De la Internacional al pop ramplón, el viaje musical del Partido Comunista Chino

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El hexagrama Yu del I Ching enseña que la música es una creación explícita de los gobernantes para conmemorar la virtud y complacer así a sus diversos dioses y antepasados. Se trataba, por lo tanto, de una herramienta para la comunión ritual. Algo de las tradiciones milenarias se ha solapado durante los fastos del centenario del Partido Comunista Chino (PCCH). 

“Escuchen al partido, agradezcan al partido y sigan al partido”, se cantó en la plaza de Tiananmen, desde donde Xi Jinping advirtió a las potencias extranjeras que “recibirán un golpe en la cabeza” si intentan influir en los asuntos internos. Los festejos habían comenzado en Shangai, la ciudad donde nació el PCCH, con un juego de luces sobre el río Huangpu y los edificios emblemáticos del gran polo económico y financiero del país. El despliegue hi-tech buscó desmentir los augurios occidentales: el Covid-19 no fue el Chernóbil chino.  La economía creció un 18,3% en el primer trimestre de 2021, entre otras cosas al compás de la exportación de vacunas: se han vendido casi 500 millones de inmunizantes.

Las celebraciones se propusieron cantarle a un futuro radiante que la izquierda disidente, nucleada alrededor de la revista Chuang, pone en signo de preguntas. El espectáculo de Shangai se divulgó a través de las redes sociales. Todo comienza con unos golpes de percusión. Cada acento reverbera más en el espacio, a medida que se visibilizan las zonas emblemáticas de la ciudad con haces rojos. Apenas una introducción cinematográfica para dar cabida a una voz femenina. ¿Qué entona? “La Internacional”. Se suma otra cantante y luego las cuerdas, epítome del poderío sonoro burgués, completa la frase, despojada acá de su llamamiento a los pobres del mundo: apenas un giro melódico que acompañaba el paseo de la cámara por los rascacielos que simbolizan el poder acumulado desde los inicios de la apertura al mercado. Un platillo cortó el dibujo y empieza otra cosa: sobre la recurrencia de las cuerdas, un corno canta con aires épicos. La superficie de los grandes edificios se convierte en pantalla. Y ahí, sobre un soporte de una canción pop, supuestamente en mandarín y cantada por hombres, se proyecta la hoz y el martillo. La escena me recuerda a Batman. 

Shangai, la gran megalópolis, tuvo, mucho tiempo atrás, el signo del heroísmo. Sobre sus calles se despliega La condición humana. André Malraux reconstruye uno de los episodios más desgarradores de la guerra civil: la masacre de abril de 1927. El ejército de Chang Kaï- Chek, alentado por las potencias europeas con fuertes intereses económicos en China, barrió salvajemente con el movimiento obrero que respondía a los comunistas. A lo largo de tres días, la novela cuenta la resistencia frente al ejército del Kuomintang, con sus tentáculos de policías y torturadores. Kyo es el líder de la insurrección. Malraux lo convierte en un arquetipo de la fraternidad y la coherencia. “Desde que murió Kyo, he descubierto la música. Sólo la música puede hablar de la muerte”, dice su padre. 

Es difícil rastrear esa herencia en las imágenes musicalizadas de Shangai de días atrás. Si en algo se parecen es a la de la ciudad que se muestra en La vida racional, una serie china de 2021 que acaba de estrenar Netflix y cuyo título original es La mujer que no puede enamorarse. La comedia dramática gira alrededor de los esfuerzos de Shen Ruo por ganarse un lugar en medio de la selva capitalista (cuando la despiden de la compañía de seguros le entregan una caja para que se lleve las pertenencias, como en los filmes norteamericanos). La serie no incluye personajes comunistas a pesar de que 91 millones de personas han obtenido su membresía (deben estar en la clandestinidad). La vida racional es un relato de lo que los chinos llaman “corazón salvaje” y no es otra cosa que la ambición desmedida. Lo único que no puede comprar es el amor, pero se da unos lujos tremendos.

Lo curioso del video oficial del PCCH y La vida racional es que ven y escuchan a la ciudad de la misma manera: el poderío de los rascacielos y el pop ramplón. Donde el partido estatal identifica el comienzo de la revolución, los otros el más descarnado individualismo. Lo que las conecta es en cierto sentido la misma e insípida idea musical. La letra levantisca de “La Internacional” ha sido sustraída porque ya no tiene nada que decirle a un aparato que fabrica otras consignas. Lo que se impone, al dejar a la voz sin significados textuales, son las remanencias musicales de otras aventuras: las de las bandas sonoras de Hollywood. El ceremonial comunista homenajea a una tradición ajena y a la vez hecha propia: realidad material y fantasía funden el sueño americano con el milagro chino.

Como es de suponer, la segunda economía del mundo tiene una enorme y riquísima diversidad musical: en su centro y sus extensos márgenes críticos. China es una factoría de virtuosos del piano (de Lang Lang a la siempre erotizada Yuja Wang) y otros instrumentos de la orquesta europea. Hay, dentro del gigante asiático, espacio para el experimentalismo, la tradición clásica y el uso de la inteligencia artificial aplicada a la música, la vanguardia académica, el indie, el rap y hasta el punk, además, claro, de todas las vertientes tradicionales, entre las que se encuentra su propia idea de la ópera. Pero es de repente el pop facilongo el que se incrusta en la voz oficial. En la China antigua se hablaba de los jiangshi, una suerte de vampiros que se alimentaban de la fuerza vital de otros. La sangre de la cultura de masas occidental parece esparcirse por las venas del cuerpo social de la gran potencia. La literalidad porta a veces sentidos que se nos escapan. En el pensamiento tradicional, nos recuerda Byung-Chul Han, no existe la idea del original por el hecho de que la creación no se concibe a partir de un principio absoluto sino como un proceso continuo sin comienzo ni final. Eso ha generado, en la era de la producción industrial, un gusto por la falsificación, ponderada a veces por encima de lo verdadero: el pop del clip del PCCH es, según ese razonamiento, más original que el vampirizado de una película de Hollywood. “Shanzai” es el neologismo que se emplea para hablar de fake.  Byung-Chul Han ha detectado libros, premios nobel, filmes y diputados shanzai. Un Samsing, la imitación del Samsung, no pretende engañar a nadie. Las parodias en internet a los medios estatales controlados por el Partido suelen interpretarse como desafíos políticos. El maoísmo, señala el autor de Shanzai, el arte de la falsificación y la deconstrucción en China, es una forma de marxismo shanzai: la capacidad de hibridación del comunismo chino hace que se apropie del turbocapitalismo y el comunismo.

