Aislantes de lana de oveja y paredes de cáscara de maní: ¿Puede Argentina adaptar sus edificios a la crisis climática?

“Ir a lo elemental”, dice el arquitecto Gustavo San Juan, mientras recorre la obra que él coordinó, un edificio diseñado para adaptarse a las condiciones climáticas locales y funcionar con energías renovables.
La estructura, construida con técnicas y materiales respetuosos con el medioambiente, como ladrillos de plástico reciclado, pronto se convertirá en el Centro de Energías Renovables de la provincia de Buenos Aires.
Ubicada en la localidad de Gonnet, en el partido de la Plata, la obra será la sede del Programa de Energías Renovables (PROINGED), una instancia de gestión pública-privada que financia proyectos y desarrolla investigación sobre energías renovables y eficiencia energética en la provincia de Buenos Aires.

El nuevo edificio servirá para realizar actividades de investigación vinculadas con el trabajo de PROINGED. Fue construido bajo lógicas de bioconstrucción, un tipo de arquitectura que usa técnicas y materiales respetuosos con el ambiente.
Se trata de un proyecto que tendrá un carácter demostrativo de tecnologías innovadoras, sostiene San Juan, investigador del Instituto de Investigaciones y Políticas del Ambiente Construido de la ciudad de La Plata.
La estructura está construida con ladrillos fabricados a partir de tereftalato de polietileno reciclado, más conocido como PET, el plástico utilizado para botellas de bebidas y envases de alimentos; o micelio, una estructura similar a las raíces de los hongos. Otros materiales utilizados fueron tableros fabricados con cáscaras de maní y residuos agroindustriales; proteína de soja; adhesivos y aislantes de poliestireno expandido reciclado y lana de oveja. Estas tecnologías fueron desarrolladas por institutos de investigaciones y emprendimientos productivos de distintas ciudades del país, y en su mayoría apuntan al reciclaje y la puesta en circulación de materiales en desuso.

Un ejemplo es la lana de oveja, utilizada en el edificio para aislación termo-acústica en muros, techos y entrepisos. La lana fue provista por el emprendimiento Proyecto Abriga, una empresa de triple impacto.
“En Buenos Aires la lana de oveja no tiene un valor significativo para la industria textil y la queman, la entierran o la dan en parte de pago por la esquila. Nosotros utilizamos este recurso para paneles aislantes”, comenta Alejandra Núñez Berté, directora de Proyecto Abriga. “Toda la vida las personas se calentaron con el sol y fue recién con el petróleo y el aire acondicionado que lo olvidamos. Ahora, conscientes del daño, tenemos que recuperar estos saberes con visión en el siglo XXI. No podemos seguir construyendo como hace 40 años”, dice San Juan.
Construcción alta en carbono en Argentina
El sector mundial de la construcción contribuye de manera significativa al cambio climático. En 2022, fue responsable del 37% de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) y del 34% de la demanda energética, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Gran parte de esta demanda energética se destinó a necesidades operativas, como la calefacción y la refrigeración. En Argentina, la cifra de emisiones se repite, pero el consumo de energía llega al 40%.
El acero, el cemento, el hormigón y el aluminio, materiales requeridos en la construcción moderna, son responsables del 15% de las emisiones a nivel mundial. La etapa de producción de estos materiales es el momento donde más emisiones se generan.

