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¿Pepinos o zucchini, drones o misiles?

El primer ministro indio Narendra Modi conversa con Emmanuel Macron en París, invitado en el Palacio del Eliseo, sede de la presidencia en la capital francesa.

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Europa se ha ido americanizando y EEUU latinoamericanizando. Es cierto. Aunque de modos, por caminos y con ritmos muy otros que los anticipados 25 o 35 años para el horizonte actual por esas dos profecías fin-de-siglo XX pronunciadas para edificación del tercer milenio. Europa es hoy una Unión. Bruselas no se alejó de la OTAN (cuyo cuartel general sigue ahí en la capital comunitaria y belga), pero ni se acercó ni se asemejó mucho a Washington, y Londres se separó de Bruselas.

En Pulp Fiction, el film de 1995 que llevó a la fama las ultraviolencias de su director Quentin Tarantino, al personaje que interpreta John Travolta admiraba en París el regalismo francés que rebautizaba ‘Royal with cheese’ al Cuarto de libra con queso. El culto de la terre desapareció para una juventud que ni come legumbres ni distingue unas de otras, según una encuesta dada a conocer el viernes por el diario parisino Le Figaro. Poca idea de qué es un pepino y qué un zapallito, poco interés por conocer la respuesta europea. Muerta la monarquía europea, viva la reyecía americana. Que se llama democracia. Los nombres Big Mac y Whopper nadie los olvida: con el payaso McDonald’s y con el democrático Rey Burgués no se juega.    

La profecía de las bodas democráticas y transatlánticas de América y Europa se entrelazaba en primorosa guirnalda con amores geográficos optimistas a la videncia de un Medio Oriente sin guerras gracias a una fórmula pacificadora que declaraban consensuada para siempre israelíes y palestinos. El viernes la muy dividida Cámara de Representantes del Congreso norteamericano logró un entendimiento bipartidista entre republicanos no-tan-trumpistas y demócratas que aseguró 95 mil millones de dólares para dotar de drones, misiles y otras armas a Ucrania y a Israel en guerra, y a Taiwan en prevención de un conflicto con Pekín.   

La vidente no tenía nada que ver

El futuro que auspiciaban las profecías era suave pero decididamente optimista, de paz, pan y trabajo, de ley y orden, de orden y progreso. Fértil e indisoluble, vencedor e indetenible, así se veía el desposorio de Libre Comercio y Democracia. Cónyuges que se elegirían siempre en el mundo globalizado, en cada país que promoviera este matrimonio igualitario.

La fórmula para una paz más o menos perpetua a fuer de pluralista entre israelíes y palestinos había sido encontrada en Madrid, acordada en Camp David, desmenuzada en Oslo. Aun quienes disentían del consenso de Washington, veían en el futuro el triunfo, por la razón o por la fuerza, del capitalismo, el libre comercio y la democracia.

En una ocasión por la cual pidió disculpas, Joe Biden llamó ‘dictador’ a su colega chino Xi Jinping. En otra oportunidad, de la cual no se excusó, el presidente demócrata de EEUU llamó ‘criminal de guerra’ a su colega ruso Vladimir Putin.

En la nueva doctrina de RREE de la Secretaría de Estado para el nuevo mundo feliz post-comunista, los rasgos estaban vinculados y se potenciaban los unos a los otros. Habría menos burocracia, menos privilegio, menos prejuicio racial supremacista, más libre comercio global. Y más y mejor democracia.

El fracaso de aquellas profecías es todavía más hondo de lo que su probado, irrefragable incumplimiento sugiere. Cada vez con mejor precisión a lo largo del último lustro, de la democracia y del libre comercio se calibran las medidas de su retroceso anual. Más determinante, y caracterizador, es el que economía internacional globalizada y política nacional o regional democrática hayan visto desgastada toda su relevancia como rasgos definitorios de por sí de la positividad del futuro –o del presente, y aun del pasado.  

Una danza con la música del tiempo 

Música de fondo, Blur y Oasis en el n° 10 de Downing Street (formando líneas blancas sobre la tapa negra del inodoro laborista del primer ministro), el económico Bill Clinton (no soy el Monicagate, estúpidos) danzando en Camp David la Macarena de los Dos Estados con el líder palestino Arafat y el premier israelí Rabin (después asesinado), Tony Blair venido de Londres bailando en Berlín con Gerhard Schroeder el Love Parade del poder socialista (cuando gobierna la izquierda, el Congreso vota sin tanto escándalo la reforma neoliberal del régimen laboral y previsional -de los catorce años de presidencia del francés Mitterrand lo aprendieron el laborista y el socialdemócrata, el ejemplo del inglés y el alemán seguirán el petista brasileño Lula-, Tony Giddens santo patrón de la Tercera Vía y la única vida de las Alianzas (al Senado le gustan las reformas condimentadas con Banelco entendieron en Buenos Aries).

