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Un bebé gatea sobre la alfombra hasta llegar al parlante del Winco. Algo, una frecuencia o las hermanas que bailan o esa mirada de la madre, más cercana al cuidado amoroso que a la vigilancia, lo inquietan. El bebé acerca la carita a la rejilla del parlante: escucha. O mejor dicho, oye.

Ahora, un nene de cuatro o cinco años sostiene un cable, un casete, un vinilo. La mejilla pegada a la red negra del parlante del Winco y los ojos clavados en aquella alfombra. El nene está quieto pero de viaje. Es un desplazamiento mental y mántrico entre las texturas musicales de El lado oscuro de la Luna, de Pink Floyd.

Hernán, ¿por qué bailamos?

Porque… porque escuchar música y bailar es una sensación de felicidad y plenitud que no se siente con ninguna otra cosa. Es la libertad. Es soltar el cuerpo. Yo no bailo porque mi cuerpo no hace lo que mi cerebro querría; no porque no me guste. El cuerpo nunca me acompañó con el baile, pero la cabeza sí. Y desde el primer día. Para mí la música es totalmente mental. Y si pudiera lo transmitiría con el cuerpo.

Hernan Cattáneo, 56 años, nacido y criado en Caballito, barrio porteño. Más: Hernán Cattáneo, cuatro décadas pasando música, más de 4 mil shows, más de 17 mil horas de set. ¿Más? Más de 150 vueltas al mundo y más de 3 mil viajes en avión. Quince pasaportes, 15 mil vinilos. Son los números de uno de los DJ más destacados del mundo.

Pero detrás de esas cantidades hay una historia. La línea de tiempo de Cattáneo está contada por él en El sueño del DJ, libro de reciente aparición editado por Planeta. Trabajó en colaboración con el periodista José Esses. Cattáneo lo nombra en ésta y entrevistas anteriores. Hay una explicación para sacarle el velo a su ghostwriter: así como Esses lo ayudó a contar su vida, el DJ dirá: “Lo único que sé hacer es pasar música. Y llegué a donde llegué porque tuve suerte, porque cuando quise conocer a un DJ vendí el auto para ir a escucharlo y porque me ayudaron mucho”

Su libro, entonces, no sólo reúne anécdotas de su carrera, sino que arma un mapa de la electrónica en la Argentina de los ‘80 y ‘90. Y es, a su vez, una catálogo de nombres propios, un reconocimiento a muchas personas que como él pasaban música pero se quedaron en el camino

Una laptop, un tutorial y la lógica gamer

Un chico de 11, 12 años ruega a sus padres que lo dejen subir al piso 13 del edificio donde vive. Allí está la familia Marchetti y su Audinac AT510: un fierro para oír vinilos. Al chico nada le interesa más que tomar un long play, mirar la tapa, descubrirlo del sobre, perder los ojos entre los surcos… Tanta magia en ese círculo negro.

Ahora, un preadolescente entra en la escuela San Cirano. Hay un baile pero él no conecta con nada ni con nadie. Es tímido, vergonzoso. Pero algo lo atrae, un hombre que elige temas que todos conocen, pero los mezcla de una forma que parecen inéditos. Y además ese hombre hace del tiempo y del clima de la pista algo propio, muy suyo. Es la primera vez que ese chico de 12 años ve a un disc jockey. Ese DJ es Alejandro Pont Lezica. Y quien lo mira es Hernán. En ese instante Cattáneo decide su destino.

¿Cuál es la impronta de los DJs de la nueva generación?

El avance de la tecnología y, si querés, la democratización del acceso a la información, multiplicó todo por mil. No por cien, ni por diez: por mil. Esto hace que haya más variedad, más amplitud, muchas más posibilidades para todos. Con una laptop, un tutorial y la lógica de los juegos electrónicos, los artistas jóvenes hacen música. Eso es muy alentador porque podés hacer algo lo suficientemente decente como para que te de ganas de seguir. Algo muy bueno que está pasando en la electrónica es la mezcla hermosa que se está haciendo. Sobre una base electrónica metes rock, trap, música clásica, tango… Siempre existió, pero quizás antes éramos más conservadores. Ahora los chicos y las chicas no tienen ningún reparo, mezclan todo y salen cosas riquísimas.

Tenés un sello, Sudbeat. ¿Cuánto material te llega para que escuches?

Y... con la democratización del acceso a todo, si antes yo escuchaba 50 discos por semana, ahora al mail me llegan 500 por día. A mí me sirve para empujar chicos nuevos o cruzar artistas nuevos con gente más conocida en la industria. Ese cruce generacional me interesa. El sello, mi podcast y los sets son un buen trampolín de visibilidad. Y ahora quiero eso, darle visibilidad a las nuevas generaciones.

“Que la gente baile con la música que a mí me gusta”

Un adolescente que se ratea de la escuela secundaria. Es 1980 y a Hernán Cattáneo no le interesa más que escuchar y pasar música. No existen los teléfonos celulares y muchos menos Internet. Dar con una canción puede llevar más de un año de recorridas por disquerías y cuevas, o visitas a revendedores de vinilos o rarezas. Páginas Amarillas es el Google de la época. Las revistas de música, el foro. Lo demás es experiencia y curiosidad.