En la industria de la construcción argentina predomina el uso de estos métodos tradicionales. “Se sigue utilizando mucho la construcción con cemento, ladrillo, hormigón y no se utilizan tanto otros materiales como hormigón prefabricado o madera reciclada, que apuntan a una mayor eficiencia en el consumo de energía y en el gasto de energía para construir”, comenta Miguel Ippolito, integrante de la Cámara Argentina de la Construcción.
Sin embargo, señala que hay un incremento de la construcción en seco, es decir de materiales prefabricados que no requieren uso de agua y que hacen más eficiente y rápida la construcción. El uso de construcción en seco reduce el consumo de combustible en un 60% y la producción de dióxido de carbono en un 22,5%.
Para Carolina Ganem, investigadora del Instituto de Ambiente, Hábitat y Energía del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en la provincia de Mendoza, hay un circuito “vicioso” entre los efectos del cambio climático y el modo en que estos afectan a las viviendas.
“Las temperaturas suben debido al incremento de emisiones antropogénicas y por lo tanto aumenta el uso de equipamiento para acondicionamiento térmico de las viviendas. Este uso, a su vez, genera un mayor número de emisiones y un incremento en el calor antropogénico residual que deriva de los mismos, que a su vez incrementa el calor en las ciudades”, comenta.
Alternativas en la construcción
Cuando en 2020 Ana Basso y su compañero comenzaron a imaginar su casa en la localidad de La Serranita, en la provincia de Córdoba, tenían algo claro: el proyecto sería una experiencia de autoconstrucción.
“Queríamos que fuese así no solo por la necesidad económica, sino también porque buscábamos ser parte del proceso. Desde el principio sabíamos que era un proyecto que nos llevaría tiempo”, comenta.
En diciembre de 2004 la familia se mudo a la casa, cuando terminaron de instalar las aberturas. “Incluso sin tener puertas ni ventanas colocadas, ya se notaba una diferencia térmica entre el interior y el exterior. Ahora, con todo instalado, la casa es muy fresca en verano y se siente abrigada en invierno”, relata.
El proyecto de La Serranita se basó en bastidores de madera como estructura portante, rellenos con paja alivianada humedecida con barbotina –una mezcla de arcilla y agua– para crear paredes, que posteriormente se revistieron con tierra.
“Los bastidores están divididos cada 60 centímetros, tienen una pequeña columna que va repartiendo todo el peso del techo de la estructura y hace que la fuerza de la casa esté más repartida”, comenta.

Hasta 2018, la estructura de bastidores de madera era considerada un método constructivo no tradicional y requería de un Certificado de Aptitud Técnica (CAT), una autorización que Argentina otorga a los sistemas constructivos innovadores después de ser sometidos a diferentes pruebas de seguridad. A partir de ese año, se lo reconoce como sistema tradicional y ya no necesita esta autorización técnica.
Para Leonardo Nucci, bioconstructor en la Patagonia argentina, hay confusión entre los sistemas tradicionales y no tradicionales. “Se suele llamar tradicional a la construcción en cemento o industrializada, cuando lo tradicional son las construcciones en tierra. El cemento no tiene más de un siglo de uso en Argentina, solo la industria se ha encargado de cambiar en nuestra conciencia colectiva las formas de construcción tradicionales”, señala.
Nucci forma parte de la Red Bioca, integrada por habitantes de El Bolsón en la provincia de Río Negro y los municipios de Lago Puelo, El Hoyo y Epuyén en la provincia de Chubut, que promueven la bioconstrucción para adaptar sistemas constructivos al clima frío y ventoso de la Patagonia.
Aunque la bioconstrucción es una técnica sostenible y culturalmente arraigada, en el país no existe reglamentación a nivel nacional que habilite jurídicamente la posibilidad de construir de esa manera.
“Ante la falta de una reglamentación común para construir con tierra a nivel nacional los municipios deciden según la información que tienen, eso explica por qué muchos proyectos de no consiguen la habilitación municipal para avanzar”, señala la arquitecta María Rosa Mandrini, de la Red Protierra Argentina, una entidad que promueve la construcción con tierra en todo el país.
En 2021 esta red publicó un proyecto de ordenanza para que los gobiernos locales puedan reglamentar la construcción con tierra. Este documento propone pautas locales para estandarizar técnicas y promover prácticas constructivas adecuadas.
Mandrini explica que los municipios de 15 provincias han aprobado desde entonces ordenanzas locales sobre bioconstrucción, mientras que tres provincias han promulgado leyes relacionadas con estos métodos. La amplitud de estas iniciativas, afirma, “demuestra la versatilidad que tiene este tipo de construcción para adaptarse a diferentes climas y zonas sísmicas”.
Eficiencia energética para combatir la pobreza
Argentina tiene un déficit habitacional que afecta a cuatro millones de familias: cerca de 1,6 millones no tienen casa y más de dos millones carecen de infraestructuras seguras, lo que muestra una urgencia en materia de vivienda social.
Las familias de sectores populares suelen autoconstruir sus viviendas sin diseño técnico ni enfoque de eficiencia energética, explica Salvador Gil, investigador de la Universidad Nacional de San Martín y especialista en sostenibilidad. “Esa es su casa y hay que entender esto como punto de partida para planificar cualquier mejora”, advierte.
La falta de aislamiento térmico en estos hogares incrementa la demanda energética y las familias recurren a fuentes caras y poco eficientes como la leña o el gas en garrafa, que puede costar hasta cinco veces más que el gas por red, e implica esfuerzo físico y costos de transporte.
“En estos casos, atender la eficiencia energética ayuda a mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero y también combate la pobreza. En países como el nuestro, esa es la clave”, afirma Gil y destaca la urgencia de implementar tecnologías eficientes y accesibles como lámparas LED, bombas de calor y ollas térmicas, que permitirían ahorrar en el pago de servicios.

