El encanto del impostor, padre en fuga

Uno. “No tengo cáncer, no soy veterinario ni herpetólogo, y los animales de mi Santuario no han sido rescatados sino comprados”. El que habla es un famoso youtuber español que se llama Frank Cuesta y que durante más de una década se mostró en las redes, ante millones de seguidores, como un rescatista preocupado por la fauna en peligro. Tal era su amor por los bichos, que armó un santuario en Tailandia para cuidarlos. Pero esa imagen altruista se empezó a desmoronar en los últimos días, cuando Cuesta quedó detenido por tráfico de animales en ese país y tuvo que salir a contar en un video que todo había sido un engaño. Admito que este personaje y este escándalo me atrapan enseguida, soy presa fácil de las historias de impostores (hace unos años, de hecho, armé por acá una serie de notas bastante extensa con muchísimos estafadores y artistas del engaño). Del catálogo posible de los personas que estafan –hay gente que se hace pasar por otra, gente que inventa la supuesta solución a los problemas del mundo mediante una mentira, gente que falsifica obras de arte– me atraen especialmente los que se arrogan un saber específico. El español decía saberlo todo sobre los animales, se vio apremiado ahora y lanzó su confesión: “No soy veterinario. Tengo conocimientos que no son básicos, pero tampoco son conocimientos profesionales”.
Dos. Me quedo un buen rato ahí, con el brillo del impostor. Y entonces todo lo que me cruzo se tiñe de farsa, de estafa, de fraude (hay un sesgo en eso de quedar atrapado en una imagen encantadora y después verla replicada por todos lados, se llama fenómeno Baader-Meinhof y lo aprendí en El libro de los sesgos, de Ricardo Romero). Incluso lo que creo conocer muy bien o lo que transité muchas veces. Me pasó esta semana cuando volví a ver la película Some Like It Hot, de Billy Wilder (a veces la traducen con el tramposísimo título Una Eva y dos Adanes y otras con el comíquísimo Con faldas y a lo loco), que es una de mis favoritas de todos los tiempos. Joe (Tony Curtis) y su amigo Jerry (Jack Lemmon) son dos músicos que deben huir de Chicago porque fueron testigos de un crimen brutal de la mafia. Saxofonista, timbero y desfachatado uno; contrabajista y más tímido el otro encuentran una posibilidad medio insólita cuando se suman a una banda de jazz femenina que se dirige en tren a Miami. Tendrán que convertirse, con tacos y faldas para ocultar que son varones, en Josephine y Daphne. Estas nuevas identidades abrirán camino a una sucesión de imposturas y a una especie de competencia por el amor de Sugar Kane (Marilyn Monroe), la cantante del grupo, también una impostora a su modo. La película es una de las comedias más hermosas de la historia del cine y tiene un final memorable: los dos protagonistas, por circunstancias que prefiero no revelar, vuelven a convertirse en prófugos mientras van sacándose capas de ropa arriba de una lancha. Los acompañan la propia Sugar y Osgood, un hombre enamorado de Daphne/Jerry que le propuso casamiento. “Vos no me querés, Sugar, soy un mentiroso”, dice Joe, mientras Sugar lo mira extasiado. A ella pareciera no importarle, pareciera no querer saber más que lo que sabe de él. Por su lado, Daphne/Jerry intenta algo parecido con su enamorado y le lanza un montón de motivos por los que el casamiento no debería tener lugar. Llega a decirle que no podrá darle nunca hijos, hasta que finalmente agotado termina gritando “soy un varón”. Entonces su prometido, con una sonrisa y todo el amor en la voz, dispara una frase que se volvió célebre: “Nadie es perfecto”. Como si dijera que el amor no necesita de motivos porque es apenas una disposición, una manera de hacerse un poco los distraídos, una fuga. El amor o ese saber que no se sabe, que nunca se termina de comprender. Porque es el no saber el que habilita la fantasía, porque algo siempre se escapa. En Fragmentos de un discurso amoroso Roland Barthes se refiere a un querer comprender de los enamorados que es escurridizo, porque paradójicamente ellos perciben de golpe “el episodio amoroso como un nudo de razones inexplicables”. Entonces solo hay aproximación, apunta Barthes, “por destellos, fórmulas, hallazgos de expresión, dispersados a través de lo Imaginario; estoy en el mal lugar del amor, que es su lugar deslumbrante: ‘El lugar más sombrío –dice un proverbio chino– está siempre bajo la lámpara’”.

