Cómo fue la vida del preso que aprovechó el partido de Argentina para huir

Cuatro asesinatos, 36 años de cárceles y una fuga durante el Mundial, la historia de Roberto Carmona y un Estado que falló

Córdoba —

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Roberto José Carmona (59) asesinó por primera vez en enero de 1986. Su primera víctima fatal fue Gabriela Ceppi (16) una adolescente que había ido a bailar a Villa Carlos Paz con dos amigos. De regreso a la Capital, a menos de 50 kilómetros, se les descompuso el Fiat 600. En la ruta apareció un muchacho de 23 años que ofreció ayudarlos, pero hizo lo contrario: secuestró y asesinó a la chica. En su huida, Roberto Carmona abandonó el cadáver en un campo en Toledo, un pueblito ubicado a 22 kilómetros al sudeste de la Capital y a 70 de donde había sorprendido a los tres adolescentes. Fue detenido un mes después, en Buenos Aires, en la zona de San Isidro: había tomado de rehén a una familia en su auto.

El martes 13 pasado, el taxista Javier Bocalón (42), se convirtió en la cuarta víctima fatal de este asesino. El día anterior Carmona había llegado a Córdoba desde Chaco para visitar durante tres días a su esposa, una mujer de 74 años. En mayo de 2014, el juez chaqueño Juan José Cima lo había autorizado a dejar el penal ubicado en Presidente Roque Sáenz Peña -purga condena allí por matar a un preso, su tercera víctima fatal- y trasladarse a Córdoba a visitar durante nueve horas diarias a su esposa en su casa de barrio Las Violetas en el oeste capitalino. De noche, se alojaba en la prisión de Bouwer. Los viajes, siempre, estuvieron a cargo de seis penitenciarios de Chaco: un chofer, un enfermero y cuatro guardias.

El martes de la semana pasada, mientras la Selección disputaba contra Croacia la Semifinal del Mundial de Qatar 2022, Carmona aprovechó que sus custodios miraban el partido, huyó y mató. Busca que la Justicia, por haber cometido un crimen aquí, lo aloje en una cárcel cordobesa. Hoy Carmona está preso en Bouwer. Y los seis guardias que no cumplieron su deber están alojados en otra cárcel capitalina.  

Entre el asesinato de Ceppi y el del taxista Bocalón, pasaron 36 años y 11 meses. Dos años después del crimen de la chica, mientras purgaba su primera condena a prisión perpetua, Carmona cometió el primer hecho gravísimo en la Penitenciaría de Córdoba: una tarde le dio un puntazo al preso Martín Castro, y a la noche, mientras Castro dormía, le desfiguró la cara con caramelo hirviendo. En 1994, en la misma prisión, asesinó a puñaladas a Héctor Bolea, un pesado, al que le faltaba sólo una semana para recuperar su libertad. Lo condenaron a 16 años de cárcel.

Por su pésima conducta, los trasladaron a una cárcel de máxima seguridad en Roque Sáenz Peña, Chaco; donde en julio de 1997, con una lanza casera mató a Demetrio Pérez Araujo: fue condenado a su segunda prisión perpetua.

Al momento del homicidio de Gabriela Ceppi, Carmona ya traía un grueso prontuario, forjado en institutos de menores en los que estuvo internado desde los tres años, cuando su madre, Magdalena Bonet, lo dejó por no poder criarlo. El padre del pequeño Roberto, había sido internado en un psiquiático por un cuadro severo de alcoholismo. Cuando tenía 10 años, Carmona cometió su primer robo importante, abrió el auto de un policía y escapó con una pistola calibre 11.25. A los 13, su madre le exigió plata porque un hermano se había accidentado. Entre los 18 y los 23 años, pasó por las cárceles de Olmos, Sierra Chica, Junín, San Nicolás y Córdoba. La primera condena la recibió en marzo de 1982, siete años de prisión por un asalto. En octubre del mismo año, un tribunal de La Plata lo halló culpable de otro robo y le unificó la pena en 10 años y seis meses. Sólo tres años y tres meses después ya estaba libre: asesinó a la chica cordobesa.

