OPINIÓN

Una familia no es un clan

18 de julio de 2025 06:47 h

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Una familia no es un clan, aunque en toda familia hay un aspecto clánico, una especie de fundamento que proviene de la historia transgeneracional. Las familias en algún momento fueron clanes y los efectos de esta determinación aún tienen vigencia.

Ahora bien, la familia moderna estuvo orientada hacia el proyecto de trascendencia: los hijos debían independizarse y hacer su propia vida. De este desprendimiento es que nació una enfermedad como la neurosis, en la que se expresan las raíces y lealtades inconscientes (de deseos e ideales) que retienen en el origen.

No obstante, hay familias que todavía funcionan como verdaderos clanes. Son aquellas en que hay un referente (padre o madre) que no solo funciona en una línea horizontal, sino que accede longitudinalmente a toda la cadena sucesoria. Dicho de otro modo, en una familia clásica el padre y la madre tienen su función por el lazo que hay entre ellos y cumplen con su función parental como un refuerzo de su rol conyugal. Por eso un síntoma típico de este tipo de familias es que los hijos crezcan.

Cuando digo familia “clásica” lo hago para no decir “normal”, aunque debo reconocer que esta es la palabra que está en mi mente mientras escribo. Solo puedo agregar, con el fin de justificarme, que no pienso esa normalidad en términos prescriptivos, sino de acuerdo con el propósito filiatorio que caracterizó a nuestras sociedades por varios siglos, seguro a partir de la revolución industrial.

El clan es una estructura de parentesco previa a este desarrollo histórico. Como todas las formaciones históricas, evolucionó por superposición y, durante mucho tiempo también, por ejemplo, siguió habiendo matrimonios por alianza, sustituidos por los que basaron en la conveniencia y todavía hoy es un supuesto tácito para algunas personas mantenerse dentro de ciertos parámetros sociales y de clase.

El clan no desapareció, sino que permaneció como una presencia latente y una fuerza operante que aún polariza el funcionamiento familiar en su conjunto. El clan, por ejemplo, sin duda tiene una intención de sucesión, pero el sucesor pasa a ser el responsable de la familia en su conjunto.

En ciertas familias, para el caso, el hijo mayor es el que –una vez que el padre se retira, o bien a partir de un suceso que impone un relevo– pasa a comandar toda la estructura de la familia. Un desplazamiento semejante es el que se corrobora en las llamadas “empresas familiares”, cuando para algunas personas pesa el no poder vivir de otra cosa que de esa única fuente que provee de dinero a todos los miembros.

Recuerdo el caso de una mujer para la que, en su análisis, fue muy importante descubrir que el principal obstáculo a abrirse paso en su profesión provenía de que, si esto ocurría, ya no iba necesitar el estipendio que regularmente recibía de la fábrica que, luego de la muerte de su padre, regenteaba su hermano –sin que fuera posible plantear que este comprara la parte que a ella le correspondía como heredera.

El clan es ajeno a la lógica de la herencia. En el clan todo es de todos y pedir una parte es tomado como una traición. De la misma manera, quien reemplaza al referente inutiliza a los demás. En las familias reales este es un síntoma corriente: el príncipe accede a la corona y sus hermanos se dedican a la caza, el deporte, los amoríos, pero nunca se destacan en una tarea que los comprometa social y públicamente, salvo que sea por los escándalos.

Tal vez por esto durante mucho tiempo las familias de la realeza (aristocráticas, como todas las que tienen aire de nobleza) alimentaron el mundo del espectáculo. Hoy nos hemos vuelvo espectadores de familias que son más acordes a nuestro inconsciente cultural: familias disfuncionales que se pelean por los hijos.

El clan es un polo de la familia moderna (clásica o, como también la llamo, “normal”), mientras que su otro extremo es la disfuncionalidad. Esta es otra forma en que desparece el principio filiatorio.

En psicoanálisis hay un principio que dice que nada se parece más a una cosa que lo que no es. En dinámica de grupalidad, nada se parece más a una familia normal que una familia disfuncional, mientras que las que parecen disfuncionales suelen ser normales.

¿Qué es una familia disfuncional? Una en la que se quebró el proyecto filiatorio desde el punto de vista del afecto. En el clan la exterioridad es respecto de los intereses colectivos –por ejemplo, un yerno no tiene nada que opinar respecto de los bienes de la familia– mientras que en la familia disfuncional la crisis se produce cuando, por ejemplo, no se admite que un hijo ame más a su esposa que a su madre.

La cuestión no tiene que ver con si los padres aman a los hijos, o con si aquellos son personas más o menos ejemplares; se relaciona más bien con que funcione la estructura inconsciente de la sucesión afectiva. Por ejemplo, una familia puede ser durante años un grupo armónico de miembros, hasta que uno de los hijos inicia un vínculo que pone en remojo su rol de hijo como prioritario. A partir de ese momento, el resto lo ve como una amenaza o más simplemente, sin saberlo, cambia su actitud hacia él y nada que tenga que ver con ese otro aspecto de su vida es validado.

Una familia disfuncional no es necesariamente una en la que la madre grita o el padre se desborda. A veces de manera más sutil, lo disfuncional está en el modo en que una madre usa sus enfermedades para retener a los hijos –con el chantaje tácito de “sin ustedes me muero”– o en la manera en que el padre sobreactúa el reproche de abandono.

Como regla general, una familia disfuncional es aquella en que lo latente es mucho más que lo manifiesto. Aunque es claro que en toda familia hay formas de lo latente (secretos, ocultamientos, mandatos silenciosos) así como aspectos clánicos. Los clanes son a las mafias lo que las familias disfuncionales son a las sectas.