Tres. Yo sé se llamaba un segmento del programa Feliz domingo que veíamos con mi abuela María en los años de oro de Canal 9, donde también disfrutábamos de Atrévase a soñar, con Berugo Carámbula (un favorito total de mi abuela) y de Yo me quiero casar, ¿y usted?, con Roberto Galán (un –sospecho– no tan favorito porque ella siempre lo llamaba ese viejo). Tengo pocos recuerdos de ella porque murió muy joven y vivía lejos. Ir a lo de mi abuela María era siempre estar de visita en un planeta medio lejano. Mi abuela no era una abuela como las que yo encontraba en los libros, mi abuela sabía mucho de la tierra, de criar animales (también de matarlos si era necesario para comer) y de hacer crecer las plantas. Yo era entonces –y ahora– una ñoña de departamento. Así que cuando nos veíamos no hablábamos mucho o nos hacíamos las distraídas las dos alrededor de un abismo que un poco nos distanciaba. “Como comprendemos las cosas en la infancia, a partir de los silencios, de los intentos de acallar ciertos temas, las interrupciones”, subrayo en Historia natural, la reciente novela de Marina Yuszczuk. Anoto ahora, ser adultos: esa gran impostura, esa enorme estafa. Ser chicos: ese paso a paso entre palabras no dichas, esa adaptación. Yo sé era, sin embargo, un lugar que nos encontraba. Ahí un grupo de elegidos de distintos colegios tenía que desplegar un talento particular, un conocimiento, algo que los distinguía del resto. Pero, en realidad, nadie sabía mucho en Yo sé, aunque todos se tomaban muy en serio su tarea. Todo era un saber medio roto pero aplicado, entre coreografías que se iban deshilachando, cantantes casi siempre desafinados y rimas de apuro en poemas que leía algún intrépido que se ponía frente a cámara porque quería cumplir su sueño: conseguir la llave que abría el cofre, ganarse el viaje de egresados. Aparecía, entonces, un encanto en la impostura del Yo sé, una chispa mínima; algo silencioso en esas piruetas temblorosas que de todas maneras titilaba. Una magia muda, entre impostores e impostoras de un lado de la pantalla y del otro, que a mi abuela y a mí nos fascinaba.
Cuatro. Sin ningún conocimiento, empecé a tientas este verano con unos gajos que me regalaron y ya no puedo parar: lo que arrancó como un rinconcito del balcón se convirtió ahora en una veintena de plantas de todo tipo y color a las que les dedico un buen rato del día. Lo primero que hago apenas me levanto y lo último antes de irme a dormir: revisar cada maceta, mirar si a alguna le falta un tutor, chequear si el viento movió hojas. Jardinera impostora, me pienso, porque nunca tuve una inclinación especial en este terreno (leo en esta columna preciosa que al escritor Santiago Loza le pasó algo parecido y que esa actividad inesperada que a mí hoy me recuerda a mi abuela, a él lo conecta con la memoria de su madre). Pienso en otra película que me encanta. Es de 1979, en español le pusieron Desde el jardín (el original es Being There) y la protagoniza Peter Sellers, que está deslumbrante en su rol. Ahí él encarna a un tipo medio extraño llamado Chance, el jardinero de un millonario que agoniza. La vida de Chance consiste en cuidar las plantas y mirar televisión todo el día. A eso se dedica, de eso sabe, hasta que el patrón muere y Chance debe abandonar la casa. A partir de entonces, una serie de peripecias lo lleva a cruzarse con una mujer impactante interpretada por Shirley MacLaine y con un mundo que lo adopta como una suerte de visionario. Por un malentendido, además, le atribuyen una identidad falsa. ¿Es o se hace Chance? Él nunca desmiente ni afirma y todo lo que dice es verdad. Impostor involuntario, entonces, se mueve en ese ámbito con su conocimiento desarrapado a cuestas mientras sus interlocutores ven en él y en sus frases maltrechas –robadas de la tele o de las plantas– una sabiduría colosal. “En todo jardín hay una época de crecimiento. Existe la primavera y el verano, pero también el otoño y el invierno, a los que suceden nuevamente la primavera y el verano. Mientras no se hayan seccionado las raíces, todo estará bien y seguirá estando bien”, le dice Chance nada más y nada menos que al presidente de los Estados Unidos.
Cinco. El otoño nos está regalando en Buenos Aires una primavera fraudulenta, con tardes tibias de un sol dorado que se van a esfumar pronto. Sé que es por ahora, que el frío está cerca, pero igual vuelvo a mi rol de jardinera impostora y me ilusiono con buscarle un espacio en el balcón a un gajo que encontré más temprano por la calle. Nobody is perfect, digo en voz alta. Y hundo los dedos en la tierra.
Esta vez salió una edición inusual de Mil lianas. Por acá.

1. Libros. Arriba les mencioné dos publicaciones de autores de Argentina que me engancharon especialmente estos días. Son Historia natural, de Marina Yuszczuk, y El libro de los sesgos, de Ricardo Romero. La primera salió por Blatt & Ríos y es una novela que tiene como protagonista y narradora a Virginia Moreno, la hija del explorador y coleccionista Francisco Moreno, más conocido por todos como Perito Moreno. La autora toma a esos personajes, a la creación del Museo de Ciencias Naturales de La Plata y a las circunstancias que rodearon ese hecho histórico para meterse en una intriga familiar, donde se cruzan hallazgos que formarán parte del museo, taxidermistas, apasionados por el conocimiento y el afán desmedido por el coleccionismo de un padre en fuga mirado desde una hija que quiere llamar su atención aunque sea por un rato. Una vez más, Yuszczuk da muestras de ser una de las narradoras más interesantes de los últimos tiempos.

