El cuarteto de Córdoba, patrimonio de la Humanidad: una música para ser feliz que trascendió prejuicios y fronteras
La primera vez que fui a un baile de cuarteto en Córdoba corrían los 2000. Era adolescente y en el ingreso al lugar –un club deportivo popular– la policía no solo te hacía el clásico cacheo, te pedía sacarte hasta las zapatillas. La Mona Jiménez era el “mandamás” pero parte de la ciudad lo tildaba de “negro”. Tru-la-la era de los grupos más famosos y en los boliches sonaba La Barra. Rodrigo era visto como el renegado que se había ido a Buenos Aires a buscar la fama. Hace apenas dos sábados, La Mona llenó el campo del Estadio Único de La Plata –en 2023 tocó en el Obelisco–.
En noviembre La K’onga agotó –otra vez– la cancha de Vélez. En mayo se hizo la segunda edición del Festival Nacional del Cuarteto. Y en el Spotify Wrapped 2025, Euge Quevedo –vocalista de La Banda de Carlitos– apareció en el top 5, por encima de Lali y solo detrás de Emilia, María Becerra, TINI y Nicky Nicole. Esta semana la Unesco declaró al cuarteto como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. ¿Qué pasó para que algo históricamente popular –y muchas veces despreciado– haya alcanzado ese estatus a 80 años de su nacimiento?
El cuarteto nació de la mano de una mujer en 1943. Fue Leonor Marzano –hija de un empleado del ferrocarril que trasladó a su familia de Santa Fe a Córdoba– la creadora del tunga tunga. Inventó con su mano izquierda el golpe característico en el teclado que acentúa el primer tiempo fuerte (“tun”) y, con la derecha, el suave (“ga”). Le dio un giró inesperado a la mezcla de pasodoble español y tarantela italiana que sonaba en la provincia tras la llegada de los inmigrantes. Con la base de ese ritmo, su padre, Augusto Marzano, juntó el piano con su contrabajo, un acordeón –a cargo de Miguel Gelfo– y un violón. Nació El Cuarteto Característico Leo.
Oigan, señores, yo les quiero así contar / Con muchísima emoción dónde nació mi canto / Chispa, tonada, piano, bajo y acordeón / Así tocaba Leonor, ritmo de cuartetazo, homenajea Rodrigo a La Leo en su clásico “Soy cordobés”. La canción se editó en 1999, el mismo año en que La Mona grabó “Nuestro estilo cordobés”, que dice:
Yo sé que hay gente que rechaza la verdad / Y se avergüenza de esta pura realidad, / Al ritmo nuestro no lo van a sepultar, / Por que es muy puro, tiene estilo natural / Y defendemos con orgullo y mucho amor / Aquella herencia que mi Córdoba nos dio, / Y desde entonces late en mi corazón / Y lo percibe una nueva generación / Buenos Aires tiene el tango, y La Rioja con la Chaya, / Los Salteños con la zamba, en Corrientes el Chamamé, / En Santiago del Estero gozan de la Chacarera, / Y nosotros los cordobeses, cuarteteamos hasta morir / Al Tunga Tunga Tunga, no lo van a sepultar, / El ritmo del cuarteto nunca, nunca morirá…
El cuarteto es Córdoba y Córdoba es cuarteto. El folklore de mi provincia empezó en los márgenes y tuvo que transitar mucho para traspasar los límites de un fenómeno musical. La Leo debutó en la radio LV3 la tarde del viernes 4 de junio de 1943, pero tocó por primera vez en vivo en un pueblo rural, en Colonia Las Pichanas, a 153 kilómetros de la ciudad. El público iba en sulky a los bailes y los salones se alumbraban con sol de noche. El mito cuenta que Marzano le ponía sapos a su hija arriba del piano para que comieran los bichos que le daban vuelta por el peinado batido en esas noches campestres.
Recién en los 60 La Leo logró hacer pie en Córdoba capital. Y así le abrió paso a las otras tres bandas madre del estilo: Cuarteto Berna, Cuarteto de Oro y Carlitos Rolán. Sus miembros se cruzaban por amistad o parentesco. Y en ese escenario apareció un joven Juan Carlos Jiménez Rufino. Coquito Ramaló, que era novio de su tía Chela, le aconsejó probarse en el Cuarteto Berna –de Bernardo Bevilacqua– porque estaban buscando un cantante. Entonces La Mona tenía 15 años.
