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Guía de lectura: “Historia de un chico” de Edmund White

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Edmund White, el autor de este mes, es uno de los padres de la literatura gay contemporánea. Hoy tiene ochenta años, vive en Nueva York, en donde publica novelas y vive con su marido. Pero sesenta años atrás vivió en el Medio Oeste americano, fue un adolescente gay en un mundo en donde esas dos palabras juntas no se podían pronunciar sin producir escándalo. De esa vida sacó una novela autobiográfica, Historia de un chico, y ese es el libro alucinante que vamos a leer este mes. 

Pero, ¿quién es Edmund White?

Biógrafo, escritor de memorias, novelista, profesor, periodista y ensayista. Su obra es inmensa. Escribió las biografías de Gide, Proust y Rimbaud y en ficción debutó con Forgetting Elena, una novela de la que Nabokov dijo que era su predilecta de los Estados Unidos del momento, aunque pasó bastante desapercibida para el gran público. A ese libro le siguieron once más, sin contar A Saint from Texas, publicada el año pasado, a sus ochenta años. Como escritor de memorias publicó cuatro libros, entre los que se destaca City Boy, sobre sus años en Nueva York en los sesenta y setenta, e Inside a Pearl, sobre su vida en París en los años ochenta y noventa. En el género de la autoficción o biografía novelada, se cuentan The Beautiful Room y The Farewell Symphony, las novelas de una trilogía de la que Historia de un chico, nuestro libro del mes, es el primer título. 

Historia de un chico es el segundo libro de Edmund White que publica la editorial Blatt & Ríos. El primero fue Estados del deseo. Viaje por los Estados Unidos gays, un registro con ribetes etnográficos de la cultura gay norteamericana, publicado en 2019. Hasta su publicación, estos dos títulos eran grandes deudas para el público lector latinoamericano que, por suerte, los editores de Blatt & Ríos vinieron a salvar. 

En los años ochenta cofundó y participó del Violet Quill Club, una suerte de taller literario gay en el que predominaba el impulso de escribir ficciones autobiográficas en donde se relataran experiencias homosexuales sin pensar en el impacto que pudieran tener sobre los lectores heterosexuales. Según Edmund, hasta el momento, la ficción gay como la de Truman Capote y Gore Vidal estaba escrita para lectores heterosexuales, “pero nosotros teníamos una idea de lector gay en mente, y eso hacía toda la diferencia”. Y la hizo. Historia de un chico es el resultado más célebre de esa experiencia. 

El crítico literario y académico Ariel Schettini dijo de sus libros que no solo son literatura, sino también “un monolito de la historia de una comunidad y una parte fundamental de su autoconocimiento”. 

Historia de un chico fue el libro que catapultó a la fama a Edmund White. 

¿Y de qué va el libro?

Historia de un chico es una novela autobiográfica (¡ese oxímoron!) que trata sobre un niño gay brillante y precoz que vive en el midwest americano en la segunda posguerra y apogeo del american way of life. Es una novela sobre la homosexualidad pero, sobre todo, sobre la soledad y algo parecido a la resiliencia, al poder de la imaginación para dar vuelta convenciones asfixiantes en una época en la que, como dice uno de sus personajes, “ser comunista y vivir en pecado… las dos cosas juntas equivalían a ser homosexual”.

El libro es casi un patchwork en donde los seis capítulos que la conforman podrían ser seis relatos autobiográficos unidos por esa continuidad que ofrece el hecho de estar hablando –o simulando hablar– sobre una sola persona: el autor, ese personaje “dulce y ladino” que para protegerse y por aburrimiento se abstrae del presente con ironía, con arrebatos de deseo líricos, con enamoramientos truncos y tristes, que carga una profunda melancolía sexual, atrapado por “la deliciosa y desesperante impotencia del anhelo de poseer” y que busca desesperadamente –una búsqueda novelesca, romántica– a alguien que lo salve pero a quien él domine. Un lord inglés que lo secuestre y se lo lleve para siempre. 

Cuando en una entrevista le preguntaron a White qué le diría al niño de quince años que fue y que es el protagonista de nuestra novela, él respondió: “Le diría que las cosas se ponen mejor. El problema era que no había nadie en los años cincuenta, ni siquiera Proust, ciertamente no Freud, ni un erudito bíblico, ni un predicador, ni nadie, ni psicólogos ni moralistas ni filósofos, nadie que nos dijera ‘está todo bien con ser gays’”.  

Edmund White dijo de Nabokov que era el sumo sacerdote de la sensualidad y el deseo. En este libro, él mismo se convierte en un Salieri dedicadísimo de ese Nabokov. Sensualidad y deseo y, como dice Proust, el ardor como la única forma de posesión en la que el poseedor no posee nada son la pasta de la que sale cada palabra de esta novela, porque Historia de un chico es un libro que vive en la distancia que hay entre los eventos que forman a un adolescente –que forjan al hombre que después va a ser, el hombre que está siendo– y los sentimientos que acompañan a esos eventos. Un adolescente, obviamente, acorralado por el deseo. Ahí está escrito este libro: en la profundidad lujuriosa que hay entre los hechos y los sentimientos y en donde la materia prima es la memoria, la literatura, el deseo, la interioridad y cierta necesidad de venganza. 

El escritor y crítico Alan Hollinghurst dijo que Historia de un chico no solo cambió las reglas de lo que era posible en la ficción, también “confirmó el potencial liberador de una novela autobiográfica, en donde la fuerza testamentaria de la memoria se acopla con los artificios de la ficción”. Ese cruce, memoria y ficción, o testamento y artificio, es clave en este libro. 

