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Deseos que desafían estigmas: “La discapacidad no está pensada como algo erotizante a no ser que sea un fetiche”

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La sexualidad de las personas con discapacidad (PCD) sigue siendo un tema tabú para la sociedad. Pensar en seducir cuando usás pañales, tenés una sonda, no podés mover tus manos o tus piernas, o podés tener una crisis no es sencillo. Las aplicaciones y redes sociales pueden ser aliadas, pero también una barrera que impida la vinculación cuando es el único modo. En gran medida, las posibilidades de vincularse se relacionan con los recursos que cada persona tenga, la autopercepción, como viva su discapacidad y cuán receptivo sea el entorno.

La adolescencia es un momento complejo en el que las diferencias parecen negativas, pero todos buscamos que nos quieran y en esta etapa, que nos acepten también.

Las personas con discapacidad no somos todas iguales, incluso teniendo la misma discapacidad podemos necesitar o no apoyos, gozar de diversas maneras y preferir formas distintas de vincularnos. Algunas elegimos maternar, tener o no una pareja exclusiva o abierta, pero lo más importante es poder elegir y ejercer nuestros derechos con libertad y autonomía.

La asistencia sexual es cuando una pareja requiere de una persona que les asista en sus movimientos, o cuando una PCD necesita de alguien para conocer su cuerpo y experimentar.. La asimilación con el trabajo sexual, así como la asistencia como una especie de corrección de la sexualidad son temas que generar debates y diversidad de opiniones.

Apartheid y discapacidad

“¿Querés que te describa cómo soy? Yo quiero que sepas como soy. Uso anteojos, ojos marrones, pelo rosa”. Cali tiene 31 y hoy vive con su familia. Hasta hace 2 años vivía sola, pero las crisis y la falta de trabajo y apoyos, hicieron que vuelva. “Tengo epilepsia focal compleja, y mis crisis son motrices y gelásticas con psicosis”, explica y da un ejemplo: “Son las que tiene el Joker, el Guasón de Batman. Por eso se hace Joker, porque se burlan de él y la sociedad lo rechaza. Somos siempre pacientes, asesinas, personajes burlescos, o villanas, y nunca protagonistas de comedias románticas”.

Cali es además una persona intersex: “Yo siempre caminé de la mano de la discapacidad y la intersexualidad, así que toda mi experiencia de mi infancia y adolescencia la identifiqué con la intersexualidad y luego supe que también tenía que ver con la discapacidad. Hasta mis veintipico no me asumí PCD, pero siempre fui una persona con psicosis”, explica. Con este panorama, asegura, todas sus relaciones siempre estuvieron ligadas a la locura y a su estigma. “¿Cómo me iba a relacionar con otras personas siendo yo una persona loca? ¿Cómo compartir que escuchaba voces o tenía ideas que las otras personas pensaban como delirantes?”, recuerda. “Di mi primer beso a los 23 años, empecé a salir con otras personas recién cuando pude hablar de mi psicosis”. Sus crisis motrices son diarias: relacionarse implica decir que tiene epilepsia, qué hacer frente a una crisis, cuándo la otra persona tiene que ocuparse y preocuparse. “Claro, la discapacidad no está pensada como algo erotizante… a no ser que sea un fetiche”, explica.

Cuando el deseo apareció en su vida, Cali descargó Tinder, fue a una cita y tuvo una crisis delante de esa persona. “Luego me puse ‘persona intersexy orgullosamente disca’ y no tuve un match nunca más”, asegura.

Cali afirma que a partir de las redes sociales e internet hay mayor fetichización de corporalidades de personas con discapacidades visibles: “Ha habido discusiones sobre asistencia sexual que yo odio la idea de asistencia, pero el trabajo sexual de PCD y pensado para PCD es algo de lo que se empezó hablar en los últimos años. Yo salgo con personas con discapacidad porque hablamos de nuestra discapacidad, de lo que necesitamos y ya está, luego nos conocemos cómo somos. Sigue habiendo un apartheid y también en nuestra mente a la hora de desear y que nos deseen”.

¿Qué es el cuerpo perfecto?

Andrea es periodista, tiene 38, trabaja hace 15 años en una dependencia del Estado, vive sola hace 6 años y medio. “La verdad que la adolescencia la transité con bastantes prejuicios sobre qué iba a poder hacer o cómo me iban a ver los demás”, recuerda. La primera vez que se sintió “una más” fue a los 18 cuando empezó a acercarse a un grupo de jóvenes de la Biblioteca para Ciegos . “Me dieron mucha seguridad para salir a la calle y también respecto a los vínculos sexoafectivos porque por primera vez pude sentir que un pibe de ese grupo se estaba fijando en mí y fue el primer novio que tuve”.

