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Natalia Lafourcade desnuda el núcleo de su creación en un libro: “Quería que la gente viera cómo crece una canción”

Natalia Lafourcade muestra en su libro el desorden y la progresividad que tienen las etapas de creación, donde la naturaleza es protagonista.

Fernando Brovelli

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Un picnic, una fruta sin terminar, una copa de vino. Una mirada de admiración, otra de agotamiento; los ojos que ejecutan una conquista. La sinergia con los auriculares, el cuerpo frente a una consola, las caricias de un artista a su contrabajo. Todas estas imágenes fueron recuperadas en el primer libro de Natalia Lafourcade (39 años), que forman parte de su proyecto más ambicioso, integral e íntimo al mismo tiempo. De todas las flores empezó como un disco, siguió como un podcast y, hasta el momento, continúa como una publicación gráfica –entre el cancionero y el álbum fotográfico–, que se imprimió como una invitación a convivir dentro de las melodías y los silencios que hicieron de un grupo de artistas una familia.

Lafourcade propone una disrupción ante la urgencia. Recupera una forma de habitar las decisiones, de conectarse con el lenguaje del arte que se crea y de celebrar las coincidencias con sus compañeros de banda en una casa de Veracruz. Comprende que la maquinaria de producción cultural no está programada para la reflexión y la hackea: se arriesga al acto de hacer canciones para que sean oídas y a publicar un libro para que sea contemplado. Invita a derrumbarse en sus sonidos, analizar cada letra y sentir cada página porque percibe que se arraiga un vigor estético en la iniciativa del impulso artístico y el devenir del proceso de realización.

Publicado por el sello mexicano ML Editores, De todas las flores es una experiencia de colección que cabe en la palma de una mano. Retratos, paisajes y poesía a mano alzada en 208 páginas que enlazan un vínculo con el lector y, en ese acto performático, le profieren un compromiso: con el tacto con el aquí y ahora, con estar conscientes del planeta en que se vive y las transpiraciones que lo vuelven posible. “Me ha dado gusto compartir un poco de mi mundo y que la gente lo reciba con amor”, cuenta en elDiarioAR y nos convoca a devolverle esa complicidad, porque el registro converge en evento cuando los manuscritos rayados y las selfies de payasadas trazan este mapa de la quietud, donde la sensibilidad reemplaza la estridencia.

En el libro residen los ojos de Lafourcade y en ellos ingresamos a la cadencia, el desorden y la progresividad que tienen las etapas de creación, donde destaca un notable protagonista: la naturaleza. “El futuro vegetal es comunitario”, escribe Elvira Liceaga en uno de los textos que aparecen en la edición entre imágenes de pájaros, rosas despertando y la bruma de la montaña. La sensualidad del misterio del espíritu de la obra se armoniza con los ciclos de la tierra, subrayando el lenguaje en común que tenemos, insubordinado y tenaz, con las plantas.

Después de recorrer diez países (entre ellos Argentina, con fechas en Buenos Aires y Córdoba) la artista mexicana habla por videollamada con elDiarioAR desde la Riviera Maya, justo antes de iniciar la última etapa de su gira para compartir De todas las flores, que se concentrará en México y Estados Unidos. El disco, la primera producción con canciones de su plena autoría después de Hasta la raíz (2015), cuenta con la sabiduría de la confluencia del folclore latinoamericano. Nos pide privilegiar “la verdad que hay en aquellas simples cosas, como respirar” y disfrutar de nuestro presente, que es nuestro exclusivo espacio de autonomía: “El lugar correcto es el ahora para caminar”. La voz empoderada de Lafourcade nos confiesa su dolor al oído, pero en ese susurro radica la belleza de la esperanza: si las flores vuelven a crecer después del invierno, las posibilidades de reconstrucción son infinitas.

El álbum está marcado por la intimidad, ¿cómo se construye ese clima en los recitales y cómo se sintió compartirlo en Latinoamérica? 

