Opinión

Moderación fiscal y cierre de exportaciones de carne: ¿sin un rumbo claro?

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Esta semana, se conocieron los datos fiscales de abril: en el primer cuatrimestre de 2021, el déficit primario -aquel que no incluye al pago de intereses de la deuda- fue de $80.000 millones, marcando una baja considerable respecto de los casi $400.000 millones acumulados entre enero y abril del año pasado. De esta forma, el rojo del Palacio de Hacienda representó 0,2% del PBI, ubicándose en línea con el acumulado en igual período de 2018 (-0,3%) y muy por debajo de los niveles de 2016 y 2017 (-0,7% y -0,6%, respectivamente). En 2019, acuerdo con el FMI y compromiso de equilibrio primario mediante, habíamos tenido un leve superávit en este lapso.

Con este arranque, se verifica que la idea de un gobierno súper-gastador no aplica, al menos, para el comienzo de este segundo año de pandemia. Si bien es cierto que el desequilibrio fue récord el año pasado, y que la asistencia del Banco Central al Tesoro, la famosa “maquinita”, llegó a niveles históricos (7% del PBI), esa dinámica se interrumpió hace ya varios meses.

En igual sentido, el anuncio de Alberto Fernández de que el Estado gastará casi $500.000 millones (1,1% del PBI) para asistir a empresas y familias durante la nueva cuarentena parece muy austero comparado con los casi 3,5% del PBI destinados a este mismo fin en 2020. A la vez, el confinamiento versión 2021 está teniendo menos impacto económico que el del año pasado, de modo que su golpe a los ingresos públicos también está siendo menor.

En este marco, la meta fiscal del Presupuesto 2021 (-4,5% del PBI) está encaminada, incluso sin actualización tarifaria y con aumento del gasto en subsidios. No solo eso, sino que, además, el objetivo de financiar poco más de la mitad del rojo fiscal con emisión -el año pasado, ese número llegó al 90%- también viene cumpliéndose según lo previsto. Entre enero y abril, el Banco Central emitió “solo” 0,3% del PBI para asistir al Palacio de Hacienda -el déficit financiero, aquel que sí incluye a los pagos de intereses, alcanza a 0,6% del PBI-, un número sensiblemente menor al 2,2% girado en igual período del año pasado, e idéntico al 0,3% de 2018.

De este análisis, se desprende que el Gobierno está en una etapa mucho más austera que al comienzo de la pandemia. Ahora bien, ¿por qué pasó esto? ¿Qué cambió en el medio?

En el segundo semestre del año pasado, corrida cambiaria y endurecimiento del cepo mediante, el Banco Central vendió U$S 4.000 millones en el mercado para evitar una devaluación que acelerara la inflación y profundizara la caída del poder adquisitivo y del nivel de actividad. Como resultado, las reservas netas retrocedieron 55% entre julio y diciembre de 2020, acercándose tan rápida como peligrosamente a los mínimos de 2015. El exceso de oferta de pesos se iba al dólar, primero paralelo y después oficial, volviéndose insostenible.

En el primer cuatrimestre de 2021, temporada alta de exportación de soja, el Banco Central compró U$S 3.700 millones en el mercado. Si bien una parte de esta recomposición se usó para calmar las presiones sobre la brecha, las reservas netas crecieron casi 25% en el período. Para mejor, en la primera mitad de mayo la buena racha siguió: la autoridad monetaria acumuló más de U$S 1.500 millones en el mercado, y las reservas netas avanzaron 46% desde aquel preocupante cierre de 2020, rondando los U$S 7.000 millones en la actualidad. Por lo tanto, las posibilidades de una devaluación inmediata se redujeron considerablemente.

Sin embargo, al comparar a este stock con los valores de un año atrás todavía se verifica un retroceso importante (-33%). Más aún, si a esto le sumamos que se acercan los vencimientos con el Club de París -U$S 2.400 millones en mayo, con dos meses de gracia- y con el FMI -poco menos de U$S 5.000 millones a pagar entre septiembre y diciembre-, las señales de alarma reaparecen.

Sin un acuerdo con los organismos multilaterales de crédito que reprograme los compromisos será casi imposible evitar una devaluación pasadas las elecciones. En este escenario, donde lo que más necesita la economía argentina son dólares, cuesta entender la otra noticia relevante de la semana económica: el cierre de las exportaciones de carne por treinta días.

En el último año, los precios internos de este rubro aumentaron 65%, ubicándose 20 puntos porcentuales por encima de una inflación que acumuló 45% en el período. De estos números, resalta que algo hay que hacer para moderar estas subas; sin embargo, de los anteriores se desprende que cerrar las ventas al exterior no es el camino. Las restricciones a las exportaciones de carne tendrían un impacto directo moderado sobre el total enviado al exterior -representan menos del 5% del total exportado-, pero funcionan como una señal negativa para inversores y organismos multilaterales de crédito, casualmente, aquellos que se está intentando seducir con la moderación fiscal.

La confianza es algo que toma mucho tiempo y esfuerzo construir, pero que puede derrumbarse en cuestión de minutos. Las decisiones contrapuestas, las idas y vueltas, marcan que el camino no es fácil y que está plagado de tensiones y diferencias de criterio. Morir con las botas puestas no suele ser un buen consejo en economía; no tener un rumbo claro tampoco.

* Economista jefe de Ecolatina.

WC