Entre que egresa del secundario y lo contratan para pasar música en Pachá, en 1993, pasan muchas cosas. Por ejemplo, que lo echen de las discotecas porque, al entender de quienes lo han contratado, la electrónica no pega. “¡Poné Daniela Mercury! ¡Poné a los Stones!”: Cattáneo se hace el sordo. Él quiere que la gente baile con la música que a él le gusta y lo que a él le gusta es el house progresivo. Fin. 

Nunca cediste a las modas, ¿por qué?

Yo creo en la honestidad del DJ: no me interesa poner algo de lo que no soy experto, ni bueno. Si alguien quiere contratarme y me dice: “Es una fiesta, 200 personas, a todos les gusta el trap”, yo le voy a decir “Sorry, todo bien con el trap, pero traigamos a otro que ponga trap, y yo antes o después pongo electrónica”. Cuando la electrónica no funcionaba decíamos que había que insistir, no que había que cambiar la música. 

Vos, qué te “hiciste” en el mundo analógico, ¿Cómo te llevás con las plataformas que diseñan playlist a gusto del consumidor?

Hay un 50 y un 50. A mi me pasó de estar buscando un tema en una plataforma que me sugería escuchar un tema porque había escuchado algo relacionado. Y descubrí música que no conocía y que me gustó. Lo que está “mal” es que uno se ponga en una posición de vago, que se deje recomendar y nada más. Lo más divertido de la música es bucear y buscar y salir y decir: “Esto me gusta, esto no”. Y que no me importe el Top40. Para mí una de las cosas más importantes de alguien que se para en un lugar como el mío, es la personalidad. La identidad es antialgoritmo. Si fuese por el algoritmo, durante mi carrera hubiera estado muy arriba, pero también muy abajo.

Cuando la electrónica no funcionaba decíamos que había que insistir, no que había que cambiar la música.

La celebración o el solitario

El oficio de pasar música fue menos subestimado en el underground que en el imaginario colectivo. De aquella declaración de Pappo a DJ Deró en Sábado Bus --“Conseguite un trabajo honesto”-- la escena, que ya estaba profesionalizada, se masificó. Hasta la pandemia, las fiestas en la Argentina era multitudinarias. De hecho, Cattáneo colmó el Campo Argentino de Polo en febrero del año pasado, tres semanas antes de que el virus nos cambiara la vida.

Ser DJ es incluso mucho más que mezclar música. Cada uno en su estilo, el set es contar un cuento, y con los artilugios narrativos de un cuento. Es decir: un principio, el nudo, el conflicto y su remate. Es posible hacer una preproducción de la puesta, pero todo puede cambiar y no necesariamente por el mood de la pista. Basta que llueva la fecha que fue programada confiando en el pronóstico que auguraba puro sol. Todo es cuestión de técnica y de resolver en el momento con lo que hay en el pendrive. Y con los que asisten al show, claro.

Un estadio a pleno, un casamiento o en un evento sin público, como los que hiciste vía streaming en pandemia: ¿Qué es más difícil?

Tocar para nadie es rarísimo. Yo soy una “vasollenista”, siempre trato de ver lo bueno. Pero en marzo del año pasado, cuando se acabó todo, me di cuenta de que por las condiciones, el entretenimiento iba a ser lo primero en cerrar y lo último en volver. En ese momento pensé que si la forma de seguir poniendo música es sin gente, bueno, es el mal menor. Nos abrazamos a eso. Ahora si me preguntas… No lo volvería a hacer. No estoy hecho para eso. De hecho, no cobré esos shows. Lo recaudado fue a beneficio de la Cruz Roja y de la organización Alegría Intensiva, una forma de servicio en un momento de emergencia. Yo cobro por poner música donde la gente baila. Una fiesta es una celebración y una celebración es con gente. Pasar música sin gente es como jugar al tenis solo. 

El año pasado, y por primera vez en la historia de la Argentina, el 99% de los aviones estaba en tierra. Era agosto y Cattáneo montaba un show virtual desde Aeroparque, SunsetStream. El dron ofrecía una Buenos Aires inédita: detenida. El Río de la Plata, planchado y marrón. Sin gente ni atmósfera, en un atardecer musical que duró cinco horas, lo único en movimiento era él, vestido de negro, sobre el resorte de sus rodillas. Un cuento musical sin lectores.

Hasta los 30 años, Cattáneo no tuvo “ningún éxito”. La bisagra fue la noche del 21 de mayo de 1999 en Museum. Lo habían invitado a tocar entre los Chemical Brothers y Paul Oakenfold, y él aceptó. Iba a ser el relleno de un sandwich sellado por la banda más potente y el DJ más famoso. Cattáneo podría haberla reventado, pero eligió planchar la pista: una hora de deep house para que el público tomara aire. Tranqui, Cattáneo, una tibieza sostenida. La gente no se movía, no le importó. Era la manera de dejarle servido el final a Oakenfold, que no sólo notó el gesto de su colega sino que lo llevó de gira. Punto de partida para lo que vino después: dos décadas dando vueltas al mundo, haciendo bailar a los demás. Él, la música en la cabeza.

VDM