–Pues ha sido maravilloso. Fue muy sorprendente porque es un proyecto que ha tomado muchos distintos caminos. Ha sido un proyecto que me ha permitido explorar otras disciplinas artísticas y no artísticas con las que tenía curiosidad: De todas las flores me impulsó a tener chances de experimentar y jugar. Eso es muy importante porque un artista tiene que intentar salirse de su propio ritmo para poderse renovar. Eso es algo que he querido mucho y este disco me lo ha permitido. El show tiene matices dramáticos, solemnes y alegres; me ha permitido explorar la parte audiovisual mucho más que antes y se vieron involucrados aspectos del teatro, lo escénico, lo onírico y lo riesgoso que es hacer un concierto que no sea sólo de música y canciones, sino ir un poquito más allá: a la parte de la narrativa y de contar una historia. Fueron una serie de cosas que colaboran en un todo que terminó siendo el mundo, el sentido y el símbolo detrás de un disco como De todas las flores.

Es cierto que existe la creación de un mundo alrededor de De todas las flores. Pero, ¿por qué la decisión de un libro? ¿Qué tenía el papel como formato que te llevó a elegirlo?

–Pienso que hay dos cosas. Una tiene que ver con la puesta del proyecto en sí. Hay un punto en el proceso de crear algo cuando ese algo toma vida propia; toma su fuerza, su espíritu y su río. El río de De todas las flores marcaba hacer un libro, hacer una puesta en escena donde yo estoy anclada al escenario tocando las canciones, grabar el disco en cinta y una serie de cosas. Pero también está la parte personal. Creo que también exploré cosas que durante muchos años quise explorar y no había encontrado la oportunidad en los proyectos que yo venía haciendo, porque no veía la conexión. Simplemente seguía lo que los proyectos me dictaban y en esta ocasión el proyecto me dictó cosas que nunca antes había probado.

¿Qué probaste de nuevo? ¿La revelación del proceso íntimo como un fin en sí mismo?

–Sí, totalmente. Me dio la oportunidad de conocerme más a mí misma como artista. Dije: “Ah, mira, puedo llevar los proyectos en estas líneas”. Con la salida del libro, por ejemplo, me dieron muchas ganas de hacer más libros y explorar por allí. No escribir una novela, pero sí quizás de compartirme a través de un libro y a través de lo que un libro genera. 

Hay una entrevista dentro del libro donde comentás que existe una situación actual de demanda a los artistas de sobreproducir. A vos este universo te llevó a una especie de sobreproducción, pero una sobreproducción de un mismo universo. También se puede pensar en esta sociedad del espectáculo donde todo el tiempo la intimidad está expuesta, y en el libro existe una exposición de lo íntimo pero desde un lugar de la contemplación. No es una historia de Instagram, es una foto que se tiene que observar con detalle cómo los dedos de los músicos encuentran sus instrumentos. ¿Cómo buscaste este equilibrio?

–Creo que el impulso de hacer todos estos proyectos tenía que ver directamente con mi público, por mis ganas de generar una intimidad con el ojo observador y el oído en escucha del otro lado del puente, que es una analogía que me gusta. La parte de la creación, en artistas como yo o en el caso de los otros, se hace dentro de la casa pero hay momentos en donde eso trasciende a lo que pasa afuera: ¿qué corazones van a estar dispuestos a recibir esta música que uno hace? Entonces, el libro y el podcast fueron una manera de darle la bienvenida a mi diario personal y a lo artesanal de algo que quizá a veces, cuando ya está terminado, pareciera que sale muy fácil. “A ella se le da hacerlo”: bueno, por supuesto que sí se me da pero detrás hay mucho trabajo, mucho tiempo y mucha artesanía. En esta ocasión yo sentí la necesidad y las ganas de compartir esa parte de mi historia también para que la gente pudiera ver cómo va creciendo una canción: en el libro eso se ve con los rayones, las flechas, mi obsesión para capturar el paso del tiempo y cómo voy calificando las canciones. Resulta que todo sirve y todo forma parte del proyecto. Es todo un proceso y se me hace muy bonito poder compartirlo con mi público. Mi aspiración era fortalecer esa amistad a través de que del otro la gente también lo pueda ver.

Es una intimidad que va más allá de lo que te muestra Instagram o las plataformas. No es que esté mal, pero es muy efímero y hay una relación que se pierde. Yo quería hacer un libro muy pequeñito, en formato cancionero pero como un álbum fotográfico para que la gente se pueda apropiar el libro y lo pueda tener, releer y ver las letras. De todas las flores no es un disco fácil y de pura intuición sentí que tenía que encontrar otras maneras de contar esa historia para que la gente a la que le interesara recibir información de esas canciones realmente la pudiera percibir con esa profundidad que tienen. Hay una información importante que me ha enseñado mucho y me ha salvado también. 