Publicado en una edición preciosa por el sello Godot, El libro de los sesgos, por su parte, es el debut del escritor Ricardo Romero –conocido por ser autor de grandes novelas como Los bailarines del fin del mundo, Historia de Roque Rey o La habitación del Presidente– en la tierra de la no-ficción. Con una escritura llena de gracia y claridad, indaga en los procesos ocultos, y no tanto, del pensamiento. Invita, mediante ejemplos curiosos con personajes de películas, libros y series, “a pensar cómo pensamos” y a desmenuzar algunos atajos o engaños que tienen lugar en nuestras mentes.

Historia natural, de Marina Yuszczuk salió por Blatt & Ríos mientras que El libro de los sesgos, de Ricardo Romero, fue publicado por Ediciones Godot. Más novedades editoriales, en este enlace.
2. Cine. Arrancó una nueva edición del Festival de Cannes, el más importante del mundo. Un lugar, también, que suele marcar el pulso del cine que vamos a ver a lo largo de todo el año y que se convirtió, con los años, en una caja de resonancia de conflictos internacionales, escándalos y todo tipo de debates. Quienes quieran estar al día, en este enlace van a encontrar la cobertura que sale en elDiarioAR, con notas exclusivas enviadas desde allá por el crítico argentino Diego Batlle y también con crónicas del español Javier Zurro.
Por acá van a poder leer sobre el discurso que dio Robert De Niro, homenajeado en esta edición con la Palma de Oro honorífica, en el que cargó contra algunas decisiones comerciales de Donald Trump que afectan a la producción audiovisual. Y acá les dejo, como para ir calentando motores, una serie de claves con nombres y películas a tener en cuenta, para aproximarse a esta edición del festival que seguirá hasta el 24 de mayo.
3. Apostilla. Atención, si andan por Buenos Aires. Los días 16 y 17 de mayo –hoy y mañana si son metódicos y están leyendo esto apenas sale– tendrá lugar una vez más La Noche de las Ideas, ese encuentro cultural con raíces francesas que suele convocar a escritores, pensadores y artistas de distintas disciplinas en conferencias, talleres y mesas de debate. Pueden leer un poco más por acá sobre la programación de este año y algunos de los participantes. Las entradas son gratuitas.
Banda sonora. “Solo quería decirte que me decidí a largar este perfil colaborativo a partir de la lectura de tu Mil Lianas mientras escuchaba la playlist de Pablo Osan que recomendaste”, me escribió Facundo hace unos días sobre la entrega del newsletter de la semana pasada. Y ahí me comentó sobre su flamante emprendimiento, que es divino: Facundo armó en Instagram una cuenta que se llama Las playlists que me gustan (la encuentran por acá) y en ella publica listas de Spotify que se va cruzando y que, claro, le gustan. Ya puse entre mis preferidas algunas que él compartió por allí, en especial la de la artista islandesa Hildur Guðnadóttir, del grupo Múm. Como cuenta Facundo en su perfil, la artista “dejó un día la banda para irse a estudiar música y convertirse años más tarde en una compositora y cellista exquisita. Es famosa por haber compuesto la banda de sonido de la película El Joker (que le valió un Oscar) y de la serie Chernobyl. Sus discos son de una delicadeza extrema y en esta playlist nos comparte la música que le resulta de mayor inspiración y está compuesta por artistas que admira y con quienes alguna vez colaboró”. Trafiqué algo de ahí para nuestra banda sonora compartida. Se escucha, como siempre, por acá.
Posdata. Aviso parroquial, este newsletter –o mejor: esta persona que lo escribe– entra en modo vacaciones por algunas semanas y se va de viaje. Si alguien siente algún tipo de abstinencia, les recuerdo que en este enlace pueden encontrar todas las entregas pasadas de Mil lianas. ¿Ganas de leer apuntes sobre los cambios de estaciones? Por acá, un poco de desvarío al respecto. ¿Necesidad imperiosa de una fuga, de verse reflejados en el espejo de algún escapista? Acá algunos apuntes. ¿La sensación repentina de pensar en una casa, en lo que implica una mudanza? En este enlace, un trencito de imágenes y palabras. ¿Interesados en miradas cromáticas alrededor de películas, series y libros? Tesoros azules por acá, algunos desvelos amarillos acá y destellos rojos, claro, por acá. Además, saben que me encanta la correspondencia y siempre tienen a mano mi correo por si quieren escribirme. También me encuentran en Instagram. Para despedirme, les dejo la escena final de Some Like It Hot (si quieren verla entera, la película está disponible en Argentina a través de Amazon PrimeVideo). Nos reencontramos, dedos cruzados, en junio.
¡Hasta la próxima!
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