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En la fila del hambre las mujeres son mayoría

¿Cuántas de las personas que se dispusieron a esperar en fila hace unos pocos días para ser recibidos por la Ministra de Capital Humano eran mujeres? No lo sabemos con certeza. Podríamos saber algo más sobre estas personas si efectivamente les hubieran abierto las puertas del Ministerio, hubieran tomado sus nombres, les hubieran permitido compartir información sobre sus necesidades alimentarias, las de sus familias y sus comunidades tal como se había insinuado poco antes que era del interés de la Ministra. Un repaso por las imágenes de esa fila de más de 20 cuadras muestra el rostro de las mujeres de los barrios, que atienden los comedores, que son jefas de familia o la principal cuidadora del hogar. 

De todos modos no es necesario conversar con cada una de ellas para saber que la crisis económica que afecta a mujeres y varones de todas las edades, tiene un rostro principalmente de mujer porque así lo muestran las estadísticas y los distintos estudios. Que las crisis impactan con mayor profundidad en las mujeres es un fenómeno conocido e impacta con distinta fuerza según la composición de los hogares.

El 13% de los hogares en Argentina están a cargo de una sola persona sin cónyuge. De estos, el 79% son monomarentales, es decir que están a cargo de una mujer. Estos hogares se ven especialmente atravesados por la pobreza: 7 de cada 10 se encuentran en los dos quintiles más bajos de ingresos, según la última actualización de la Encuesta Permanente de Hogares que realiza el Indec.

Cuando vemos cómo se organiza la sociedad, cómo distribuimos nuestro tiempo y nuestra energía, qué se espera de cada persona en relación con los roles que desempeñamos, esto no sorprende. Por la forma en que se distribuyen las tareas al interior de los hogares las mujeres dedicamos más tiempo al trabajo no remunerado en comparación con los varones: las mujeres destinan por día 6,31 horas promedio al trabajo no remunerado mientras que los varones 3,40 horas. Para las mujeres que tienen más demandas de cuidado en los hogares (porque tienen hijos e hijas, o asisten a una persona adulta mayor o con alguna enfermedad) el tiempo que dedican a estas tareas aumenta a casi 9 horas, mientras que los varones en misma situación también dedican un poco más de tiempo, pero no tanto. Ellos pasan a dedicarle 4,36 horas a ese trabajo no remunerado, siempre según el Indec. 

El tiempo puede ser elástico, pero no es infinito. Esta distribución del tiempo tiene un impacto, entre otros aspectos, en las posibilidades de inserción laboral de las mujeres, por lo tanto, en sus ingresos.  Si se analizan los datos del INDEC para el primer trimestre de 2023, en el universo de mujeres entre 25 y 59 años se observa que la tasa de actividad cae casi 10 puntos porcentuales con la presencia de niños o niñas en el hogar. La tasa de actividad de las mujeres pasa del 80,5% al 71,4% cuando tienen hijos a cargo. Para el mismo grupo etario es especialmente llamativo el aumento de casi el 50% de la tasa de informalidad laboral entre las mujeres sin y con hijos que pasa del 25,5% al 38%. Por el contrario, en el caso de los varones, estos valores apenas se modifican: pasan del 24,9% al 26,2%.  Además, la brecha de ingresos aumenta entre varones y mujeres con hijos (30%) en relación a quienes no tiene (25,4%). 

Es decir, la maternidad de alguna manera implica una penalización de las mujeres, llevándolas a una mayor vulnerabilidad socioeconómica sobre todo cuanto más pobres son, porque tienen menos posibilidades de repartir sus responsabilidades de cuidado a partir de la contratación de ciertos servicios. 

Podemos tener una penosa certeza: estos datos sólo van a empeorar cuando el impacto de la crisis y sus consecuencias inflacionarias se refleje en las estadísticas actualizadas.  Cuál es la estrategia de mitigación que imagina el Estado nacional para este enorme costo social es una incógnita. 

¿Cuántas de las personas que se dispusieron a esperar en fila hace unos pocos días para ser recibidos por la Ministra de Capital Humano eran mujeres? No lo sabemos con certeza. Podríamos saber algo más sobre estas personas si efectivamente les hubieran abierto las puertas del Ministerio, hubieran tomado sus nombres, les hubieran permitido compartir información sobre sus necesidades alimentarias, las de sus familias y sus comunidades tal como se había insinuado poco antes que era del interés de la Ministra. Un repaso por las imágenes de esa fila de más de 20 cuadras muestra el rostro de las mujeres de los barrios, que atienden los comedores, que son jefas de familia o la principal cuidadora del hogar. 

De todos modos no es necesario conversar con cada una de ellas para saber que la crisis económica que afecta a mujeres y varones de todas las edades, tiene un rostro principalmente de mujer porque así lo muestran las estadísticas y los distintos estudios. Que las crisis impactan con mayor profundidad en las mujeres es un fenómeno conocido e impacta con distinta fuerza según la composición de los hogares.