Perdón que interrumpa Opinión

Los presidentes no se tocan

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Los momentos de la democracia en vilo empezaron de arranque. Al año y pico de nacer (1985) se decretó el primer estado de sitio, cuyo origen en el “error técnico” del uso de nueva tecnología comprada por la SIDE, dio cuenta del estado del Estado: el desafío de desarmar la conspiración de los hombres de uniforme contra el orden civil. “¿Habrá un golpe?” era una pregunta que no atendía las razones de los que veían a la democracia como continuidad del Proceso. Pese a las ceremonias, pese al Preámbulo y pese a la economía de guerra, el fantasma del golpe jugaba lo suyo. Democracia nacida sin armas en la mano. El juego de la serpiente: para que haya democracia, hay que bajar las armas. Alberto Kohan recuerda su conversación con gente del Departamento de Estado de Estados Unidos antes de que Menem asumiera el poder. Una reunión un día de 1989, en un momento los americanos le dijeron jocosos: “¿Y si les dan un golpe?”. Y Kohan, con orgullo, les respondió: “Nosotros no matamos presidentes”.

A Alfonsín lo quisieron matar en 1991, al poco tiempo de dejar la presidencia. Fue en un acto ante cinco mil militantes radicales en San Nicolás un caluroso 23 de febrero, en un raid de campaña que asumía ya como expresidente y líder de su partido. Se lee en una crónica de Eduardo Anguita y Daniel Cecchini: “Ismael Darío Abdalá había comprado un revólver 32 largo un par de meses antes sin saber siquiera que Alfonsín iría a su pueblo en febrero. Tenía 29 años, había revistado un tiempo en Gendarmería Nacional y luego ingresó a la empresa estatal Somisa”. La prensa del lugar lo describió como un joven con trastornos severos. “Abdalá sacó su revólver, disparó, y la detonación tapó la voz de Alfonsín. Con el índice de su mano derecha, el muchacho apretó el gatillo, el percutor accionó sobre la munición y, sin embargo, el tambor no giró. La bala, esa noche, se quedó sin ir al blanco”, escriben. En 1986 y 1989 se desactivaron dos intentos de homicidio contra el presidente. Dos bombas. Pero el de 1991 replica lo que pasó contra Cristina: la bala no se disparó.

¿Por qué volver a Alfonsín y los años ochenta? Porque es la época en que la democracia no sabía cuáles eran sus excepciones: estaba construyendo las reglas. Y hubo de todo: rebelión militar, asalto guerrillero, capitanes de la industria, corridas cambiarias, golpes de mercado, paros gremiales, hiperinflación y deuda externa. Así, con la respiración en la nuca, la cosa arrancó ambiciosa. Aún con el infierno nacional que es el círculo del Quinto piso (aún con la lectura del libro obligatorio de Juan Carlos Torre encima). La religión laica del “Nunca más” también quiso decir que no sólo de pan vive el hombre (y pronto el Estado tuvo que repartir cajas PAN).

Cuando murió Perón en 1974, la tapa del diario Noticias escribió que esa muerte tardaría “en volverse tolerable”. Fueron palabras de Rodolfo Walsh. Hablaba de lo que ocurriría en la conciencia de millones de argentinos. ¿Qué es lo tolerable y cuáles son sus velocidades? Se usó mucho la palabra “límite” estos días. En la imagen de la vicepresidenta apuntada con un arma a centímetros “se pasó un límite” o se mostró “el límite que ya se había pasado”. Pero ese límite no se puede hacer tolerable.

A Beatriz Sarlo una vez le preguntaron qué haría si se cruzaba con Cristina. La entrevista fue durante la segunda presidencia y Sarlo (crítica fiel del kirchnerismo) dijo algo que sorprendió notablemente a sus interlocutores que esperaban un puñal: “Nada, la saludaría, le desearía suerte, a un presidente no se le dice nada”. No hablaba desde un prurito republicano, sino desde una distancia entre el rol presidencial y una ciudadana como ella. Sarlo tenía otros con los que discutir. Tal aquel paseo que les pegó en 678. A un presidente se lo saluda, se le desea suerte, dijo. Esas formalidades no nos hacen menos intensos, ni menos ideológicos, ni perdonavidas, pero colocan a la figura presidencial –la figura de quien encarna la “política democrática”– a una distancia casi sacra. Sarlo vio eso. Ahí camina la democracia, mientras, los estados de guasap y los mensajes alternan entre las solemnidades, los repudios, las teorías paranoicas (“fue un autoatentado”) y mucha gente de a pie pregunta por los tiros con los que convive a diario. Lo que pasó sucede y sobresalta en una sociedad en la que muchos ven pasar fierros a diario y en los que la crisis no da tregua al bolsillo.

