Qué fue de la vida de Eusebio Poncela Entrevista al actor español

Eusebio Poncela: “No leo las noticias porque no quiero ponerme de mala hostia de buena mañana”

Mónica Zas Marcos

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Eusebio Poncela descuelga el teléfono, nadie habla y se oye un golpe al otro lado. “Perdona, que había entrado a casa una mosca cojonera, sí, dime”. Desde ese momento, la entrevista discurre sin seguir las pautas marcadas en un cuaderno. Esa forma anárquica de hablar y existir es la marca del actor y los periodistas lo saben, lo que convierte cada charla en un barco a la deriva y sin tierra a la vista.

A sus 70 años regresa a las tablas en Avilés de Asturias con El beso de la mujer araña, adaptación del famoso texto de Manuel Puig y dirigido por Carlota Ferrer. Poncela se mete en la piel de Molina, un homosexual encarcelado durante la dictadura militar argentina por “encariñarse de un muchachito”. La obra se estrena el 26 de agosto y luego pasará en septiembre por Euskadi y Madrid.

Aunque a veces fantasea con retirarse a pintar, el vallecano ya tiene cerradas una película y varias obras de teatro para el siguiente curso. No puede ni quiere parar. En cinco décadas solo ha pisado el freno cuando su adicción a la heroína le obligó a refugiarse en Argentina para hacer terapia y desapegarse del Madrid de la movida que tanto ha dado que hablar, como su relación turbulenta con Pedro Almodóvar. La película Dolor y gloria de este último fue un homenaje y una redención. Poncela tampoco tiene ya malas palabras para el director manchego, aunque mantiene la lengua afilada y la dirige hacia otros blancos.

Cuéntenos un poco de la obra y por qué es tan especial para usted.

La obra de Manuel Puig es un invento fantástico. Una superjoya. La divide en nueve, que es el número perfecto y el más alto. Y efectivamente, la altura del texto es maravillosa. Plantea una especie de viaje entre dos personas que están en la cárcel por motivos distintos y se manipulan: un revolucionario y un homosexual, en un momento que era muy delicado para la homosexualidad. Todavía lo es, entiéndeme. Pero entonces mucho más.

La nota de prensa dice que Molina es “un cuerpo de hombre que encierra a una mujer a su vez encarcelada por seducir a un menor”. ¿Cuáles son los retos de interpretar un personaje así?

Mi personaje tiene una fijación femenina, que es lo que más me ha costado, porque soy un feminista feroz. En la vida se me ha ocurrido ser mujer. Nunca, jamás. Entonces, he tenido problemas para no hacer una caricatura y sentir que de verdad me acercaba a eso. Naturalmente, todos tenemos una parte femenina, yo también, pero no de esa manera.

¿Qué manera es esa?

Este hombre se había criado en un pueblo de la Pampa con un machismo feroz y quería realizar el sueño de la mujer sumisa, porque en ese momento solo había dos roles: el fuerte, del hombre que gritaba, y el débil, de la mujer que se hacía la sorda. Entonces, él, como homosexual, logra realizarse a través de la sumisión. Fuera de ahí, la prepotencia y el abuso que recibe por su sexualidad son feroces. Eso también me ha costado muchísimo, porque soy la persona más insumisa que conozco. Por eso he tenido problemas con tanta gente en este oficio, aunque tuvieran razón. No sé por qué soy actor, si soy la persona más desobediente del mundo. Pero bueno, una contradicción más.

No sé por qué soy actor, si soy la persona más desobediente del mundo

¿Qué le anima a seguir actuando, entonces?

No concibo nada que no sea dedicarme a este oficio. Me interesan mucho sus dificultades porque me abren. Soy una persona ensimismada en sí misma, muy individualista y me cuesta mucho meterme en otra vida. Hay actores a los que les gusta este oficio para vivir otras vidas. Pero yo siempre tengo el pálpito de meter caña en esa otra vida y pensar qué haría yo en esa situación.

Ha dicho alguna vez que eso le ha llevado a mimetizarse en exceso con sus protagonistas, como le ocurrió en Arrebato, de Iván Zulueta, y su problema con las drogas.

Por supuesto. Y me ha creado dificultades para mantener cierto equilibrio. Unas veces ha ganado el personaje, como cuando hago algo de Shakespeare muy potente. No hay color. Ahí, sumisión total. En otras, quizá me he equivocado. Qué sé yo. En ese caso ya ha pasado mucho, mucho tiempo, siglos. Ya entiendo y comprendo las cosas un poquito mejor.

¿Se refiere a Almodóvar?

Sí, pero no solo. He sido muy desobediente, pero he tenido muchísima suerte. Saludemos a Iván Zulueta y saludemos a Pedro. Son dos ejemplos de la cultura que avanzaron pasos gigantes. Naturalmente, hay una mayoría que no tiene parche de ningún tipo. Ahí estarán, pero la cultura da pasos adelante. ¿Lo ves?

Justo esta semana Tarantino contaba que se había hecho director por la primera escena de Matador, donde Nacho Martínez se masturba viendo escenas grotescas. Aunque haya dejado atrás esa etapa, ¿le alegra?

¡Claro! Pedro es un artista enorme y, en esa época, más enorme que casi nadie. Justo en esa época. Que Tarantino diga eso me parece muy auténtico de su parte y, como salgo en Matador, más. Es que además eso fue una casualidad. José Luis Gómez o no sé quién iba a hacer el papel. No sé si tuvieron una discusión, no tengo ni puta idea y me importa un huevo. El caso es que Pedro me llamó, éramos muy amigos. Ya me había ofrecido algunos papeles y por lo que fuera no había hecho ninguno. Acepté y fue como caído del cielo.

Yo siempre he creído que los idiotas son amplia mayoría. Soy muy cabrón y pienso eso

¿Es cierto que no ha visto ninguna de sus películas?