“Ni bien empecé a cantar con Berna mis amigos del barrio dejaron de darme bola. Un cantante de cuarteto era como una peste de la que había que huir”, cuenta el propio CMJ en su biografía. El cuarteto ya se escuchaba, pero el estigma también existía. En la dictadura los bailes eran suspendidos y los discos censurados. Durante el Mundial de 1978, los vinilos fueron retirados de las disquerías, se prohibieron las publicidades de los bailes y se requisaban los clubes. “El sonido del acordeón era prácticamente un insulto para los militares cordobeses”, destaca un documental del diario La Voz.
Entre 1971 y 1984 La Mona formó con Coquito Ramaló –ya formalmente su tío– el Cuarteto de Oro y a mediados de los 80 se lanzó como solista. En el país había terminado la dictadura y Jimenéz lo aprovechó. Gracias al éxito de canciones como “Quién se tomó todo el vino” o “Con una agujita de oro”, llegó al festival de Cosquín el sábado 27 de enero de 1988. Cien mil personas agotaron las bebidas y alimentos, la policía reprimió el desborde y el show se suspendió al quinto tema. El prejuicio sobre el cuarteto como expresión popular se profundizó: los diarios titularon “La noche negra de Cosquín”. Y recién en 2012 el artista volvió a tocar en la plaza Próspero Molina.
La Mona ya estaba fundido con la base social cordobesa y su historia refleja el valor popular del cuarteto. Ahí están las señas que inventó con las manos de todos los nombres de Córdoba –que luego expandió a todas las provincias del país–. Y sus letras –como las de otros cuarteteros– hablan de historias posibles en los márgenes y hacen protagonistas a los invisibles. “Amor secreto”, habla de una relación entre una mujer y un cura; “El Federal”, es la historia de un padre que asesina a su hijo ladrón; “Luis”, refleja a un taxista que sueña con cantar; “Mary la del burdel”, es una prostituta que muere en la calle solo acompañada por su hija; “La novia blanca”, le canta a la cocaína.
Aunque resistida, la música popular floreció en Córdoba con la primavera alfonsinista. También los cordobeses querían divertirse y apaciguar sus penas. Entonces sonaban Chebere, Tru-la-la, Sandunga, Los Principes del compás, Orly, Grupo Fuego, Santamarina. Y de mis 90-2000 recuerdo de memoria una lista interminable: el tridente clásico de Trula con El Loco Amato, Claudio Toledo y Ale Ceberio, pero también Sabroso, Banda XXI, Banda Express, Track 1 –que regresa este fin de año–, Megatrack, La Banda de Carlitos, Cachumba, La Fiesta...
El cuarteto llegó a fusionarse con el merengue gracias al dominicano Jean Carlos y al percusionista peruano Bam Bam Miranda –que tocó con La Mona–. Rodrigo dejó “sucesores” como en su momento lo fue Walter Olmos –que era catamarqueño y se escuchó mucho en Buenos Aires– y ahora Ulises Bueno o Magui Olave. Damián Córdoba homenajea mucho a Jiménez. Y hoy el ritmo adoptó sonidos pop y hasta trap, y le dio otra vuelta de rosca al ritmo con la nueva generación que representan La K’onga, Q’Lokura, Euge Quevedo, Luk Ra.
Tantos nombres, marcas, estilos y propuestas reflejan la riqueza de un género que se abrió paso a fuerza de pura pasión por la música. Y por lo inherente de lo popular que siempre sale a la superficie y no se puede negar. Con el tiempo ganó masividad hasta convertirse en una marca distintiva del cordobés, como el vino con Pritty, el fernet con Coca, el “culiado”, los chistes exagerados y las pretensiones de autonomía y grandeza, como dice el cartel a la salida del aeropuerto: “Welcome to the Republic of Córdoba”. Y logró quebrar todos los prejuicios, si hasta el Lollapalooza invitó en 2019 a La Mona en el hipódromo de San Isidro (no como mero consumo “irónico”).
Hoy el cuarteto representa el sentir de una ciudad y que llega a todo el país. Atraviesa a las clases sociales y representa una verdadera industria cultural: desde el permanente repertorio de bailes nocturnos hasta el último puesto de choripan callejero.
Tiene su día –el 4 junio– y su festival nacional. Tiene sus monumentos –a La Leo, La Mona o Rodrigo en el centro de Córdoba–. Su templo –el Sargento Cabral, donde tocaba todos los fines de semana Jiménez–. Un museo, que se inauguró en 2021. Y tiene, sobre todo, músicos, públicos y mucha vida por delante. Ya dejó de ser un patrimonio cordobés y es del mundo entero. Porque el tunga tunga es una música que hace bailar y hace feliz. Y no hay frontera que limite la alegría.
MC/CRM
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