Vivió el surgimiento del #NiUnaMenos como oportunidad de romper con miedos propios. “Por fin se podía hablar de que los cuerpos no siempre son perfectos. Bueno, ¿qué es el cuerpo perfecto? Yo tengo una discapacidad visual y una discapacidad motriz, las dos de nacimiento. Creo que la discapacidad que más conflicto me genera es la motriz”, comparte.

Dice entre risas que las aplicaciones de citas le resultan un “supermercado de personas”, prefiere conocer gente en otros espacios. Hasta ahora han sido varones con discapacidad visual porque Andrea siente que los demás tienen prejuicios por su discapacidad. “Contacté con una asistente sexual para que me ayude a descubrir aquello que sí podía. Yo tengo una posición bastante ambigua respecto del trabajo sexual, no en el sentido moral, sino por perspectiva de género y la lucha contra la trata y explotación de personas. Pero para mí fue un antes y un después –reconoce Andrea– . Hasta ese momento yo venía leyendo sobre el tema y sentía que era complejo porque siempre se hablaba desde la perspectiva del varón que necesitaba la asistencia de una mujer, pero no era mi caso. Yo me considero cis-hetero y necesitaba saber qué podía y que no porque me había quedado en un callejón sin salida”. Los médicos le habían marcado qué podía, pero para Andrea la palabra no era suficiente. “No es lo mismo que experimentar qué posturas podía tener con el cuerpo”.

“¿Quién es esta desquiciada que no está en una cama triste tirada llorando?”

Mica tiene 27, estudia derecho y trabaja en el Banco Central. Está en pareja y vive sola.

“Soy una persona con discapacidad motriz bastante visible porque estoy amputada de mis 2 piernas. Cuando era adolescente estaba un poco excluida porque la onda era ir a boliches”, recuerda. Trataba de ir pero encontraba obstáculos: “Están pensados para un número muy desbordante de gente, no había baños accesibles entonces si tomaba, me tenía que ir temprano”.

Los hoteles alojamiento tampoco son accesibles. “Mi vínculo tenía que subirme con una mano y sostener la puerta con la otra para poder entrar. A la gente que estaba esperando le parecía rarísimo, se quedaba mirando y trataban de ver mi cara, a ver quién es esta desquiciada que no está en una cama triste tirada llorando porque tiene una discapacidad”, explica.

Mica se presenta como bisexual y asegura que la experiencia ha sido distinta con varones que con mujeres: “Generalmente los hombres sin discapacidad esperaban que yo ignore mi discapacidad, les costaba mucho aceptar que yo hay cosas que las tengo que hacer distinto –asegura–. Eso no me pasaba con mujeres. Las que se interesan saben que por la discapacidad tenés otras necesidades. Yo no puedo ponerme en 4 por ejemplo”, especifica.

Conocer su cuerpo le permitió conocer su deseo: “Con el tiempo yo empecé a saber cómo funcionaba mi cuerpo. Sé qué no me gusta y también la gente es más receptiva”, cuenta.

Pensarse en pareja

Meche y Silvina comparten la vida hace 30 años y están casadas desde 2010. Se conocieron porque Meche buscaba una persona con quien compartir el alquiler. Silvina tuvo dudas. “Sabía que Meche estudiaba, iba a la universidad, que se manejaba bastante bien en su casa, pero yo igual pensaba: ¿Qué me va a pedir? ¿Qué voy a tener que hacer?”, recuerda. Pero nada fue como lo había imaginado: “Me di cuenta de que teníamos mucha afinidad y ella me gustaba”.

Hoy son mamás de Ludmila, que tiene 23. Meche recuerda: “Desde muy chiquita quise ser mamá. Para nosotras se jugaban un montón de prejuicios sociales sobre nuestra maternidad porque al ser lesbianas se sumaba que yo tuviera una discapacidad”.

Hubo apoyos. Meche enumera: “La señora que la llevaba en el micro, la señora que trabajaba en casa, limpiaba y la cuidaba cuando íbamos a trabajar. Y mi silla electrónica que para mí es fundamental en mi vida y lo fue particularmente en mi maternar”. Recuerda cómo la fueron usando, ella y su hija que aprendió a subirse, a pararse atrás y agarrarse de las manijas.

Cuando tenía unos 11 años, Ludmila les contó que había sufrido más la discriminación social en relación a la discapacidad de una de sus mamás que al hecho de que fueran lesbianas. “Las veces que no pudimos ingresar a los lugares porque no había accesibilidad o que no pudimos tomar un transporte. Recuerdo cuando teníamos que ir a su muestra de acrobacia y ningún taxi me paraba. Entonces la disyuntiva era si ellas se iban en el auto y llegaban a tiempo o si me esperaban”, recuerda Meche.