Totalmente. Nunca me he visto en las películas, ni en las buenas ni en las malas, y mucha gente se cabrea conmigo. Pero siempre he creído que no me convenía observarme. O, si las he visto, ha sido un poquito de perfil, un poquito de lado. La gente se enfada conmigo porque no quiero ver Martín Hache. Pero es que no me sale de los huevos ver Martín Hache, y como esa tengo unas cuantas.

En 2008 se levantó del reestreno de Arrebato porque dijo que no soportaba volver a “aquella relación entre cinefilia y drogas” del rodaje. ¿Aún le duele? ¿Qué le impide ver el resto de las películas que hizo después de superar la adicción?

No duele, no. El dolor quizá pueda venir por otro lado. Yo a Iván Zulueta le adoraba, era una joya. Todavía no puedo ver Arrebato, pero no es por dolor, ni por las drogas, ni porque él esté muerto, sino porque... porque no. Porque en este oficio vas evolucionando y lo vas haciendo cada vez mejor. Si encima de que no quiero verme, lo hago con una película de hace 40 años, pues ni de coña.

¿No hay ninguna que le dé un poco de curiosidad?

No digo que no haya algunas que sí. Una que estéticamente es la hostia, otra que logró avanzar en diez años un poquito los prejuicios... es que he hecho muchas cosas que no están en Cine de Barrio, ¿me entiendes? Pero hay algo que me impide verme y observarme. No sé, tengo unos días que soy muy listo y otras que soy gilipollas, y no quiero volverme aún más gilipollas.

Suele hablar abiertamente de su adicción a la heroína. ¿Por qué parece que le cuesta menos afrontar esta etapa que la actoral?

Me cuesta, eh. No te puedo explicar lo que fue el primer año de desengancharse de una cosa tan fuerte. Yo me volví muy loco. O sea, me follé a medio Buenos Aires. A mi edad, se supone que una Estrellita Castro como yo tendría que ser alcohólico o pastillero, pero soy una persona libre de todo tipo de sustancias. Entonces, tengo una visión afortunada. He tenido mucha suerte, he tenido dinero y he tenido la posibilidad de conocer otras cosas. Pero te puedo escribir un libro con toda la gente que tengo muerta por culpa de la heroína. Digo que soy un genio porque tengo una fortaleza especial para cambiar de tercio y no depender de nada. Pero es un caso muy raro.

Puedo escribir un libro con toda la gente que tengo muerta por culpa de la heroína

¿Sintió que los políticos no abordaron bien cómo afectó socialmente la adicción a la heroína?

Mi opinión sobre este tema está condicionada por la suerte absoluta. Eso no significa que no sea consciente de que todo era una cuestión política y de que estábamos manejados como marionetas. Luego, venía la incomprensión. Es decir, eras pobre, drogadicto, homosexual y artista. Y yo pasé por todo eso. Pero bueno, digamos que soy muy individualista y otras veces soy implacable con la gente. Entonces, me puedo defender por ahí. ¿Me entiendes, corazón?

Más o menos. Pero el caso es que, 40 años después, otra vez estamos hablando de una pandemia, la de viruela del mono, desde el punto de vista de la estigmatización y la homofobia. ¿Cómo sienta ver que la historia se repite?

¿Te das cuenta? “Otra vez”. ¿Y sabes a qué suena? A un déjà vu. Es exactamente lo mismo que pasó hace 30 o 40 años. Los prejuicios se mantienen. Una de las veleidades que tengo con este montaje (El beso de la mujer araña) es que se aplaquen, que discurran y que piensen un poquito en que la sexualidad es libre. Hace poco he interpretado en Merlí Sapere Aude al dueño de un cabaret y uno me preguntó: “¿No te vas a encasillar mucho?”. Y le dije: “A ver, maricón, ¿Robert Redford se encasilla por interpretar a tres heterosexuales seguidos?”. Y una lucecita se encendió en ese ser.

¿Le da miedo que esas preguntas y esos prejuicios sean el preludio de un ciclo político más oscuro y retrógrado?

Totalmente. Pienso en ello y me pongo de mala hostia. Cómo es la derecha, ¡qué horror! Tú fíjate el momento tan delicado en el que estamos y todos esos líderes, el coreano, el ruso, el chino. O sea, es que es la hostia. Y aquí estamos rodeados de mamarrachos, como el alcalde [de Madrid]. Es una mentira detrás de otra, es palpable. Yo siempre he creído que los idiotas son amplia mayoría. O sea, soy muy cabrón y pienso eso. Pero no es posible que la gente que vota a Ayuso no se dé cuenta. Ves a montones de tías votando a Vox y dices, “¿pero qué cojones está pasando aquí?”. Te juro por Dios que no leo las noticias. No las puedo leer porque estoy muy enfrascado en la obra y no quiero ponerme tan de mala hostia de buena mañana.

Me decía que esperaba que El beso de la mujer araña aplaque los prejuicios sobre la libertad sexual. ¿Cree en el poder de la cultura para frenar la ola reaccionaria?

Hay mucha gente en la cultura que está muy por encima de esos prejuicios, mucho más avanzada. El ego trip puede servir para las dos cosas, para mal y para bien. Porque estás más curioso. Por cierto, se me ocurre pensar, ¿tú has visto a Pedro Sánchez alguna vez en el teatro? Que a mí me cae bien, “pero oye, macho, aparece por el teatro alguna vez en tu puta vida, ¿no?”. Le hago un llamamiento: “Pedro, querido, vente a vernos a una función, para que se vaya un poquito el odio, porque es un viaje al amor y a la evolución. Es un viaje a dejar de una puta vez que la sexualidad fluya en los cuerpos como les salga del capullo o del coño”.

MZM