinada, un libro con una dedicatoria en la primera página... Dos bolsas negras reposan frente a la zona acordonada. Según fuentes del servicio de rescate ucraniano, en su interior descansan dos cuerpos sin vida. Uno corresponde a una mujer. Otro no ha podido identificarse.

A la una de la madrugada, los familiares de los desaparecidos ya no están anclados frente al edificio, pero siguen pendientes de respuestas. “Cada cierto tiempo aparece alguien que viene a preguntar. Vienen periódicamente. Se van y vuelven. Están siguiendo los trabajos de rescate”, dicen las mismas fuentes frente a una carpa levantada en la carretera, ya a oscuras. La chaqueta roja permanece colgada entre los cascotes. La madrina de la niña volvió a casa con la manta, sin poder abrigar al bebé. Una lavadora cae desde la misma habitación a donde el abuelo, padre y suegro de esa familia desaparecida no ha dejado de mirar durante casi 24 horas. El piso está cada vez más despejado y, mientras los trabajadores lanzan objetos al vacío, sus seres queridos pasarán esta noche con la mente atrapada en la mínima posibilidad de encontrar vida bajo los escombros.

*Actualización: En los días posteriores a la publicación de esta información, el Departamento de Situaciones de Emergencia de Zaporiyia, confirmó el hallazgo de un total de 13 cuerpos sin vida. Uno de ellos era un bebé.

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