Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
QUÉ ESCUCHAR

Déjenme brillar

Mignon
5 de julio de 2025 11:25 h

0

“En los cuadros aparecía la niña masculina en diversas actitudes. Bajo el pórtico de una Villa se la veía soñadora contemplando las estatuas del vestíbulo; aquí se dejaba mecer por una barca amarrada, allí trepaba a lo alto de un mástil como un marinero audaz”, escribía Johann Wolfgang von Goethe en el capítulo 7 de Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister. Wilhelm viajaba con un amigo, un pintor. Un paisajista que, sin embargo, se había dedicado, sobre todo, a retratar a Mignon. “Entre todos los cuadros había uno que destacaba. El artista lo había pintado antes de encontrar a Wilhelm y se había apoderado de todos los detalles del original. La desgraciada niña, cuyo sexo era difícil de precisar, se destaca tendida entre rocas y guijarros, alcanzada por la espuma de las cascadas, en medio de una horda difícil de describir que la tenía apresada.”

La novela publicada en 1796, según el filósofo Arthur Schopenauer una de las cuatro mejores de toda la historia, fue la segunda escrita por Goethe, funda un género, el de la novela de aprendizaje (bildungroman), y, a la vez, cuenta el propio aprendizaje del escritor. Y esa niña de 12 años, “cuyo sexo era difícil de precisar”, no sólo enamoró a Wilhelm (y a Goethe) sino a una larga lista de pintores y músicos y hasta al cineasta Wim Wenders, que filmó, en 1975, una adaptación de Peter Handke titulada El movimiento equivocado en que la pequeña Lolita germánica estuvo personificada por Nastassja Kinski, que en los créditos figuraba como Nakszynski y tenía entonces 14 años.

En el libro se cuenta cómo eran los cuadros y varios artistas de la época buscaron pintarlos a imagen y semejanza de las descripciones de Wilhelm Meister. El más célebre fue el díptico de Ary Scheffer (ilustración principal), donde Mignon “extraña a su tierra” y en que “aspira al cielo”. Wilhelm Schadow, por su parte, la pintó con alas de ángel y un laúd. Y William-Adolphe Bouguereau la retrató melancólica y rodeada de montañas.

Esos retratos rondan, en rigor, los temas de dos de las canciones mencionadas en el libro. En una, “Kennst du das land” (¿Conoces el país?), Mignon extraña a su tierra. Un recuerdo de Italia imaginado y posiblemente falso. La historia de su origen no es clara para ella; cree que ha sido raptada por un grupo de actores y músicos ambulantes pero se revelará que es el fruto de una relación incestuosa entre quien cree que es su madre adoptiva y su hermano, el arpista. La otra canción, “So lasst micht scheinen (”Déjame brillar“) habla de su espera de la muerte. Goethe, a través de Wilhelm Meister, se ocupaba de describir puntillosamente las melodías y las maneras adecuadas de cantarlas. Algo que debería haber funcionado como manual de instrucciones para los compositores que se atrevieron a musicalizarlas –que fueron muchos y muy importantes– pero que nadie tomó demasiado en cuenta. Es decir, todos ellos, empezando por Ludwig Van Beethoven y Franz Schubert, querían ser admirados por el admirado poeta pero se trataba de una causa perdida. Goethe quería que las canciones que abrevaran en sus textos fueran de extrema sencillez, sin sofisticación alguna, y eso era pedir demasiado.

La canción de añoranza por su tierra de infancia, a veces con el título original y en ocasiones simplemente como “Canción de Mignon”, fue musicalizada por Beethoven, por Louis Spohr, por Schubert (varias veces), por Robert Schumann, por Franz Liszt y por Hugo Wolf. Aquella en la que pide que la dejen brillar con su vestido blanco, antes de que se transforme y descienda “a la morada oscura”, es el texto de canciones de Schubert –una de las más bellas que compuso jamás–, Schumann y Wolf. Schumann escribió, además, un Requiem para Mignon, Alban Berg una canción de Mignon, Ambroise Thomas una ópera sobre ella y Henri Duparc un hermoso Romance. Otros personajes de la novela, entre ellos el arpista –el verdadero padre de Mignon– merecieron también canciones y la más famosa –y conmovedora– es la que Piotr Ilich Tchaikovsky escribió a partir de una traducción al ruso. Su título es “Nadie salvo el corazón solitario” y entre otras cosas, en una adaptación para violín y orquesta, cerraba por todo lo alto el final de la notable serie The Americans, cuando los espías regresaban a Rusia y veían Moscú desde la carretera. No fue la única vez en que la canción cruzó de fronteras. Con su letra en inglés, Frank Sinatra la grabó dos veces, en 1947 con arreglos de Alex Stordahl y doce años después con orquestación de Gordon Jenkins. Como no podía ser de otra manera, Brad Mehldau, un admirador inquebrantable de la filosofía y el romanticismo alemanes –tal vez sean lo mismo– escribió su propia “Canción de Mignon” que incluyó en el primer volumen de su serie The Art of the Trio, publicado en 1997 y donde los otros dos del consabido arte eran el contrabajista Larry Grenadier y el baterista Jorge Rossy.

DF/MF

Etiquetas
stats