OPINION

Diálogo social para evitar el iceberg

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El diálogo sincero no es debilidad. Es fortaleza. Señor presidente, tiene la oportunidad de sentarse a dialogar con la comunidad universitaria y educativa, los investigadores y científicos, los gremios de trabajadores, los movimientos sociales, las organizaciones barriales, los directivos de hospitales y si tiene tiempo, con los gobernadores y los partidos de la oposición. 

Se le está pidiendo respetuosamente respeto. Respeto a la educación, al conocimiento, a la cultura, a los derechos laborales, a la alimentación, a la salud, a los barrios populares, a la niñez y juventud, a la disidencia y la diferencia. Acá no hay nada “raro”, no hay “lágrimas de zurdo”, no hay “berrinches”. Son reclamos legítimos enmarcados en la Constitución Nacional que usted puede y debe oír. 

Escuche al pueblo y escuche a las instituciones, no al tren de la alegría –Adorni, Caputo, Bullrich, Pettovello, Villaruel, etc– que le llevan el Diario de Yrigoyen y en cuanto se dé vuelta la tortilla, como mínimo, saltarán a otro barco o le darán una puñalada por la espalda. Desde luego, usted tiene derecho a criticar a la representación social, gremial, estudiantil y política de la parte que no lo votó como nosotros criticamos a sus representantes ideológicos, mediáticos e institucionales. 

Desde luego, usted tiene derecho de auditar lo que quiera, romper los curros que encuentre y denunciar a quienes los hayan cometido. Hágalo con seriedad y sin ánimo persecutorio. Nos va a hacer bien a todos. Del mismo modo, nosotros tenemos derecho a auditar lo que queramos, acceder a información pública, denunciar cuando lo consideremos, realizar cualquier tipo de manifestación y protesta dentro de los marcos legales que no son el inviable código penal personal de su ministra de Seguridad.  

Así como nosotros no tenemos derecho a llamar a una insurrección o aplicar ninguna forma de violencia, no tenemos derecho a comprar jueces y ensobrar medios para dañarlo, no tenemos derecho a conspirar con sus enemigos internos en su contra, usted no tiene derecho constitucional ni moral  a  arrebatarle —a seguir arrebatando– a los demás sus derechos constitucionales. No tiene derecho a destruir la vida de los demás sembrando sospechas infundadas, desprestigiando personas e instituciones, insultando a enormes sectores de la población. No tiene derecho a anular leyes por decreto, ni a abolir la Constitución, ni a comprar conciencias, ni a apretar diputadas hostigándolas hasta que vomitan sangre. 

Señor presidente. Es momento de diálogo, no de ofuscarse en su propia verdad. Los seres humanos siempre tenemos una porción de la verdad, ninguno de nosotros es portador de una verdad absoluta. No sea necio. No actúe como fundamentalista. Es momento de abrir la cabeza y el corazón a las necesidades sociales que se manifiestan permanentemente en todo el país y ayer dieron una contundente muestra de que hay un límite para todo gobernante, incluso para usted. No se encierre como el león de la canción en un callejón sin salida. Existen instituciones religiosas que usted respeta  y personas de prestigio internacional que pueden ayudar, como otras veces en la historia, a vehiculizar un diálogo fructífero que arroje resultados concretos en favor de la gente. 

Los derechos constitucionales del trabajo digno, la vivienda familiar, salud y educación, desarrollo científico y cultural, respeto a los derechos humanos y sociales, están por encima de la ideología de quien circunstancialmente ganó las elecciones. Están en nuestra Carta Magna. El reclamo permanente por la plena realización  de estos derechos están, nos guste o no nos guste, enmarcados en un contexto político-social que no podemos determinar a piacere, que es parte de la realidad, que deriva del desarrollo histórico de nuestro pueblo, con sus “justos y pecadores” como le gusta a decir a usted, con sus buenas y malas prácticas, con todas las cosas maravillosas que se lograron y con todas las situaciones aberrantes que nos enfrentamos. Esa es la realidad que crece como el trigo y la cizaña. Es la vida como viene.

