Opinión y blogs

Sobre este blog

El cuerpo digital: las que eligen mostrarlo y las mostradas contra su voluntad

0

Para Florencia representó un ultraje a su intimidad y deseo de vida, las pesadillas de violaciones no la dejan dormir por las noches, los recuerdos de sus fotos desnuda en sitios web la retienen en la cama durante el día; pero el deseo de ayudar a otras la levanta, le devuelve su ropa y aleja de su cuerpo las manos hechas de píxeles. 

María pasa horas posando, cambia de escenario y de enfoque, busca las tomas que den placer a otras mujeres. Pero a cada rato aparecen perfiles falsos que ponen sus videos pornográficos para consumo de varones y eso -además- atenta contra su sustento económico. 

La Streamer no dice su nombre. Espera a que su hija esté en el colegio, se maquilla y elige conjuntos elaborados a mano, diseñados especialmente para los fetiches de sus clientes; prende la cámara y se muestra pero convive con el temor de que, si un día desaparece, nadie la busque por puta. 

Las tres reclaman derechos en un espacio virtual donde convergen posibilidades y vulneraciones a través del único bien que se llevarán a la tumba: el cuerpo.

Fantasía y realidad

Lo virtual es donde se materializan las fantasías, plantean implícitamente las plataformas de venta de contenido erótico, mientras que la campaña que impulsa la Ley Olimpia lo define como “lo virtual es real”. En un mercado casi exclusivo consumido por hombres, son las mujeres quienes encuentran en la venta de material para adultos una fuente de ingresos.Sin embargo, esa misma dinámica las expone a mayores riesgos. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en Argentina el 90 por ciento de quienes se ven afectadas por la distribución no consentida de contenido íntimo responden al género femenino.

La Streamer es de San Luis. Tiene un nombre artístico para protegerse. Las medidas de seguridad nunca son suficientes. Se define como trabajadora sexual virtual: vende paquetes de contenido erótico y explícito a través de plataformas y oficia de “novia online”. Asegura que en una video llamada de 5 minutos gana lo mismo que en tres horas como bartender, su otro empleo.  

Inició su carrera como creadora de contenido erótico hace cinco años después de ver la versión online de la obra “Sex”, de José María Muscari, durante la pandemia. 

“Mi trabajo es ofrecer placer y, a veces, compañía. En lo virtual la gente puede expresar sus deseos, mayores fantasías y fetiches. Todo es consensuado pero es cierto que con el tiempo una va descubriendo qué es lo que más se vende. Yo terminé haciendo cosas que jamás imaginé que aceptaría”, explicó. Y justificó: “En el bar entreno a los nuevos y les explico que no solo es preparar tragos, hay tareas pesadas también. Lo mismo pasa con el trabajo sexual la diferencia es que tenés la posibilidad de ponerle vos el precio a tu cuerpo y decidir cuánto sale”.

Violencia digital

Florencia Villegas ingresó al mundo de la virtualidad en 2017 y por la fuerza. Su pareja de ese momento filtró un video íntimo a plataformas sexuales. Él argumentó que alguien le había robado la grabación de su computadora, ella le creyó. 

Florencia y su agresor habían chateado por redes sociales durante una década, se conocieron personalmente y oficializaron una relación que duró dos años. Decidieron separarse en buenos términos o, al menos, así pensó ella. Al poco tiempo le llegó un mensaje a sus redes sociales de una cuenta anónima, eran capturas de sus fotos y videos colgados en un sitio pornográfico, en el que era la protagonista. La página también hacía referencia a su nombre y cuenta de Instagram para que quienes ingresaran pudieran rastrearla. 

“Eran fotos íntimas que yo le había enviado solamente a él y estaban en un sitio con 32 mujeres más. Así estuvo durante casi cinco años y después de la pandemia fue peor, subía contenido cuando era mi cumpleaños, el de mi nueva pareja o de algún familiar. Yo no sé si mañana se levanta y publica todo de nuevo”, relató. 

La mujer es de Santa Fe, vive en San Justo a 100 kilómetros al norte de la capital, y agradece que el contenido no se viralizó en su ciudad. Dejó de sacarse fotos, incluso en contextos familiares, solo lo hace para promocionar la causa que la ayudó a salir de la depresión: militar por la Ley Olimpia en Argentina. Aprobada en 2023, la norma obliga a la Justicia a reconocer la violencia digital como una forma de violencia de género y otorga castigos civiles a los agresores.

Ver su intimidad esparcida en la web y a disposición del ojo público fue como una violación. Incluso tiene pesadillas recurrentes con abusos. “Todo te cambia, desde las relaciones laborales y sociales hasta las sexuales. Pasaron muchos años y todavía sigo con tratamiento psicológico”, asegura. 

Cuando quiso denunciar, la desestimaron: “Supuestamente no afectaba mis bienes personales cuando yo no estaba pudiendo ir a trabajar por los ataques de pánico que tenía”. Aprobada la ley Olimpia, Florencia no pudo volver a presentar cargos contra su ex novio por el principio de irretroactividad. 

