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OPINIÓN

La falsa adultez

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Un hombre cuenta que hace tiempo que no está bien. Solo encuentra placer cuando está solo. Atraviesa lo que se llama “mediana edad” y –recuerda– dejó atrás esos años en que salir de noche era una opción esperada.

En un primer momento, por cierta rigidez de carácter y desvalorización de los afectos, pude pensar que se trataba del “típico varón obsesivo” y, en particular, destaco lo de obsesivo, como forma de neurosis. Luego pensé que estaba haciendo un diagnóstico sin tener en cuenta para qué lo quería.

Asimismo, había un rasgo que –justamente– no estaba presente (es decir, no estaba ese rasgo) y que hubiera sido definitivo para hablar de neurosis obsesiva: la duda, respecto de uno o varios actos que reclaman alguna decisión. De todos modos, como escribí recién, no supe hasta después por qué me precipité en un diagnóstico.

Esa precipitación hablaba más de mi angustia que de una necesidad objetiva. Entonces, cuando supervisé esa angustia pude escuchar mejor. Se trata de un hombre que no puede hacer lo que hace la mayoría de las personas de su edad: cada tanto juntarse con unos amigos y repetir conductas juveniles como forma de escape de la adultez.

¿En qué consiste esta adultez? En un falso movimiento de adaptación. Alguien empieza a hacer cosas de adulto, pero conserva de manera latente un punto de fuga que, cada tanto, se actualiza; no solo en salidas en las que se recrea la juventud, ya que otras personas hacen lo mismo a través de hobbies.

El hombre al que me refiero sufre porque no conserva nada del que fue y su regresión es más primitiva. No regresa a la adolescencia, tampoco a la infancia (como le ocurre a las personas que se apasionan por los juegos, desde un punto de vista técnico, sin que estos comporten una verdadera actitud lúdica) sino a una instancia previa: el narcisismo.

¿En qué consiste esta regresión narcisista? Este hombre descansa cuando está consigo mismo. Los estímulos sociales lo agobian, las relaciones con otros lo aburren, como todo lo que impone que salga de su “burbuja” –según su expresión–. Podría decirse que sufre de algún tipo de depresión, pero no sería claro para qué sería necesario el diagnóstico. Sería sucumbir de nuevo a una tentación clasificatoria.

Pensemos su caso desde un punto de vista existencial, no como si fuera la encarnación de una categoría formal ni una idea abstracta de patología. Sufre porque no puede –tampoco le interesa– salir de sí mismo ni abandonar una soledad cuasi ontológica. En el despliegue de las circunstancias que lo llevaron a ese estado, cuenta una situación particular.

Desde que se convirtió en padre, empezó a sentirse más responsable –pero no de forma auténtica, sino a través de un forzamiento, con preocupación por las cuestiones que siente que tiene que asegurar–. Su relación con el mundo adquirió un estatuto operativo, que no incluye ningún aspecto exploratorio.

Por otro lado, no es que el trabajo le cueste o le represente un desafío. Al contrario, a su edad ya tiene una posición consolidada y más bien pasa que el trabajo no lo desafía para nada ni espera una mayor realización en su campo. Sufre porque no tiene otro lugar donde estar, a no ser en sí mismo.

Después de escucharlo durante un tiempo, pienso que el drama que aqueja la vida de este hombre está en un pasaje trunco hacia la adultez. Entonces recuerdo la situación de otro hombre, que desde un primer momento hablaba de sus crisis de ansiedad.

Este segundo hombre se describe a sí mismo como alguien que se hace “mala sangre”. ¿En qué consiste lo que designa con esta expresión popular? A que tiende a ver las cosas de un modo eminentemente práctico y, cuando tiene que cumplir con un objetivo, le cuestan los contratiempos.

A esto se suma la satisfacción que obtiene de mostrar una imagen suya, como la de una persona “resolutiva”. En su relato biográfico, este tipo de personalidad no condice con lo que cuenta de su infancia, en la que fue un niño intrépido que tuvo la experiencia de ser libre. ¿Qué pasó en el medio?

En este punto, narra que transitó una adolescencia tortuosa, en la que –por diferentes motivos– sintió un impacto en su autoestima; entonces se refugió en una actitud complaciente para compensar el malestar. Los años pasaron y se desarrolló adecuadamente, desde un punto de vista laboral y en términos de constituir una pareja, pero ya no volvió a sentir que era él mismo y que su vida le gustaba.

Volvamos al mecanismo de su sufrimiento. No puede admitir contratiempos y siempre está pensando en el próximo paso que debe realizar. Alcanza con que reciba un mensaje para que ya piense que es un estímulo insidioso del que debe defenderse y reducir. Solo encuentra placer eventualmente, cuando escucha música y entra en un estado parecido a un trance.

No es que le guste la música en función de sus géneros, bandas, identificaciones con un estilo, etc. Le interesa el efecto de ensoñación que adquiere cuando se pone los auriculares y, en cierta medida, se aísla de un entorno agresivo para recrear un ambiente intrapsíquico que se parece a la indiferenciación pre-natal. En lugar de una regresión al narcisismo, como en el caso anterior, aquí tenemos un repliegue que tal vez sea autoerótico.

No es mi intención justificar diagnósticos ni precisar la pertinencia de los conceptos que mencioné (narcisismo, autoerotismo); mi interés al escribir estas líneas está más bien en situar lo que ambos casos comparten: una falla en el desarrollo psíquico que, manifiesto en la adolescencia, no conserva los recursos de esta como habitualmente se hace, para ser un adulto a medias –que, a la primera, añora su juventud– sino que plantea un regreso a instancias más primarias.

Paradójicamente, estos dos hombres, porque no hacen lo que la mayoría de las personas –actuar la vida que no tienen, en una pseudo-adaptación– sufren más que otros, pero también tienen la chance de enfrentarse a sí mismos para dar pasos sobre seguro y tener una vida que sea auténtica. La cuestión no es desestimar un diagnóstico, sino qué tan capaces somos de escuchar un modo de vida afectado.

Estoy convencido de que yo no hubiera podido escuchar más atentamente a estos dos hombres si, a través de la supervisión de sus casos, no hubiera advertido que comparto sus preguntas íntimas.

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