OPINIÓN

Desear la muerte

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De mi trabajo con personas adultas que tuvieron que acompañar a familiares enfermos, cuidarlos durante una internación, a veces hasta el último día, extraje una conclusión que creo que es útil: es inevitable –como efecto de autoconservación (vivir con un enfermo es muy desgastante)– que tengan un deseo de muerte.

Cuando se les vuelve consciente, lo pueden justificar (para que no sufra, para que esté mejor, etc.), pero un deseo no se explica. En todo caso, si a veces lo justifican es necesario entender por qué.

Creo que si no pueden vivir ese deseo (en la medida en que un deseo de muerte es un deseo, después de todo) es porque se les presenta de otra forma, se interpreta como deseo homicida. Se defienden del deseo de muerte porque lo viven como un deseo de matar.

¿Por qué ocurre esto? En casi todos los casos en que lo corroboré, la causa es una fijación en el complejo de Edipo, que es la matriz de un deseo parricida.

Esta fijación está también en un temor propio de personas adultas con miedo a que sus padres (que ya son viejos y, como sabemos, la muerte es un proceso natural en la vejez) se mueran.

Puede ser que estas personas digan que se debe a la desprotección que sentirían sin sus padres, pero ¿qué deseo da cuenta de haber llegado a la adultez con la expectativa de ser protegidos? ¿De qué, sino del propio deseo de muerte?

La versión homicida del deseo de muerte se refuerza con la culpa. Es última surge cuando alguien piensa en lo que se podría haber hecho si..., en lo que podría haber pasado si no hubiera pasado tal cosa, etc.

De este modo se entiende que para que el deseo de muerte no se vuelva un deseo de matar es necesario un duelo. Solo el duelo deja morir al otro y esta cuestión es importante porque permite hacer otra distinción clínica: entre el deseo de muerte y un deseo mortífero.

Este último es el que se expresa cuando se busca hacer vivir a alguien a cualquier precio. Esto ocurre por motivos culposos, pero el problema es que hacer vivir a alguien sobre cualquier costo suele ocasionarle dolor, lo mortifica.

Este es un dato curioso: podemos albergar un deseo de muerte, pero el deseo de hacer vivir no es un deseo en sentido estricto.

Todas estas disquisiciones son para mí un buen ejemplo para transmitir la vigencia del complejo de Edipo y el uso que tiene en la práctica analítica. De qué forma me sirve para hacer distinciones y orientar procesos terapéuticos.

Cuando leo que hay quienes critican el Edipo y no proponen otros ordenamientos clínicos (en casos concretos), sino que permanecen en una crítica abstracta y sin consecuencias, en la medida en que no exponen cómo se articulan en su práctica los argumentos con que se arrogan una verdad definitiva, me pregunto: ¿no tendrán que curarse de un deseo parricida aún?