Punto de Encuentro es un espacio de Amnistía Internacional para amplificar las voces y miradas de periodistas, comunicadoras y fotógrafas que trabajan en temas relacionados con mujeres y disidencias.
En un contexto de violencia creciente contra activistas de derechos humanos y ante la reducción de estas agendas en muchos medios masivos de comunicación, Amnistía Internacional y elDiarioAR se unen para dar un espacio destacado a contenido federal e inclusivo.
El rol de periodistas feministas ha sido clave en los avances de los últimos años y el ejercicio profesional riguroso y libre es clave para garantizar esas conquistas que son para toda la sociedad.
Punto de Encuentro pretende ser precisamente un espacio de coincidencia, pero también de debate constructivo. Porque no se puede ser feminista en soledad.
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“Las máquinas las manejo yo”: mujeres mendocinas al frente de sus cooperativas rurales
Negocian los precios, toman decisiones y organizan maquinarias, todos roles tradicionalmente masculinos.
Celia, Rosita y Dhanna. Están al frente de sus campos, negocian precios y trabajan en organización comunitaria que respete el lugar de las mujeres en un espacio tradicionalmente de hombres Andrés Larrovere para Punto de Encuentro
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Celia, Rosita y Dhanna viven y trabajan en el campo. Están en diferentes organizaciones productivas pero tienen en común más allá de la geografía y es que las tres encarnan una manera revolucionaria de habitar la escasa tierra productiva de Mendoza: han decidido no trabajar para un patrón, sino producir de igual a igual con ellos, presidir cooperativas y dirigir actividades que antes estaban reservadas solo a los varones en la ruralidad.
En Mendoza esto no solo implica realizar tareas de siembra, poda y cosecha, sino sentarse y discutir los precios de lo que se produce, compartir la posesión del ganado con los varones, manejar las máquinas y los tractores y dar órdenes e indicaciones sin distinción de géneros.
Nada de todo esto ha sido fácil, ellas mismas lo dicen. El presente es el resultado de pequeñas conquistas diarias, un trabajo de hormigas que estas mujeres campesinas han llevado adelante con infinita paciencia pero con infinita firmeza. Este logro trajo aparejado otros: por ejemplo, compartir los quehaceres del hogar y las tareas de cuidado con los varones.
Son conscientes de que no todas lo logran, pero ellas también trabajan para acompañar a otras mujeres en este camino.
Rosita Ibaceta y Celia Mayorga. Son madres y destacan la sobrecarga que implica para las campesinas seguir a cargo de las tareas de cuidado a pesar de trabajar jornadas completas
Andrés Larrovere para Punto de Encuentro
Dueña de la tierra
Celia Mayorga tiene 47 años, un hijo de 24 y dos nietas. Toda la vida trabajó la tierra, pero la tierra no era suya. Fue cosechadora y vivió en carne propia la precarización laboral y las difíciles condiciones de vida. Celia entendió que para salir de esa opresión, el camino era reunirse en comunidad y poseer la tierra. Y esto fue lo que hizo, junto con un grupo de compañeras y compañeros y respaldados por el trabajo de la Unión de Trabajadores Rurales Sin Tierra (UST), dieron con una finca abandonada que debía años de canon del uso del agua. Esto en Mendoza es fundamental, porque sin el permiso otorgado por el Departamento General de Irrigación, no hay siembra ni cosecha posible.
Primero pagaron la deuda y hoy trabajan una finca de 10 hectáreas ubicada en el distrito de Jocolí, una pequeña localidad del departamento de Lavalle, en las que tienen producción hortícola sin agroquímicos.
Sin embargo, Celia no olvida de dónde viene. Aún hay mucho trabajo por hacer para mejorar las condiciones de vida de las mujeres campesinas.
