Una vaca, dos vacas, tres vacas. Acá en la India son sagradas pero también son flacas. Hacen piquete en esta ruta camino a Gurgaon, el distrito tecnológico al sur de Nueva Delhi, la capital del país. Los motoqueros están habituados a esquivarlas, a ellas y a la basura alrededor de los simbólicos tachos. Unos 15 metros más arriba corre el metro de una red que en cuatro años sumará a sus 350 kilómetros otros 140. Que este país tiene tantas contradicciones como millones de habitantes es un cliché. Pero eso no lo hace menos verdadero.
El tránsito en Delhi es anárquico más allá de lo imaginable. El sobrepaso es regla y la calle, una pista. Los bocinazos no son queja ni anuncio extraordinario: son una señal de tránsito para exigir que abran paso. El hilo perpetuo de bocinas seguidas jamás se interrumpe, a lo sumo se achica.
Caminar es de guapo: “Sólo el 30% de las calles de Delhi tienen vereda”, me dice el académico Pravesh Biyani, docente del Instituto de Tecnología de la Información Indraprastha (IIIT-Delhi). En la céntrica Vieja Delhi, el reto se redobla: sus pasajes no son peatonales pero sí estrechos, y a veces hay que meter el pie en un pozo antes que perderlo tras el paso de una moto.
Ser chofer también exige coraje, si lo que se maneja es un vehículo de dos o tres ruedas, esos taxis en forma de motos y triciclos, a tracción a sangre o motor. “Mi esposo tiene un mototaxi y terminó con el brazo quebrado después de que un colectivo le pasara por al lado a toda velocidad y lo terminara tirando”, me cuenta Rashmi Chowdhury, que también conduce uno. Un tercio de los viajes que hace ella son para buscar o dejar a alguien en el subte. La red del metro crece pero aún no resuelve la última milla.
“¿Qué pasa cuando la gente tiene acceso limitado o nulo a transporte público, pero no tiene auto y necesita moverse igual?”, se pregunta Andrea San Gil León, ingeniera ambiental y directora ejecutiva de la Global Network of Popular Transportation (GNPT), red integrada por investigadores, activistas, empresas e instituciones. La respuesta es el transporte popular, un término que prefiere en lugar de “informal”, para reconocer su rol público y frenar su mala fama.
Y no hay mejor lugar para experimentar el transporte popular que Delhi, la capital de un país cuya flota vehicular tiene dos o tres ruedas en el ¡83%! de los casos. Tras una exploración de dos años, la GNPT invitó a periodistas como esta servidora a coronar la labor con su Delhi Deep Dive Study Tour: un viaje con la lupa puesta en esos vehículos más chicos, fundamentales para navegar un tránsito siempre en colapso.
Lo que el transporte dice de Delhi
La movilidad revela de qué está hecha una sociedad, quizás más que ningún otro aspecto. Y Delhi no es la excepción. Hay regateo tanto en los tuctucs como en los mercados, los bazares, los pasillos del Parlamento y las salas de reuniones de las multinacionales. Hay contradicción en todas partes, como en la convivencia entre buses desfinanciados y metro de primer nivel, aunque antes del molinete haya que pasar por un detector de metales, meter la mochila en una máquina de rayos X y comprometerse a no tomar ninguna foto.
Del mismo modo, hay una pobreza estructural que impide a millones acceder al subte. La misma que obliga a tantos a sustentarse como choferes de vehículos de dos y tres ruedas.
Y hay una desigualdad de género tal, que el Estado habilitó espacios exclusivamente femeninos en colectivos y subte para intentar frenar acosos y abusos, en una ciudad donde el espacio público es inseguro para las mujeres en general.
Algunas cosas cambiaron con el tiempo. Hoy apps como Uber, Ola y Rapido dan opciones que las mujeres indias consideran más seguras, como el mototaxi. A diferencia de un auto o un tuctuc, en dos ruedas todo está a la vista y no hay puntos ciegos que oculten el acoso o hagan difícil la huida.
También los pagos cuentan otra historia. Aunque el efectivo sigue siendo rey para tuctucs, colectivos y taxis, un sistema digital llamado UPI volvió ubicua la transferencia instantánea por celular. La etiqueta también mutó: antes había que discutir cada rupia, ahora la app resuelve la tarifa. Esas plataformas sirven no sólo para contratar y pagar. También permiten mapear, generar datos y, así, avanzar de a poco en la integración y la regulación de estas formas de transporte popular. Un camino opuesto a la desregulación que se impone en la Argentina.
Hoy incluso hay mujeres que conducen tanto taxis como tuctucs y mototaxis. Una postal impensada hace apenas veinte años, cuando la calle era un espacio casi exclusivamente masculino. Pero tampoco se borra el pasado de la noche a la mañana. Las conductoras representan apenas el 1% del total de choferes. Y aplicaciones como Safetipin siguen siendo clave para moverse más seguras por la ciudad. La plataforma colaborativa permite puntuar cuán seguro es un lugar en base a parámetros como iluminación, densidad de peatones y presencia policial. Para las mujeres de Delhi, sin recaudos no hay ciudad.
Descarbonización en la capital más contaminada
Las calles de Delhi huelen a agua estancada, especias e incienso. Pero, también, a cientos de motores a combustión que vomitan humo negro. La ciudad suele ocupar el primer puesto entre las capitales más contaminadas. Y, aunque al principio llame la atención, son los vehículos de dos y tres ruedas los que se están electrificando más rápido, mérito de subsidios estatales, menores costos y la presión de una atmósfera insufrible.
El gobierno impulsa estas transiciones con incentivos fiscales y líneas de crédito. “El 60% de los vehículos de tres ruedas ya son eléctricos”, celebra Biyani. Una diferencia detectable a simple vista: carrocería verde y amarilla si anda a GNC; azul y blanca si es eléctrico.
Mientras tanto, el Estado complementa con medidas agresivas, como la prohibición de cargar combustible en autos diésel de más de 10 años y de nafta de más de 15, que se aplica desde julio con más quejas que éxito.
La pregunta sigue abierta y atraviesa cada capa: ¿cómo se avanza en acceso, descarbonización y seguridad en una metrópolis de más de 34 millones basada en la tradición? ¿Cómo se hace para no desanimarse en el camino cuando el tránsito abruma y la realidad es un drama? Hay demasiado por hacer y el cambio avanza a los saltos. Quizás la respuesta esté en esas vacas flacas, sentadas en medio de la ruta: una convivencia improbable pero real, que hace creer que lo imposible es posible. Y que, pese a todo, igual hay que avanzar. En la calle y en la agenda.
KN/MG