Las tumbas

En agosto de 1986, durante el juicio por el caso Ceppi realizado en la Cámara 5ª del Crimen de Córdoba, el presidente del tribunal Carlos Lloveras, al hablar de la infancia de Roberto Carmona en los institutos de menores le preguntó a la perito Liliana de Licitra, especialista en psicología forense: 

-Si Usted tuviera que poner en el banquillo de los acusados ¿a quién pondría, a la sociedad o a Carmona?

-A nadie, yo no soy juez.

-Yo la habilito para que pueda responder.

-Pondría a ambos: a la sociedad porque genera personas como Carmona con sus institutos de menores que no resocializan a nadie, sino que conforman personalidades, con su forma de tratar a los menores a los que no resocializan, conforman estructuras de personalidad psicopáticas como las que hoy tiene Carmona, de corte sociopático. Y al acusado, porque comprendiendo y dirigiendo su actuar, optó por lo que hizo. En las instituciones de menores por las que pasó desde muy corta edad, el acusado Carmona internalizó agresiones y otras cosas más, conformándose su personalidad psicopática y luego sociopática, porque su enemigo es la sociedad.

En el juicio, la perito Licitra, fundadora y ex titular del Servicio de Psicología Forense de Córdoba citó los padecimientos de niños y jóvenes que atravesaron sus vidas por instituciones de menores y citó Las Tumbas, una novela publicada en 1972, donde su autor Enrique Medina retrata con crudeza la realidad que sufrió en los diez años que pasó dentro de “reformatorios”, como él mismo nombra a esas instituciones.

En ese mismo juicio donde Carmona fue sentenciado a reclusión perpetua por los delitos de “robo calificado reiterado, privación ilegítima de la libertad y homicidio calificado”; su defensor Domingo Cangelosi cargó contra el sistema penal juvenil: “Acá todos somos responsables, Carmona es el resultado de esta sociedad”, y agregó: “Los institutos de menores son la primaria de la cárcel”.

Fracaso del sistema penitenciario

“El caso de Roberto Carmona es el fracaso absoluto del sistema penitenciario: el dispositivo penitenciario tiene una sanción, modificación y contención de conductas; esto es sancionar conductas que socialmente son inaceptables, trabajando para modificarlas, o bien para contener esas conductas para evitar que lesionen a la sociedad. Si vemos el devenir de Carmona, alguien que ingresa a un sistema punitorio desde los 8 años y que nunca pudo ser modificado su comportamiento, ni contenido y mucho menos rehabilitado para evitar que siga haciendo daño. Es la prueba más clara del fracaso absoluto de un dispositivo penitenciario que está muy lejos de cumplir el mínimo objetivo que se le pide, que es impedir que aquellas personas que desarrollan conductas que atenten contra la comunidad y las otras personas, lo sigan haciendo. Carmona es un producto directo del sistema penitenciario argentino”, explicó a Raúl Gómez, ex vicedecano y docente investigador de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), licenciado en psicología y doctor en Ciencias de la Salud.   

Este reconocido psicólogo cordobés agregó que “Carmona ha sido formateado, moldeado por las instituciones de minoridad, primero, y penitenciarias después. Es un producto del sistema penal argentino. A diferencia de lo que le ocurrió a Carmona en las instituciones de menores; ahora hay conquistas respecto de los derechos de las niñas, los niños y adolescentes, hay leyes que no había; se acabó con la figura del Patronato de Menores, que era terrible, porque un menor podía quedar detenido indefinidamente sin proceso, simplemente a disposición del juez”.

Por su parte, la penalista Graciela Taranto opinó que “el precepto constitucional que dice que ‘las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas’, no se cumple; están superpobladas; la resocialización no se lleva a cabo, los presos no tienen acceso a estudios y a laborterapia;  además la normativa interna de los establecimientos penitenciarios abstrae a los presos de toda resocialización y cuando recuperan su libertad, no saben relacionarse con el resto de la sociedad”.

