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Sobre este blog

Una liana es una cuerda repentina que aparece ante nuestros ojos en medio de la adversidad y que, como Tarzán entre los árboles, agarramos para movernos de un lugar a otro, para sortear obstáculos, para sentir la seguridad de algo firme que raspa las manos y a la vez sirve de apoyo. En este espacio mi intención es rescatar algunas lianas del universo cultural y del mundo del entretenimiento –dos avenidas anchísimas–, algunas cosas para aferrarnos fuerte en medio de nuestras selvas personales.

Que florezcan, entonces, mil.

Autora: Agustina Larrea

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Elogio de las piedras, algunos libros de marzo

Agustina Larrea

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Una liana es una cuerda repentina que aparece ante nuestros ojos en medio de la adversidad y que, como Tarzán entre los árboles, agarramos para movernos de un lugar a otro, para sortear obstáculos, para sentir la seguridad de algo firme que raspa las manos y a la vez sirve de apoyo. En este espacio mi intención es rescatar algunas lianas del universo cultural y del mundo del entretenimiento –dos avenidas anchísimas–, algunas cosas para aferrarnos fuerte en medio de nuestras selvas personales.

Que florezcan, entonces, mil.

Autora: Agustina Larrea

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Uno. “Es palo, es piedra, es el fin del camino”. Así empieza una de las canciones más lindas de la historia en una de las enumeraciones más lindas de la historia. Tom Jobim escribió Aguas de marzo en Poço Fundo, la casa-refugio que mandó a construir en la década del ‘70 a un par de horas de Río de Janeiro, frente a un río. Un proyecto de vida. El mito dice que, por consejo médico y porque necesitaba un lugar de reposo, se la encargó al arquitecto Wilfred Cordeiro, un amigo de su infancia, con algunas especificaciones: el sol tenía que pegar en las ventanas de las habitaciones por la mañana, las paredes que daban al sur debían ser ciegas para evitar los efectos del viento y de la lluvia del verano, los ambientes tenían que estar en altura, apartados del suelo para que no se filtrara la humedad; el techo tenía que tener tejas rojas. Aguas de marzo apareció de repente, según los investigadores brasileños Wagner Homem y Luiz Roberto Oliveira, cuando el artista tenía dos preocupaciones encima: la composición de Matita perê, otra de sus canciones, y el avance de las obras de aquella construcción. Aguas de marzo se grabó y se escuchó por todos lados. Quedó inmortalizada, entre otras, en la versión del propio Jobim con Elis Regina (Frank Sinatra afirmó que ese registro particular, que aparece en el disco Elis & Tom de 1974, es “lo más cercano a la perfección” que escuchó jamás). Para algunos expertos, la canción va siguiendo el vértigo de la construcción de una casa, ese plan que nunca se termina de ver completo y que apenas se asoma de a pedacitos. Un proyecto que salpica a martillazos y protege al mismo tiempo, ladrillo por ladrillo. Un clan de ritmos rotos, una sensación que se escapa, un impulso que hace fuerza por convertirse en palabras o fragmentos: palo, piedra, camino.

Dos. “Te levantás cada día y no sabés por dónde va a venir el palo”, “No hay palabras”, “Es una impotencia muy difícil de describir”. En ese sentido iban los comentarios que escuché esta semana infernal de marzo. Venían de compañeros de viejos trabajos, personas admiradas, amigos y amigas queridísimos. Estábamos frente a Télam (digresión en plan Yo y Platero: mi casa del sol naciente, la de las primeras veces, la de los maestros, la de una fe perdida). Nadie podía encontrar las palabras, ahí, justo, en la casa de las palabras, el lugar de la parte por el todo; en la puerta de esa fábrica de ladrillos que se cuecen para que otros después armen sus construcciones vistosas. Nos quedamos con las esquirlas, la casa amurallada, la lengua de roca.