Un grupo de sanitarios desembarcó con material clínico y cajas de metal reluciente en la costa de Rapa Nui. Los habitantes se acercaron por curiosidad y terminaron sentados ante aparatos de auscultación, agujas y frascos de vidrio. Cada examen requería muestras y registros que los visitantes archivaban minuciosamente. Aquella actividad médica alteró durante semanas la rutina insular y marcó el inicio de un proceso que acabaría conectado con una molécula decisiva para la medicina moderna.
Un compuesto aislado que transformó la medicina moderna
La sustancia llamada rapamicina, desarrollada por el equipo de Surendra Sehgal en los laboratorios Ayerst, se convirtió en un inmunosupresor esencial para evitar el rechazo de trasplantes y mejorar la eficacia de los stents coronarios. Según el artículo firmado por Ted Powers, profesor de Biología Molecular y Celular de la Universidad de California Davis y publicado en The Conversation, su uso se amplió más tarde al tratamiento de varios tipos de cáncer y a investigaciones sobre diabetes y envejecimiento. Miles de estudios recogen su capacidad para inhibir la proteína TOR, reguladora del crecimiento celular y del metabolismo, lo que explica su relevancia en enfermedades metabólicas y degenerativas.
El origen del hallazgo se remonta a la llamada Expedición Médica a la Isla de Pascua, METEI, organizada en 1964 por el cirujano Stanley Skoryna y el bacteriólogo Georges Nogrady. Con financiación de la Organización Mundial de la Salud y apoyo logístico de la Marina canadiense, pretendían estudiar cómo una población aislada respondía a los cambios ambientales derivados de la construcción de un aeropuerto internacional.
En ese contexto recolectaron más de 200 muestras de suelo. Una de ellas contenía la bacteria Streptomyces hydroscopicus, productora de la molécula que décadas después generó beneficios millonarios.
El trabajo de METEI reflejaba el sesgo habitual en las investigaciones biomédicas del siglo XX. El equipo supuso que los habitantes eran genéticamente homogéneos y culturalmente aislados, aunque en realidad la isla acumulaba siglos de contactos externos, migraciones y epidemias. Las prácticas de reclutamiento incluyeron regalos, alimentos y la mediación de un sacerdote franciscano que facilitó la participación. La expedición trató a la comunidad como un laboratorio humano sin intervención decisoria de sus integrantes.
Las muestras regresaron con Nogrady a Canadá y acabaron en manos de Ayerst Research Laboratories. Allí, Sehgal aisló la rapamicina y mantuvo viva la investigación incluso en periodos de recortes, conservando cultivos en su domicilio para evitar su pérdida. Décadas más tarde, el compuesto se comercializó como Rapamune, punto de partida de una extensa línea terapéutica que transformó la farmacología del sistema inmunitario.
El valor de una molécula que nunca reconoció a sus verdaderos protagonistas
Sin embargo, el reconocimiento a quienes hicieron posible el acceso al suelo original nunca llegó. Ninguno de los informes científicos iniciales mencionó al equipo METEI ni a los Rapa Nui. El valor económico de la molécula, junto con la ausencia de compensación, abrió un debate sobre derechos indígenas y biopiratería.
La situación contrasta con las normas posteriores del Convenio sobre la Diversidad Biológica de 1992 y la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas de 2007, que exigen consentimiento y beneficios compartidos en la utilización de recursos biológicos.
Algunos investigadores sostienen que la bacteria productora de rapamicina se ha encontrado en otros lugares y que, por tanto, la isla no fue el único punto de origen. Otros recuerdan que la primera identificación provino de esa muestra concreta y que el estudio de los habitantes locales permitió reunir el material inicial. Para Ted Powers, la historia de METEI resume la diferencia entre un avance médico de alcance mundial y la omisión de las personas sobre las que se construyó. El legado de la expedición continúa siendo un ejemplo de cómo la ciencia puede generar bienestar y, al mismo tiempo, dejar una deuda moral que aún se discute entre las arenas de Rapa Nui.