Esta abogada cordobesa señaló que “una gran cantidad de internos que salen en libertad y no pudieron acceder al régimen penitenciario de laborterapia, educación y terapia psicológica; por no tener estudios, ni oficio, y por tener antecedentes, tiene serias dificultades en ingresar a un sistema legal de subsistencia como es trabajar; entonces vuelve al hábito delictual. Tampoco hay tratamientos diferenciados para los distintos tipos de internos, que si bien están alojados de acuerdo a los tipos de delitos cometidos, su tratamiento no es  adecuado a su perfil psicológico. Está comprobado que dotar mayores presupuestos en seguridad o el agravamiento de penas no produce mermas en los índices delictivos; los Estados y países que han reducido el delito lo han hecho invirtiendo en educación y políticas sociales de prevención, algo que no sucede en nuestro país”. 

Modelo escandinavo

El vocal de la Cámara de Responsabilidad Penal Juvenil de Catamarca, Rodrigo Morabito explicó que “el jurista Julio Herrera, ya en 1920 había advertido que no era conveniente que alguien que había cometido un delito menor por primera vez fuera castigado con pena privativa de su libertad y proponía algún tipo de trabajo restaurativo. Cien años después, las palabras de Herrera siguen vigentes: aquella persona que es condenada a una pena de prisión, no sale resocializada, sale como un gangster. Parafraseando a Gabriel García Márquez, el sistema penitenciario argentino es la crónica de un fracaso anunciado. ¿El sistema penitenciario castiga?, sí; ¿resocializa?, no. Entonces no se cumple lo que dice la Constitución que las cárceles no serán para castigo de los detenidos”.

Morabito, un cordobés que además de ser juez penal juvenil, es profesor adjunto de Derecho Penal II de la Universidad Nacional de Catamarca, donde les enseña a sus alumnos que “la Ley 24.660 de ejecución de la pena privativa de la libertad habla de la reinserción social del condenado, pero eso en la práctica no ocurre con la mayoría de los internos, ya que para el Estado es más fácil castigar que reinsertar socialmente a alguien que antes de ser detenido no estaba inserto en la sociedad. El Estado condena a quién delinque y se desentiende; pese a que muchos señalan que vivimos en un estado de Derecho y un sistema republicano. Las cárceles son una picadora de carne; llenas de procesados sin condena, que técnicamente son inocentes hasta que se les demuestre su culpabilidad”.

Para el juez Morabito “la raíz de la delincuencia y la inseguridad es la violencia estructural. En un país donde 7,5 millones de chicos y adolescentes son pobres o indigentes, lo primero que hay que hacer es brindarles agua potable, techo, acceso a educación y a la salud, hay que combatir las causas de las desigualdades sociales, combatir la deserción escolar, el consumo de estupefacientes; pero acá se atacan los efectos y ya llegamos tarde, cuando ya tenemos un victimario y una víctima. En los países nórdicos o escandinavos donde hay una fuerte inversión en educación, en salud y en seguridad social, además de pleno empleo; el sistema penitenciario trabaja fuertemente en la recuperación social del interno; las instituciones penales son pequeñas, se trabaja en lo que podríamos llamar la inflación punitiva y se involucran a las víctimas en los procesos judiciales”. 

