Opinión - Panorama de las Américas

El terror a una semana del fin de la Guerra al Terror

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Con la primera estrella de la noche del 11 de septiembre de 2021 acabó el vigésimo aniversario de la mayor efemérides global del siglo XXI. Superstición numerológica y redondo confort mnemotécnico del dos y del cero en el sistema decimal de la Revolución Francesa habían rubricado de antemano en el calendario romano del papa Gregorio a este sábado de los veinte años después. En EEUU en especial, en el mundo occidental en general, la saturación retórica de ceremonias gubernamentales y producciones periodísticas hace ver cada 11-S, con una luz menos engañosa pero más cruel, el fracaso público para contrarrestar la victoria espectacular de las imágenes de unos minutos triunfales. Abstenerse de evocar los dos aviones secuestrados y dirigidos por militantes de al-Qaeda que penetraron en las dos Torres Gemelas y las derribaron es la única licencia poética vedada en la conmemoración de aquella mañana azul del fin del verano neoyorquino de dos decenios atrás. Todo lo que viene después ya es 12-S, el largo relato sin risa de todos estos años.

A partir del derrumbe del World Trade Center de Manhattan, o acaso antes, a partir de que, con más visible puntería y alevosía que el anterior, un segundo avión impactó en la Torre Sur cerca del centro de gravedad del rascacielos, empezó el día después y arrancó el relato veinteñal. Como si estuviera leyendo de un libro, el periodismo enunciaba por televisión en vivo y en directo el primer versículo de la narrativa: “Este ataque terrorista marca un antes y un después y cambió para siempre la Historia”.  Ni en un punto disintieron el sábado las voces tan diversas que buscaron hacerse oír y recomendaron la preservación de la memoria activa del 11-S, fue en que hoy vivimos en un mundo fraguado a imagen y semejanza de las consecuencias de aquella jornada de violencias singular y única. Es restricta el área donde esas aseveraciones resultan irrefutables: es el universo de la vigilancia y seguridad interior. Las potencias occidentales nunca más sufrieron otro ataque terrorista de las dimensiones y características del 11-S. Las medidas de control aeroportuario inauguradas para los vuelos comerciales perduran en su severidad lenta y minuciosa. Quienes hayan vivido bajo dictaduras o regímenes autoritarios, pueden encontrar extremadamente liberales aquellas que aprovecharon los militantes de al-Qaeda veinte años atrás. 

El presidente Joe Biden declaró terminada la Guerra al Terror. Como otras guerras contra enemigos invisibles en sus personas, pero visibles en sus consecuencias, la declarada por George Bush Jr. es difícil de asegurar cuándo termina, y si termina con un buen éxito o un fracaso rotundo sin redención ninguna siquiera parcial. Así ocurre con la Guerra a la Pobreza declarada por el presidente demócrata Lyndon B. Johnson, con la Guerra contra el Cáncer declarada por el republicano Richard Nixon, con la Guerra contra las Drogas declarada por el republicano Ronald Reagan. Con la Guerra contra el Crimen, gracias a la cual Joe Biden llegó a ser, en 1972, el senador más joven de la historia legislativa de EEUU. Declarar 'Misión Cumplida' siempre va a sonar prematuro. (Ni siquiera en Perú la muerte esta semana del líder guerrillero senderista casi nonagenario Abimael Guzmán, en la cárcel donde cumplía una condena de 30 años, arrancó a la opositora derechista Keiko Fujimori ni mucho menos al presidente Pedro Castillo ninguna declaración que arrojara el terrorismo a un pasado ya remoto). El mismo Biden enfrenta otra Guerra, contra la Pandemia, a nueve meses de haber asumido. El lenguaje siempre ha sido bélico.

El costo continuo del 12-S se siguió pagando día a día en vidas perdidas, pobreza, una carrera armamentista y derechos destruidos. Las sucesivas administraciones estadounidenses desde 2001 han gastado U$S 8 billones en lo que George Bush, su progenitor, denominó la “guerra global contra el terrorismo”.  Estos números alucinantes son meras estimaciones. Los civiles, en cuyo nombre se luchó, han sido las principales víctimas de la guerra en todo momento y más de 71 mil han muerto en Afganistán y Pakistán. La pobreza, la desnutrición, las enfermedades y la degradación ambiental exacerbada por la guerra causaron la muerte de decenas de miles más. El miedo, la alienación y la polarización entre los países occidentales y musulmanes, el llamado choque de civilizaciones, es una medida en gran parte inconmensurable del costo de la guerra.

El muro del horror

Hay otra guerra en curso, cuyos efectos no son menos terroríficos. La que inició Donald Trump y libra ahora Biden contra los migrantes que llegan desde América Latina a golpear las puertas de la frontera sur. Curiosamente, para esa guerra local Trump parecía inspirarse en su gran enemigo global. La gran muralla china es la única construcción humana que se ve desde el espacio exterior. El mayor monumento de la civilización es un homenaje a la sensación de seguridad que los emperadores del siglo III al XV intentaron inducir, hay que decir que en vano, a súbditos sufrientes y quejosos de las entraderas bárbaras. El anhelo de preservar intacta la vida y cultura imperiales contra las hordas mongolas, haciendo del reino oriental un gigantesco barrio privado, hizo que cuatro dinastías durante 12 siglos construyeran torres y muros de 7 metros de alto y 5 de ancho a lo largo 22 mil kilómetros. Sería la primera obra de la civilización terráquea que avistaría una nave espacial de alienígenas que se acercara al planeta. Para los fines prácticos que se propuso, la Gran Muralla fue inútil, como lo fueron las murallas construidas para detener invasiones militares organizadas por naciones enemigas. En el siglo XX, la Línea Maginot, de hormigón y acero, construida en la frontera franco-alemana, no frenó a las tropas nazis que entraron en Francia.  En el siglo XXI, alejado todo peligro de guerra entre las grandes potencias nucleares, parecería que murallas como las construyó Trump para proteger a Estados Unidos de los migrantes que llegan de México son una ilusión demagógica y una entelequia anacrónica de alto costo, a la vez que un anacronismo y una rareza. En realidad, ocurre todo lo contrario. La última década y media ha vivido un boom de erección de muros en las fronteras internacionales. Antes de que Trump pusiera un solo ladrillo, 63 muros dividían a naciones vecinas en cuatro continentes. Y el número ha aumentado, no disminuido. El que está perfeccionando la República Dominicana contra Haití es un ejemplo de estas semanas. Entretanto, la administración Biden sigue coleccionando mes a mes cifras récord de detenciones de migrantes en la frontera. En agosto, fueron casi un cuarto de millón de personas.

AGB/WC