Cuando el gobernante, en su soberbia, en su éxtasis de hubris, se pone en el lugar salvífico de Dios, desoye el Evangelio que le dice: “No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo”. Más allá de nuestras intenciones subjetivas, el único que puede zarandear el trigo y la cizaña es Dios.  Sino peligra el trigo, sin trigo no hay pan, sin pan no hay vida. 

Señor presidente. Debe sincerarse sobre una cosa. Si usted considera que los derechos constitucionales son pura cizaña, no hay diálogo posible: ha dejado de ser un republicano para convertirse en un tirano. Sólo nos deja la resistencia no violenta. Si usted, en cambio, considera que cada uno de los derechos consagrados constitucionalmente y expresados institucionalmente en las políticas públicas están atravesados por errores, desviaciones, corrupciones, tenemos una base constitucional de coincidencia. Su tarea entonces está en mejorar las instituciones y las políticas públicas para que la gente acceda en forma eficaz, eficiente y operativa a estos derechos. 

Si ese es su objetivo, será necesario dialogar. Si su objetivo por el contrario es arrebatar los derechos constitucionales del pueblo, usted va a generar mucha destrucción en un camino que invariablemente lo lleva a estrellarse con esa inexpugnable muralla llamada realidad. Le quedará apenas el consuelo narcisista de Nerón que después de incendiar su patria y pagar las consecuencias exclamó en soledad “¡qué gran artista se va!”.

A usted le tocó gobernar un estado social de derecho herido por negligencia e inoperancia pero vibrante en sus potencialidades. Un país con un texto constitucional muy claro en torno a ciertas cosas que usted detesta, entre ellas, los derechos humanos y la justicia social. Si no quiere ser un perjuro y violar el segundo mandamiento, debe respetar ese libro por el que juró en el acto más solemne que un ciudadano realiza ante el Pueblo, Dios y la Patria. Debe respetarlo más allá de sus opiniones personales. 

Señor presidente: aléjese del fundamentalismo. Un fundamentalista odia la realidad y busca sustituirla por sus ideas. El fundamentalista cree que su tarea es restaurar un orden idílico imponiendo “bases y puntos de partida” infalibles. Ni existió tal orden hace 100 años, ni en la Argentina todo lo que se hizo durante el siglo previo a la llegada de usted al poder estuvo mal. En cualquier caso, no se puede diseñar la realidad desde una idea abstracta como si el mundo fuera una tabula rasa en la que un demiurgo escribe sus fundamentos. No sea fundamentalista. Sea presidente.  

Señor Javier Milei le  pido de corazón como argentino no repita la historia. Me tocó vivir el 2001, vi morir a mis compatriotas en lucha contra un gobierno que había cruzado todos los límites de la legitimidad practicando un eticismo sin bondad sostenido por la fuerza. No quiero que se repita. Fue mucha la sangre derramada y espantoso el  sufrimiento de millones de argentinos. Por entonces, la situación social era dramática pero en la Rosada bailaban en el Titanic. Ni el megacanje de su funcionario Sturzzenegger ni la prepotencia de su funcionaria  Bullrich  –¡los nombres se repiten tanto!–  pudieron  tapar la realidad, ahogar el grito de las cacerolas, frenar a un pueblo que no aguantaba más. Cuando el capitán se dio cuenta que ya había chocado contra el iceberg, recién ahí pidió diálogo. Pero ya nadie quería dialogar con el que la había chocado. Usted todavía está a tiempo. No nos haga pasar por eso de nuevo.  

Espero que comprenda que esta nueva carta es sincera. Como opositor, desde luego quiero  que usted abandone la Casa Rosada después de cumplir su periodo constitucional y perder las elecciones, pero quisiera  que lo termine dejando un país viable y en paz. No se encierre, no se ofusque, no se atrinchere en sus errores, no pretenda imponer pactos a libro cerrado ni cercenar derechos como un destripador. Ábrase al diálogo… por el bien de todos.  Cuente conmigo para eso. 

 

JG/DTC