Gil sugiere que la eficiencia energética debe ir acompañada de políticas públicas y de una organización social adecuada para garantizar que las tecnologías eficientes puedan ser apropiadas. “El rol del Estado es importante, pero el rol de la sociedad y su involucramiento me parece fundamental para esta transformación”, concluye.
El rol estatal
A nivel nacional existen regulaciones que promueven la eficiencia energética y la construcción sustentable, como la serie de normas IRAM 11600, que da pautas de referencia para acondicionamiento y aislamiento térmico, así como el ahorro de energía en calefacción. Sin embargo, especialistas coinciden que el carácter voluntario en la aplicación de estas normativas limita el avance hacia una construcción sostenible.
Todavía son los usuarios finales quienes tienen la decisión de incorporar o no criterios de sustentabilidad en la construcción
Ganem sostiene que sería clave establecer normas obligatorias según región climática, que exijan condiciones térmicas, energéticas y lumínicas mínimas en los edificios. Aplicar normas vigentes podría tener un impacto positivo.
Una regulación reciente es la creación en 2023 del Programa Nacional de Etiquetado de Viviendas (PRONEV), impulsado por la Secretaría de Energía, que evalúa el grado de requerimiento de energía que necesita una vivienda durante un año para satisfacer las necesidades de calefacción, refrigeración, calentamiento de agua sanitaria e iluminación.
Aunque es de carácter voluntario en gran parte del país, algunas provincias como Santa Fe cuentan con regulación propia y exigen el etiquetado a la hora de escriturar una vivienda.
El etiquetado considera factores como clima, sistemas constructivos, materiales, aberturas y ventilación, y permite estimar gastos de servicios y el impacto ambiental. Hasta el momento se han emitido 1.357 etiquetas y analizado 3.738 viviendas.
Carolina Sfeir, titular de la Dirección de Política Energética y Tarifaria de la provincia de Buenos Aires, enfatiza que para avanzar en la implementación de este programa hay que propiciar la regularización en los gobiernos locales y provinciales.
“Hay personas capacitadas [para evaluar energéticamente una vivienda] en todo el país y convenios [de cooperación para adherir al programa] en distintas provincias, pero no es que todas las viviendas nuevas tengan que tener este etiquetado. Todavía son los usuarios finales quienes tienen la decisión de incorporar o no criterios de sustentabilidad en la construcción”, señala.
Según la certificación LEED (Leadership in Energy and Environmental), la clasificación mundial más utilizada para medir la sostenibilidad de los edificios, Brasil y México lideran el rankinglatinoamericano en la construcción de edificios sustentables.
Argentina, si bien ocupa el quinto lugar entre los 10 países latinoamericanos que califican en la certificación LEED, mantiene un crecimiento sostenido y un aumento de la demanda de este tipo de viviendas. Además, la disponibilidad de normativas vigentes y la disposición de recursos naturales generan un panorama para fortalecer una industria constructiva más amigable con el ambiente.
Este artículo fue publicado originalmente en Dialoque Earth https://dialogue.earth/es/
0