Último presidente de tres cuartos de siglo de monopolio del poder mexicano por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), Ernesto Zedillo puso fin al ‘dedazo’, ley no escrita (ni legítima) según la cual cada gobernante priista al fin de su sexenio designaba al candidato priista que ganaría la elección presidencial y gobernaría por los próximos seis años al país sin reelección. Zedillo fue sucedido por el derechista Vicente Fox, del Partido Alianza Nacional (PAN). La “dictadura perfecta”, como el Premio Nobel de Literatura y ex candidato presidencial liberal peruano Mario Vargas Llosa había llamado al estilo personal de gobernar del PRI, había llegado a su fin, que era también el fin de una era. Haciendo a un lado a su actual presidente AMLO, ¿ha sido el México sacudido por el narco más democrático que el del ‘soviético’ progreso petrolero y estatisa del PRI? Si respondiéramos meditadamente a esta pregunta, la respuesta, ¿serviría para algo? 

Cantidades irrefutables, descalificaciones irrecusables

Las elecciones legislativas indias duran cinco días. Empezaron el viernes. Como este país federal es una democracia parlamentaria, de su resultado depende el próximo gobierno de Nueva Delhi. Nadie conoce sino con extrema inexactitud cuántos miles de millones de dólares gastó el oficialismo nacionalista hindú. Nadie duda de que el actual primer ministro Narendra Modi volverá a ganar su reelección.

Cuando se dice que la India es la democracia más grande del mundo se está diciendo que el padrón electoral indio es el más grande del mundo. Con 1400 millones de habitantes, la India es el país más poblado del globo. Un décimo de la población de la tierra está convocada en este subcontinente para elegir su próximo gobierno. Las convocatorias electorales se suceden regularmente, según el calendario legal y constitucional. Estos son los merecimientos que hacen una democracia de la India.

¿Democracia o autocracia, gobierno o régimen?

Si en cambio investigamos en la India la pluralidad de la oferta electoral, la libertad de los partidos para presentar candidatos, la calidad de la información que llega al electorado, la existencia de medios libres y la libertad de medios y redes para opinar sobre el poder, la independencia del poder judicial para asegurar una defensa legítima y eficaz a la oposición arrastrada por el gobierno ante tribunales penales que condenan al reo a la prisión (donde fue a parar el más competitivo de los rivales de Modi), el acceso de los partidos a la financiación política, a tiempo en radio y televisión, a espacio en los muros y paneles de propaganda en las ciudades, a la acción de amparo y al hábeas corpus (denegados, porque los jueces entienden que, como les informa el gobierno, hay que esperar para liberarlos a que el Estado reúna las pruebas que seguramente serán un secreto de Estado), a la seguridad e integridad personal y familiar, o si atendemos a la atención especialísima y minuciosa que las agencias impositivas públicas dispensan al personal político de la oposición, al que deben reeducar una y otra vez, dada la reincidencia en la infracción que inexorablemente les descubren, las raciones de democracia con que el Estado alimenta a la sociedad se ven reducidas al dosis de desnutrición.

La calidad democrática de la India brahmánica y fundamentalista hindú de Narendra Modi puede ser clasificada sin violencia categorial en el casillero donde se encierra a la Nicaragua sandinista de Daniel Ortega. O de la Venezuela chavista de Nicolás Maduro. O acaso habría que asignarle un estatuto inferior al país que discrimina personas y grupos en castas (hay 4 mil en la India) y que gobierna una clase islamofóbica.

La expresión ‘régimen indio’ es difícil de encontrar; el giro ‘dictador de Nueva Delhi’, inhallable. En una ocasión por la cual pidió disculpas, Joe Biden llamó ‘dictador’ a su colega chino Xi Jinping. En otra oportunidad, de la cual no se excusó, el presidente demócrata de EEUU llamó ‘criminal de guerra’ a su colega ruso Vladimir Putin. Es verdad que los últimos años del presidente norteamericano han sido más verbalmente morigerados para con los colegas de Caracas y aun Managua.  

Casados seducidos y solteros seductores

Al indio Mori, Biden le ha ofrecido la más espectacular de las cenas de Estado cocinadas durante su inquilinato presidencial en la Casa Blanca. Un operativo planificado y abrumador de insinuaciones dirigidas a conquistar el parteneriato de la potencia geopolítica y económica rival de China.

Como con todas las ofensivas de seducción del presidente demócrata, su buen éxito queda por verse. En la Casa Blanca comentaban no sin curiosidad sobre la soltería del presidente Modi, para quien la mujer más importante de su vida es la hermana. En EEUU, un candidato presidencial soltero es inelegible, para el electorado. La Argentina, en cambio, no discrimina: eligió como su presidente a un varón soltero, para quien la mujer más importante de su vida es su hermana. A diferencia del indio que vive con su madre, el argentino Javier Milei llevó a su hermana Karina al gobierno nacional y a la Casa Rosada.

AGB  

 

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