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Cuando los republicanos retiraron a las mujeres del frente en la Guerra Civil

Una de las imágenes que forman parte del Museo Virtual de la Mujer Combatiente

Marta Borraz

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Mujeres armadas, en el frente, intentando contener el avance del fascismo sublevado en España el 18 de julio de 1936. A pesar de que la imagen habitual de la Guerra Civil es masculina, ellas no fueron una excepción: miles de mujeres decidieron alistarse desde el primer momento para batallar contra las tropas de Franco desafiando un rol tradicional de feminidad que, aunque la II República había intentado impugnar, seguía vigente. Recuperar su memoria es lo que pretende el Museo Virtual de la Mujer Combatiente, un proyecto online apoyado por la Secretaría de Estado de Memoria Democrática, el Ministerio de Igualdad y la Fundación Rosa Luxemburg abierto al público desde abril, pero presentado oficialmente esta pasada semana.

El proyecto, que bebe de la investigación Mujeres en guerra: vida y legado de las mujeres combatientes en la guerra civil española, ha buceado en archivos nacionales, internacionales y familiares para rescatar las experiencias vitales de las 3.226 milicianas que por el momento han podido documentar. Pero también para narrar una historia colectiva poco contada: la de su participación en la guerra y su posterior expulsión del frente. Y es que su retirada se produjo antes de tiempo, entre finales de 1936 y la primavera del 37, según pone de manifiesto esta investigación. Aún quedaban dos años para que la contienda finalizara.

Fue algo generalizado, aunque no todas las mujeres fueron relegadas. “Hemos documentado, de momento, 360 mujeres en el Ejército Republicano que siguieron e incluso estuvieron en batallas clave como Belchite o la del Ebro. Y es seguro que son más”, explica el historiador e investigador principal del proyecto, Gonzalo Berger. Sin embargo, sí hubo un “punto de inflexión” decisivo para el descenso numérico de las mujeres entre los republicanos, que se produjo con los decretos de militarización. A partir de entonces, muchas mujeres fueron enviadas a la retaguardia, a trabajos auxiliares o retornaron al trabajo o al hogar, según documenta el Museo Virtual de la Mujer Combatiente.

“No hubo una orden que excluyera o prohibiera la participación de las mujeres en las unidades militarizadas, y la prueba es que hay quienes continúan, pero la depuración sí se produce”, señala Berger, miembro del Grupo de Investigación Nexus de la Universitat Pompeu Fabra. Solo siguieron combatiendo si se lo permitían los jefes de las unidades o las propias organizaciones sindicales o políticas a las que pertenecían, pero “no se continuó alentando a su alistamiento y se impidió el reclutamiento”. La tendencia se consolidó con el paso de tiempo, de una forma “sutil”, explica el historiador, a base de “órdenes” de los jefes de columnas y “presión social y mediática”.

El motivo fue “evidente”, para Berger: “La concepción patriarcal y el orgullo de los hombres, que entiende que la mujer debe ocupar su lugar. Hay que tener en cuenta que el campo de combate y el Ejército es un espacio de construcción de la masculinidad”. También en el caso de los militantes de izquierda y antifascistas. “En cierta medida, de hecho, esta fue la motivación principal de las mujeres que fueron a combatir: reivindicar su presencia y sus derechos en un mundo que se estaba construyendo”, cree Berger. Y muestra de ello fueron las milicias formadas exclusivamente por mujeres que se articularon en algunos territorios.

La campaña de desprestigio que sufrieron

Una de las estrategias propagandísticas que más se extendió para argumentar su expulsión fue que su presencia favorecía la propagación de enfermedades de transmisión sexual entre los combatientes, asegura la investigación. Una idea que “estaba presente en las calles, en los centros de reclutamiento, en los sindicatos...”, cuenta Berger. “Al hecho de que hubiera mujeres se le asociaba sistemáticamente la prostitución y por tanto todas debían retirarse del frente. Se decía que las enfermedades mermaban las fuerzas y no era bueno para la vida militar”.

Algunas de estas mujeres, ha documentado el Museo Virtual de la Mujer Combatiente, se rebelaron contra esta campaña de descrédito que sufrieron. “Sí que había prostitutas, pero estaban sobre todo en la retaguardia, allí ejercían su oficio. Eso no tenía nada que ver con nosotras, con las que luchaban, y nuestros camaradas lo sabían muy bien. Ninguno se hubiera atrevido a acercarse demasiado, no nos veían como mujeres. ¡Ni que hubieran querido! Estábamos en las trincheras tan sucias y empiojadas como ellos. Luchábamos y vivíamos igual que ellos”, llegó a decir Fidela Fernández Velasco, popularmente conocida como Fifi, miembro de las Juventudes Comunistas.

La campaña que las asociaba a enfermedades no funcionó en todos los casos. Las milicianas “no son setas que aparecen el 18 de julio”, ilustra el investigador principal del proyecto, sino que son un grupo de mujeres “muy combativas, que vienen de organizaciones de militancia, así que muchas se niegan”. El último argumento que utilizó el bando republicano para justificar su expulsión fue que “la mujer es inferior al hombre” y no tiene las mismas capacidades para combatir, asegura Berger. En estos términos se pronunció el diario El Combate el 9 de octubre de 1936, de la columna Sur-Ebro:

“Es un organismo inevitablemente débil. Su formación corporal crea en la mujer dificultades serias para el combate. Los senos impiden la desenvoltura en el manejo del fusil. En la batalla hay que correr y la mujer no puede hacerlo como el hombre. Hay que emplear la fuerza y resistencia y sabemos por la mayor parte de las mujeres, por no decir todas, que no pueden mantener el fusil en puntería sin apoyo [...] Los hombres que vivimos la responsabilidad de estos momentos decisivos hemos de hacer que estas armas den su máximo rendimiento en las manos fuertes y vigorosas de los hombres. Lo contrario es sabotear nuestra revolución, nuestra economía y nuestra guerra”.

Esta campaña de descrédito se unió a otros motivos como la necesidad de cubrir a los hombres en la retaguardia o el trabajo. Hubo organizaciones de mujeres que apoyaron esta idea: “Los hombres al frente, las mujeres al trabajo”, esgrimía la anarquista y feminista Mujeres Libres en su prensa orgánica. También Mundo Obrero, órgano del PCE, pedía por esta razón el retorno de las mujeres en su edición del 8 de noviembre de 1936: “Han empuñado las armas con tanto o más coraje que los hombres [...] Pero ahora el deber primordial es dedicarse al trabajo en las industrias, comercios, oficinas. La marcha de la nación no debe ser interrumpida porque falten los brazos masculinos”.

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