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OPINIÓN

Pese a la caída de Andrew Tate, sus admiradores siguen teniendo ventaja

Foto de archivo de Andrew Tate.

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En lo que respecta a los contenidos virales de TikTok, la diatriba de un australiano llamado Flynn Martin empezó de forma modesta: un joven blanco sentado en su coche, con gorra de béisbol y camiseta gris, hablando amablemente. Durante los primeros segundos divaga entre advertencias y evasivas, hasta que una frase creó la polémica: “¿Está bien ser un hombre blanco heterosexual? Porque yo nací así”. Miles de comentarios atacaron a Martin.

Vi el vídeo original —que ya ha sido borrado, al igual que su perfil, Phlinmartin— con una especie de fascinación enfermiza. Mientras Martin despotricaba hablando sobre los hombres feministas castrados, a los que caracterizaba como gordos y en baja forma, me preguntaba qué había llevado a Martin a estallar y vomitar estas tonterías en Internet.

Mientras otros se burlaban de sus opiniones y señalaban los evidentes fallos en su lógica, yo no podía dejar de pensar en la evidente inseguridad de este joven que parecía sentir una auténtica persecución por el mero hecho de existir como el hombre blanco heterosexual que es.

Al haber experimentado verdadera discriminación por tener la piel oscura y ser mujer en el patriarcado, pude ver en Martin una ira que se refleja en mí misma. El asunto es que su idea de opresión y mi experiencia de la misma están a años luz de distancia la una de la otra. ¿Por qué? Porque la frustración a la que él reacciona está completamente ligada a la esfera social, mientras que el racismo y el sexismo que me han perseguido están incrustados en todos los sistemas de la sociedad: la escuela, la sanidad, el trabajo.

Privilegios y oportunidades

Martin no es el primero de su tipo en acudir a las redes sociales para expresar su frustración por lo que llaman la ‘policía progre’ que, según creen, lo arruina todo para los hombres blancos heterosexuales. Influencers como Andrew Tate, a quien Martin hace referencia en el TikTok, se ganan la vida alimentando la rabia desorientada de los hombres jóvenes. En cierto sentido, debo reconocerles la eficacia con que juegan el papel de víctima.

Pero de lo que Martin y otros jóvenes de su estilo no parecen ser conscientes es de que, incluso cuando su capital social disminuye, los hombres blancos heterosexuales siguen ganando en lo que se refiere a indicadores de bienestar tangibles.

Si eres blanco en Australia, ya vas con ventaja estadística en lo que respecta a esperanza de vida, educación y resultados sanitarios, en comparación con los aborígenes australianos. Si eres hombre, estadísticamente tienes más probabilidades de acceder a puestos de liderazgo y menos probabilidades de sufrir violencia sexual, y probablemente ganes más que las mujeres que ocupan el mismo puesto que tú. Y si eres heterosexual, no tienes las mismas probabilidades que los australianos LGTBI de sufrir discriminación, acoso sexual o violencia en el lugar de trabajo.

Tal vez la única advertencia que deba mencionar es la de añadir las palabras “clase media” a la lista de quejas de Martin, porque el privilegio de clase se cruza con otros privilegios y oportunidades.

Pero aunque estas desigualdades siguen arraigadas, el progreso hacia la corrección de estos desequilibrios se ha estancado en la fase de reconocimiento. Los que tienen más poder social y político (incluidos muchos de los que se burlaron del vídeo original de Martin y el propio Martin) se dedican a determinar quiénes son los más marginados o quiénes tienen más privilegios, mientras que las personas que se enfrentan a los efectos tangibles de la desigualdad siguen luchando solas.

Reacciones a su vídeo

Habría sido fácil unirme a las hordas, burlarme de Martin, sacudir la cabeza ante su supuesta ignorancia y pasar a lo siguiente. Pero, en realidad, estoy un tanto agotada de que el mensaje de entender la desigualdad sistémica y el privilegio se haya distorsionado tanto que ahora estemos centrando en explicar a los hombres blancos heterosexuales que no son víctimas del mismo sistema que fue diseñado teniendo en cuenta sus necesidades, en lugar de abogar por medidas políticas significativas para hacer frente a las desigualdades padecidas por las minorías.

Por ejemplo, ¿se opondrían Martin y sus camaradas a que las guarderías fueran más accesibles, o a aumentar la oferta de vivienda asequible y social, o a financiar mejores programas sanitarios para reducir los daños relacionados con el tabaco en las comunidades socioeconómicas más bajas? Apuesto a que si se les plantearan estas preguntas fuera del contexto de las políticas identitarias, considerarían al menos los méritos de cada solución.

En cambio, es muy probable que la reacción a su vídeo no haya hecho más que reforzar en Martin la idea de que los frágiles copos de nieve que se ofenden fácilmente en Internet odian injustamente a los hombres blancos heterosexuales. Y realmente necesitamos que los hombres blancos heterosexuales —que son quienes tienen el mayor poder— se unan a nosotros si queremos que algo cambie a mejor. 

*Zoya Patel es una escritora y editora residente en Canberra, Australia.

Traducción de Julián Cnochaert.

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