Punto de Encuentro es un espacio de Amnistía Internacional para amplificar las voces y miradas de periodistas, comunicadoras y fotógrafas que trabajan en temas relacionados con mujeres y disidencias.
En un contexto de violencia creciente contra activistas de derechos humanos y ante la reducción de estas agendas en muchos medios masivos de comunicación, Amnistía Internacional y elDiarioAR se unen para dar un espacio destacado a contenido federal e inclusivo.
El rol de periodistas feministas ha sido clave en los avances de los últimos años y el ejercicio profesional riguroso y libre es clave para garantizar esas conquistas que son para toda la sociedad.
Punto de Encuentro pretende ser precisamente un espacio de coincidencia, pero también de debate constructivo. Porque no se puede ser feminista en soledad.
Torturadas por ser mujeres: la violencia sexual en las causas de lesa humanidad en La Rioja
El juicio contra el exgendarme Eduardo Britos marcó un precedente al reconocer las agresiones sexuales como parte del plan represivo. Testimonios clave, documentos conservados y un equipo interdisciplinario que acompañó a las víctimas hicieron posible una condena histórica.
Lucila Maraga, Diana Quiroz, Claudia Mendoza y Viviana Reinoso reconstruyen memoria y justicia en La Rioja. Sus testimonios y su trabajo fueron fundamentales para lograr una condena histórica por delitos sexuales de lesa humanidad NATALIA DIAZ PARA PUNTO DE ENCUENTRO
Una rueda humana con ocho, diez varones, ocupa el centro de la sala. En el medio, parada, está Lucila Maraga, detenida ilegalmente. Nadie sabe dónde está. Ni siquiera ella misma: lleva vendas en los ojos, las manos atadas y está desnuda. Comprende que está en el centro de una ronda por el movimiento: “uno me tiraba a los brazos del otro, volvía al centro y me seguían empujando. Era una sensación horrible porque sentía que me iba a caer, no tenía idea lo que pasaba”.
Lo que cuenta ocurrió en una habitación trasera del edificio de la Policía Federal de La Rioja, hace casi 50 años. Su testimonio –junto al de otras ocho mujeres– fue clave para condenar en diciembre de 2023 al exintegrante del Escuadrón 24 de Chilecito, también ex jefe de seguridad del Instituto de Rehabilitación Social de La Rioja, Eduardo Britos, como uno de los autores de esos padecimientos. Una variante de la tortura que se inscribió en los cuerpos de las mujeres: la agresión sexual.
Suena y resuena
Una resonancia metálica se expande por la habitación. Suena como “ommm”. La reverberación se prolonga cada vez que Claudia Mendoza golpea un cuenco con un mazo. Me lo acerca a la espalda y me explica que son instrumentos somáticos: “Entonces vos lo escuchas pero también lo sentís, ¿sentís las vibración en el cuerpo?”.
—Estos instrumentos ayudan a armar un baño sonoro, a generar una sensación. Y tienen diferentes tonalidades. Tenés estos otros que te ayudan a despejar la mente cuando estás muy saturada, y así, depende para qué lo quieras.
En este lugar, Lucila Maraga fue víctima de torturas y abusos sexuales durante su secuestro. Décadas después, puso en palabras lo que durante mucho tiempo se calló: la violencia de género en los centros clandestinos CREDITO NATALIA DIAZ PARA PUNTO DE ENCUENTRO
Claudia integra el Equipo Interdisciplinario de Acompañamiento a las Víctimas y Familiares del Terrorismo de Estado de La Rioja que se conformó para contener y ayudar a quienes debían declarar en Juicios de Lesa Humanidad. La mayoría son psicólogas, psiquiatras, trabajadoras y trabajadores sociales. Ella es musicoterapeuta. Trabaja en salud mental hace años pero considera que ésta experiencia fue la “más impactante y transformadora a nivel profesional”.
