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ENSAYO GENERAL

La propia época

El escritor y crítico inglés Alan Hollinghurst

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Me había anotado hace unos meses “leer La línea de la belleza”, una novela publicada en el año 2004 por el autor inglés Alan Hollinghurst, y que ganó el Man Booker ese mismo año, pero no me acordaba por qué me importaba leer ese libro. Hace unos días lo empecé y lo recordé: La línea de la belleza sigue las aventuras de Nick Guest, un joven gay de veinte años que por esas cosas tan inglesas de la vida está “de visita” en la casa de un amigo millonario por algo así como un mes, a cargo de estar atento a una hermana depresiva mientras los padres de su amigo están de viaje. Cuando Toby, el amigo millonario de Nick, decide a irse a vivir solo, los padres de Toby deciden proponerle a Nick que se quede viviendo con ellos por tiempo indefinido, dado que Catherine, la muchacha en cuestión, parece haberle tomado cariño. El detalle es que Gerald Fedden, el padre de Toby, acaba de ser elegido como miembro del Parlamento inglés por el partido Conservador.

Me gustan los libros que se toman en serio la relación de una sociedad con la política pero se tratan de otra cosa, y así es La línea de la belleza. El foco de la novela está puesto en las relaciones tensas y ambiguas que se arman entre Nick, sus nuevos amores y la familia que lo aloja, relaciones afectadas, por supuesto, por la homosexualidad de Nick, pero mucho más por su condición de invitado de clase media en una casa de gente prácticamente noble. Todo me hizo acordar a la película Cuatro bodas y un funeral, filmada también en Inglaterra, diez años antes de la publicación de la novela, desde la ambigüedad de la relación con la homosexualidad (se puede vivir una vida gay mientras no se haga demasiado alarde de eso) y también esa omnipresencia de la cuestión de la clase social y los apellidos, lo aceptado que tenían en la sociedad inglesa, al menos en esa época, vivir una estratificación casi medieval. Hollinghurst, valiéndose de la perspectiva de su protagonista, hace un análisis muy sutil de esas jerarquías: en un pasaje que me encantó describe, por ejemplo, el tono que Nick adoptaba cuando hablaba con los padres de su amigo, un tono que invariablemente tenía que ser celebratorio; incluso si había una discusión, tenía una conciencia sempiterna de que su rol era maximizar los acuerdos con los dueños de casa, hacerlos sentir que siempre tenían aunque más no fuera un poco de razón, sobre todo al padre. La novela se enfoca, entonces, en estas cuestiones íntimas y personales, pero el trasfondo del thatcherismo como clima de época aparece todo el tiempo, y la novela claramente formula una pregunta (que nunca termina de responder) sobre el vínculo entre esta hegemonía política del conservadurismo y estas relaciones sociales tan jerárquicas e incuestionadas. Recordé, entonces, que por eso me anoté que quería leer esta novela: porque hace bastante que me pregunto por la relación entre la hegemonía conservadora actual y nuestras intimidades, y creo que esa relación debe ser más compleja y más sutil que sencillamente hablar de tradwives o el meme que esté de moda en TikTok esa semana.

Pienso que hay algo muy bien pensado y contado en la novela de Hollinghurst que puede ser muy británico pero hoy lo vemos en todo el mundo, y es la extensión y normalización absoluta de la aspiracionalidad. El tono de la novela es crítico de la desigualdad y el privilegio, claramente consciente de la injusticia y el absurdo de la vida de los millonarios, pero el personaje principal empieza de alguna manera reconociendo y aceptando el rol que le toca. Es en esa aceptación muda de la jerarquía social, creo yo, donde más se ve el clima conservador del thatcherismo. Esta misma celebración acrítica de la riqueza, los ricos y sus valores caracteriza el mainstream hoy, en Argentina pero también en el mundo. En Estados Unidos los millonarios son cada vez más influencers; ya no es cierto eso de que “a los tipos más ricos del mundo no les conocemos las caras”. Conocemos sus caras, sus casas, sus dietas y las de sus esposas. Los jóvenes los tienen de modelos, incluso más que a las celebrities tradicionales del espectáculo.

Lo interesante es que, en la trama de La línea de la belleza, la madurez del personaje de Nick está dada por el abandono de esta aspiracionalidad. A medida que Nick se va enamorando y haciendo nuevos amigos, va construyendo un mundo propio: el mundo gay, una especie de universo paralelo a ese tan organizado por jerarquías en el que terminó por ser un chico de clase media con ganas de escalar. Las historias clásicas de iniciación del siglo XX, tanto las de ficción como las biográficas de sus autores, se trataban de eso: nacer en un espacio marcado por ideas conservadoras (ideas de dominio, si nacías rico; ideas de sumisión, si nacías pobre) y descubrir (mitad descubrir, mitad inventar) la posibilidad de una vida diferente, valores diferentes, deseos y aspiraciones diferentes. Cuando los libertarios y algunos neoperonistas se entusiasman con la vuelta a la tradición parecen desconocer que la gracia de la mayoría de nuestros grandes autores fue hacer el camino inverso: nacer judíos o católicos para volverse comunistas, no al revés. No digo que tenga nada de malo, pero más que volver a la tradición están probando algo nuevo. En cualquier caso, creo que si hay algo para recuperar en la joven tradición de los últimos cien o tal vez incluso doscientos años es la idea de que madurar no es aceptar la moral de los padres sino inventar una propia; fundar la propia época en lugar de limitarse a reproducirla.

TT/MF

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