La música shanzai refleja ese agujero negro entre retórica estatal y publicidad suntuaria. El uso de “La Internacional” presenta, sin embargo, otros problemas añadidos, quizá más cercanos al estatuto de China, cuyo partido decidió en 2002 renunciar al calificativo de “revolucionario” para considerarse, nada más y nada menos, “partido en el poder”. Un país donde el Gobierno, nos recuerda Osnos Evan en China la edad de la ambición, ha ofrecido un trato a los ciudadanos: prosperidad a cambio de lealtad. Para el ex corresponsal de The New Yorker, lo que rige en los hechos es una “dictadura sin dictador”.

Y ahí entra a terciar la propia historia de “La Internacional”.  Primero fue apenas verso, y no cualquiera: nació de las cenizas de la Comuna de París. Eugène Pottier los escribió en 1871 como parte de sus Cantos Revolucionarios. Diecisiete años más tarde, Pierre Degeyter los musicalizó. La canción devino entonces himno de la Segunda Internacional y, tras su escisión, de la Tercer Internacional: “Arriba los pobres del mundo/de pie los esclavos sin pan”, se cantó en los soviets. La versión china fue traducida de la rusa con algunas adaptaciones. La octava línea, por ejemplo (“El que no tiene nada poseerá todo”), se sustituyó por “¡No digas que no valemos nada, seremos los dueños del mundo!”. Si se analizara desde el presente, tendría otro significado, y mucho más para los chinofóbicos argentinos.

En abril de 1962, se publicó la versión estandarizada en el Diario del Pueblo. El Gobierno alentó a la sociedad a cantar “La Internacional” como un mantra en las escuelas. La deriva de esa canción acompañó las transformaciones económicas, una vez que fue enterrado el legado de Mao. “Aprendí a cantar ´La International´ cuando estaba en la escuela primaria. Sin embargo, no entendí su verdadero significado hasta la primavera de 1989”, recordó Yang Fan, uno de los protagonistas de las protestas de Tiananmen, junto con miles de estudiantes que reclamaban una apertura democrática. “Estábamos exhaustos. De repente, empezó a llover. Fue entonces cuando escuché a alguien comenzar a cantarla. De pronto, más gente empezó a hacerlo. Se convirtió en el sonido dominante en la plaza. La seriedad de la canción nos animó a enfrentarnos a la máxima autoridad”. Fan hasta le asignó un poder especial a aquel himno de Estado. “La lluvia fue detenida por la canción”. La protesta terminó con un derramamiento de sangre la noche del 3 al 4 de junio, cuando por los altavoces oficiales se oyó una frase con la fuerza de una sentencia: “Esto no es Occidente; estamos en China”. Se asegura que murieron entre 200 y 2.000 personas.

Fan abandonó China un mes y medio más tarde. Por ese entonces “La Internacional” experimentaba una nueva sorprendente pirueta de los sentidos al pasar por las guitarras distorsionadas del grupo de heavy metal Tang Dynasty. El disco que la contenía, y que llevaba el nombre del grupo, llegó a vender más de dos millones de copias.

La erosión del poder simbólico de la canción fue el resultado natural de sus nuevos usos instrumentales. La construcción del socialismo con “características chinas” podía prescindir de esa lengua exaltada. Años atrás fue cantada en francés como una excentricidad durante un concurso televisivo al estilo de American Idol.

La mutación de “La Internacional” ha sido acompañada por nuevas formas de oficialismo. El centenario del PCCH tuvo también el aporte de 100 raperos patrióticos. La canción se llama “100%”, y no es otra cosa que un homenaje a la pureza ideológica. Se aplauden los logros obtenidos en clave de hip-hop shanzai. “Los méritos musicales de la canción son ciertamente discutibles. Pero lo que no se discute tanto es la enorme diferencia entre la música rap china y la de Estados Unidos, donde el género musical surgió por primera vez en la década de 1970 como expresión de la ira de los jóvenes negros ante el racismo y la pobreza. En China, sin embargo, el rap ha sido rápida y velozmente cooptado por el Partido, alejándose cada vez más de las raíces desafiantes del género”, señaló el diario digital qz. “De la pobreza extrema a lo radiante, no me arrepiento de haber nacido en China, nuevos trenes de alta velocidad, nuevos puertos, nuevas miradas y una nueva historia, vamos China, rejuvenezcamos la gran nación”, se asegura en mandarín. En otra estrofa, se alaba el poderío creciente del país: “No tenemos miedo a que nos comparen con otros, ya hemos tomado la delantera, tenemos dinero en el banco... apurando al mundo para seguir en la cima”. 

Stonie, un rapero de Chengdu le explicó a Global Times la razón del mimetismo con el léxico oficial: “En el hip-pop se trata de ser real y fiel a tus creencias, lo que significa que es aún más adecuado para esas emociones patrióticas”.

AG