—Sentía que una persona, un cuerpo, que había estado en esas condiciones, necesitaba un anclaje diferente para poder destrabar la voz y hablar. Es muy difícil que alguien pueda expresarse si tiene un nudo en la garganta.
Los cuerpos, campos de batalla
Son las 4.30 de una madrugada de abril de 1975. En una cama de una plaza Lucila intenta dormir junto a su compañero, Lucho Gómez. Viven en una pensión austera que en 2025 será la sede del partido radical en pleno centro riojano Pero faltan años. Esa madrugada la policía se anuncia con golpes, armas largas y ferocidad. Entra, los carga en un vehículo y los traslada vendados para interrogarlos.
Cincuenta años después todavía puede repetir cada detalle de esa secuencia camino a la sede de la Policía Federal,porque se siente ahí. Sube escalones, ingresa por un garage. Es interrogada. Sale. Hace un trecho. Otro trecho derecho. Cruza un patio. Hay ruidos, risas, corridas, todo junto y desordenado. Alaridos de varones. A ella la espera la rueda humana que la obliga a desnudarse, manosea sus partes íntimas, la abusa. Por una fina luz que le deja la venda, solo ve botas.
Diana Quiroz fue detenida a los 17 años, embarazada y víctima de torturas que le provocaron un aborto forzado. Su testimonio visibiliza la violencia de género sistemática en los centros clandestinos durante la dictadura CREDITO NATALIA DIAZ PARA PUNTO DE ENCUENTRO
Lucila tenía entonces 24 años. Ya era docente, militante gremial y estaba identificada con la pastoral de Enrique Angelelli. Fue una de las tantas riojanas detenidas antes que se instaure formalmente la última dictadura militar en Argentina, en 1976. Durante el gobierno democrático y peronista del ex presidente Carlos Menem, entonces gobernador.
Hoy tiene 74 años y es un torbellino. Como si hiciera carrera contra el tiempo para no dejar escapar segundos en los que alguien, en algún sitio, quiera escuchar el horror que se vivió hasta hace 42 años en Argentina. Del tiempo en centros clandestinos se le mezclan, como enjambre de abejas ciegas, momentos de tormentos, agresiones físicas y psicológicas. Como cuando la paraban contra la pared, piernas abiertas, desnuda, manos en alto, cabeza gacha, durante varias horas, no recuerda cuantas. La abusaron con morbosidad, dice.
Diana, embarazada
Diana está parada junto a Pano Navazo, el periodista que la entrevista para la serie Contra el Olvido. Historias de Resistencia que acaba de estrenarse en La Rioja. Él pregunta: “Si tuvieras que decir quién es Diana Quiroz ¿qué dirías?”. Ella hace un paso para atrás, una sola respiración profunda y responde sin pausa: “mamá, esposa, abogada, militante de los derechos humanos, sobreviviente de la última dictadura militar”. Allí cuenta muchas de las vivencias que días mas tarde me narrará, de cuando estuvo en cautiverio forzado. También del aborto que le produjeron los golpes cuando la detuvieron a los 17 años.
De niña llegó a La Rioja desde Córdoba. Del barrio Benjamín Rincón se había pegado una costumbre muy característica de los años ´70 riojanos: pertenecer a grupos juveniles de la pastoral del obispo Angelelli, asesinado por la última dictadura militar. Diana terminó el secundario en diciembre de 1974 y ese mismo mes se casó con José. Llevaba dos meses como estudiante de enfermería cuando la detuvieron. En realidad habían llegado buscándolo a él.
Claudia Mendoza, musicoterapeuta del equipo interdisciplinario que acompaña a sobrevivientes del terrorismo de Estado en La Rioja. Su enfoque novedoso utiliza la música para ayudar a destrabar la voz y apoyar la reconstrucción de la memoria colectiva CREDITO NATALIA DIAZ PARA PUNTO DE ENCUENTRO
—Yo cometo… creo que fue un error, de irme a una casa que ya estaba allanada. Como no lo encontraron a él porque estaba en la escuela, discutían si llevaban a mi suegro o a mí. Me cargaron porque era la más joven. A él lo buscaron, lo encontraron y detuvieron también.
