El objeto interestelar 3I/Atlas, el mensajero del espacio profundo que irrumpió en nuestro Sistema Solar a principios de julio, está en estos momentos tan cerca del Sol que no podremos volver a observarlo hasta diciembre. Pero, antes de despedirse temporalmente, dejó algunos datos muy valiosos para los astrofísicos y un hecho desconcertante: en términos astronómicos, se trata de un cometa viejo y joven a la vez.
Los datos obtenidos a finales de agosto por el espectrógrafo de infrarrojo cercano del telescopio espacial James Webb (JWST) revelan la inusual composición de su coma. El objeto tiene muy poca agua y mucho CO2. En palabras técnicas, “contiene una coma de gas inusualmente rica en CO2 en relación con el H2O”. Esta proporción —16 veces superior a la que se esperaría— está “entre las más altas jamás observadas en un cometa”, según los científicos .
Para el equipo de investigadores de la NASA que publicó estos resultados preliminares, esta circunstancia podría deberse a que 3I/Atlas “se formó cerca de la línea de hielo de CO2 en su disco protoplanetario principal” o a que algo “inhibe la penetración del calor en su núcleo” y evita que el agua se sublime. Dicho de manera más simple: puede que tenga mucho CO2 porque se gastó poco en su largo viaje y tiene poca agua porque dispone de una especie de coraza que protege su núcleo del calor externo.
Un cometa “viejoven”
A Javier Licandro, investigador del Instituto Astrofísico de Canarias (IAC), le recuerda al comportamiento de los objetos transneptunianos de nuestro sistema llamados centauros. Por los nuevos datos, este cometa parece haberse formado más allá de la región en la cual el dióxido de carbono se congela y debe haber interactuado muy poco con su estrella.
Tiene características de ser un cometa muy antiguo y que ha viajado muchísimo, pero en parte tiene la pinta de los cometas 'nuevos', esos que se acercan al Sol por primera vez
“Desde el punto de vista del origen es antiguo, pero dinámicamente no, en el sentido en que nosotros entendemos la edad de los cometas, pues consideramos que van envejeciendo a medida que se acercan mucho al Sol”, explica Licandro. “A los cometas que tienen órbitas de corto periodo y tienen varios pasajes cerca del Sol, los llamamos cometas viejos, aunque no es por la edad de origen, sino porque han envejecido físicamente”.
Si tenemos en cuenta que la velocidad de 3I/Atlas nos muestra que puede tener entre 3.000 y 11.000 millones de años (frente a los 4.500 millones de años de nuestro Sistema Solar), podemos decir que es un comenta joven y viejo a la vez: lo que se conoce humorísticamente como un “viejoven”. “Tiene características de ser un cometa muy antiguo y que ha viajado muchísimo, pero en parte tiene la pinta de los cometas nuevos, esos que se acercan al Sol por primera vez”, asegura el astrónomo y divulgador Javier Armentia, que encuentra la denominación divertida y acertada.
Es como un Ford T que tiene ahora su primera carrera de Indianápolis
“Su velocidad, junto con su trayectoria, implica que 3I/Atlas podría tener su origen en un sistema estelar relativamente antiguo, posiblemente de la población del disco grueso de la Vía Láctea”, apunta René Duffard, experto en asteroides del IAA-CSIC. En ese sentido, reconoce, es viejo por su edad dinámica orbital, pero joven en cuanto a sublimación, porque es su primer paso cerca de una estrella que hace sublimar sus volátiles. “Es como un Ford T que tiene ahora su primera carrera de Indianápolis”, bromea.
Una ‘coraza’ para un viaje increíble
En opinión de Javier Licandro, cuyo equipo desde el Instituto Astrofísico de Canarias (IAC) fue de los primeros en obtener datos de este objeto interestelar, el cometa seguramente escapó del cinturón transneptuniano de su estrella y pasó casualmente cerca de la nuestra. “Por eso está sublimando el dióxido de carbono que tiene en la superficie”, señala. A toda esta circunstancia, hay que añadirle la posibilidad de que el cometa se formara de una manera diferente o que haya desarrollado una cubierta que haya protegido su núcleo del exterior.
Se especula que este cometa tiene una capa externa que aísla la entrada del calor del Sol y eso impide que salga mucha agua del núcleo
“Se especula que este cometa tiene una capa externa que aísla la entrada del calor del Sol y eso impide que salga mucha agua del núcleo. Esa capa se suele crear en los objetos que están expuestos a la radiación por mucho tiempo, algo que es esperable en 3I/Atlas”, resume Duffard. Esto nos dejaría, en su opinión, con el siguiente escenario: el cometa fue expulsado de su estrella y estuvo millones de años transitando hasta llegar a nosotros y en ese tiempo desarrolló una coraza que lo aísla del calor de nuestro sol.
“Al acercarse, se subliman los volátiles, agua, dióxido de carbono, monóxido de carbono, y crea una coma que es observada por el telescopio James Webb”, indica Duffard. “Por eso el agua que vemos es poca, porque no puede salir por la coraza creada a lo largo de tantos millones de años”.
Un fragmento “prístino” del universo
“No sabemos si se ha formado como los cometas de nuestros sistema que tienen periodos orbitales de más de 10.000 años y vienen casi directamente de la nube de Oort”, asegura Armentia. “O quizá en ese viaje tan increíble de tantos millones de años, la forma en la que algunos elementos se subliman es diferente y el agua ha desaparecido a lo largo de esas peripecias del viaje, o tal vez se formó en un entorno en el que el agua estaba menos disponible para formar el cometa”.
Podría ser un cometa formado hace más de 10.000 millones de años, como el doble de edad del Sol, de cuando el universo era bastante diferente y mucho más joven
Los hallazgos sobre este tercer objeto interestelar conocido, señala Armentia, resultan fascinantes para los científicos porque nos traen un fragmento “prístino” de las profundidades del universo y de un periodo anterior a la formación de nuestro Sol. “Podría ser un cometa de un sistema estelar formado hace más de 10.000 millones de años, es decir, como el doble de edad del Sol”, concluye. “Lo apasionante es pensar que estás viendo un material que estaba en esa nube de Oort equivalente a la formación de una estrella de cuando el universo era bastante diferente y mucho más joven”.
Para los astrofísicos, este tipo de hallazgos equivalen a los que hacen los paleoantropólogos cuando encuentran los fósiles de una nueva especie humana, en un periodo del que apenas se sabe nada. Quizá no es casual que entre la larga lista de naves y sondas que se unirán a las observaciones de 3I/Atlas en los próximos meses (entre las que está especialmente situada la misión Psyche), se encuentre la distante Lucy, una nave con el nombre de nuestro antepasado más célebre que podría atravesar la cola del cometa interestelar y medir su composición. Si finalmente ofrece alguna clave, el estudio del pasado de la humanidad y del universo estarán simbólicamente unidos.