Su forma de sanar es asistir a otras mujeres que le escriben diariamente con situaciones similares: hombres -ex parejas en un 90 por ciento- que difunden o las amenazan con revelar material digital íntimo.  La mayoría de las víctimas elige no llevar el caso a la Justicia, la vergüenza les pesa más. La santafesina las conecta con la red de contención de la Ley Olimpia: psicólogos, especialistas que las ayudan a borrar el material divulgado y, para las que deseen avanzar judicialmente, abogados.

Marco legal

“La digitalización de la sexualidad aún es un terreno en construcción normativa, en algunos casos hay vacío legal, pero en Argentina a partir del impulso de la ley Olimpia y el proyecto de Ley Belén se está comenzando a legislar en torno al consentimiento digital. Esto refiere a quién puede difundir contenido íntimo y en qué condiciones, a la penalización de prácticas como el grooming y la pornografía no consentida”, introduce Noelia Lezcano abogada laboralista, docente de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y fundadora de la ONG “Liderar Mujer”.

La Ley Belén es un proyecto que busca incorporar la violencia digital al Código Penal. Toma el nombre de Belén San Román, una mujer policía de 26 años, madre de dos hijos, que se suicidó luego de que un hombre con el que se había vinculado subiera videos íntimos de ella. 

Lezcano hace una distinción en la autonomía de quienes deciden monetizar contenido erótico de una forma voluntaria y sin coacción, a quienes el Estado, como ambiente laboral, debe garantizarles condiciones dignas de trabajo. Sin embargo, afirmó que el ámbito en donde se ejerce la pornografía condice con la proliferación de la explotación y violencia.

Para Florencia el trabajo sexual virtual, a través de plataformas como OnlyFans, es un mercado de explotación. “Usan términos como ‘tu cuerpo es tuyo, podes hacer lo que quieras’ y con esas frases incitan a las mujeres a que vendan sus cuerpos. Es una herramienta más del patriarcado y una reproducción del capitalismo en que vivimos”, sentencia. 

Poder decidir

María Riot se dedica al trabajo sexual hace 12 años. Empezó en Webcam Girl, con encuentros virtuales y luego se volcó al porno alternativo, que hace foco en el estilismo, la trama y el sexo como parte coreográfica de un todo. Es un contenido pensado para mujeres y diversidades, sectores que integran parte de su agenda de clientes. Su trabajo principal es la venta de contenido a través de plataformas, como OnlyFans o ManyVids, Telegram o con videollamadas. También tiene un proyecto fotográfico “Archivo Puta”. 

“Desde que tengo 12 años fui sexualizada por hombres que me gritaban cosas en la calle. Mi razonamiento fue si estas personas me van a ver como un objeto sexual, voy a cobrar por eso; si quieren tener sexo conmigo, van a pagar por eso”, aseguró. Y contextualiza: “En este sistema todos usamos nuestro cuerpo para trabajar, la diferencia con lo que yo hago es que hay un estigma cuando se usa la genitalidad”.

Tanto María como la Streamer explican que la venta de contenido lejos está de ser un espacio rentable donde las mujeres ganan sumas exorbitantes de dinero. Esos casos representan solo el uno por ciento de las trabajadoras sexuales digitales. Sí coinciden en que, en comparación a un empleo convencional, el ingreso por hora es mayor, aunque pocas resisten jornadas tradicionales de 6 u 8 horas diarias.

Famosas, influencers o casos virales logran grandes ingresos. El resto, son mujeres popularizadas por sus actividades principales: jubilada que vende contenido, docente se abre OnlyFans, jefas de hogar y cuidadoras ofrecen packs de fotos íntimas. 

“Escándalo es que una persona que estudió una profesión no llegue a fin de mes y tenga que abrirse una cuenta. Muchas mujeres gracias a vender contenido pueden hacer una compra en el supermercado; pero hay una falla moral que que el Estado o las abolicionistas sigue sin ver, si existiesen mejores opciones laborales muchas no ejerceríamos el trabajo sexual”, contó María. Ella padece de una enfermedad crónica que le impide sostener largas jornadas laborales. Asegura que el empleo sexual le permite tener flexibilidad acorde a sus necesidades de salud. 

Límites difusos

Antes de vender contenido, la Streamer trabajaba ocho horas en una panadería. Allí se lesionó una de sus manos y con la crisis económica en la pandemia encontró en la exposición del cuerpo una alternativa laboral que le permite darse algunos gustos básicos con su hija pequeña, como llevarla a comer un helado. 

“Algún día le voy a decir ‘Mamá era trabajadora sexual virtual y gracias a eso comíamos’”, responde a la pregunta sobre si su hija sabe de qué trabaja. Por el momento solo le explica los puntos generales de su labor y a no utilizar el término “puta” como mala palabra. La pequeña tiene 11, tenía 6 cuando ella empezó a vender contenido. Sabe que cuando su madre se maquilla y cierra la puerta de su habitación no tiene que entrar. 