“En general no se nos piensa con parejas ”, asegura. Está convencida de que los prejuicios más fuertes sobre las personas con discapacidad surgen en torno a la sexualidad. Meche polemiza: “Yo tengo una mirada bastante crítica en relación a la asistencia sexual porque desde la perspectiva de género siempre son las mujeres pobres las que ponen el cuerpo y yo soy abolicionista en relación a la prostitución”. Es un tema espinoso en el que no hay una mirada unánime, ni en los feminismos, ni entre las personas con discapacidad ni en la sociedad en general. A Meche, además, le parece que el concepto de asistencia es precisamente asistencialista: “No caminar o no mover los brazos no significa que no pueda tener relaciones, incluso una persona puede tener relaciones sexuales si no se le para el pene porque tiene lesiones medulares. Esa es una mirada reduccionista de la sexualidad, como si todo fuese que alguien venga y te manipule un genital”, asegura. Imagina perspectivas feministas colectivas, talleres feministas y de PCD que trabajen el erotismo. Considera: “Profesionalizar esa intervención es medicalizante y patologizante”.

Dolor y deseo

Julia tiene 30, vive con su gato, es docente de teatro en una escuela secundaria, concejala en Monte, Provincia de Buenos Aires y escritora, “Para mí no había nada malo en mí por lo que otro me rechazara, siempre fui de naturalizarlo, pero tengo colecciones enormes de rechazo”, comparte. Julia tiene una malformación en su columna vertebral que le provoca baja altura y dolor crónico. Llegando a los 18 empezó a percibir una atención particular: morbo. “No entendía bien por qué me generaba tanta bronca y lo descubrí buscando la palabra en el diccionario, que es atracción hacia algo desagradable”. Le pasó cuando usaba Tinder: “Había mucha gente que miraba mi foto y me decía que le generaba morbo tener relaciones conmigo, entonces me incomodaba mucho porque me hacía sentir un objeto inanimado que no decide”, explica.

“Todos buscamos que nos quieran. Creo que al tener la discapacidad, una recae en la culpa de pensar que es por eso que no consigue pareja”, explica- “Pero en el pueblo somos pocos y por ahí el que me interesa está ocupado”. Tuvo dos relaciones, pero ninguna formal ni pública. “Con mi primer pareja había un esfuerzo de él porque yo me muestre como una especie de amiga. Yo nunca le atribuí la responsabilidad directa a que yo tenía discapacidad y que quizás le daba vergüenza que lo vean con una piba como yo, ahora sí lo veo un poco así. Cuando sos más chica y estás muy enamorada aceptás cualquier cosa, ahora tengo otras herramientas”, asegura Julia.

Con el segundo vínculo fue distinto: “Él no tenía discapacidad y era súper respetuoso de los tiempos, del cansancio, de los dolores sobre todo. Tener dolor crónico y compartir sexualidad con alguien es un mundo interesante para revisar para que el otro no se transforme en una especie de enfermero pero tampoco que no haga como que nada pasa”.

“No podía no ser quién era”

Fran tiene 34, vive sólo desde hace 2 años con apoyos las 24 horas. Es dramaturgo, actor, escritor, cantante y da conferencias sobre discapacidad, accesibilidad y diversidad.

Cuando supo que era varón se lo dijo a su madre. “Me dijo que hable con la psicóloga, que obviamente no le dio importancia. Me dijo: ‘ Vos tenés que ser una persona con discapacidad integrada a la sociedad’”. El resultado: retraimiento. “Me metí mucho para adentro y cuando me tocó ir a la secundaria no sabía cómo relacionarme. Con varones no, porque me sentía diferente, pero con mujeres tampoco. Nadie me hablaba”, recuerda. Se enamoró de una compañera y fue muy tormentoso. “No podía no ser quién era”, explica. Necesitaba apoyo para vestirse y su hermana fue una aliada. “Cuando yo decidí que ya no me quería poner más ropa femenina la tiramos”.

Fran relata dos situaciones de “abuso o algo no consentido”. Primero en la adolescencia, luego más grande. En ambos casos le dijeron que era exagerado “que a todas las personas con vulva les pasa”. “Las PCD somos un colectivo mucho más vulnerable a eso y la respuesta que recibimos no es la que tendríamos que recibir”, reclama. Y reafirma que prefiere escuchar a su cuerpo.

Sobre la asistencia sexual asegura que para él es un puente: “Siento que es un vínculo para acercar, como un puente entre la discapacidad y la sexualidad que en general no se juntan porque pasa que hay mucha curiosidad, mucho morbo pero cuando está la posibilidad la gente medio se escabulle porque no sabe qué tiene que hacer”, comparte. “Me ha pasado de conocer gente en boliches y decir ‘Me muero por darme con esta persona, pero ¿cómo hacemos?’ Para mí es construir un vínculo, que se de un espacio cuidado y accesible y explorar lo físico de la sexualidad que es saludable”.