Estudiar y enseñar sin dejar el territorio
Rosita Ibaceta es la más joven del grupo: con 31 está casada y tiene dos niños. Pertenece a una generación que ya entendió algunas cosas de entrada: nunca dudó de la importancia de compartir la crianza de sus hijos con su esposo, y si se quedó viviendo en Jocolí fue porque así lo decidió y se preparó para esto. Estudió la secundaria en la escuela campesina, un proyecto que dejó de existir en el 2023 y que les permitía a los chicos y chicas de Lavalle permanecer en su pueblo y adquirir conocimientos para trabajar la tierra.
Después Rosita se recibió de Técnica Superior en Agronomía y actualmente da seguimiento técnico al sector productivo en el Centro de Educación Formación e Investigación Campesina (Cefic) que es la unidad pedagógica que permaneció luego del cierre de la Escuela Campesina de Agroecología.
¿Qué significa esto? Que Rosita supervisa todo lo que se produce en la huerta y además, junto con Celia, son las que dirigen el servicio de corte de la alfalfa que brinda el Cefic a la comunidad de la localidad de Jocolí. Una tarea que históricamente realizaban los varones. Eso era antes.
Rosita muchas veces va a trabajar con sus hijos. No lo hace estrictamente porque no tenga con quien dejarlos sino que es una posibilidad que tienen las mujeres que trabajan en esta comunidad: darle prioridad a la crianza de sus hijos. Esta realidad es una excepción para las trabajadoras del campo fuera de este tipo de organizaciones comunitarias.
Celia fue cosechadora. Hoy está al frente de una organización cooperativa de 10 hectáreas en el distrito de Jocolí, una pequeña localidad del departamento de Lavalle
Andrés Larrovere para Punto de Encuentro
Trans y presidenta
Dhanna Pilar Moyano (37) es una mujer trans que se dedica a la crianza de chivos. Vive en Agua de las Avispas, un pequeño distrito de Luján de Cuyo. Allí no solo cría a sus chivos sino que es presidenta de una cooperativa llamada “El Avispero”.
Integrante de una familia rural muy numerosa, Dhanna fue la única que quiso quedarse en el campo para llevar adelante la actividad familiar que no se limita a criar a los animales, sino a vender la carne, el cuero y otros productos derivados, como el guano, que sirve como combustible en invierno.
¿Es fácil ser una chica trans en el campo? La pregunta cae en medio de la mesa en la que las cuatro compartimos el mate, mientras se escucha el sonido de los animales que ya piden ser alimentados. La respuesta también llega certera y clara: “definitivamente no lo es”, señala Dhanna. Pero inmediatamente señala que ninguno de los derechos que han conquistado las mujeres campesinas de Mendoza han sido fáciles de conseguir.
“Siendo una mujer trans, mis opciones eran trabajar en la calle, o vivir en el campo y dedicarme a criar chivos, que es lo que siempre hizo mi familia. Y elegí la segunda opción”, asegura.
Ella siempre tuvo apoyo familiar y esto la ayudó a afrontar todo lo difícil que pudo venir después. En su pueblo, Dhanna es muy respetada y por esto la eligieron por segundo periodo consecutivo como presidenta de la cooperativa.
Hasta hace poco estaba en pareja y su vida era más sencilla porque compartía las tareas del cuidado de los animales y las de su casa. Desde hace un tiempo, lo hace sola y a pesar de que un poco le pesa tanto trabajo, sigue con todas sus actividades que también incluyen la militancia para lograr políticas públicas para su sector.
Mujeres que dirigen
Las tres mujeres han ido ganando terreno al machismo en el campo, un trabajo lento y constante que ha requerido de paciencia. De tanta paciencia como la que lleva respetar los ciclos de las plantas: sembrar, cuidar la producción, cosechar y guardar las semillas, para después volver a sembrar.