“Después empecé a trabajar cuando ella iba a la escuela. Dejé de hacerlo cuanto estaba en casa porque si escuchaban que mi hija se estaba riendo había gente, muy mal de la cabeza, que me decían ‘invitala’. No quiero que sepan que hay una niña en mi casa”, relató. 

En conversaciones con otras colegas, la mujer reconoce que, aunque no es algo habitual, cada tanto se repite: hay clientes que proponen actos ilegales, confiesan abusos o incluso les muestran pruebas de sus delitos. En la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR), donde se agrupan trabajadoras sexuales de todo el país, este tipo de situaciones alimenta un debate constante sobre los límites de su oficio, si se trata de satisfacer fantasías que se mantienen en el plano de lo ilusorio y consensuado, o si algunas prácticas pueden llegar a incitar conductas violentas en la vida real.

“Hay ciertos fetiches, como la fantasía de violación, donde una debería poder decidir si hacerlos o no pero a veces no estás en condición de elegir y eso pasa en otros trabajos también en donde la precariedad te empuja a ciertas cosas. Los hombres al ver que somos trabajadoras sexuales se sienten cómodos para contarnos ciertas cosas que socialmente no serían aceptadas solo porque nos pagan”, contextualiza la actriz porno Riot.  

A la streamer le pasó: había tenido un buen día laboral, ingresó a su siguiente videollamada contenta, cuando el cliente comenzó a comentarle que había abusado de su sobrina. Cortó la comunicación. “Al principio no veía esta parte oscura porque no me había tocado, pensaba que era un lugar donde pueden liberarse y sentirse seguros. A partir de ese momento, me empecé a cuestionar si este comercio que hago incentiva que haya más de este tipo de gente”, reflexiona. 

La única acción a disposición que tienen las trabajadoras es denunciar el perfil en las mismas plataformas, aunque probablemente no esté vinculado a la verdadera identidad del abusador, y difundir la información entre sus compañeras con la esperanza de que alguna pueda identificarlo y dar aviso a la Policía. 

“Se requiere una legislación integral que reconozca el fenómeno de la sexualidad digital como parte del ejercicio de derechos sexuales y reproductivos. El Estado acá tiene un rol preponderante y debe garantizar que estas fronteras sean respetadas, que no se crucen esos límites y si se suceda, que sean sancionados, que sean punitivas las consecuencias”, sentenció la abogada laboralista, Noelia Lezcano.

Quién tiene derecho a vender

Las trabajadoras sexuales virtuales tienen normalizada la filtración de su contenido en sitios pornográficos piratas o gratuitos. María encontró en varias oportunidades fotos y videos suyos vinculados a cuentas falsas en redes sociales que robaban su identidad para estafar clientes. El único recurso “oficial” es reclamar en las plataformas e intentar frenar parcialmente a los estafadores. Pero nada les garantiza que vuelvan con otro perfil o en una diferente red social. Algunas pagan servicios de hackers para bloquear las cuentas. 

Entonces, Ammar se unió a la Ley Olimpia para capacitar a las trabajadoras pese a que hay un sector fuertemente opositor del rubro sexual dentro del movimiento como es el caso de Florencia. 

Marcela Hernández Oropa, referente de la ley, defensora digital mexicana y licenciada en Negocios Internacionales, aclara: “Ellas pueden difundir contenido en páginas y es exclusivamente para las personas que lo compran ahí. Pero si ese material es difundido en otros espacios, sin su consentimiento, ahí puede entrar la Ley Olimpia. Es un debate porque no todas las personas interpretadoras de la ley lo conciben así, porque dicen que, al momento de subir tu contenido a ese tipo de plataformas, ya automáticamente autorizan su difusión. Pero sí, por supuesto que sin importar a qué se dediquen las personas cuando están siendo víctimas de violencia sexual digital, nosotras las acompañamos y las apoyamos”. 

Coincidencias y diferencias

Florencia siente que la Ley Olimpia fue una victoria a medias y acompaña con fuerza al proyecto de Ley Belén. “No estamos dispuestas a abandonar la lucha, vamos a seguir hasta que no le pase a otras mujeres”. Todavía sufre consecuencias de la agresión que vivió. 

La Streamer asegura que no quiere una regulación del Estado que le diga cuánto cobrar ni cómo hacer su trabajo sino derechos. “Yo quiero una jubilación y una obra social para mi hija”, respondió.

Riot está cada vez más instalada en el rubro que denomina “porno feminista” y reivindica su decisión de decidir esto para sí misma. 

Las tres defienden su derecho a existir en lo virtual y en lo real sin ser devoradas.

MA

Para Florencia representó un ultraje a su intimidad y deseo de vida, las pesadillas de violaciones no la dejan dormir por las noches, los recuerdos de sus fotos desnuda en sitios web la retienen en la cama durante el día; pero el deseo de ayudar a otras la levanta, le devuelve su ropa y aleja de su cuerpo las manos hechas de píxeles. 

María pasa horas posando, cambia de escenario y de enfoque, busca las tomas que den placer a otras mujeres. Pero a cada rato aparecen perfiles falsos que ponen sus videos pornográficos para consumo de varones y eso -además- atenta contra su sustento económico.