En todo el tiempo se percibe el proceso colectivo en la creación y existe una invitación al público a formar parte de la obra, haciendo al proyecto aún más comunitario. ¿Ese enlace se da por las referencias que existen sobre la naturaleza?

–Sí, está mediado por la naturaleza porque es un disco que responde, en muchos sentidos, al ritmo de la naturaleza. Es algo que hoy en día es más difícil recordar, aprender y tener presente que hay un ritmo que la naturaleza marca a nuestro alrededor. Quizás en ella hay mucha medicina, mucha posibilidad de reconectar con uno y mucha sanación personal. Hay poder de autoconocimiento en la medida que nos podemos conectar con la naturaleza y a sus enseñanzas. En mi caso tuve experiencias que me permitieron recordarlo: caminar en la montaña, vivir en Veracruz y poder ver los ciclos de la vida y la muerte; cómo la muerte está tan presente todos los días. Pude entender que siempre en mi vida voy a vivir ciclos, como sucede en la naturaleza. Voy a tener momentos de felicidad y de sentirme muy bien; y voy a tener momentos de sombras, muerte, de no entender qué pasa y tener que reinventarme y renacer. Es así, eso está en la vida, eso es la vida con sus contrastes.

Creo que este disco vino a enseñarme eso y a decirme “te haces responsable de tu vida y la tomás”. En la canción Vine solita me aferro a la vida antes de morirme realmente, pues hasta este momento la vida es mi camino y mis decisiones. Tengo que hacerlo lo más bonito, como dice Caminar bonito, en donde agradezco que la vida son montañas y hay que caminarlas; hay momentos de arriba y otros de abajo. Por eso hablo de que no es un disco sencillo ni de entretenimiento. No digo que esos sean malos: a veces pones un disco y lo bailas toda la noche, así que te dio una medicina, te sacudió, te sentiste bien, te enfiestaste y eso es terapéutico. Pero en el caso de De todas las flores su energía fue más de confrontación, pero de enseñarme y darme regalos para decirme que soy mi propia curandera. Todos tenemos ese poder de autosanación. 

Hay algo que mencionás con respecto al proceso de producción: la prioridad en encontrar la vida propia de la obra. ¿Cómo se altera el proceso cuando uno está pendiente a lo que te pide la canción y cómo se accede a las señales que te da la obra?

–Creo que hay algo que se enciende en el camino de la creatividad, que es cuando estás haciendo e intentando de meterte en ese mundo para poder explorar. Hay un momento en que se enciende la intuición internamente, tú lo puedes sentir y sabes qué es lo que debés hacer porque te lo dicta. En mi caso, creo que voy conociendo cada vez más esa sensación y se huele muy fuerte y muy poderosa. Puede ser desde una letra que se dicta en muy poco tiempo o puedes pasar días atorado en una cosa que no tiene solución y de repente hay un día que dices: “Esta canción no la debo cantar, la debo recitar”, que es el caso de Muerte. Es algo que se siente internamente muy claro, como una orden. No es uno el que manda, es la pieza la que manda. Si un artista es lo suficientemente humilde para leer y escuchar, pues sabes donde parar y sabes donde meterle motor y empujar para que suceda más algo. Siento que es una cosa de intuición, de otro lenguaje, porque pasa por la sensibilidad y por el percibir.

Lograste sostener el concepto de De todas las flores en distintos formatos. Ahora, ¿cómo sentís que conviven, habiendo pasado un año del disco?

–Creo que muy bien. Tengo una banda maravillosa que siempre tiene el reto de lograr tener una buena canción. Eso no es tan fácil pero cuando una canción es lo suficientemente fuerte se sostiene de muchas maneras: la puedes sostener a capela, con una guitarra, una orquesta, una banda o muchos formatos. Las buenas canciones logran sostenerse de esa forma. Siempre intento lograr una buena canción. 

Hay algunas canciones que despuntan, que arrasan y se van diciendo: “Con permiso, que aquí yo mando”. Quiero lograr algo que suene lindo y armónico y se pueda sostener en muchos formatos. Creo que dentro de De todas las flores van a haber canciones que se van a sostener a través de los tiempos; eso lo va a marcar al público, a pesar de que yo tenga mis canciones favoritas. 

FB/DTC

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