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Calidad del aire en interiores, la reforma pendiente tras la pandemia: “Ventilar no es abrir las ventanas”

Escolares de un colegio de Canarias en la vuelta presencial a las clases tras las vacaciones de Navidad

Sofía Pérez Mendoza

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Mantener una buena ventilación de los espacios reduce mucho la posibilidad de contagiarse de coronavirus o de cualquier otro virus que circula por el aire. Tras dos años de pandemia lo tenemos claro, multitud de estudios lo respaldan, pero cada vez es más difícil encontrar un bar donde sigan abriendo ventanas y puertas o reuniones en casa en las que alguien recuerde que habría que hacerlo al menos de vez en cuando. Cuando el uso obligatorio de la mascarilla en interiores está a punto de decaer, ¿la preocupación por mantener una ventilación aceptable pasó? Es la eterna reforma pendiente, dicen las expertas consultadas, y ni siquiera la crisis del coronavirus ha empujado lo suficiente para pasar a la acción.

“Nos ha pillado la retirada de las mascarillas sin hacer los deberes en ventilación. Aunque a una parte de la población le ha cambiado la percepción, no ha habido ninguna consigna ni una actuación clara en este sentido. Hay lugares donde se han tomado medidas pero muchos menos de los que serían razonables por la situación que hemos vivido”, valora el catedrático en mecánica de fluidos Javier Ballester. “El virus nos ha condicionado la vida y ni aún así”, coincide Belén Zalba, profesora de la Universidad de Zaragoza cuyo campo de investigación es la climatización desde hace más de 30 años.

Algunos países están dando pasos. Bélgica acaba de aprobar exigir a los bares, restaurantes, teatros o gimnasios que monitoricen cuál es la calidad del aire y dispongan de medidores de CO2 a la vista. El CO2 es el aire que exhalamos y contiene partículas de virus si estamos infectados. El chivato, por decirlo de alguna manera, que nos alerta. En España algunas comunidades, como Asturias o Baleares, pidieron a los establecimientos hosteleros disponer de un medidor como condición para reabrir, pero en la práctica estas exigencias se diluyen y no se han mantenido siempre en el tiempo. También se hicieron inversiones para comprar para los colegios los llamados filtros HEPA, que no sirven para ventilar pero sí ayudan a filtrar las partículas para que haya menor carga vírica en el aire. Hay miles y miles de aulas y aquella solución no llegó a todas.

Lo primero es medir

Zalba, impulsora de una recogida de firmas con el objetivo de concienciar a las administraciones públicas y a las empresas privadas sobre la importancia que tiene la ventilación en la propagación del virus, es muy clara en su diagnóstico: España tiene un buen reglamento sobre el papel pero si no se hacen mediciones estamos ciegos. “El primer paso es medir. El dióxido de carbono es algo que existe, no es un fantasma”, añade Ballester.

Revisar que hay una buena calidad del aire –o, como dice Zalba, que al menos tenga las partículas diluidas para bajar su concentración y ser menos nocivas– requiere una inversión y un control que todavía no están en marcha de forma generalizada. El Reglamento de Instalaciones Térmicas en los Edificios (RITE) se aprobó en 2007 y marca cuatro niveles en función de la calidad del aire: la óptima se exige en hospitales clínicas, laboratorios y guarderías (750 ppm de concentración de CO2); la buena, en oficinas, residencias o aulas (900 ppm); la media, aplicable a bares, cines, gimnasios, hoteles o salas de fiesta (1.200 ppm), y la baja, que no se recomienda para ningún espacio (1.600 ppm).

¿Esto se cumple? Más en hospitales, por ejemplo, que en residencias, indica Zalba, como una hipótesis aunque no se puede generalizar porque no se han realizado las mediciones. En los colegios, la situación no es buena. Un estudio en el que colaboró la Universidad de Burgos realizó casi 142.000 mediciones en 36 centros de España antes de la pandemia. La nota: suspenso para la mayoría.

“Está demostrado que en diez minutos sin ventilar un aula hemos rebasado el límite, se acumula muy rápido el CO2”, señala Ballester, cuya experiencia personal al visitar centros y hacer mediciones es que casi ninguno tiene ventilación mecánica. “La mayoría tiene la artesanía de ventilar y si se maneja bien puede ser suficiente, pero es difícil. Yo doy clase a ingenieros que están en esto y tienen las ventanas cerradas”, cuenta. El ingeniero está trabajando desde hace dos meses con el grupo Aireamos, formado por expertos de centros de investigación y universidades, para elaborar una norma UNE a la que pueden adherirse las empresas u organismos que quieran para monitorizar de forma continua el CO2 de los interiores, como se hace con la temperatura y la humedad.

La “rentabilidad” de tener buen aire

“Es imprescindible medir para saber cuánto tienes que ventilar y hacer lo necesario. Cuando las temperaturas exteriores son muy bajas o muy altas, ventilar por ventana es un despilfarro, es como tirar billetes”, apunta Zalba, para quien abrir las ventanas es mejor que hacer nada porque lo prioritario es la salud y después, dice, la eficiencia. El problema es tomar esta medida como una solución a largo plazo. “Ventilar no es abrir ventanas, tiene un coste energético”, explica la profesora de la Universidad de Zaragoza, que acude con su aparato a todas partes. Antes era más caro comprar uno, ahora es posible por unos 200 euros. “En locales públicos deberíamos usar una ventilación mecánica de doble flujo con recuperación de calor y filtrado”, precisa.

La norma sobre el papel dice que todos los edificios de construcción posterior a 2007 deben tener sistemas de ventilación. El problema es que a los anteriores no les aplica el reglamento y el cumplimiento está sujeto a la rehabilitación, que depende por el momento más de “la voluntariedad que de la obligación”, según la profesora de la Universidad de Zaragoza.

La epidemióloga Anna Llupià, del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), es escéptica sobre si la COVID-19 va a dejar un reguero de conciencia sobre lo importante que es una buena ventilación. Para evitar el SARS-CoV-2 y también otros muchos virus respiratorios o partículas de contaminación (como las PM2 y PM10) que se cuelan en las casas, los trabajos, los hospitales o las residencias de las ciudades. “Hubo un retraso en la aceptación de la vía del aerosol como forma de transmisión”, recuerda.

Todas las expertas coinciden en que tener bien ventilados los espacios puede parece una inversión costosa, con escasa rentabilidad política, aparentemente. “Hay poca tolerabilidad a que comas algo y te pongas enfermo y algo parecido pasa con el agua del grifo, pero en cuestión de aire no estamos en este punto”, compara Llupià. A largo plazo, agrega Ballester, está demostrado que es “muy rentable”. “Si nos ponemos pragmáticos, tener un buen aire reduce el absentismo, por ejemplo, y mejora el rendimiento intelectual. Los beneficios superan al coste”.

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