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ENTREVISTA Escritora

Camila Sosa: “Billie Holiday y yo podríamos haber sido compañeras de copas”

Camila Sosa

Cristina Armunia Berges

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Para llegar a su encuentro en el Hotel de las Letras de Madrid, se puede caminar desde la Puerta del Sol por Alcalá y girar a la izquierda tomando la calle de la Virgen de los Peligros. Este podría haber sido el nombre de uno de los nueve relatos que componen el último libro publicado por la escritora argentina Camila Sosa Villada, Soy una tonta por quererte.

Las travestis, los niños y los viejos son los protagonistas de las nueve historias que comparten la atmósfera que deja el guadal de su Argentina, los diálogos claros y concisos, y las trazas del realismo mágico latinoamericano que, cuando se enraíza en el esternón, es tan difícil de arrancar. Para Sosa, su escritura no es un modo de reivindicar a las minorías porque, lo que para algunos son personajes marginales, para ella es el centro de su universo.

¿Cómo surge la idea de publicar una colección de cuentos después de Las malas?

Escribí cuentos bastante tiempo, la novedad fueron Las malas. Antes yo escribía cuentos o crónicas, historias más breves. Los escritores aprenden más escribiendo cuentos que novelas y yo tenía ganas de aprender. Así que me puse a escribir.

¿Suele trabajar en varios cuentos a la vez?

Sí. Algo que decía García Márquez en Doce cuentos peregrinos era que él había hecho esta experiencia de ir saltando de un cuento a otro para poder mantener un estilo. Y eso me permitió unificar, no del todo porque hay cuentos que ocurren en Nueva York o en una ciudad como Córdoba [Argentina], y tener en claro un paisaje que podía llegar a ser como los pintores que dan una pincelada de color al lienzo antes de ponerse a pintar. Ese paisaje, ese monte, ese polvillo, ese guadal hacía de unificador, de amalgama.

Gracias, difunta Correa es un cuento autobiográfico. ¿El resto lo son también de alguna forma?

Sí, seguramente. De experiencias, de un conocimiento que primero tuvo que ver con el cuerpo, con haber estado en la prostitución o venir de una familia de indígenas, de personas muy morenas, empobrecidas, que tenían que defender su territorio constantemente. Y de esos paisajes que, además, fueron los paisajes de mi infancia, fueron los paisajes donde yo me crie y tuve mis primeros contactos con la naturaleza como una niña salvaje.

Vivíamos en el oeste de Córdoba, que era realmente muy hostil, pero yo tenía toda la libertad del mundo para desaparecer. Para andar saltando arroyos, ríos, trepando, bajando, subiendo. Encontrando los cueros de las serpientes que los cambiaban. ¿Entiendes?

Sí, las mudas.

O animales entrampados. Y ese fue un conocimiento, que es el único que tengo, además. No tengo otro.

Un momento de libertad. De cuando eres pequeño en el pueblo.

Sí, ese momento de privilegio. Y, además, de ser un niño muy solitario. Yo soy hija única del matrimonio de mis padres. Mis medio hermanos venían a veces de visita en el verano y todo se trastocaba. Todo se convertía en un sitio incómodo. Todo lo que para mí era tranquilidad, de repente, con sus visitas, se ponía bastante incómodo. Entonces me escapaba al río, al monte y estaba muy bien. Esa es mi escuela, es mi conocimiento, del que me sirvo para escribir.

Yo creo que la literatura no tiene una misión reivindicativa y pedírselo además hace que surjan oportunismos constantemente

¿Su libro de cuentos es de algún modo una forma de reivindicar a las minorías?

No, no. No creo que la literatura pueda reivindicar nada, en todo caso, los lectores. No lo hacemos los escritores, pueden hacerlo los lectores cuando hablan de un libro. Decir “Mira, esto transforma una idea que yo tenía sobre algo” y empieza a circular. Es como decir que existe la literatura feminista o no existe. Yo creo que la literatura no tiene esa misión y pedírselo, además, hace que surjan oportunismos constantemente de gente hablando sobre feminismo que no son feministas, que no se las ve, por lo general, teniendo una conciencia feminista de la naturaleza o de las cosas.

