El erotismo plateado
Erotoñal se instala en la paradoja habitual de haber querido ser mayor en la juventud y desear volver a la dinámica de aquel tiempo. Se trata de un libro sobre el erotismo y la vejez, escrito por Elena de la Aldea, autora de Los cuidados en tiempos de descuido y Lo común, la comuna y lo comunitario.
Nacida en Barcelona en 1938, la psicóloga y psicoterapeuta de grupos contextualiza los lugares de esta etapa en la historia y la cultura, escribiendo sin pudor sobre el placer, el goce y la sexualidad en el otoño de la existencia.
Al contrario del torbellino de desasosiego y éxtasis que el erotismo provoca en el despertar, la presencia del amor en los días plateados no desaparece, sino que resulta menos acuciante, más suave, descansada y serena.
El interés sobre el tema en la autora, de orgullosos y alegres 85 años, se activó ya hace tiempo con la salida de Nelson Mandela de la prisión y su casamiento con Samora Machel, la viuda del presidente de Mozambique. “Con ella reverdecí como una flor”, dijo entonces el líder de la lucha contra el apartheid.
El genial Charles Chaplin se enamoró de Oona O’Neill, 36 años menor que él y además de tener ocho hijos, mantuvieron una relación intensa hasta sus últimos días juntos.
La cantante y actriz Cher encontró a los 76 años un amor en Alexander Edwards, de 40. Catherine Zeta Jones, veintinco años menor que Michael Douglas, desafió las normas y permance a su lado. La diferencia de edad y el hecho de que uno sea un adulto mayor no es un obstáculo cuando hay amor.
El libro aborda la importancia de romper con el silencio, lo inspiradora que provoca la experiencia erótica ajena, los detalles sutiles de los encuentros afectivos en esta etapa de la vida avanzada, el placer pese al inevitable deterioro del cuerpo.
“Lo que no había previsto en absoluto en aquel cuerpo terso y liviano eran los pliegues, las arrugas y las partes que cuelgan. Sin embargo, tampoco había previsto la gran adquisición de estos tiempos: la impunidad, la libertad de hacer y decir lo que deseo”, dice una de sus entrevistadas, profesional de 84 años.
“Él es sabio y paciente, me da tiempo para ir llegando”, comenta una mujer de 80 sobre su pareja de 76. Su compañero desde hace cuarenta años destaca: “ella me provoca con todo su cuerpo, y valora todo lo que hago”.
Otra mujer, de89 años, cuenta que ha tenido amantes con momentos de plenitud y disfrute y otros en que la pasión se desvanecía. Esas situaciones no se diferenciaban de lo que le pasa en la actualidad, ya que como le sucede al resto de los mortales cada experiencia ha tenido sus luces y sombras.
Una entrevistada se preocupa por la disminución del deseo sexual en la posmenopausia y señala que a pesar de haberse sentido siempre bella y atractiva, teme ser invisible y poco valorada. Y otra construye con su cuidadora una relación amorosa, con relaciones sexuales incluidas.
Simone de Beauvoir escrutó las ramificaciones emocionales, sociales y filosóficas del proceso de envejecimiento. Eso sí, optó por una actitud negadora en lo personal: sacó todos los espejos de su casa para no enfrentarse a los cambios de la edad.
Desafiando clichés y estereotipos, De la Aldea escribe para darle palabras relucientes, con consciencia y respeto, a realidades ocultas, prohibidas, castigadas, vividas en silencio y con vergüenza. Como si diera permiso, la lectura de Erotoñal es una llave que se abre a la plenitud y cierra los temores.
Si en el pasado las relaciones anales y la masturbación eran lo más pecaminoso, hoy parece esencial tener un cuerpo de diseño, ser joven o aparentarlo y consumir siempre los productos elaborados por las industrias de la belleza y farmacéutica. La cultura cosmética y médico-céntrica nos quiere capturar como botín.
Esas subjetividades moldeables y modélicas se imponen desde el poder para que se reproduzcan a escala global, pero es imposible alcanzarlas y nos percibimos fracasados. De ser dependientes nos convertimos en nuestros propios explotadores: esclavos y amos a la vez. Son las formas más sofisticadas de la dominación.
Sin embargo, cada uno es único y el deseo no se extingue, ni con los años ni con el ejercicio de la opresión, que nunca es omnipotente. Es posible explorar nuevas formas de alcanzar sensaciones satisfactorias y nuevas formas de expresarlas. “Mi abuela, cuenta una joven, ”disfruta de la piel y el olor de su marido, porque dice que huele a pan tostado“.
Gestos sutiles como los que ofrecen las manos con sus caricias, la lentitud en los movimientos, las palabras tiernas o una mirada profunda pueden ser fuente de hedonismo, de reconocimiento, de orgasmos, de vitalidad. Siempre atendiendo a lo que la otra parte del binomio amoroso requiere y no encerrándose en la idea obstinada del “yo lo sé” y “no hace falta que me expliques”.
Las actividades creativas son alternativas para el deleite. Por eso, en Ringtone, de la bailarina Brenda Angiel, de sesenta años, conviven la danza como lenguaje y la propia biografía de una mujer que cierra los años de su juventud. Esta artista del movimiento toma las temáticas del paso del tiempo y los límites en su carrera para coreografiarlas.
Son hechos que los espectadores del espectáculo en Aérea Teatro no registrarían si la protagonista no lo dijera a modo de una catarsis, como si fuera una terapia escénica en la que se sacude, se estiliza, se expande, se empequeñece, ríe, abraza y se agiganta. Angiel baila sola y con su hija de 21 años, Sara Becker, además de incluir a sus alumnos Guillermo Pérez, Agustín Farfán, Celina Rodríguez, Agustín Salinas y Giselle Pezoa, convirtiendo la obra danzada en un espectáculo de profunda conexión entre generaciones.
Con potencia, humor y delicadeza, el Para Elisa, de Beethoven, y la versión de Sandro como fondo sonoro, vence el estereotipo de la edad y expone sus placeres y padecimientos. La pionera de la danza aérea cuenta que sufre una hernia discal y una artrosis de cadera, que la obligan a estar medicada en forma crónica para poder soportar el dolor.
Angiel había interrumpido su rol de intérprete para dedicarse a dirigir, pero volvió a bailar por un impulso vital pos-pandemia, que la sacó del estado de imposibilidad para goce propio y agradecimiento del público.
El contexto es fascinante y aterrador, dice De la Aldea. Se refiere a las amenazas de riesgo nuclear, los genocidios que vemos por la tele sin que el mundo entero grite y los denuncie, el consumo abusivo, sin límites a la vista. Sin embargo, la invitación al disfrute y el descubrimiento de la última etapa de la vida están disponibles. Se potencian con la apertura y participación en los colectivos. Son los grupos que se organizan, conversan, se apoyan y son ejemplo de que es posible vivir en mayor armonía, cuando se tejen redes afectivas que nos conectan.
LH/MF
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