Este camarista de Catamarca explicó que “Michel Foucault graficó el sistema penitenciario y sus fallas en el texto Usted es un peligroso, donde Roger Knobelspiess había sido encarcelado por el robo de 800 francos, delito que él niega y lo benefician con la libertad condicional. Pero lo vuelven a detener por robo y fue encerrado en una cárcel de máxima seguridad. Allí Knobelspiess denuncia la arbitrariedad de la Justicia, y su lucha cuenta con la solidaridad del periodismo, intelectuales y artistas. Luego, Knobelspiess vuelve a ser detenido. Entonces Foucault se pregunta ‘¿Qué es lo que ocurrió?’ Un hombre es condenado a 15 años de prisión por un robo; varios años después, un tribunal declara que la condena es manifiestamente exagerada. Una vez liberado lo imputan por otros delitos y se abre un debate donde la prensa acusa sobre ‘el error, el engaño, la intoxicación’. Y Foucault lo aclara al sostener que ‘la prisión fue creada para castigar y corregir. ¿Castiga? Puede ser. ¿Corrige? Ciertamente que no. Ni reinserción ni formación, sino constitución y reforzamiento de un ambiente delictivo’. El caso de Knobelspiess, detallado por Foucault demuestra que en las cárceles se corre el riesgo generar resentidos sociales”.

Morabito agrega que “Foucault puso en palabras algo que vemos todos los días, los peligros están en la delincuencia, pero también están en los abusos del poder; y en la espiral que los une y realimenta: ‘Se debe atacar todo aquello que pueda reforzar la delincuencia. Se debe atacar también todo aquello, que por la manera de castigar, podría reforzarla’”.

Hacinados y alienados

Según datos del Ministerio de Justicia y DDHH de Córdoba, del que depende el Servicio Penitenciario de Córdoba (SPC), al 15 de junio de 2022 había 11.537 presos en cárceles cordobesas: sólo el 37,5% de ellas con condena efectiva; y el 62,5% restante, procesadas y bajo el régimen de prisión preventiva. Un gran número de esos internos sin condena pasan años alojados en prisiones como el complejo “Padre Luchesse” de la localidad de Bouwer al sur de la Capital o en Cruz del Eje, Río Cuarto, Villa María, San Francisco o Villa Dolores.

Adriana Revol, referente de la Coordinadora Anticarcelaria relató que “la situación de presos alojados bajo la órbita del SPC pese a no contar con condena efectiva tiene la consecuencia inmediata del hacinamiento, lo que conlleva a celdas y pabellones superpoblados. Además, observamos un sesgo machista en la aplicación de las prisiones preventivas: el 80% de las mujeres están procesadas, contra un 20% de condenadas; mientras que entre los hombres, el 60% está procesado y el 40% está condenado”.

Revol agregó que “la superpoblación carcelaria trae aparejada problemas de convivencia, a la falta de acceso a cuestiones básicas como la salud y la educación; además de acrecentamiento de la problemática de la salud mental. Sólo en octubre de este año ocurrieron cuatro muertes de internos caratuladas oficialmente como ”suicidios“: dos en Villa María, uno en Bouwer y uno en Villa Dolores”.

Sobre el caso de este múltiple asesino, la referente de la Coordinadora Anticarcelaria señaló: “El Estado es responsable en el caso de Carmona, estuvo más de 50 años, desde que era niño hasta hoy bajo la tutela del Estado y no lograron cambiar su comportamiento social, incluso estando preso, cometió dos homicidios contra personas privadas de su libertad. El tratamiento en la cárcel de San Martín, de aislamiento estricto tampoco hizo mucho para recuperarlo. Y no defiendo a esta persona, sino lo que señalo es que el Estado lo tuvo décadas y décadas encerrado sin revertir nada. ¿Qué tratamiento psicológico o psiquiátrico pudo brindarle el sistema penitenciario a Carmona, quien según los informes de la Justicia es un psicópata?, ninguno. Y eso pasa con los demás presos”.

Adriana Revol coincidió con que “lo de Carmona es un fracaso para la sociedad, las cárceles no sirven para resocializar, los presos no tienen acceso a laborterapia, ni a educación; y si encima tenés a los presos hacinados, alienados, sin poder salir al patio, salen dos horas cada 15 días porque hay superpoblación. Esas prácticas operan contra la reinserción social del preso; entonces el que fracasa, claramente es el Estado, porque nos devuelve a la sociedad personas peores de las que entraron”.

GM