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ENTREVISTA AL DIRECTOR MARCELO LOMBARDERO

Entre la ley y la justicia

Marcelo Lombardero

Diego Fischerman

1 de julio de 2025 12:39 h

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Billy Budd es tartamudo. Billy Budd es bello como un ángel. Ha matado a John Claggart, el maestro de armas. El oficial había mentido, acusándolo de un motín. El capitán Vere, sabiendo que es inocente, convoca un consejo de guerra y convalida la condena a la horca. “Es una nota discordante en ese mundo de crueldad y poderes inconmovibles”, define Marcelo Lombardero, el responsable de la puesta en escena de la ópera de Benjamin Britten, inspirada en la nouvelle de Herman Melville, que se estrena hoy en el Teatro Colón. Serán en total 8 funciones, a lo largo de casi dos semanas (ver recuadro).

El proyecto de estrenar en la Argentina esta ópera nació cuando Lombardero era el director del Teatro Argentino de La Plata. “En 2012 sale una serie de subsidios de la Fundación Britten-Pears para coproducciones de óperas de Britten. Entramos con el Argentino de La Plata junto con el Municipal de Santiago de Chile y ganamos ese concurso. Luego el Argentino fue desfinanciado, yo me fui del teatro y, finalmente, se hizo con Río de Janeiro”, cuenta el director de escena que, actualmente, está al frente de la Opera de México. “Estoy contento de que finalmente pueda estrenarse en la Argentina y en el Colón”, comenta. “Es una obra que me gusta mucho y es fundamental en el repertorio. Además, es terriblemente compleja. Son 22 roles solistas y ocho grupos corales distintos. Si no la hace el Colón no la puede hacer nadie. En esta ocasión tendrá dos elencos fantásticos y el director musical es muy bueno.”

Estrenada en una primera versión, en cuatro actos, en 1951, y revisada una década después, se presentó en su forma actual, en dos actos con un prólogo y un epílogo, en 1964. El libreto fue escrito por Edward Morgan Forster y un colaborador habitual de Britten, Eric Cozier, y presenta algunos cambios con respecto al texto de Melville. El más importante es el protagonismo del capitán –y es que un personaje principal tartamudo era sumamente dificultoso para una ópera– y el hecho de que en esta ocasión no muera al poco tiempo de la ejecución de Billy, pronunciando su nombre, sino que es quien, tiempo después, recuerda los hechos. “Lo que a mí me interesa mostrar de esta obra, más allá de la parábola bíblica, y de la lucha del bien contra el mal, como dos absolutos, es cómo un ser humano imperfecto, como todos, hasta mediocre, por decirlo de alguna manera, se ve enfrentado a discernir entre el orden legal y lo justo”, explica Lombardero. “El Capitán Vere está entre la disyuntiva que le presenta cumplir con una ley que preserva el orden establecido pero que sabe que significará un acto de injusticia. Un orden que existe para reprimir a la base social y que defiende, finalmente, privilegios de casta y de clase. En este mundo, que es un barco de guerra inglés, esa base está constituida por marineros reclutados a la fuerza, tratados con brutalidad, por el orden de los oficiales, y del capitán, que es el representante del rey, y por debajo de ellos, por la fuerza policial corporizada en los oficiales menores como Claggart.”

El director de escena remarca que “pocas veces, muy pocas veces, en una obra lírica se presenta una conjunción tan genial entre libreto y música”. Celebrado en vida por los grandes teatros, Britten cargó con el sayo de “músico oficial” en un siglo signado por la idea de las revoluciones y por la paradójica canonización de las vanguardias. La mayoría de los libros escritos en esa centuria acerca de la música contemporánea de tradición académica directamente pasaba por arriba de la figura de Britten, asignándole el peor de los calificativos posibles: conservador. Lo cierto es que no lo fue. Afirmado en una fuerte tradición inglesa, la del teatro, fue el creador de obras maestras que no solo presentan un funcionamiento dramático impecable –y, sí, tradicional– sino una arquitectura musical tan perfecta como indudablemente moderna. A la luz del posmodernismo –y del pos posmodernismo–, Britten se adelantó a su época en la manera de releer la historia y resignificarla. Mal que le pesara a los epígonos de las vanguardias, las obras de Britten –y su fuerte relación con la literatura–, la complejidad musical y la riqueza de interpretaciones que los textos de sus óperas permiten, sólo podrían pertenecer al siglo XX.

“Obviamente es un buque de guerra. Obviamente es una obra de hombres. No hay allí mujeres. Y obviamente el compositor es Britten y el libretista es Forster, ambos homosexuales, y la tentación es convertir la obra en un manifiesto, a partir de todas las tensiones sexuales y homoeróticas que están latentes”, pormenoriza Lombardero. “Como dije antes, está lo bíblico, esas tres monedas de oro, la aparición de Claggart, que es una especie de Judas, del capitán como un Poncio Pilatos que se lava las manos y Billy como el ángel ajusticiado y sacrificado. Pero es imposible hablar de todo y yo decidí que tanto allí como en el contenido de lo homosexual reprimido, fuera el texto –y sus ocultamientos y ambigüedades– el que hablara. No es común que haga una puesta buscando la reconstrucción de época y la literalidad en relación con el texto pero, en este caso, hubo una intención consciente de que la obra transcurriera en el lugar y en la época de la novela corta de Melville. En un barco y en 1797, en los albores de la Revolución Francesa, donde este grupo de ingleses, que son sojuzgados por la corona, van a defender a esa misma corona. Se trata de crear un mundo a partir de un espacio reducido y con un género determinado. No hay aquí historias de amor. Es una obra donde, sobre el final, el capitán dice haber visto la bondad frente a sus ojos y haberse sentido aterrado. No es la maldad lo que lo asusta. Es la presencia de la bondad.”

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