Era de noche y estaba embarazada. Su destino también fue la sede de la Policía Federal, a dos cuadras de la plaza principal de La Rioja, donde funcionó el que considerado primer Centro de detención y tortura de la provincia de La Rioja, entre 1971 y 1979. Como testigo declaró en varios juicios que se tramitaron en La Rioja, haciendo la cronología del horror que ahora me narra:
—Me ingresaron esposada y vendada, me llevaron a una pieza que hay en el fondo tipo calabozo. Me dejaban sola y volvían, siempre eran patota. Yo escuchaba los gritos porque esa noche detuvieron a varios. Sabían que estaba embarazada porque los golpes eran siempre en la cabeza y en la panza.
La trasladaron a la Correccional de Mujeres por el embarazo y con un análisis corroboraron que estaba de dos meses y medio, consta en su historia clínica. Ese mismo día declaró ante un juez que ordenó la libertad pero al salir de la comisaría cruzó la calle, le atravesaron un falcón y la detuvieron otra vez en “la Federal”, como le llaman muchos de los detenidos. Durante la inspección ocular por los juicios, fue una de las que recorrió e identificó cada sitio de esa casona que funcionó como centro clandestino en la provincia.
—Ahi es cuando yo esa noche tengo el aborto —recuerda—-. Estaba vestida con un pantalón rojo y una blusita celestita. Tenía un camastro, sin colchón. Empiezo a sentir dolores en el cuerpo y mucho en la cintura, en la espalda. Imaginate, era primeriza... Empiezo a llamar a la guardia, le pedía que llamen a un médico, decían que estaba mintiendo“. Finalmente la llevaron a un hospital: ”Estuve en los pasillos, nadie me quería recibir porque era una subversiva, una terrorista, no era un ser humano... Cuando me atiende el médico me dice que ya no había nada que hacer.
Declarar, reparar
Virginia Miguel Carmona es la fiscal federal de La Rioja. Instruyó una de las dos megacausas que investigaron y condenaron a responsables por delitos de lesa humanidad en la provincia, y fue quien abrió la puerta hace dos años para que se juzgara también por delitos sexuales al ex gendarme Eduardo Britos, condenado a perpetua por participar en el homicidio del laico Wenceslao Pedernera.
Lucila Maraga y Diana Quiroz, sobrevivientes de violencia sexual durante la dictadura, junto a Viviana Reinoso, abogada querellante que trabajó para que esos abusos fueran reconocidos como delitos de lesa humanidad
—Hay una característica de La Rioja que siempre destaco: se guardó tanta prueba documental que permaneció intacta, que no lo podés creer. Se conservaron cosas del ´76 y ´77 en el Juzgado Federal, en el Instituto de Rehabilitación Social, en el Ejército. Muchos documentos para poder reconstruir quiénes estaban en cada lugar y en cada momento.
El debut de la fiscal en juicios por delitos de lesa humanidad fue en 2016 con la “megacausa La Perla”, de Córdoba. Una de las más importantes del país, duró cinco años, casi 900 testigos, más de 700 víctimas. En aquel proceso ella pidió uno de los días de alegatos del Ministerio Público Fiscal solo para hablar de lo que había detectado: un plus de violencia contra las mujeres solo por ser mujeres.
—Había abusos, alusiones a los cuerpos, burlas, violaciones y todo lo que se te ocurra de manera perversa sobre los cuerpos femeninos, que no surgía en las declaraciones de los varones. Y es porque había un prejuicio mayor y un plus de violencia hacia las que no respondían a los cánones sociales de la época, lo que no se esperaba de una mujer ama de casa, dedicada a los hijos.
