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Carta de amor a Ivan Vaughan

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Leer este texto lleva lo mismo que escuchar el tándem Héroes anónimos / Eso espero de Catupecu en vivo. De cuándo íbamos a Obras a transpirar.

Hola, Ivan, no nos conocimos y ya no nos vamos a conocer: una neumonía te mató en 1993, cuando tenías 51 años y el Mal de Parkinson que te habían diagnosticado casi dos décadas antes muy avanzado. No nos conocimos pero te quiero, aunque piense poco o casi nada en vos. Aunque más de una vez tenga que googlear tu apellido para confirmar que lo estoy escribiendo bien.

Pienso mucho en esto, Ivan: ¿y si te hubiera parecido que hacía demasiado calor? Digo: 6 de julio de 1957, verano de tu lado del mundo, más de 30 grados a la sombra, una humedad de esas que hermanan en la puteada a todos los seres humanos del mundo que alguna vez se curaron mal un esguince, ¿qué habría pasado si todo ese calor te hubiera parecido un exceso? Se lo pregunto al Ivan de ese sábado, que tenía 15 años: ¿y si te daba paja?

¿Qué habría pasado si la rubia esa que te gustaba bastante tenía otros planes? ¿Si había que ir a mirarla de cerca y a, eventualmente, sacarla a bailar a cualquier otro lado y no a ese festival de verano que organizaba la iglesia St. Peter’s Church del barrio de Woolton, al sur de tu ciudad? Ese que incluía el puesto en el que los boy scouts vendían jugo exprimido y galletitas caseras, una reina de la temporada ungida por el aplausómetro, un desfile de perros de la Policía y una banda de chicos que tocaban skiffle, un género hecho de folk, country, rock, banjos y tablas de lavar de madera y metal.

Cuando me acuerdo de que decidiste encarar en bicicleta pienso en esto, Ivan: ¿y si pinchabas? Te cuento algo que aprendí. Los economistas dedicados al cálculo de riesgo llaman “estresar el escenario” a imaginar variables contrafácticas más o menos probables que pueden complicar las cosas. Me lo enseñó una abogada una vez que estresé mucho el escenario y no me olvidé nunca más de la expresión porque es buenísima y porque estreso el escenario bastante seguido. Como acá, ahora, en esta carta: ¿y si se te salía la cadena, Ivan?

Mirá si porque hacía calor, o porque la rubia que te gustaba le dedicaba ese sábado a otro lugar y no a la iglesia a la que ahora cuesta casi 60 dólares entrar, o porque pinchabas una rueda ni vos ni tu amigo del Liverpool Institute High School for Boys llegaban a ver a The Quarrymen, la banda del vecino que tenía el fondo de su jardín pegado al fondo de tu jardín.

Ivan, los libros dicen que además de ir detrás de la rubia vos elegiste ese sábado porque supiste esperar el momento en el que tu vecino estuviera lo suficientemente seguro de él mismo como para poder bancarse a tu compañero de escuela, un año y medio menor que él pero con un talento indisimulable.

La cosa es que estuviste dispuesto a perder a la rubia de vista para ir con tu amigo de la escuela hasta el hall en el que la banda descansaba entre presentación y presentación, y agarraste y le dijiste a tu vecino de medianera: “John, this is Paul”.

Así lo dijo John cuando le preguntaron algunos años después por ese encuentro del que fuiste autor material e intelectual, mirá: “Comprendí, en parte para mis adentros, que era tan bueno como yo. Yo era el rey hasta ese momento. Y ahora, pensé, ¿qué pasará si lo acepto? Era una decisión entre seguir siendo yo el más fuerte o hacer más fuerte al grupo. Se me pasó por la cabeza que si lo dejaba sumarse a nosotros tendría que mantenerlo a raya. Pero era muy bueno, así que valía la pena que estuviese”.

Si estuvieras vivo, Ivan, si estuvieras vivo y suscripto al Cuchá Cuchá, o sea, si pudieras responder este correo, te preguntaría no lo de la rueda pinchada o lo de la rubia, porque eso, por suerte para no sé cuántos millones de personas, no pasó, pero sí esto: ¿se le notó algo de todo eso a John? Esa mezcla de admiración instantánea, conveniencia y rendición, ¿se le veía en el cuerpo? Alguna cara habrá puesto John cuando Paul le pidió prestada la guitarra, la notó desafinada y la puso a tono para tocar primero Twenty flight rock, de Eddie Cochran, y después Be-Bop-A-Lula, de Gene Vincent. Y un popurrí de Little Richard de bonus-track. Algo habrá pensado cuando supo que ese chico sabía DE VERDAD cómo afinar una guitarra, y no como el vecino que se las preparaba a él: sólo sabía afinar banjos, así que lo hacía como con ese instrumento y dejaba dos de las seis cuerdas completamente inutilizables.

John dependía de ese vecino casi afinador pero llegás vos, Ivan, decís “this is Paul” y a la guitarra le crecen las dos cuerdas que le faltaban, y a John le crece un zurdo que sabe más acordes que él. Todavía ni vos, ni John, ni Paul -ni el mundo- lo saben, pero vengo del futuro y eso de que uno fuera zurdo y el otro diestro les permitió mirarse como en espejo cuando estaban aprendiendo a hacer canciones de las que cambian el mundo.

Esto también quiero saber, Ivan: ¿Paul quiso ir enseguida al pub al que lo invitaste después del festival en la iglesia? Porque a Barry Miles, su biógrafo, le dijo que el olor a cerveza que le había sentido a John apenas los presentaste no había llegado a asustarlo pero sí a recordarle que ese era el chico de mirada agresiva que se había cruzado varias veces en el colectivo y había preferido bajar la vista. Y que cuando escuchó, ya en el pub y habiendo mentido sobre su edad para que le vendieran cerveza, que todos los Quarrymen estaban organizándose para agarrarse a trompadas con otra banda se preguntó dónde lo habías metido.

Te habías convertido en Cupido, en el Cupido más importante del siglo XX, y lo habías metido para siempre en la historia de la música popular.

Ivan, te escribí esta carta para decirte que te quiero mucho. Todos somos héroes anónimos, pero vos más.

JR

Leer este texto lleva lo mismo que escuchar el tándem Héroes anónimos / Eso espero de Catupecu en vivo. De cuándo íbamos a Obras a transpirar.

Hola, Ivan, no nos conocimos y ya no nos vamos a conocer: una neumonía te mató en 1993, cuando tenías 51 años y el Mal de Parkinson que te habían diagnosticado casi dos décadas antes muy avanzado. No nos conocimos pero te quiero, aunque piense poco o casi nada en vos. Aunque más de una vez tenga que googlear tu apellido para confirmar que lo estoy escribiendo bien.