En todo caso, ese trabajo lo hacen los lectores y está muy bien que eso pase porque con la publicación de Soy una tonta por quererte varias veces me tocó escuchar a un par de periodistas diciendo que son personajes marginales que viven en la marginalidad. Personajes apartados. A la vista del común de los lectores puede parecer eso pero en ningún momento, para mí, esos personajes fueron marginales. Esos personajes son centrales en mi vida. Las travestis, los homosexuales, la vejez, los niños… fueron personajes centrales. Ahí se pone en disputa algo que primero tiene que ver con la clase y con la falta de conciencia de clase, sobre todo de las clases pudientes que con muchísima arrogancia se sienten el centro de algo y que cualquier cosa que sale de ese centro es una marginalidad.

Yo no creo que sea así. Es el centro de mi mundo.

También habrá periodistas, como yo ahora, que le dirán que alguno de sus cuentos también contiene trazas de antirracismo. Como el de la niña que le dice a la abuela “¿Por qué somos marrones?”

(Ríe). Sí. Pero fíjate que la abuela tiene una especie de respuesta racista también. Ella le dice “no, nosotras somos mejores”. Me resultaba interesante cómo las generaciones más grandes transmiten seguridades a las más pequeñas. Porque, además, siempre hay una especie de sumisión sobre las personas oscuras.

Por ejemplo, mi abuela crio a todas sus hijas diciéndoles: “Ustedes tienen que ver, oír y callar en las casas donde limpian. No pueden opinar. Si el patrón les dice tal cosa, lo hacen. Si el marido les dice tal cosa, acatan. Ustedes tienen que cuidar a su marido, a sus hijos”.

Entonces, pensé qué respuesta sería emancipadora para una criatura. Y es algo que me hubiera encantado oír a mí cuando yo era pequeña. Puede ser tomado así, pero lo hacen los lectores. Yo no lo escribí desde ese lugar. Sí me resultaba interesante la línea de acción que tiene el cuento porque ella va haciendo algo, está limpiando el rifle, prepara la merienda, cada una come, cómo el sol entra en la casa, cómo se retira, cómo se dirigen hacia el borde del rancho, cómo se preparan para esperar a esas personas que van a venir a…

Bueno, eso no se sabe.

La única que sabe esto soy yo. En Argentina hay un fenómeno muy grande de apropiación de tierras. Gente con muchísimo poder que desplaza a los campesinos y a los indígenas y se queda con tierras que son de ellos. Mi idea era esa, que venían a querer amenazarlas o robarles el rancho. Pero es la línea de acción, son esos verbos que hacen que avancen. Lo que dicen también es poético, es poético lo que dice la abuela. Y, además, nunca se espera que la poesía venga de una campesina, de una vieja. Pero lo interesante, y creo que de casi todos los cuentos, tiene que ver con la acción.

Me ha sorprendido el encuentro de Billie Holiday. Es divertido y muy crudo porque habla de violencia machista y de adicciones y, además, da nombre a este compendio. ¿Le gusta el jazz?

Muchísimo. Billie Holiday sobre todo. Yo tenía ganas de hacer una obra sobre gente que se había suicidado con seconal. Yo tenía en vista algo sobre Marilyn Monroe, Janis Joplin y alguien, aunque no era verdad, me dijo que creía que Billie Holiday se había suicidado con seconal. Entonces empecé a escuchar sus discos. Empecé por sus discos más clásicos, cuando ella tenía una voz más prístina, después encontré un disco donde ella ya estaba en los últimos años de su vida y la voz se le había roto muchísimo y me enloquecí. Me pareció fascinante.

Esto trajo a otras jazzeras. Después vinieron Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan, Thelonious… todos esos jazzeros más clásicos y que son los que me gustan. El jazz contemporáneo no me gusta.

¿Qué cree que le hubiera dicho Billie Holiday si hubiera leído su cuento?

Ay no… No sé. (Ríe). Me hubiera dicho “Hija de puta por qué me mataste”. Pero sí creo que podríamos haber sido compinches, compañeras de copas.

Algunos de sus cuentos duelen un poco, como por ejemplo el de La casa de la compasión. ¿De alguna manera el dolor es una de sus musas?

Sí. Sobre todo por lo que provoca dentro de las personas un episodio de mucho dolor y el despertar, el tomar conciencia, que fue algo que me pasó a mí ya de grande. Decir “Ah, yo fui una víctima”. Es decir, toda esa tristeza, todo ese dolor que yo sentía cuando era adolescente, cuando estaba en la universidad, cuando me atacaban en la calle… ¡Era un plan! Era algo que habían planificado las sociedades en torno a mí.