En el fallo de esa megacausa, Miguel Carmona dejó asentado que el machismo “desde la sociedad se trasladaba intramuros con crudeza en contexto de cautiverio forzado”. Habló expresamente de la violencia de género y consideró que no había que juzgar a los responsables por tormentos, porque dejaba impune el delito sexual. Idéntico lente aplicó para investigar lo sucedido en la megacausa riojana.
—En La Rioja pasó lo mismo, ese plus de ensañamiento por no responder a los estereotipos. Si había un represor condenado por tormentos y en realidad había violado a numerosas víctimas, toda esa porción de la delictividad quedaba impune.
En el último juicio escuchó cerca de una decena de testimonios sobre agresiones lacerantes en zonas íntimas, torturas físicas y psicológicas. Escuchó también el nombre y apellido de quienes las cometieron y aplicó un recurso que habilita el Código Procesal Penal Argentino: amplió la denuncia para que se dictara una condena completa contra Britos por abusos deshonestos, agravado por haber sido cometido por encargados de su guarda.
El fallo está entre los primeros del país que reconoce que en ese plan de exterminio el género sí determinó la aplicación de mayor violencia sobre los cuerpos. La prueba: el testimonio de las propias víctimas y la construcción de la memoria colectiva de esas mujeres.
Delitos sexuales de lesa humanidad
Viviana Reinoso tiene muchos números de fallos y nombre de causas en la cabeza. Son parte del recorrido que fue haciendo la justicia argentina para reconocer los delitos sexuales desde que se reabrieron las causas para juzgar el terrorismo de Estado, en 2006. Es abogada querellante de varias víctimas en los juicios que se tramitaron en La Rioja. Pone claridad judicial al explicar que se trata de delitos sexuales de lesa humanidad, porque fueron realizados en el marco de un plan de exterminio del opositor político:
—Crimen de lesa humanidad es el ataque generalizado y sistemático en contra de una población. Una de las cosas que retrasó el proceso judicial fue, por un lado, los tiempos de las víctimas para poder hablarlo. Y por el otro el error de considerar que lo generalizado y sistemático tenía que ser el delito sexual en sí y es un error. Cuando lo generalizado y sistemático es el ataque en sí, puede existir un hecho, una sola violación, pero vos tenés que encausarlo en ese ataque.
Explica el recorrido que tuvo que hacer la justicia para poder juzgar al “actor mediato” de los delitos cometidos en la dictadura. Resalta que la primera sentencia que tipifica como delitos sexuales y no como tormento es la de Mar del Plata, donde se condenó a reclusión perpetua al suboficial Gregorio Molina en 2010. Tras muchos años de silencio, la justicia argentina condenaba por primera vez la sistematicidad de los crímenes sexuales ocurridos durante el terrorismo de Estado.
Memorias sonoras
Claudia Mendoza estuvo casi desde el principio en el grupo que coordinaba la psicóloga Graciela Seppi, quien la convocó interesada en su formación. Trabajó lineamientos de un equipo nacional, con modalidades de intervención “bastante pautadas”, dice. Antes de tomar contacto con personas a las que podía acompañar y frente a tantas horas de escucha en las audiencias, hizo un ejercicio muy acorde a su especialidad. Se dispuso a crear los climas sonoros que rodeaban a los juicios.
—Logro captar algunas cuestiones desde mi oído terapéutico sobre las sonoridades. Lo que pasaba en las calles, sala de espera, adentro de las audiencias, con la radio abierta que hubo. La gestualidad, la corporalidad. Creo que eso fue también una modalidad de soportar el horror de la escucha.
Me mira convencida que sé de lo que habla: “Ya sabés que escuchar el horror no es gratuito”. Ahí es cuando asegura que puede usar herramientas del arte para habilitar otras formas de expresión.
