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QUÉ ESCUCHAR

“Volver con alguna verdad”

Roxana Amed

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Hay una palabra fatídica: cover. Es una palabra que en el jazz no existe. Mal podría hablarse de “cubrir” cuando la propia materia de esta música es convertirlo todo en propio. Se trata, más bien, de des-cubrir. De develar. De revelar aquello que estaba oculto. El jazz dialoga permanentemente con su historia. Una historia construida, a su vez, por lecturas y relecturas. Todos los fuegos, el reciente último disco de Roxana Amed, pone en práctica esa esencia y parte de una serie de canciones compuestas por cuatro de los compositores más importantes de ese campo difuso conocido como “rock nacional”. En esa idea, en la de pensar esas piezas como punto de partida y no de llegada, radica su primera gran virtud. No es la única.

El jazz se trata, a grandes rasgos, de “volver a tocar” lo ya tocado y de “volver con alguna verdad”, para tomar dos frases de “Dejaste ver tu corazón”, una de las dos canciones de La La La –aquel encuentro entre Luis Alberto Spinetta y Fito Páez–, incluidas en este disco. Pero para los cantantes no es tarea fácil. Si para cualquier instrumentista el secreto pasa por lograr la máxima distancia posible sin que se pierda totalmente de vista el objeto original, para quienes cantan se trata exactamente de lo contrario: mantenerse tan cerca como se pueda, sin dejar de ser creativo. El instrumentista se vale de los solos. Los cantantes están solos todo el tiempo pero no hacen solos. Pueden variar, hasta cierto punto, las melodías. Pueden improvisar en algún momento. Pero una canción es una canción.

Parte de la originalidad de los cantantes es su propia voz: la belleza del timbre, el color. Y en muchos casos no hay nada más, lo que, por otra parte, no está nada mal. A quién podría molestarle una bella voz cantando una bella canción. Podría pensarse, no obstante, que en ese caso no se trataría de arte sino de decoración de interiores. Amed, como Abbey Licoln, Dee Dee Bridgewater, Betty Carter o Cassandra Wilson pertenece a otra clase. A la de las creadoras. Las que fundan un estilo y defienden una estética. No se trata solamente de interpretar canciones poco usuales. Como en el caso del pianista Adrián Iaies, alguien con quien Amed ha tocado (y con quien grabó el notable Cinemateca Finlandesa), lo importante es qué se hace con ellas. O, dicho de otra manera, hasta qué punto se las convierte en materia propia. Y allí es donde aparece la segunda gran virtud de Roxana Amed. Saber la diferencia entre una buena idea y un concepto.

Hacer un disco de jazz con clásicos del rock puede ser una buena idea. Entender cada uno de esos clásicos como una masilla a la que modelar y lograr que esa nueva figura, lejos de traicionarla, la “vuelva a mostrar” con “alguna (nueva) verdad” obedece a un concepto en el que el tratamiento instrumental (y, antes, la elección de los músicos) resulta esencial. El genial Leo Genovese en piano y teclados (integrante del último cuarteto de Wayne Shorter; pieza fundamental de mucha de la producción de Esperanza Spalding), el saxofonista Mark Small (que integra la Darcy James Argue’s Secret Society), Tim Lefebvre (que tocó con David Bowie entre otros) en bajo eléctrico y el baterista Kenny Wollesen (miembro del trío de Bill Frisell) son quienes, junto con Amed, tejen la trama en que cada una de las canciones de Todos los fuegos encuentra, sin forzamiento alguno, una nueva vida que parece haberle pertenecido desde siempre.

Otra pieza de La La La, “Asilo en tu corazón”, más “Vida siempre” –de Bajo Belgrano– y “La sed verdadera” –de Artaud– marcan la presencia de Spinetta –alguien que, en sus acentuaciones y en sus acordes nunca fue demasiado ajeno al jazz–. Páez, además de la mencionada “Dejaste ver tu corazón”, firma “Ciudad de pobres corazones”, la única pista que tiene como arreglador, en lugar de Genovese, al tecladista Martin Bejarano. Dos temas de Peperina, de Serú Girán, pertenecen a Charly García, “Salir de la melancolía” y “Cinema verité”. Y otros dos, “Corazón delator” y “Verbo carne” son de Gustavo Cerati (el primero incluido en Doble vida, de Soda Stereo y el segundo de Bocanada, su disco solista de 1999. El disco se completa con una toma alternativa de “La sed verdadera”, con una presencia más prominente del piano y sin las ráfagas de Small en el saxo soprano, y un tema compuesto por Genovese y Amed, “Diamonds”.

Joe Monticello en flauta (fantástico en “Vida siempre”), Aaron Lebos en guitarra eléctrica y Samuel Torres en percusión, se agregan al equipo principal como invitados. Y Amed se agrega a sí misma en coros (siempre imaginativos). Los arreglos de Genovese, por su parte, son de un gran refinamiento y, al mismo tiempo, suenan sin afectación alguna. Grabado y mezclado en Los Estados Unidos, donde Amed reside desde hace más de diez años, Todos los fuegos exhibe la infrecuente cualidad de ser complejo en su factura y fácil en su escucha. El título remite, según su creadora, a uno de los elementos principales de la naturaleza, pero la referencia a Cortázar resulta inevitable. Como en los cuentos de Todos los fuegos el fuego, aquel famoso libro, lo cotidiano se desliza, sin aviso, hacia lo imprevisto.

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