Pero no todos desean suerte. A Alfonsín un tipo le gritó que tenía hambre (y él le dijo que no le iba tan mal, gordito), a Macri un obrero de la construcción lo increpó en un acto, lo tomó del brazo. No hubo presidente sin alguno de esos zamarreos, las seguridades presidenciales siempre tiene algo de salto sin red por más que se ajusten mil detalles. Kirchner lo hacía al revés: se tiraba de palomita al fondo del hervidero en cada acto a ver qué pasaba ahí, y de paso esquivaba los terrenos visitantes. Menem se confiaba a una cosa: si lo dejaban a solas, convencería a cada argentino. Ese era su primer uno a uno: el mano a mano. No hay política sin exposición. No hay exposición sin riesgo. A Cristina en Harvard la chucearon fiero. Eran chicos ilustrados. Y eran argentinos. Pero acá pasó algo que nos hizo estallar. A Cristina casi la matan ahí, en la zona de riesgo, a la que probablemente no renuncie. Hay ucronías memorables: si ganaba la Unión Democrática, si le anulaban el gol con la mano a Maradona, si Montoneros hacía el hospital de niños en el Sheraton Hotel. Quedará para siempre la ucronía: ¿qué hubiera pasado si esa bala salía? Estuvimos a milímetros de la muerte y a milímetros de que se termine el país que conocemos, que se desate una caja negra.

Alfonsín fue solo en helicóptero (o con Víctor Bugge para retratar ese viaje y esa soledad) a negociar con Aldo Rico. Hablaron y pactaron. Rico se llevó una ley, Alfonsín se llevó el costo. El balcón rosado de ese día tenía espaldas peronistas: las de Cafiero y Ubaldini. Años después De la Rúa se fue en helicóptero. Esta vez en viaje hacia la nada, dejando atrás una plaza que era un polvorín. ¿De qué hablamos? De los presidentes. Los tuyos, los míos, los que te gustan, los que no. Los activos, los inactivos, los que terminan mandatos, los que no. Los que no se tocan.

¿Qué se hace con esto, ahora? El presidente eligió empezar por un gesto corto: feriado y marcha. En Argentina hay resortes veloces para la movilización. Existe incluso una palabra que habla de esa velocidad: espontáneo. En la espontaneidad se nos juegan las memorias. Miles salieron a las plazas. La sociedad no existe, pero que la hay, la hay. Y en simultáneo, aunque parezca vano, solemne, o lo que la época “odia”, una convocatoria a la oposición o a los expresidentes hubiera sido algo. ¿Qué? No sabemos. Algo. Se habla tanto de “consenso alfonsinista”. ¿En qué consiste? No está escrito ni firmado, ¿pero no serviría exactamente para esto? El consenso alfonsinista no es el consenso de los propios. ¿Cómo se reconstruye la política después de esto? ¿Sólo con más de lo mismo? ¿En el abrazo a los propios? Si la polarización engendra incluso su propio debate, ¿la falla técnica del arma no nos abre una oportunidad de abrir aún más? No hay protocolo oficial para intentos de magnicidio, no está en el repertorio de la política ninguna herramienta fácil para desarmar esto. Pero imaginemos esa foto de los expresidentes y el presidente, un coro que recite el Preámbulo. Gente que no se puede ver pero que se tenga que ver. ¿Qué diría de sí mismo el que no va? A la vicepresidenta le gatillaron dos veces en la cara. Duhalde se anota en todas. Macanas que no va. A Rodríguez Saa, casi para el Guinness, se lo considera expresidente. Va. ¿Macri podría no ir, luego además de haber tuiteado lo correcto? Si la pregunta es ir a qué, quizás la respuesta sea ir a decir que es necesario ir. Los gobernadores mendocinos hicieron este aporte. Radicales, peronistas, todos. No tendrá efectos mágicos, pero se cruzaron llamadas, capaz armaron un grupo de guasap que se llama “La República perdida”. La gran zamba nacional (la de mi esperanza) la compuso un mendocino que no sabía música. Silbando en su viñedo. Acá Mariana Moyano lo razona: “El enemigo de Bannon no es uno que grite más fuerte que Bannon. Es uno que no grite. La oposición a la radicalización es su matriz opuesta: la que no radicaliza. Por eso el mayor enemigo de Bannon es el Papa Francisco.” Fratelli tutti entre minorías que se miran a sí mismas como un universal que no contiene a nadie más.