Libertad y violencia

Vick tiene 28, vive sola y trabaja de manera independiente. Es editora audiovisual, fotógrafa y gestora cultural y estudió Cine.

“Yo me imaginaba a mí misma como alguien con quien no querrían estar, así que ni siquiera lo intentaba. Le escapé a la dinámica heterosexual de como se relacionaban las personas porque al ser usuaria de silla no se daban comúnmente las citas”, asegura. Usa aplicaciones y pone fotos en las que se ve la silla de ruedas. “Tuve citas, algunas fueron un fiasco, otras son muy buenas. También me gustó y me sorprendió gente muy directa. Alguien que directamente me dijo: ‘Hola, ¿querés coger?’. Que se animen a proponerlo, me gusta.

Vick explica que le resulta más fácil relacionarse con mujeres. “Al hombre lo tenés que educar con la discapacidad y con todo, las chicas son más comprensivas y empáticas pero al mismo tiempo te da cosa acercarte, hay otras dinámicas complejas que no son por la discapacidad sino por el esquema en el que nos relacionamos las mujeres”. Los vínculos no son sencillos más allá de las circunstancias. Tuvo tres parejas estables: dos varones y una chica. El primer vínculo duró tres años y recuerda que la familia de él la amaba: “Pensaban: ‘Qué ángel, qué hermosa, qué valor mi hijo, qué luchadora’. Mi familia lo amaba a él por caminante”.

“Hay mucho estereotipo quizás de que las PCD tienen que salir con una PCD, yo nunca tuve ni siquiera una cita con una. Estoy re abierta a eso pero no se ha dado”, asegura Vick y explica su punto de vista: “Hay 2 tipos de discas: los que vivieron toda su vida en el mundo de los caminantes, como yo, que no notaba que hubiese diferencias, yo era la única hasta los veintipico de años. Y hay aquellas que toda su vida se relacionaron con otras PCD”.

Vick practica Ballroom, una disciplina que es una suerte de desfile LGBTIQA+ y que ella define como “espacios de resistencia queer”. “Hay una categoría realness y hay que presentar nuestra realidad ante un jurado. Por ejemplo, las herramientas que usa una mujer trans para pasar en la calle como una mujer cis”, explica Vick. Ella fue la primera persona con discapacidad en participar. “Participé en todas las categorías, nos juntamos a entrenar y a bailar. Yo tengo muchas cicatrices y es algo que siempre escondí de mí y a partir de ballroom empecé a sentirme cómoda con ellas”, celebra.

Sin embargo, la violencia aparece. “Una vez salí con un chico que sacaba fotos de desnudos. Cuando nos despertamos me estaba sacando fotos de las cicatrices”, relata. Ella no había consentido, no estaba posando. “Le dije enojada que abra el rollo para que se vele y nunca más vi a esa persona, casi lo escracho”. Vic es clarísima: “A mí no me interesa salir con una persona porque lo que le gusta es mi discapacidad”.

Gozar del propio cuerpo

En las voces de las personas con discapacidad no hay una única forma de vivir la sexualidad, ni una definición cerrada de lo que está bien o es posible. Hay experiencias marcadas por el estigma, el deseo, la soledad, el dolor, los condicionamientos, el goce, la incomodidad y la libertad. Lo que une a todas no es la discapacidad, sino que cada persona enfrenta las barreras que la sociedad impone al deseo cuando no encaja en la norma. Esta nota no busca conclusiones, sino dejar registro de algo más profundo: que hablar de sexualidad y discapacidad no es hablar de lo excepcional, de súper héroes o heroínas con capacidades sobrenaturales, sino de lo pendiente, del dolor de la exclusión y los estereotipos, y de la posibilidad de construir vínculos saludables, de disfrutar con otres, de decidir y de gozar del propio cuerpo y del de la persona que nos atrae, que nos desea, con la que queremos pasar un rato agradable o aquella que amamos.

VG / MA

La sexualidad de las personas con discapacidad (PCD) sigue siendo un tema tabú para la sociedad. Pensar en seducir cuando usás pañales, tenés una sonda, no podés mover tus manos o tus piernas, o podés tener una crisis no es sencillo. Las aplicaciones y redes sociales pueden ser aliadas, pero también una barrera que impida la vinculación cuando es el único modo. En gran medida, las posibilidades de vincularse se relacionan con los recursos que cada persona tenga, la autopercepción, como viva su discapacidad y cuán receptivo sea el entorno.

La adolescencia es un momento complejo en el que las diferencias parecen negativas, pero todos buscamos que nos quieran y en esta etapa, que nos acepten también.