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TOMA DE TIERRA
Una maleta de libros

Ilustración de la artista canaria Margullito.

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Conozco gente que lee mucho y viaja mucho tal como recomendaba Cervantes para saber mucho y ver mucho y, sin embargo, cuando regresan a sus casas más que regresar de otros mundos parecieran haber reforzado frente a la otredad sus violentos prejuicios, sus peores, sus manías certezas subjetivas acerca de lo que ven. Y es que leer, no puede salvar a nadie que no quiera ser salvado, no funciona así.

Por el contrario, conocí en mi infancia a personas prácticamente analfabetas funcionales pronunciar las palabras y expresiones de amor más bellas, profundas y generosas que escuché en mi vida. Por tanto, tan importante como salvar los libros es no menospreciar la humanidad de quienes no pueden, por el motivo que sea, disfrutar de ellos.

Lorca quería que la gente leyese en la inauguración de la biblioteca de su Fuente Vaqueros natal, no para medirse la vanidad con otro hombre en las tertulias, ni para atrincherarse en absurdas y minúsculas guerras de gramática y ortografía, sino para compartir el placer de intercambiar un acto tan íntimo como universal; el placer de saber, de aprender a pensar, de obtener libertad del espíritu. Y él mejor que nadie lo explicó en su discurso Medio pan y un libro:

“Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.”

El mundo tal cual está diseñado y evoluciona, para la ultraproductividad incluso de las tareas más íntimas de formación, ha olvidado que hay que leer muchas veces mal para encontrar uno de esos libros que iluminan el alma y que es ese camino lo que merece la pena. El auge de las adaptaciones cinematográficas de los clásicos, los audiolibros, que no son es sí mismo “malos”, nos alejan del placer de la concentración en una única tarea que solo repercute simple y llanamente en nuestro bienestar. Que no es monetizable. Que no es para Instagram.

Yo leo porque vi leer a mi padre desde que era muy pequeña y cuando le observaba en esa actividad era como si se hubiera ido muy lejos y pensaba: “yo quiero ir ahí, yo quiero estar ahí”. Será por esto que Dostoyevsky cuando estaba prisionero en la Siberia sólo pedía libros: “¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!”. Libros que era como pedir libertad. Libros era una forma de pedir amor.

Libros de las bibliotecas, libros prestados, intercambiados, arreglados, y si hay que comprar siempre en el barrio, para que sean la red que teje lo que sí podrá salvarnos que es la fraternidad.

Será por eso que Helene Hanff en su correspondencia de 84, Charing Cross Road, habla más de paz que todos los tratados políticos que existen. Del mismo modo que no puede existir homofobia en quien lea y abrace Memorias de Adriano o racismo en quien se comprometa con Descolonizar la mente y ya no hay quien tire el tabique que levantamos todas con Una habitación propia

En Canarias estos días vimos con admiración que las jóvenes más jóvenes sostenían, no tanto como consignas o banderas sino como escudos contra el futuro que les quieren imponer, versos de Pedro García Cabrera o de La Maleta de Lezcano.

Huye de quien te tire sus lecturas a la cara como si fueran una escalera de su ego y no un puente para acercarse a ti, para comprenderte. Recuerda sobre qué personas y pasiones escribió Galdós antes de morir prácticamente en la indigencia y ciego para años después ser nombrado de forma rimbombante. Recuerda quien llevó el peso de las tramas en las tabernas en las historias de reyes de Shakespeare antes de ser el padre de la lengua anglosajona y el ansiado texto de todos los actores y actrices.

Cuando murió mi padre quise heredar el último libro que leyó pero no fui capaz de pasar la página, lo dejé marcado, justo ahí, para poder encontrarnos.

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