—La música actúa en todos los planos. A nivel cerebral, que es como nuestro comando, ahí están las emociones, las sensaciones. Siempre hago el ejercicio de sentir la música con el cuerpo, por qué parte del cuerpo tiene salida. Los ritmos activan la parte del cerebro que es la motricidad. Aparecen colores, formas, imágenes mentales, recuerdos, asociaciones, una letra. Toda nuestra vida está hilvanada de canciones. Todo eso te va configurando una identidad sonora.
El silencio de la espera en una sala. Pronto lo cortará una voz para pronunciar el nombre de alguien que se sentará frente a desconocidos para hurgar en su mente el sufrimiento. En esa ausencia de ruidos se puede reconocer el ritmo acelerado de un corazón a punto de explotar -dice Claudia-. Ahí, donde las palabras retumban y la atmósfera se pone densa, también hay una pieza del rompecabeza del espanto.
Claudia cita al psicoanalista David Nasio para explicar que “el dolor es como una locura de las pulsiones, una rítmica de las pulsiones. Descubrí que mi tarea era volver a acompasar ese ritmo, y eso se logra por medio de las canciones. Tenemos una cultura maravillosa donde están los ícaros, cantos de sanación que usaban nuestros aborígenes o las canciones más tradicionales que son envolventes”.
El actual Espacio Provincial de la Memoria fue considerado el primer Centro de detención y tortura de la provincia de La Rioja, entre 1971 y 1979. Ese edificio fue sede de la Policía Federal delegación La Rioja durante gran parte de la década del 60 y hasta finales de los 70 CREDITO NATALIA DIAZ PARA PUNTO DE ENCUENTRO
Mover y reconstituir el dolor
Diana y Lucila estuvieron detenidas siete años. Las trasladaron desde La Rioja al Penitenciario Federal de Villa Devoto, en Buenos Aires, en el mismo avión Hércules de la Fuerza Aérea Argentina. Contorsionadas y atadas de manos en el piso, vivieron el tormento cuando en pleno vuelo se abrían las puertas y aturdía el aire y la amenaza de ser arrojadas al vacío. Compartieron la cárcel y coinciden que esa fue una escuela de vida. Relatan estados mentales de los momentos en que el dolor se volvía insoportable, y las dos dicen idéntico: “no sé cómo explicarte”.
—Lo que hice fue empezar a sumar, no a contar las clásicas ovejitas —es increíble, pero se ríe Lucila—. Era como que te ibas y volvías. Te ocupabas en tratar de ubicar el número. Lo empecé a hacer como una forma para salir de eso, porque era demasiado. Yo había decidido no hablar en los interrogatorios y el castigo era peor. Como que con la suma yo protegía mi fuerza, porque no sabía qué me esperaba al otro día, tenía que estar lo mejor posible. Me pasó los siete años que estuve en la cárcel.
—Yo no estaba ahí —sentencia Diana—. Tenía una total abstracción de lo que estaba pasando. Cuando estaba en el avión no perdí la conciencia. Estaba el cuerpo ahí, tirado, meado, pateado, pero mi mente estaba en otro lado. Mi espíritu, no se como llamarlo, no estaba ahí. Es como un mecanismo de defensa…. Parece que tu cuerpo no aguanta, no resiste, entonces como que me elevo, ¿entendés? Como que hay una cosa ahí superior. Rara. Como que llegas a un límite y decís “no, me preservo de esto”.
Claudia encuentra paisajes similares en las memorias de esos cuerpos: “Escuché mucho sobre esa escisión en el momento de la tortura. El cuerpo se escinde, hace un corte, la cabeza va por un lado, el cuerpo por otro donde se anula la sensación. Es como anestesiarlo para poder soportar. Esa anestesia muchas veces puede perdurar en esta cosa defensiva de no querer sentir”.