El bendito tema del yo y la literatura

¿La conversación sobre la autoficción se está haciendo demasiado larga? Puede ser, pero no es nuestra culpa. El yo y la literatura se casaron hace tiempo, en su origen, y la solución al desgaste marital fue muy actual: el poliamor. Todo es una orgía de géneros. Sobre el tema, esperamos que les haya gustado nuestra charla sobre Carrère. Si no la vieron, la encuentran acá: https://www.youtube.com/watch?v=ghE3Yu2mTSs

Joyce, hace ya casi un siglo, dijo que toda ficción es una autobiografía fantaseada. En esa línea ¿pero al revés?, la de Edmund White es una ficción autobiográfica. Una novela confesional en donde exorciza y se venga con una gran cuota de masoquismo, y en donde el criterio que guía su narración es artístico, no memorialista. Lucia Berlin, una escritora muy distinta de White pero también excepcional en el dominio narrativo de su autobiografía, decía: “Exagero mucho, y a menudo mezclo la realidad con la ficción, pero de hecho nunca miento”. 

En alguna oportunidad White dijo que la autoficción gay es tan resbaladiza y libre, no solo porque personifica la ambición de la novela realista con su capacidad documental, sino porque participa activamente en una tradición diferente, la de la confesión, que por naturaleza es ejemplar y religiosa. 

“Hoy –dijo White–, el artista es un santo que escribe su propia vida”. La autobiografía de ficción, dice Edmund, “le da al escritor el prestigio de la confesión (esta es mi historia, sólo yo tengo el derecho de contarla, nadie puede desafiar mi autoridad en este terreno), y la libertad total de la invención imaginativa (soy un novelista, puedo decir lo que quiera, y no me podés hacer responsable de las opiniones que expresen mi personaje, ni siquiera mi narrador)”.

Todo el libro de Edmund White es una exploración de la memoria con los sentidos hipersensibilizados; como él dice, una búsqueda, la del recuerdo, que se hace como “un hombre ciego explorando una cara”. El punto de equilibrio es en donde se cruzan lo extraordinario con lo ordinario, lo cotidiano y aburrido con la belleza y el deleite, el dolor y la soledad con el deseo y la sensualidad. Edmund secuestra su memoria y la convierte en una piedra preciosa que sometida a la luz de nuestra lectura, proyecta un juego de sombras opacas, graves, brillantes, de una belleza a veces insufrible y de un dolor de a ratos, con suerte, bastante balsámico. La ficción le permite el deleite sensual, la ficción es el poder. La memoria es la voz que dicta. 

Hay muchos motivos para amar este libro. Hay un amor estival memorable, están sus personajes salingerianos, su gracia victoriana a la Wilde, sus encadenamientos proustianos, su mamá. Hay muchas cosas para recorrer con placer, pero creemos que en lo que White se destaca, sobre todo, es en su capacidad para la caracterización: es un genio de los perfiles. Los hombres y mujeres que aparecen en su novela, actores secundarios en cualquier vida y estelares en su ficción, son descritos con genialidad. Sus representaciones están vivas, son hombres y mujeres fotografiados en movimiento y todas sus facciones, su forma de vestir, de hablar, están cincelados por una suerte de moral. Una moral intensa, indescifrable y que parece profundamente compasiva. “Éramos perdedores que hablaban como ganadores”, dice en un momento. 

Adolescentes hermosos, profesores abusivos o delirantes, prostitutos, padres extravagantes, bohemios, dementes, neonazis, el campista sexópata y un poco retardado, todos personajes secundarios destinados a la desaparición, en el libro de White se convierten en obras de arte por su capacidad incomparable para retratarlos. El amor que no se le profesó, él lo devolvió con literatura. La soledad que se le infligió, él la resolvió con literatura. A los hombres que se le escaparon los apresó en su libro. Es el goce de la clasificación inteligente, de la tipología social, de la verborragia, el talento de la conversación. 

“Para mí”, dice el autor con la voz de su protagonista, “la literatura era una fantasía, no menos absorbente a pesar de su irrelevancia; una vida paralela, como los sueños, que ensombrecen el despertar sin llegar a cruzarlo”. Y por eso, escribir sobre su vida requería una traducción. Necesitaba convertir el aburrimiento “lento como una transfusión” que era su vida, en sentimentalidad enérgica y bella, en una forma de elevar y dar ímpetu. Salir del mundo tedioso, llano, “de pasión oculta, nunca adivinada”, al universo fantástico de la literatura. Volverse literario, transformar su vida, la de un niño enclenque, bovariano, hermoso y aterrado que muy temprano se cruzó al mundo de los adultos. 

Dice nuestro chico: “Yo era tres personas: el chico que olía mal cuando estaba con mi hermana; el chico demasiado sabio y amable para su edad cuando estaba con mi madre; y cuando estaba solo no era siquiera un chico, sino un principio de poder, de poder absoluto”. 

Los invitamos a conocerlo.

Edmund White, el autor de este mes, es uno de los padres de la literatura gay contemporánea. Hoy tiene ochenta años, vive en Nueva York, en donde publica novelas y vive con su marido. Pero sesenta años atrás vivió en el Medio Oeste americano, fue un adolescente gay en un mundo en donde esas dos palabras juntas no se podían pronunciar sin producir escándalo. De esa vida sacó una novela autobiográfica, Historia de un chico, y ese es el libro alucinante que vamos a leer este mes. 

Pero, ¿quién es Edmund White?