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OPINION

Qué quedó de aquel viejo republicanismo

Macri salud a Milei en su asunción en el Congreso, el 10 de diciembre pasado.

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Vamos por casi tres meses de vigencia de un DNU inédito por la cantidad de leyes que pisotea, absolutamente inconstitucional por donde se lo mire, que además pulveriza cualquier noción de división del poder. No lo digo yo: lo afirman unánimemente todos los constitucionalistas del país. Incluso los que son de derecha y adorarían ver todas esas normas aprobadas, si fuesen enviadas para ser tratadas como ley, como corresponde. La vicepresidenta y el presidente de la cámara de Diputados se colocaron en la ilegalidad para tratar de evitar que el Congreso evalúe si es válido. Legisladores del PRO y la UCR idearon otro ardid para impedirlo. El Senado finalmente consiguió que se respeten sus fueros y lo rechazó. Pero votaron por defenderlo no solo los senadores “libertarios”, sino también los del PRO y la casi totalidad de la UCR. Los radicales dejaron solo al presidente del partido, que votó en contra (la famosa “disciplina partidaria” solo aplica cuando hay que aprobar leyes indefendibles, pero no para proteger las instituciones). El senador Luis Juez se sumó al bochorno: reconoció que “el DNU está mal hecho” y que tiene “agujeros jurídicos horribles”, pero de todos modos decidió acompañarlo. Porque, bueno, le parece una linda oportunidad que las derechas deben aprovechar como sea. 

Mientras tanto, la Corte Suprema sigue dejando correr la ilegalidad. Tiene en sus manos la demanda por inconstitucionalidad, pero decide no tratarla. Sus plazos y prioridades son muy llamativos. En 2021, demoró solamente 18 días para atender el pedido de Horacio Rodríguez Larreta de que haya clases presenciales durante la pandemia. En 2023, sólo le tomó dos meses determinar que la reelección de gobernadores es inconstitucional (lo pedían la UCR y el PRO contra candidatos peronistas) y no ahorró cautelares. Ahora no. Ni fallo ni cautelar. Al regresar de sus vacaciones, los cortesanos tuvieron tiempo, eso sí, para emitir un fallo que permite a los empleadores pagar menos por indemnizaciones. No así para considerar un DNU que pone fin a derechos laborales, entre otras cosas. Prioridades son prioridades: parece que las premuras de la Corte dependen del color político y de la clase del posible perjudicado.

El del DNU es apenas una de las violencias sobre el sistema republicano que nos trae la extrema derecha al poder. (Entre paréntesis: a ver si los medios locales se enteran de que “extrema derecha” es el término que define la orientación de este gobierno y por eso lo usa la prensa de todo el mundo, salvo la argentina). El protocolo de Patricia Bullrich, que atenta contra el derecho de reunión y el de protesta, es otro ejemplo transparente. Y eso si nos limitamos a las decisiones formales. Si pasamos a los estilos, el agravio constante de Milei a los opositores, a los legisladores e incluso a ciudadanos comunes, sus incitaciones apenas veladas a la violencia contra ellos, los aprietes abiertos y amenazas a senadores y gobernadores, deberían agregarse a la lista.

No hace falta tener mucha memoria para recordar que, hasta hace poquísimo tiempo, los políticos de Juntos por el Cambio, los medios de comunicación y el campo intelectual emitían alarmas cotidianas sobre la República en peligro inminente. Contra Cristina Fernández de Kirchner fueron atronadoras, a propósito de algunas políticas que efectivamente estaban reñidas con las instituciones –como las “candidaturas testimoniales”, el modo propuesto para la designación de jueces subrogantes o algún manejo en las designaciones del Consejo de la Magistratura–, pero que, por comparación con las primeras semanas de Milei (o incluso con el gobierno de Macri) parecen un juego de niños. A Alberto Fernández, que fue manso hasta la náusea, se lo acusó de promover nada menos que una “infectadura”. Que el expresidente levantara el dedo índice al hablar fue denunciado como obvio gesto autoritario, imperdonable. Milei repostea un mensaje en el que un dirigente de otro partido aparece representado como un niño al que violan cuatro adultos y no pasa nada. Una investigadora del CONICET, aspirante a legisladora del PRO, hizo toda una campaña presentándose como perseguida política de Alberto Fernández, a propósito de una mención que le dedicó el entonces presidente, simplemente para darle garantías de que nadie la molestaría. Hoy el vocero de Milei ataca de manera directa a otro investigador por los temas que elige investigar y desata sobre él la violencia de todos sus seguidores. A nadie le importa. En 2020, el anuncio de posible expropiación de Vicentín, una empresa que no paga una deuda millonaria que tiene con el Estado, causó pánicos republicanos. Hoy Milei y sus laderos convocan abiertamente a una rebelión fiscal contra el gobernador bonaerense porque osó aumentar un impuesto que pagan solo los ricos (en lugar de proponer, como ellos, que los asalariados sean los que paguen más impuestos). Es decir, las autoridades incitan a la población a cometer un delito. No pasa nada. El PRO, la UCR, la Coalición Cívica, todos mudos. La prensa se limita a informar desganada. 

¿Qué nos dice de nuestra vida política que quienes eran los más entusiastas defensores de la República en peligro hoy avalen los peores avasallamientos a la República que hayamos visto desde 1983? ¿Cómo entender que los supuestos defensores de la legalidad republicana estén en un verdadero cogobierno con Milei, un derechista extremo? Y para no cargar las tintas solo contra Milei y el PRO ¿Qué significa que la UCR, que supo ser abanderada de la República, tenga entre sus principales dirigentes a Gerardo Morales, que en Jujuy se comporta como un verdadero sultán, que convirtió a la Corte suprema provincial en un club de amigos suyos y encarcela personas por tuitear cosas que le desagrada leer?

“La libertad” que hoy nos anuncian viene bastante autoritaria. En 2015 y 2016 algunos de nosotros, casi en soledad, advertimos que Juntos por el Cambio (entonces se llamaba Cambiemos) venía utilizado los valores republicanos de manera instrumental y falaz, para excluir a supuestos “enemigos de la República”, para defender privilegios de grupos minoritarios y como estrategia de marketing para políticas y políticos de derecha, más interesados en limitar o torcer la soberanía popular que en defenderla. En ese momento algunos no lo veían y respondieron indignados. El tiempo saldó ese debate. 

“El búho de Minerva alza su vuelo en el crepúsculo”, decía un viejo filósofo, en referencia a que, a veces, solo se entiende un período a la luz de cómo termina. En este caso, para ser honestos, el desenlace era evidente desde el principio. No lo vio el que no supo o no quiso verlo. Dentro de algunos años, cuando se vaya debilitando la memoria de las humillaciones que esta época nos trae, la derecha volverá a intentar vendernos globos de colores, falsos cambios, nuevas políticas que apestan a naftalina, outsiders que desembarcan con el establishment de siempre, figuras antisistema adoradas por la casta de los millonarios y libertades que son opresiones. Ojalá que esta vez aprendamos.  

EA/MT

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