Durante muchísimo tiempo yo pensé que era mi culpa, por ser como era. Y se encargaron mis padres, mis vecinos, los mismos clientes, las personas que me rodeaban, los profesores en la universidad, de hacerme creer que la culpa la tenía yo por ser como era. En un momento, yo me desperté y tomé conciencia de que en realidad yo no estaba equivocada.

¿Viste Blade Runner?

Sí, pero hace mucho.

En la segunda película que hacen sobre Blade Runner, los androides toman conciencia de que se pueden reproducir, que no son solo creados por esta empresa, sino que ellos pueden tener hijos. Eso me pareció fascinante, el despertar de una esclavitud y eso que sucede cuando las personas que están siendo esquilmadas y violentadas, lo que ocurre dentro de esas personas cuando dicen no, aquí hay algo que está mal.

Allá en Argentina, hay un poeta que se llama Camilo Blajaquis, es su seudónimo. También hace cine, se llama César González. Estuvo preso por robo a mano armada. Él decía que en un momento se puso a ver que todos los que estaban presos eran pobres y negros, y eso a él le hizo despertarse y escribir. ¿No sé si viste la serie Westworld?

No.

Es una serie de HBO que está muy bien, de ciencia ficción. Es un club ambientado en el lejano oeste donde los millonarios pasan unas vacaciones y está habitado por androides y les hacen cosas terribles. Las matan, las violan, las golpean. Y los millonarios van a eso, van a cometer esa violencia. Y hay dos mujeres androides que empiezan a darse cuenta de que cada vez que mueren se despiertan en un lugar que es exactamente el mismo cada vez. Empiezan a tomar conciencia y arman una revolución dentro de ese lugar. Actúa Anthony Hopkins. Es brutal. Y eso me parece fascinante, porque provoca algo dentro de las personas que es absolutamente plausible, que es la transformación. Dejar de ser alguien para pasar a ser otra persona.

En Argentina, Lohana Berkins, que es una activista decía que nosotras las travestis pasamos de ser víctimas pasivas a ser víctimas activas, es decir, vos me podés discriminar, pero yo no me voy a callar más. Y eso me parece brutal.

Ya ha nombrado a varios autores. Desde pequeña, ¿cuáles han sido los y las autoras que ha devorado?

Cuando me gusta un autor, leo todo lo que publica. A Lorca, Isabel Allende, García Márquez, Laura Esquivel. Estos cuando era más adolescente. De grande, a los 20 años, leí El amante de Marguerite Duras y no paré más. Leí absolutamente todo de ella. Las yanquis me vuelven loca, esas escritoras sureñas como la Barnes, Carson McCullers.

Ahora estoy fascinada con Joan Didion, a partir del documental que sacaron en Netflix, yo no había leído nada de ella. La naturaleza se ocupa de que los libros te lleguen, no sé cómo decirte. Yo detesto que me digan ‘Tienes que leer esto’. Y que te traigan un libro y te lo presionen. Sobre todo, los escritores te hacen mucho esto. Te dicen, te tengo un regalo y te dan su libro. (Ríe).

Y que sea de ochocientas páginas, encima.

Creo que los libros llegan, que la naturaleza hace que lleguen esos libros a vos. Por ejemplo, vi ese documental y dije “Ahora quiero leer todo de ella”. Pero siempre fueron mujeres. No es una actitud feminista, no es pose de nada. Siempre desde pendeja leí mujeres que escribían porque sí que creo que hay algo interesante en la literatura escrita por mujeres que tiene que ver con estar amigadas con el error. Los escritores tienen un peso muy grande por escribir bien, por que no haya errores, por que su historia sea fantástica, por ganar premios, por vender libros, por ser respetados, prestigiosos, por seducir a mujeres.

Siempre desde pendeja leí mujeres que escribían porque sí que creo que hay algo interesante en la literatura escrita por mujeres que tiene que ver con estar amigadas con el error

Y, como nosotras nunca fuimos publicadas, nunca nos prestaron atención desde las editoriales salvo un par de privilegiadas, fueron muy pocas. Ahora estaba haciendo una entrevista con Laura Restrepo y María Fernanda Ampuero y Laura decía bueno Clarice Lispector también era de parte del fenómeno latinoanericano y por qué no se habla de ella.

