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La más maravillosa música

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Leer este texto te va a llevar lo mismo que escuchar Fax U, una hermosura de La hija de la lágrima. Tal vez te quede corta, así que metele Chipi Chipi, bombón.

Charles Darwin se murió en 1882 pero si se hubiera muerto en 1980 habría tenido material para por lo menos un capítulo más de su teoría de la evolución. Si hubiera visto -escuchado, mejor, ¿o no estamos hablando de música en este newsletter?- lo que hizo Charly García para transformar “Nena”, modelo 1975, en “Eiti Leda”, de 1978, habría tomado nota en su libretita de naturalista célebre o habría hablado de esa metamorfosis en seminarios de todo el mundo. Habría dicho: “A esta canción le creció algo. No sé si alas o branquias o una banda de rock sublime alrededor, pero evolucionó”*.

*(De hacer el Cuchá Cuchá me gusta que puedo cambiarle la fecha de muerte a Darwin, inventarle seminarios y un textual).

Charly García, el señor cuyas canciones se escuchaban por las ventanillas de los autos y de los negocios este sábado y este domingo y los días que siguieron porque la manija es así, escribió “Nena” cuando tenía 17 años. Repito: cuando tenía 17 años. El dato sería imposible de entender si no se tratara de un hombre que dio su primer concierto de piano unos días antes de cumplir los 5 y que a los 12 ya tenía título habilitante (?) para enseñar a tocar ese instrumento.

“Nena” entró a la discografía de Sui Generis por la ventana. En 1996, después de que las grabaciones originales estuvieran perdidas, se editó el tercer volumen de Adiós Sui Generis, parte del registro de la despedida en vivo de la banda, en septiembre de 1975 en el Luna Park. “Nena” era una de las sobras (sobras, sí) que había quedado afuera de los dos discos ya editados. Otras sobras: “Cuando ya me empiece a quedar solo”, “Fabricante de mentiras” y “El fantasma de Canterville”. Era, además, una de las canciones que Charly tenía pensado incluir en Ha sido, el disco que Sui Generis iba a grabar pero al final no porque se separaron. Alguien en YouTube compiló todas las canciones que, presuntamente, iban a ser parte de Ha Sido y la descripción del video es hermosa: “Hipotético álbum póstumo del dúo seminal del rock argentino”. Acá te lo dejo.

“Nena” era, cuando era “Nena”, la voz aflautada de Nito Mestre en rol protagónico y la de García haciendo coros detrás. Las voces de Rinaldo Rafanelli y Juan Rodríguez, el bajista y el baterista que sesionaban con Sui Generis, rodeando a la de Nito como si “Nena” fuera una canción de Almendra. Como si fuera la versión de “Muchacha” que Spinetta grabó con Molinari, Del Guercio y García la noche de sus bandas eternas.

Era una canción con una introducción que Charly extirpó para la “Eiti Leda” versión Seru Giran y que volvió a resucitar para ese “compactito” que grabó en su MTV Unplugged. Ese que apila “Eiti Leda” y “Viernes 3 am” justo después de que él diga “por favor, lloren… ja”. Una canción parte de una ópera rock -esas ideas monumentales que se les ocurrían a algunos músicos de la era en la que los discos se escuchaban enteros y en orden- que se llama Theo y que Charly nunca editó. “Nena” era una canción hecha de dos canciones, la que termina diciendo “o me mates este mediodía, nena” y la que empieza justo después, con un teclado suave, y dice “entrando al cuarto, volando bajo, la alondra ya está cerca de tu caaama, ne-naaa”.

“Nena”, un poco más suave, un poco más amable, hasta un poco más pasada por agua que su sucesora, dice “que tenga infinitos carteles que nos den las gracias”. Como un borrador o un ensayo a cielo abierto de “Eiti Leda”.

Tres años después de que Sui Generis dijera adiós, Seru Giran edita su primer disco. La primera canción de ese primer disco es “Eiti Leda”, un gesto que para mí se parece a que la primera canción de la discografía de Oasis sea “Rock’n’roll star”, como una patada en la puerta de la historia de la música detrás de la que viene un tipo y dice “hola, sí, soy una estrella de rock”. Después hay que estar a la altura de que esa patada, ese cross a la mandíbula, sea tu carta de presentación. Oasis estuvo a la altura. Seru Giran, también.

“Eiti Leda” pega la patada y dice “hola, sí, somos esta banda prodigio, algunos van a decir que la banda más prodigio que haya pisado este país, escuchen”. Y entonces “Eiti Leda” apila ya no dos, sino tres canciones. La que empieza con lo de “quiero verte la cara” y termina en la posible muerte al mediodía, la que empieza enseguidita y termina en la ciudad meada de risa, y lo que viene después, eso que en el mundo de la música se llama “coda” pero que en tus parlantes o en tus auriculares suena como un rascacielos que crece subido al sintetizador de Charly, que se parece a un cohete echando fuego en Cabo Cañaveral, o a lo que sentís en la panza cuando el avión ya está todo en el aire y, como no entendés de aviones, no sabés si fue magia o un milagro, pero qué hermoso.

