Tenía muchos planes para mi primer día en la Exposición de La Rural de Palermo, en el corazón de Buenos Aires. Quería entrevistar a ganaderos, conversar con productores, mezclarme entre los visitantes disfrazados (y no tanto) de gauchos. Pero una cosa estaba fuera de todo cálculo: romper, después de casi 13 años, con mi vegetarianismo. Pero vamos por partes.
La Rural es la feria ganadera más importante del país. Por los datos que recolecté antes de ir, supe que en 2024 hubo más de 1,5 millones de visitantes, más de 1500 animales por parte de unos 2000 productores y 421 expositores comerciales. En sus varias hectáreas se exhiben tecnologías agrícolas, productos regionales e innovaciones del sector. Se puede pasar horas degustando en los infinitos stands o disfrutando de concursos de doma y destrezas criollas con caballos en la pista central. Muchos porteños aprovechan para reconectarse con sus raíces rurales y sumergirse, por unos días, en la vida del campo. Yo también formo parte de ese grupo.
Crecí en una finca agrícola del norte de Alemania y allá no hay ferias de este tipo: sí existe la Grüne Woche, que es un poco parecida pero también totalmente diferente, porque el enfoque no está en la carne, aunque Alemania figura entre los mayores exportadores mundiales de carne porcina.
Luego me mudé a Berlín para estudiar, donde me hice vegetariana, y años más tarde también periodista agroalimentaria. Es esa doble función la que me llevó a la Rural ese día: como profesional del rubro y como extranjera que apenas empieza a conocer Argentina y quiere formarse una idea más amplia de su identidad, más allá de Buenos Aires.
Al entrar al primer salón de exposiciones algo llama la atención: los animales vivos. Sobre la paja descansan corderitos junto a sus madres, y enormes toros atraen a multitudes. El balido de las ovejas se mezcla con las conversaciones de las familias que recorren la muestra. Camino entre los corrales, escucho explicaciones aquí y allá. Pero el sentido de este tipo de exhibición de animales vivos se me escapa, quizás porque soy vegetariana. Pienso en los animales, en el estrés del viaje, en que seguramente preferirían estar en su campo.
Pero bueno, parece que a los niños les gusta.
La Rural también es un polo político: me entero que este sábado el presidente Javier Milei va a dar su discurso oficial y se esperan anuncios importantes. Me entero por los medios argentinos que las entidades y provincias agrícolas presionan para que se eliminen las retenciones a los productos primarios. Entre el 27 de enero y el 30 de junio de este año, el Gobierno redujo las retenciones de manera temporal. La soja, por ejemplo, pasó de tributar 33 a 26%, el maíz, el trigo y la cebada de 12 a 9,5% y el girasol de 7 a 5,5%. Luego de ese plazo, los impuestos a las exportaciones volvieron a su valor anterior. En Alemania el campo funciona de otra manera. Allí, y en la Unión Europea en general, no existen retenciones a los productos agropecuarios. Medidas como las que se aplican en Argentina serían difícilmente viables tanto desde el punto de vista político como jurídico.
Sigo en los pabellones provinciales y descubro las particularidades de cada región. Pruebo aceite de oliva, compro vino. Pero después de horas recorriendo la feria, me entra el hambre. Afuera el sol está en su punto más alto y el ambiente es festivo. Y lo que hay para comer es, por supuesto, carne. Costillas relucientes de grasa se exhiben tras vidrios impecables, choripanes cuidadosamente preparados, y una parrilla colgante balancea trozos imponentes de carne. Preferiría no saber los nombres de estos cortes, aunque después me entero de que estas preparaciones forman parte fundamental de la gastronomía gauchesca.
Me detengo frente a una puesto que ofrece carnes Brangus. Grupos de personas de todas las edades se han reunido alrededor de largas mesas. Todos sostienen panes rellenos con trozos enormes de carne, que antes han bañado en una salsa aromática. Nadie habla mucho, se mastica con devoción. Mientras observo la escena, mi estómago ruge. Me acuerdo de lo que me dijo un amigo: la Rural es una experiencia gastronómica centrada en carne de altísima calidad. Y se rió cuando le recordé que soy vegetariana.
El sándwich de vacío encabeza el menú. Dudo. ¿De verdad voy a cruzar esta línea? ¿Romper con 13 años de vegetarianismo por un trozo de carne?
Lo hago. Pero no sin antes confirmar con la vendedora que la carne es de calidad excepcional.
La carne es cosa seria en Argentina: hay noticias de cuánto se consume y cuánto no, como un termómetro de la economía local. El consumo de carne vacuna alcanzó el año pasado un mínimo histórico: cayó a casi 45 kilos por persona, el nivel más bajo en 110 años. Según el último Informe Económico Mensual de la Cámara de la Industria y Comercio de Carnes y Derivados de la República Argentina (CICCRA), el consumo muestra ahora una recuperación paulatina. También aumentó la producción: en el primer semestre se registró un incremento del 1,8 % en comparación con el mismo período de 2024.
Esos datos me dan vuelta en la cabeza mientras sostengo ese sándwich de vacío entre mis manos. Se siente casi surrealista.
¿Pegarle un mordisco ahora?
Me animo. Y funciona. Y sabe bien.
Disfruto cada bocado y me sorprende lo fácil que me resulta. Cuando termino el enorme sándwich, me invade una breve sensación de pánico.
¿Podrá mi cuerpo digerir tanta carne después de tantos años sin probarla? ¿Me caerá mal?
Nada de eso ocurre. Ni ese día ni los siguientes. Debe ser, pienso, la calidad de la que hablaban.
Yo, por mi parte, me quedo contenta con la experiencia. Asumo esta pequeña ruptura con el vegetarianismo como una excepción consciente, al servicio de la investigación, la integración y la comprensión cultural.
MH/MC