Hasta acá llegamos, basta de odio

Desde el inicio de la administración libertaria el Presidente Javier Milei y su tropilla digital se dedicaron a hostigar, acosar y perseguir a cualquier sector que pudiera representar una amenaza de oposición o resistencia ante la idea de la “batalla cultural” y el discurso único.
Es que en su formulación el proyecto Mileista no se agotaba en la dolarización o la dinamita al Banco Central. Representaba también la faceta de un cambio social profundo en el país a tono con los proyectos de similar calaña en la región y el mundo.
El combate al “marxismo cultural” (en palabras del gurú Agustín Laje) incluye en la Argentina de Milei, el Salvador de Bukele, el Brasil de Bolsonaro, la Hungría de Orban o el Estados Unidos de Trump, la necesaria restitución de los “valores tradicionales”.
Sin “Dios, patria y familia” no hay paraíso. Y es por ello que en una operación constante se cuestionan todos y cada uno de los avances en materia de derechos y libertades conquistados especialmente tras la recuperación democrática de 1983.
Paradójico, ¿no? O no tanto. Parece que el proyecto de la “libertad” se construye restringiendo libertades individuales, cuestionando proyectos de vida y persiguiendo a quien piensa distinto.
En lo personal me tocó aprenderlo desde muy temprano. Apenas asumido como Diputado Nacional tuve claro que el proyecto mileista nos llevaba a un callejón de odio y estancamiento, justamente en el sentido contrario al que necesitaba el país para salir de la profunda crisis en la que nos encontrábamos.
Por eso alcé la voz contra el DNU 70/23 en un tórrido diciembre. Y con enorme convicción voté en contra de la ley Bases.
Allí comenzaron los ataques digitales. Una campaña orquestada y validada por el Ejecutivo a través de la Oficina de Presidencia de la República Argentina (OPRA). Un escrache a cielo abierto por “zurdo” y “narcosocialista”.
Sin dudas el proyecto presentado para develar qué había detrás de la OPRA y las decisiones gubernamentales publicadas a través de una cuenta fantasma controlada por Santiago Caputo, me valió la enemistad libertaria. Que en cuanto detectó que no sólo era socialista sino maricón, viró los ataques hacia el terreno de lo previsible: vincular mi orientación sexual con la pedofilia, el delito más aberrante que alguien podría cometer.
Pedófilo y tenedor de “pornografía infantil”. Ese era el señalamiento que se dejaba ver detrás de las amenazas de inminentes “allanamientos para secuestrar discos duros y pen drives”. Operativos a veces anunciados y otras veces reclamados a las autoridades. Esas amenazas y ataques pasaron a ser parte de la “normalidad”.
Y llegó el discurso de Davos y una nueva asociación homofóbica, pero en ese caso en palabras del Presidente Milei.
El repudio social, casi unánime, y la enorme marcha del 1 de febrero llevaron al coro oficialista a decir que Milei no había dicho lo que dijo. Que se lo había mal interpretado.
El ataque del que soy objeto hace más de una semana, y que tuvo su punto más alto en la “misa” libertaria, confirmó que nada se interpretó mal. Que Milei y sus seguidores piensan lo que dicen, y lo que sienten.
Después de más de un año de ataques llegó el momento de decir basta, hasta acá. No por mí, que tengo una banca y espacios en los cuales defenderme. Sino por cada piba o pibe, por cada persona del colectivo LGBTIQ+ que hoy está llegando al club, a la escuela, a la universidad o regresando a su casa y quizá se enfrente a la mirada prejuiciosa de alguien –tal vez un ser querido– que se esté preguntando íntimamente, ¿Será cierto eso que se dice?
EP/MG
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