“Eiti Leda” es la suma -o la multiplicación, o la potencia, seguro que la potencia- de distintas piezas musicales. Una familia ensamblada de las que, con lo difícil que es, efectivamente funciona. Charly García hizo lo mismo que Freddie Mercury en “Bohemian Rhapsody”, lo mismo que Thom Yorke en “Paranoid Android” y lo mismo que John Lennon y Paul McCartney en “A day in the life”, la canción que más juntos compusieron y para la que ninguno de los dos, por separado, habría alcanzado. De ese club es socio Charly.

“Eiti Leda” se sostiene en ese sintetizador -un Minimoog de esos chiquitos, tan lindos- y también en un piano de cola, y en otro sintetizador que emula un ensamble de cuerdas, y en una guitarra acústica, y en la voz de Charly, que decide que esta vez él va a protagonizar su obra maestra. Era la época en la que, en el estudio pero también en vivo, podías ver a Charly tocando tres o cuatro instrumentos en una misma canción.

Se sostiene, también, en el virtuosismo de David Lebón, que antes de irse a Buzios con Charly a inventar Seru Giran ya tenía lo de haber tocado con Pappo y con Spinetta para poner en el CV. El “Ruso” es un copiloto ideal, de los que saben mirar el mapa y cebar mate, cuando rasguea. Y es un piloto tricampeón de Fórmula 1 cuando se para en el medio del escenario -y de la canción- y hace un solo con los dedos en modo Iron Maiden. Es, además, la voz que le hace armonía a la de Charly, como si fueran posibles los Lennon / McCartney del culo del mundo.

Se sostiene en cómo toca el bajo Pedro Aznar, ese hombre que creció con cara de boletín sobresaliente. Si “Eiti Leda” es un rascacielos, la forma en la que Aznar toca el bajo son sus paredes de 30, una estructura sólida, sin fisuras, que aguanta cualquier cosa que quieran construirle alrededor. Se sostiene, claro, en los brazos de Oscar Moro. Un poco jazzeros apenas entra a la canción, un poco como si integrara una orquesta sinfónica después, otro poco con la adrenalina de que cuando termine va a revolear los palillos porque acaba de romperla. Un hombre a la altura de las circunstancias extraordinarias que lo rodeaban, y que por eso estuvo también a la altura del baterista con el que lo comparaban: Ringo Starr.

“Eiti Leda” versión Seru Giran es imperfectible. Nadie, ni siquiera Charly con las sucesivas bandas que lo acompañaron durante sus años solistas, pudo volver a interpretarla como lo hizo con Lebón, Aznar y Moro entre 1978 y 1982. Este sábado, en los homenajes, Fito -que tenía a una orquesta sinfónica del Teatro Colón, toda su carisma y toda su técnica sobre el escenario- la dejó afuera de la lista. En el CCK sólo se escuchó la primera estrofa de la canción. La cantó Rosario Ortega como parte del “compactito”, que después siguió en la voz de Juan Ingaramo.

Ni siquiera Seru pudo volver a ejecutarla como en los años dorados. Cuando se reunieron en River, en 1992, la dejaron para los encendedores -antes prendíamos encendedores, no celulares- y para los fuegos artificiales del final. Charly hizo mal todo lo que podía hacer mal. Aznar, siempre prolijo, siempre preciso, seriote, fue la cañería que hizo que el agua llegara. Lebón mantuvo la calma de los buenos copilotos y la sonrisa de los grandes campeones. Moro, obvio, estuvo a la altura de las circunstancias. Charly pifió las notas, la letra, los tiempos. Al final -yo estaba ahí, anoto esa noche en la lista de cosas que mis padres hicieron muy muy bien- supimos dos cosas para siempre: que “Eiti Leda” nunca iba a sonar en vivo como entre 1978 y 1982 y que de tan buena resultó antisísmica. Irrompible. Que cada vez que vayamos al disco de 1978 habrá ahí, pegándonos una piña, una obra maestra. 

Una de las cosas que más me gusta de “Eiti Leda” es que tiene un nombre hecho de palabras inventadas, en un idioma inventado. Charly le contó a Sergio Marchi -y Marchi lo contó en su libro No digas nada, una vida de Charly García- que “Eiti Leda” quiere decir “Coca-Cola”, uno de sus requerimientos estables para cualquier camarín.

Una teoría: esto de pasarnos varias horas del sábado y de los días que siguieron en estado de gracia sólo por escuchar canciones todas hechas por la misma cabeza y el mismo corazón debe tener que ver con que Charly García habla de las mismas cosas que hablamos todos -la Coca-Cola, por ejemplo- pero las dice de una forma que nadie las había dicho antes. Tal vez ese sea su truco. Ese y saber cómo se hace la magia o el milagro que pone a la gente a volar.

JR

Leer este texto te va a llevar lo mismo que escuchar Fax U, una hermosura de La hija de la lágrima. Tal vez te quede corta, así que metele Chipi Chipi, bombón.

Charles Darwin se murió en 1882 pero si se hubiera muerto en 1980 habría tenido material para por lo menos un capítulo más de su teoría de la evolución. Si hubiera visto -escuchado, mejor, ¿o no estamos hablando de música en este newsletter?- lo que hizo Charly García para transformar “Nena”, modelo 1975, en “Eiti Leda”, de 1978, habría tomado nota en su libretita de naturalista célebre o habría hablado de esa metamorfosis en seminarios de todo el mundo. Habría dicho: “A esta canción le creció algo. No sé si alas o branquias o una banda de rock sublime alrededor, pero evolucionó”*.