En las marchas opositoras ya son legendarios los símbolos complicados. Suelen despotricar contra las personas que se organizan (desde “planeros” hasta sindicatos clásicos). No hay “plaza calificada”, las plazas son de todos, pero a veces son personas que llevan carteles o mensajes que no constatan o reafirman o dialogan con nadie. Desde 2001 que la plaza pública tiene menos “protocolos” en los que van. Rompen tradiciones. Yo y Platero pensamos que Cristina no sirve y dibujamos su muerte. A veces son grupos que se dan manija entre ellos. El joven que la quiso matar a Cristina tenía su ideología, sus posteos. Dejó la huella de carbono de sus likes. Este podcast de revista Crisis retoma la búsqueda del “¿qué es esto?”. La distancia entre las palabras y los hechos funciona como ese ya legendario poema de Pizarnik: si digo muerte a Cristina, ¿llevaré el arma en el bolsillo?

Lo que se ve y lo que alimenta la política también podría libremente remitir al relato “La causa justa” de Osvaldo Lamborghini. Su protagonista: el japonesito Tokuro, un fanático de la manía del honor que quiere cumplir la correlación entre palabra y verdad, y los obliga a tener sexo a dos tipos que se lo prometían en joda en el partido clásico de “solteros contra casados” del trabajo. Tokuro no sabe de chistes. Ahorro detalles. Acá también, entre miles que dicen que la matarían hay uno que va y le dispara. La bala se traba. Cristina se salva de milagro. Este muchacho y la imagen de su cuerpo, que es como hallar una caverna rupestre, una madeja de tatuajes y símbolos que nos llevan al bajo fondo de una psiquiatría y una politización desconocida, ¿es un solo?, la crónica lo describe hecho mierda, casi como una vida que empieza donde termina la comprensión estatal y progresista. Mil debates teóricos sobre si había o no una novedad en la derecha argentina parecen sellados en este fusilador que vive. Y ahí lo vemos: primero idiota, después el acontecimiento. Como un Mark David Chapman vacío ahí, en la puerta del Dakota, ni el tiro del final le va a salir. ¿Nos van a contar tantos detalles de él hasta que él solo sea él? Un zorro albino, un consejo científico a su alrededor, la reunión de padres que lo rodean. ¿Se lo mirará tanto hasta que no haga sistema con nada? Un show del horror personalizado.

Somos la casa común. En ella vive la vida sórdida de este figuretti pululando entre móviles y el tajo que abrió en la época. Diez segundos de cámara, y ya es un junkie de su propia imagen. ¿Y cómo se cierra? Esto pudre algo que ya está podrido por dentro. ¿Podrá ser un parte-aguas del clima que cocina grieta y crisis ya no como si una cosa representara a la otra sino como un círculo vicioso que va degenerando? Nos enseñaron que la grieta es un ecosistema, que va de abajo hacia arriba ¿Algo puede cambiar? ¿O todo va a seguir igual pero más hecho mierda? ¿Esto es un quiebre de la polarización? No parece. No hay un botón antipánico que desactive esto. 

Mientras los envenenamientos son el pan nuestro de cada minuto a minuto televisivo, gana una política económica racionalista. Paradojas de la época en los puntos suspensivos de un consenso: nunca advertimos tanto los riesgos de la polarización mientras que la política económica nunca fue tan “consensuada” en su racionalidad pura (Myriam Bregman en el discurso en Diputados dijo “y los que quieren que ajusten más”, ese “ajuste” en su boca, aún en la de quienes se le oponen, marca el estado de cosas: el ajuste ya llegó). El lunes empiezan las negociaciones presenciales de Massa con el FMI (se verá con Georgieva el 12). Una polarización que se pone en tela de juicio –zamarrear entre quiénes son los mayores generadores de odio se interrumpe cuando Cristina acaba de sufrir un intento de homicidio– a la par de una política que logró un consenso sobre la economía. ¿De qué no se habla? Massa está llevando adelante una política económica que no se le dejaba ejecutar a nadie. Por momentos, frente a las cosas sin resolver del país, crece más la sensación de que la grieta produce la crisis a que la crisis produzca la grieta. Y no hay ruleta rusa. El juego terminó con esa bala que quedó adentro y salvó a Cristina de milagro. El que grita basta para mí, basta para todos empieza a ganar. El Equipo de sacerdotes para la pastoral en las villas de CABA y GBA señala: “Todos podemos hacer algo para trabajar por la amistad social y debemos empezar hoy. Como nos propone el Papa Francisco nos puede hacer mucho bien recordar las palabras de Martin Luther King, cuando volvía a optar por el amor fraterno aun en medio de las peores persecuciones y humillaciones”. Habrá que ir hacia el otro, no solo al de la patria es el otro. Hay que ir hacia el que odiamos.

MR