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Controlar un brote en un colegio mayor: confinamiento por habitaciones, comida en tupper y paciencia

Medición de temperatura a la entrada del Colegio Mayor Santillana, en Madrid

Diego Casado

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El área de salud de Andrés Mellado registra esta semana el mayor índice de transmisión del Covid-19 de toda la ciudad de Madrid: 420 nuevos casos por cada 100.000 habitantes, por encima de la tasa de confinamiento. Pero Sanidad no encerrará a sus habitantes porque la mayoría de contagios están localizados en tres centros residenciales de universitarios, de los muchos que abundan en la zona. Y porque los protocolos que hasta ahora han implementado son más exigentes que los que sigue el Gobierno regional.

Según la Comunidad de Madrid, los tres brotes que representan a día de hoy la mayoría de contagios en esta zona de Chamberí vienen de dos residencias de estudiantes y un colegio mayor, informa Fátima Caballero. Sus nombres no han sido facilitados, aunque desde la asociación de Colegios Mayores de Madrid confirman a este periódico que uno de los brotes ha provocado una treintena de positivos, la expansión de la infección ha provocado el confinamiento de todo el centro y de sus colegiales.

“Los positivos se extendieron en el colegio porque el 95% de casos que acabamos detectando eran totalmente asintomáticos”, explica Gabriel Beltrán, presidente de la asociación que agrupa a los colegios mayores en la capital. El brote surgió a finales de noviembre y cuando descubrieron el primer caso y la extensión de los contagios, sus responsables decidieron encerrar herméticamente a los estudiantes. “Se detectó en una fase que había avanzado mucho, pese a que todas las actividades se desarrollaban siempre con mascarilla y con distancia de seguridad”, explica Beltrán. Dos semanas después, la curva de positivos está bajando, ninguno de los colegiales ha tenido que ser hospitalizado y confían en tener el brote controlado antes de Navidad. Por el momento están desconfinando por habitaciones.

Aunque el del colegio mayor perimetrado es un caso extremo, estas instalaciones de alojamiento de estudiantes llevan detectando casos de Covid-19 desde que comenzaron el curso. Sus responsables aseguran que no es porque tengan más incidencia de la enfermedad entre sus colegiales, sino porque los controlan mucho más. Y cuando detectan un caso, aplican medidas mucho más estrictas que las exigidas por las autoridades sanitarias.

“Cuando empezamos el curso vimos que no podíamos esperar los 3-5 días que tardaban las pruebas para aislar a los contactos de posibles positivos sin confirmar, así que decidimos confinarlos por precaución”. Mientras la Comunidad de Madrid renunciaba a hacer pruebas a todas las personas que hubieran tenido contacto con casos Covid-19, en los colegios mayores obligaban al confinamiento ante la menor sospecha. Así se consiguió cortar la transmisión entre los más de 7.000 estudiantes que residen en sus centros y proteger a sus 800 trabajadores.

Un protocolo por debajo de la puerta

Raúl del Castillo, estudiante canario del ICADE (Universidad Pontificia Comillas), fue uno de los que se aislaron. A finales de octubre, tuvo que quedarse en su habitación del Colegio Mayor Alcalá por haber sido contacto estrecho de un positivo en su clase. En cuanto se enteró de que el coronavirus le había pasado cerca, se autoconfinó y avisó a los responsables del centro, que le facilitaron por debajo de su puerta una fotocopia del protocolo que debía seguir a partir de ese momento: desinfectar todo diariamente, ventilar la habitación y mantener la puerta cerrada todo el tiempo salvo para recoger la comida en tuppers, que le dejarían tres veces al día colgados del pomo, y para colocar la basura generada por la noche, a las 22.30.

“La habitación se te puede llegar a hacer pequeña”, admite Raúl en conversación con Somos Chamberí. En su caso, tenía lo mínimo indispensable: una cama, un escritorio, armario y un pequeño baño con ducha a su disposición. Seguía las clases de su licenciatura de Derecho y ADE desde el ordenador y en su tiempo libre hacía algo de ejercicio en el espacio que tenía y hablaba con sus compañeros, amigos y familia por videoconferencia. Por suerte, nunca llegó a tener síntomas de la enfermedad: su prueba PCR resultó negativa, pero por protocolo guardó cuarentena durante diez días. “Estar encerrado no es algo tan malo como la gente se puede imaginar”, cuenta optimista.

El de Raúl es solo uno de los cientos de confinamientos que los alumnos de colegios mayores han practicado con paciencia durante el primer trimestre de un curso universitario diferente, en el que había que volver a casa antes de la medianoche. “Aunque los estudiantes tenemos gran carga de trabajo y estudios, nos gusta divertirnos y salir de fiesta, por eso el toque de queda se nos hace un poco duro, pero lo llevamos con responsabilidad y a rajatabla”, explica. “Tenemos un nivel de cumplimiento de los confinamientos del 98%”, añade Gabriel Beltrán, que es además director del Alcalá. “Y a los que se lo saltan, que son muy pocos, los sancionamos”, aclara.

Beltrán cuenta que el nivel máximo de contagios en los colegios mayores tuvo lugar a finales de octubre, coincidiendo con el confinamiento de varias zonas de salud en Madrid. Entonces se contaban 150 casos en los 40 colegios mayores de Madrid y había áreas como la de Valdezarza que presentaban altas tasas de incidencia. Pero el protocolo diseñado en agosto y septiembre dio resultado y los picos bajaban tan rápido como subían. “En Madrid no se ha producido ninguna imagen de actividades sin mascarilla ni grandes fiestas, como sí hemos visto en otras comunidades, no ha pasado absolutamente nada”, defiende Beltrán. Para conseguirlo, dice que han llevado a cabo un “sobreesfuerzo” de lunes a domingo para tenerlo todo controlado, algo que ha dejado a equipos directivos y trabajadores exhaustos: “Estamos deseando que llegue el 23 de diciembre para descansar”, admite.

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