Rosita estudió la secundaria en la escuela campesina que les permitía a los chicos y chicas de Lavalle permanecer en su pueblo y adquirir conocimientos para trabajar la tierra. Dejó de existir en 2023
Andrés Larrovere para Punto de Encuentro
En el caso de Dhanna, su gran conquista es sentarse a negociar el precio de la carne. Para que se entienda: jamás una mujer había tenido un lugar en estas mesas de negociación, históricamente integradas por varones y que una mujer trans ocupe este lugar es casi impensado. Pero quienes conocen a Dhanna, pueden entender que ella es una gran militante por los derechos de las mujeres y no solo los propios, sino los de sus compañeras.
El Avispero es uno de sus grandes logros y hasta tiene un festival propio, aunque Dhanna juega con que es “un festival medio machirulo”. Un chiste. Se trata del Festival del Matucho, y el matucho es el macho cabrío, el semental de la manada.
Este festival también es una conquista política, porque en Mendoza, los crianceros de chivos que fijan los precios y son protagonistas del mercado de carne se encuentran mucho más al sur, en el departamento de Malargüe, en torno al Festival del Chivo. “Ahí si van los políticos, y a ellos los tienen en cuenta”, se queja Dhanna.
Ser tenidos en cuenta es por ejemplo recuperar la campaña de vacunación masiva de animales, una tarea que antes realizaba el gobierno y que hace años ya no se hace. Esto les permitiría tener mayor productividad, pero por el momento no lo han logrado.
Hablar de plata
Celia también es dirigente en su comunidad: es la presidenta de la cooperativa que integra y una de sus tareas es idéntica a la de Dhanna: sentarse a discutir los precios de la producción de igual a igual con los varones, sobre todo del tomate agroecológico que producen en su finca.
En el Cefic, Celia es la coordinadora del sector de maquinarias agrícolas. Básicamente, tienen dos tipos de máquinas para realizar servicios, que no son fáciles de conseguir para los pequeños productores: la segadora, que es la que hace el corte, rastrillaje y enfardado de alfalfa y el equipo de maquinaria agrícola, integrado por el tractor y los implementos de preparación de la tierra para horticultura y labores culturales, como el surqueado, la siembra y el desmalezado.
Es con Celia que muchos campesinos se tienen que juntar a discutir cuándo y cómo contratar estos servicios. Difícil tarea ha sido hacerles entender a los varones que esto lo tienen que coordinar con mujeres. “Por ahí todavía me piden hablar con algún hombre de acá de la organización, les cuesta entender que las máquinas las manejo yo”, asegura.
Dhanna es presidenta de la cooperativa en Agua de las Avispas. Es productora caprina y discute el precio de sus animales
Andrés Larrovere para Punto de Encuentro
Rosita también tiene que romper barreras de género. Ella, junto con Celia, son las que dirigen el corte y enfardado de la alfalfa, una tarea que en el campo es importantísima porque el invierno es muy largo y crudo, y es fundamental la pastura para alimentar a los animales. Lo que le ocurre a Rosita puede ser hasta gracioso, pero indica derribar un mito muy complejo entre las mujeres del campo. Podría resumirse en una frase: “nadie te quiere robar a tu marido”.
El punto es que el corte y el enfardado se hacen de madrugada y tanto Rosita como Celia tienen que ir hasta las fincas, determinar si el pasto está lo suficientemente crecido y en su punto justo para dar la orden de cortar o no. “Por ahí cuando llegamos al campo vemos a los hombres vienen acompañados por las mujeres, que antes jamás las habíamos visto. No sé, piensan que le vamos a robar a los maridos, pará, ni siquiera se los vamos a mirar”.
Rosita se ríe, pero es la punta para trabajar otro estereotipo de género: la rivalidad entre mujeres. “Acá en el campo lo vemos todavía mucho esto, cuesta un montón. Pero de a poco les vamos a haciendo entender que pueden venir cuando quieran, que podemos trabajar juntas, que somos compañeras antes que competencia”.