Pienso que el hecho de estar completamente liberadas del mercado, de las reglas editoriales y todo eso hace que escriban mejor porque se desnudan, porque ponen su cuerpo a que lo diseccionen, porque se atreven a cometer errores en la escritura y eso siempre me ha parecido mejor que un libro perfecto, si es que existe algún libro perfecto.

Yo no sé cuántos años escribí sin que nadie me leyera. Después aparecieron las redes, entonces yo publicaba en Facebook y alguna editorial prestó atención y después prestó atención otra más grande y después otra más grande. Pero el acto de escribir, siendo tan íntimo, yo no sé si los escritores tienen esa conciencia que a veces no se escribe para nadie.

Acaba de nombrar la palabra “feminismo”. En una entrevista reciente, he leído que le gusta identificarte como “travesti y no trans para no robarles nada a las mujeres”. ¿Cómo ve la polémica que existe hoy en día dentro del feminismo?

Yo lo que creo es que hay una invitación por parte de las feministas trans excluyentes. Ellas están diciendo “Hagan algo por ustedes”. Porque además, sí que es verdad que las condiciones fueron diferentes, yo creo que las condiciones de las travestis fueron peores que las de las mujeres. Pero al ser pocas, al tener menos expectativa de vida, al no tener dinero, al no poder organizarnos, al no poder comunicarnos, al no tener formación académica, no tener lecturas hechas en torno al feminismo, bueno, nos plegamos al feminismo, inteligentemente además. Yo creo que estuvo bien hacerlo en algún momento.

Yo insisto muchísimo con la palabra travesti porque soy de otra generación. Yo me empecé a travestir en los 90 y en esa época el término mujer trans, la palabra trans, no existía

Frente a la aparición de estas feministas, yo creo que en vez de reaccionar con violencia y resistencia, una opción podría ser decir “Bueno, a ver, juntémonos entre nosotras, hablemos, organicemos nuestra lucha en el caso de que tengamos ganas de hacerlo”.

Después, yo insisto muchísimo con la palabra travesti porque soy de otra generación. Yo me empecé a travestir en los 90 y en esa época el término mujer trans, la palabra trans, no existía. Existía la palabra transexual, que era algo que venía de EEUU, que venía de Europa, y parecía que era un poco más respetable decir mujer trans o mujer transexual que decir travesti. Y a mí el respeto nunca me interesó, en lo más mínimo. Sí me interesa lo que deja una palabra que está cargada de insultos sobre una comunidad y cómo una comunidad se vuelve mucho más fuerte cuando asimila esos insultos.

Por ejemplo, Victoria Santa Cruz fue directora del Ballet Folclórico de Perú en los 60 y los 70. Eugenio Barba le hizo un documental sobre su trabajo y ella tiene una canción que dice “Tenías siete años, no qué digo siete años, no llegaba a cinco si quiera, y de pronto unas voces en la calle, gritaron negra, negra, negra, negra”. Entonces ella se preguntó qué era ser negra. Y ella miró su piel, sus cabellos, su boca y entendió que era lo más lindo que había en el mundo.

Eso del insulto como marca que hacen determinadas sociedades sobre poblaciones, cuando se lo reapropian, empieza a reabrir un montón de posibilidades que no te dejan solamente victimizada. Los maricones en Latinoamérica, los jotos en México, en Chile son los colas, en Argentina los putos. Esto de apropiarse de estos insultos me parece muy inteligente y es un trabajo sobre el lenguaje. Es un trabajo sobre una palabra que es fea y de repente empieza a tener un vuelo.  

Lemebel lo hizo muy bien en sus crónicas, al hablar de los colas, de los maricas. Empieza ese insulto a tener una presencia poética dentro de su escritura y eso es más interesante. Escribir 'las travestis salen de su casa' en lugar de 'las mujeres trans salen de su casa' es mucho más poético y musical, al menos para mí.

Luego, yo me tengo que ver en el trabajo de aclararlo porque además en Europa es de una manera o en México es de otra. Hace poco estuve en Bogotá y las travas de allá sí que se reconocen travestis, por lo menos las más grandes. Las más jóvenes dicen “No, somos mujeres trans”. Entonces, ahí hay algo para discutir. Ahí hay una invitación que hacen las TERFS y que nosotras no nos tomamos en serio. Es hablar de qué diferencias hay entre las mujeres trans y las travestis. Son diferencias económicas, de edad, de educación, físicas. Qué es lo que nos diferencia y en qué somos parecidas. Son cosas a discutir que me parecen interesantes, sobre todo, entre nosotras.

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