En su libro La llamada, la periodista argentina Leila Guerriero hace un retrato fino y punzante sobre la historia compleja de Silvia Lavayru, ex militante de montoneros secuestrada, torturada y violada en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) entre 1976 y 1978. Ahí la cita: “vivo en Buenos Aires pero no vivo. Vivo en el limbo”. Seguido dice la periodista: “Estremece un poco, porque se parece demasiado a la frase que usa para describir lo que le pasaba cuando estaba en la ESMA y la llevaban a algún sitio en auto:«Iba mirando la calle a través de la ventanilla y sentía que no estaba ni viva ni muerta, ni en un lado ni en el otro. En el limbo» ”.
Dar testimonio fue romper silencios que se extendieron mucho más allá del final de la dictadura. Un acto de coraje que construye justicia, abre caminos de reparación y sostiene la memoria colectiva CREDITO NATALIA DIAZ PARA PUNTO DE ENCUENTRO
Tejido comunitario
Diana dice que no se sana. Nunca. Prefiere decir reparar. Una parte de ella está convencida que “no hubo tiempo” para procesar la pérdida de su primer embarazo, ni siquiera con quien era su esposo, porque una vez en libertad se separó y tuvo que construir una vida nueva. Se recibió de abogada y tuvo dos hijos.
—Cuando salí de la cárcel empezaba a contar algo y mi mamá me decía “no me hablés”. Nunca quiso que le contara nada, mi hermana tampoco, ni mi papá. ¿A quién iba a contarle semejante cosa? Todavía no puedo verbalizar la pérdida. Hay una parte de mi ser que me dice “existió”, y otra parte dice capaz que no, que te pareció, que se equivocaron los análisis. Para que no duela.
Con el equipo de acompañamiento y los juicios tuvo una oportunidad para revolver: “sacar de adentro todo lo que había pasado y sin esconderte nada, porque sabías que solo la verdad, y con la memoria, ibas a poder reparar el daño”.
Desde la praxis judicial, la fiscal Miguel Carmona cree que el acompañamiento psicológico de personas que están capacitadas para contener una víctima en esas condiciones es crucial para que puedan declarar: “ese coraje de las víctimas ante el tribunal y las partes en un juicio es porque creían que realmente se los podía juzgar”.
Claudia dice que la sanación tiene también componentes espirituales: “El cuerpo es maravilloso. Tiene muchas capas. Yo descubrí con estas mujeres que en el plano de lo físico tiene esa capacidad de reciclar. Y después en las otras capas, en el campo espiritual, están esos otros cuerpos que hay que ir reparando, como… uniendo”.
“Siento que ellas han encarnado un daño que sufrimos todos. Con su cuerpo han transitado el horror que nos pertenece a todos. Por eso son tan importantes los juicios. Cuando algo de la reparación sucede, en lo comunitario, también se reconstituye ese tejido”.
Como esa testigo que salió de declarar y en la vereda del edificio judicial rodeada de amigos, familiares, otros ex presos y presas, cantó la canción Campanas de palo, de María Elena Walsh.
MSL / MA
Una rueda humana con ocho, diez varones, ocupa el centro de la sala. En el medio, parada, está Lucila Maraga, detenida ilegalmente. Nadie sabe dónde está. Ni siquiera ella misma: lleva vendas en los ojos, las manos atadas y está desnuda. Comprende que está en el centro de una ronda por el movimiento: “uno me tiraba a los brazos del otro, volvía al centro y me seguían empujando. Era una sensación horrible porque sentía que me iba a caer, no tenía idea lo que pasaba”.
Lo que cuenta ocurrió en una habitación trasera del edificio de la Policía Federal de La Rioja, hace casi 50 años. Su testimonio –junto al de otras ocho mujeres– fue clave para condenar en diciembre de 2023 al exintegrante del Escuadrón 24 de Chilecito, también ex jefe de seguridad del Instituto de Rehabilitación Social de La Rioja, Eduardo Britos, como uno de los autores de esos padecimientos. Una variante de la tortura que se inscribió en los cuerpos de las mujeres: la agresión sexual.