Trabajar y cuidar
Claudia, Rosita y Dhanna han podido establecer condiciones propias, pero saben que son todavía excepcionales. Advierten los problemas de otras mujeres rurales. Una de estas problemáticas son las tareas de cuidado, que en muchísimos casos se suma al trabajo de la cosecha. Celia, que lo vivió en carne propia, ahora lo revive a través de sus compañeras, de sus vecinas, de las mujeres con las que comparte una realidad diaria.
“Durante la cosecha de la uva, -una de las principales actividades productivas de Mendoza- las mujeres cosechadoras comienzan la faena a las 6 de la mañana y tienen solo una hora para regresar a su casa a almorzar, de 13 a 14, porque después siguen cosechando hasta las 18. Lo que logran hacer es llegar a su casa, alimentarse de cualquier manera y volver a la finca. En esa hora, además, le dan de comer a su familia, a veces lavan platos, a veces dejan comida para la noche y otras apenas tienen tiempo de darle una mirada a sus hijos. Lo hacen porque de eso depende la supervivencia de toda su familia el resto del año”, explica.
Por las tardes, cuando vuelven de las viñas, les toca lavar su ropa y la de su marido, impregnadas de mosto, un trabajo que es casi imposible y que solo se puede hacer a mano. Pero ellas la asumen como algo natural de su vida cotidiana.
Con mujeres al frente, pensaron recursos para ayudar a las que sufren violencia de género: un espacio de refugio y promover la tenencia compartida conjunta de propiedades y animales
Andrés Larrovere para Punto de Encuentro
A la noche, solo queda tiempo para bañar a los niños, prepararlos para la escuela, darles de cenar y organizar todo para la cosecha del otro día y allí no hay contemplaciones. Varones y mujeres entran y salen a la misma hora, solo que las mujeres tienen que asumir los dos trabajos.
Rosita recordó otra de las mayores desigualdades de las mujeres durante la cosecha: el cuidado de los bebés y los niños muy pequeños. Si bien cuando son mayores los pueden dejar solos, cuando son pequeños y sus patrones se los permiten, las mujeres se llevan a los niños al campo a cosechar: “Los acomodan en una mantita, en la punta de las hileras. O entre las plantaciones de tomate. Los chicos allí están expuestos a muchísimos peligros”, explica.
Violencia de género, una realidad cotidiana en la ruralidad
El campo tampoco está exento de casos de violencia machista, por la que el Cefic logró construir su propio refugio para las mujeres que deben dejar rápidamente sus casas con los hijos.
Dhanna contó que en su comunidad es algo que sucede muchísimo, no solo en parejas jóvenes sino en matrimonios de adultos mayores. Ella incentiva la participación de las mujeres en el producto de su trabajo: “Los ves a los hombres sentados negociando el precio de los chivos y del guano y las mujeres detrás cebando mate, yo he empezado a hacer un trabajo de hormiga con ellas, diciéndoles ”pero vos acaso no criás a los animales también, tenés que participar“.
Explica: “Nos ha pasado que cuando hay separaciones, las mujeres se van de su casas y lo primero que dice el compañero es ‘Estos animales son míos porque tiene mi marca y señal’ y ellas, que ha trabajado 30 o 35 años en el campo a la par del marido se va con lo puesto y los niños. No le corresponde la mitad de los campos, ni la mitad de los animales”. Lo ha visto: mujeres con lo puesto, dejadas al costado del camino, con los hijos. En el Avispero las han recibido, pero trabajan en la prevención. Es decir, fomentar todos los que trabajan figuren en los papeles de propiedad, la marca y la señal de los animales. A eso Dhanna lo llama la “revolución del campo”.
PA / MA
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Punto de Encuentro es un espacio de Amnistía Internacional para amplificar las voces y miradas de periodistas, comunicadoras y fotógrafas que trabajan en temas relacionados con mujeres y disidencias.
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El rol de periodistas feministas ha sido clave en los avances de los últimos años y el ejercicio profesional riguroso y libre es clave para garantizar esas conquistas que son para toda la sociedad.
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